domingo, 16 de septiembre de 2012

Olor de otoño viejo


 

 
 
Se aproxima el otoño, aún duermo con la ventana abierta, pero cubro mi cuerpo con la sábana y la colcha de hilo fino. Las noches aceleran su llegada,  los amaneceres se han vuelto perezosos y, cuando traspaso el umbral de mi patio, una cálida sensación de hogar acaricia mi rostro y me imbuye de paz. Es una calidez acogedora que emite escenas de viejas películas, con protagonistas en blanco y negro. Escenas con olor a viejo y humedad en el recuerdo.

A ratos se escuchan los ecos de las voces infantiles, allá en el colegio, a las afueras del pueblo. Es la hora del recreo y a alguien se le ha ocurrido la genial idea de rescatar del olvido el juego de La Tula. Yo también busco en mi propio desván costumbres viejas mientras, en mi cocina, respiro el aroma de unas lentejas guisadas a fuego lento que empapan de vaho los azulejos del frontal de la encimera. También es un olor añejo que me transmite la visión de unas manos abriendo la olla e introduciendo una cuchara de palo comprobando la evolución del guiso y que, satisfechas, vuelven a colocar la tapa que sujetan con un paño.

Son manos de otro tiempo, manos con pulso firme y ágiles movimientos que desprenden su propio olor, olor a madre, olor a tierra y a cantares viejos.

Se asoma el otoño y, aunque aún no ha llovido, siento el perfume que emana de la tierra tras la lluvia, ese perfume especial que respiro cuando el seto del parque se pavonea de su limpieza y me muestra su mejor sonrisa.

Es aroma trasnochado que me regala la presencia de otros seres hoy ausentes y me muestra la belleza de las cosas sencillas y cotidianas; esa belleza natural en que se convierte la visión de unos pies cubiertos por botas de agua en su caminar inquieto hacia la escuela.

Son imágenes en blanco y negro que solo observo si, sumida en lo cotidiano, me asomo hasta los recuerdos, y que tropiezan torpemente, cuando la realidad me reclama, con las de una madre lanzando su táper a la presidenta de turno.

Desaparecen los fotogramas, bruscamente, y el aroma viejo cede su lugar y su tiempo al hedor de este nuevo otoño, caliente, desordenado, incierto y testigo de la hipocresía y el despropósito de los necios.
 
Fotografía: Pascual M. Blasco

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