domingo, 21 de septiembre de 2014

ANIVERSARIO




En el interior de la sierra.

 
Hoy se cumplen seis años de la partida de Blas. Fue él quien me mostró el mundo de los colores y el del verso libre, y también me enseñó con palabras sencillas en qué consistía la necedad, y el abuso de los poderosos, y la falta de criterio por parte de aquellos que nunca se cuestionaron nada de lo previamente establecido... 
Como cada año, en el aniversario de su partida acuden a mi mente nuestros últimos momentos a solas, las manos unidas y los ojos cerrados, intentando no ver para así poder verlo todo. Le acompañé hasta su último aliento. En silencio, tan solo suaves caricias en su mano derecha. Al fondo, La sierra Calderona y la noche. Una noche larga en la que únicamente se oía la música estertórea emitida desde sus entrañas.
Llegó la lluvia y me arrebató su mano y sus ojos, sus colores y sus versos… Después lloré como nunca creí que pudiera llegar a hacerlo. Me aseé, me recompuse frente al espejo y le dije adiós. Tomé mi cuaderno de notas, y antes de comenzar a decirle cuánto le echaba de menos, busqué entre los cajones de mi escritorio los versos que le dediqué tras su primera muerte. Sí, porque Blas murió dos veces. La primera fue en el año 1990. Pero el destino me trajo de nuevo su mano. Albergaba otro corazón y otro brillo en la mirada. Quizás albergaba también una vida que ya no le pertenecía y que ambos no terminábamos de aceptar como propia.
En aquella primera muerte surgieron los primeros versos en mis noches pendientes de la llamada telefónica que presagiaba horas oscuras. Y después, el regreso… y la continuidad de aquellos versos oscuros que ahora iluminaban de nuevo las horas.

Fue un poema que Blas leyó una y otra vez cuando se lo entregué en mi propia casa. En una de aquellas mañanas en las que su visita era habitual a la hora del primer café. Lo leyó mientras yo preparaba la comida en la cocina. Allí, sentado en una de las sillas junto a la mesa preparada con el mantel y las servilletas. Cuando lo hubo leído no dijo ni media palabra. Se limitó a doblar el folio, guardarlo en uno de los bolsillos del pantalón y volverse de espaldas para que yo no le viera los ojos. «Me voy, Loli» me dijo en un susurro al cabo de unos minutos. «Hasta luego» le respondí.
 

REENCUENTRO

Sutil es la llama que aviva la vida,

efímera la hora que viste de risas al alma,

amargo el tormento mío

al ver tu cuerpo dormido.

 

¿Dónde están aquellos sueños?

¿Dónde tus ojos de niño?

¿Dónde está tu corazón?

 

Irónico destino que burla así la razón,

me ha robado tu latido,

me ha apartado de tu mano

y ahora no encuentro el camino.

 

Son largas las horas,

son largos los días

vestidos de rasos blancos

que encadenan a tus sentidos…

 

Al final de mis horas,

mis días.

Al final de mis días,

mis noches.

¿Y al final de tus tardes?

Al final de tus tardes profundos abismos

que gritan tu nombre,

que te seducen…

que enloquecen a tu razón.

 

Ya la impotencia se instala en mi casa,

y el llanto se asoma a su parto

cuando tu aliento se hace despedida…

 

Y me rompo por dentro

y te llamo,

y grito tu nombre con fuerza,

con rabia,

y comienzo tu epitafio

escrito con lágrimas saladas…

 

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Irónico destino que, echándole un pulso a la muerte,

juega tu vida a la oscuridad

y te alumbra…

 

y te devuelve tu luz,

y oigo otra vez tu latido,

un latido extraño ,

un latido ajeno,

desconocido…

que preña de vida tu pecho.

 

Y vuelvo a observar tu sonrisa

y vuelvo a verte soñar,

y vuelvo a verte luchar…

 

De nuevo voy de tu mano.

De nuevo observo el camino.

Las sombras pasan de largo,

y hoy, de nuevo,

te miro a los ojos,

 Hermano.

 

 

En Puerto Sagunto, Mayo-90
Ilustración: Desde el corazón de La calderona (L.Estal)

  

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