martes, 20 de diciembre de 2016

Mirada incierta






       Te observé
y tu mirada incierta
se quedó prendida en mí
marcando un antes y un después
en los días que ya caminé

     Clavaste tus ojos
en línea recta hacia el lugar
donde se refugiaba mi voz
tal vez porque esperabas un abrazo
que se postergó

     Acaso deseabas
algo más que la palabra
Hoy presumo más que un verso
colmado de tu belleza
y dejo que permanezca intacta esa mirada

    vinculada
por siempre a tus ojos
y a mis propios ojos para el resto
de los días que me quedan
por andar.

De: Poemas de puertas adentro
Fotografía: I. Murria -Amanecer -

domingo, 18 de diciembre de 2016

Los niños no lloran




Ya ni siquiera lloran los niños de Alepo…
Hay imágenes muy tristes y desgarradoras
pero yo no quiero ilustrar con ellas mi rabia
ni exponerlas a modo de mercancía barata
en el escaparate de las redes sociales.

No quiero hacer de los niños de Alepo un poema
tan solo quisiera cerrar mis ojos y pedir
un deseo… de los que se piden en silencio,
únicamente eso. Desde mi impotencia
no puedo hacer nada más que desear y rabiar.

Ya no lloran los niños en Alepo.
Ya no hay ni lágrimas para mitigar su dolor.
Así de grande es ese dolor.


De: Poemas de puertas adentro
Ilustración: Blas Estal -De la impotencia-

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Las luces de mi pueblo




Durante estos días estoy leyendo y escuchando no pocos comentarios acerca de nuestra tradicional navidad, de cómo han venido las costumbres de otros países a establecerse entre nosotros y el modo en que las hemos aceptado o adaptado a las nuestras. Tanto los defensores de lo viejo como los de lo nuevo se enzarzan en discusiones que a veces, en las redes sociales, llegan a una feroz grosería, tal vez porque no hay un cara a cara o cuerpo a cuerpo.

Parece ser que este año, en mi pueblo, desde el Consistorio se han demorado en la colocación del alumbrado festivo, y el jaleo que se ha armado ha sido, si se me permite la expresión, «morrocotudo».

Las descalificaciones hacia el equipo de gobierno se vienen sucediendo desde la primera semana de diciembre, pues siendo como era ya Navidad en El Corte Inglés no se comprendía que en el municipio no lo fuera también. El edil correspondiente ha salido al paso de la situación con un comunicado en el que explica las razones por las que este año el alumbrado se retrasaría hasta más avanzado el mes. De poco le ha servido su nota, ya que apenas tres o cuatro de los comentaristas han sido capaces de leerla.

La carnaza estaba servida desde el primer día. Unos han aprovechado el tirón para, al más puro estilo de alguna madre madrileña, poner a los niños como los grandes damnificados por la ausencia de luces. Otros denunciaban que con este retraso se perjudicaba al pequeño comercio, ya que era durante estos días cuando éste podía incrementar sus ventas. Ignoro si quien escribía esto hace sus compras en este comercio de barrio durante el resto del año. La cosa se fue liando hasta convertir unas lindas luces en un tira y afloja político y reprochar a los votantes que no estuvieran de acuerdo en mantener en el Ayuntamiento al anterior equipo de los populistas. Perdón, quería decir populares. Es que con esto de los sufijos a los seguidores de los grupos políticos cada día me lío más.

Como se trata de mi pueblo, aunque no viva en él desde hace unos cuantos años, me atreví a comentar lo irrelevante de que las luces se pusieran  más pronto o más tarde. Otra cosa sería que no se pusieran, pues al igual que a mí, a muchas personas les hace feliz contemplarlas. En mi casa siempre comenzaba la navidad el día del sorteo. Era entonces cuando poníamos el nacimiento con las figuritas de barro.

Al principio pensé que quienes se quejaban lo hacían en broma. No fue así, ni mucho menos. Me ha sorprendido tanto la reacción de mis antiguos vecinos que me he atrevido a decirles que no reconozco a la gente de mi pueblo. No debí hacerlo. Ahora resulta que yo formo parte de las personas amargadas que no celebran la fiesta, y que soy simpatizante del partido en el Ayuntamiento, ése que quiere dividir a España, que saca a los asesinos de la cárcel y que defiende a la ETA. Ah, y «tengo menos luces que un mechero». Esto último me divirtió mucho.

Anoche aún seguía leyendo lo que piensan mis queridos porteños, y al ver el énfasis con el que defienden el alumbrado en las calles me preguntaba si es que había vuelto de nuevo el espíritu de lucha que nos identificó en otras épocas. Aquel que nos sacaba a la calle cada Primero de Mayo. Pero al ver los argumentos expuestos me di cuenta de que no. Recordé la manifestación organizada por la Coordinadora de Parados de la Comarca del Camp de Morvedre, y el escaso volumen de asistencia a la misma, apenas doscientas personas. Y pensé también en las últimas concentraciones de las distintas asociaciones en contra de la violencia de género, sin apenas respuesta. Y me vinieron a la mente unas cuantas cosas más que no viene a cuento citar aquí en esta nota y que prefiero guardarme para mí.

Yo no soy creyente sino dudante —como Chavela y Atahualpa— pero me gusta celebrar las fiestas. Tanto, que en mi casa todos los meses son navidad y nos reunimos los miembros de la familia alrededor de la mesa, y eso que somos diecisiete. Sí, mi casa es como un nido. No soy una amargada y el próximo día veinticuatro, mientras unos celebren el nacimiento de un mito, yo cerraré los ojos y pensaré en el Yule y en La Noche de las Madres, porque puestos a elegir, esta celebración del solsticio de invierno me gusta más que la eclesiástica, que al fin y al cabo es una adaptación de otras más antiguas, aunque desde los púlpitos no lo quieran reconocer y transmitirlo a los fieles. No pondré luces en el balcón ni en la puerta de mi casa. Las tendré todas encendidas en el interior y dejaré los visillos corridos para que se adivinen desde la calle. Cenaremos lo que el frigorífico nos dispense y mis manos sean capaces de elaborar de la mejor forma posible. Brindaremos posiblemente con sidra porque nos gusta más que el Cava o Champaña y cuando haya que cambiar la hoja del calendario, volveremos a estar todos juntos. Entonces aprovecharé para indagar en los deseos de mi gente querida con el fin de hacer mi listado para la fiesta de las Hadas del Sendero, ésas que cada año, al pie del árbol o al lado de mi cueva de corcho, dejaban una luz especial en las miradas de mis hijos.

Pero todo esto será más adelante. Cuando se acerque el día, y entonces ya me asomaré hasta vosotros para felicitaros las fiestas. Ahora aún no… Todavía no toca.

 
Fotografía: Fran O.S

martes, 6 de diciembre de 2016

En diciembre





Ya vamos caminando por los primeros días de diciembre. La lluvia, tan ansiada por estas latitudes mediterráneas, ha cesado. Se hizo esperar pero finalmente llegó, y lo hizo desmesuradamente, anegando campos y cubriendo de lutos algunas familias. Hoy luce el sol. Es un sol tímido, húmedo, que apenas proporciona calor. No importa porque la temperatura tampoco es excesivamente baja.
Hoy es día festivo. Dicen que celebramos el aniversario de nuestra Constitución. Hay quienes no lo celebran porque en su día no la votaron, o la votaron en contra, que no es lo mismo que no votarla. De eso hace cuarenta años y a mí ya se me antoja una señora Constitución en su periodo de climaterio, muy próxima a la menopausia. «Nosotros, los de entonces, no somos los mismos» dijo Neruda. Y en efecto, así es. Los que votamos aquel 6 de Diciembre ya no somos los mismos. Todos hemos cambiado mucho, y hay quienes hoy, ni son, ni están ni se les espera. Las circunstancias tampoco son las mismas, y quizá por eso habría que sacar a nuestra señora Constitución a la calle, para que viera con sus propios ojos y escuchara con sus propios oídos el modo en que se incumplen no pocos de sus puntos fundamentales.
Alguien me dijo en una ocasión que, si las cosas están bien para qué cambiarlas. «¿Para mejorarlas?», respondí. Por lo visto él no necesitaba que se mejorara nada y eso me recordó la cita atribuida a Jodorowsky: El pájaro que nació y se crio en una jaula cree que volar es una enfermedad.
Pasaron las lluvias y quizá ahora llegue el frío que corresponde a esta época del año. Pasará también la tan celebrada festividad de La Purísima y llegarán los días de Navidad; esos días en los que todos nos volvemos mejores personas porque es lo que toca. Nos arroparemos en nuestras mejores galas y saldremos a consumir, que también es lo que toca, independientemente de nuestro presupuesto. Nos felicitaremos por la calle incluso con los desconocidos porque acaba de nacer un niño que ya tiene más de dos mil años. Todos seremos un poco más cristianos y tal vez un poco menos católicos. Habrá quien siente un pobre en su mesa y le obsequie con un bocadillo de choped, y tras la limosna el anfitrión se sentirá más cerca del cielo, porque de eso se trata: de ganar un trocito de cielo. Al igual que en la política, aquí no cuenta el altruismo, aquí los favores se pagan y el choped bien merece una pequeña mordida allá arriba.
Y después…, de nuevo a cantar en la jaula, porque ahí es donde realmente nosotros, los de entonces, nos sentimos felices y seguros.

 Ilustración: Juan Lacárcel

 

jueves, 1 de diciembre de 2016

Aún otoño



He transcendido más allá
de mí.
El otoño aún vibra
y corre tras las hojas perdidas.
La luz se vuelve oscuridad
sobre los perfiles
de las lomas...

Ya aguarda la noche.



-De: Poemas del desarraigo-
-Imagen: Blas Estal-

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Noviembre



 
 
 


Hoy arranqué una hoja,
otra vez,
me gustó su sonido
al desprenderse,
su voz distinta,
su color
negro sobre blanco,
me dijo algo cuando pereció
arrastrada junto a los números
impares desprovistos de nombres
—no había nombres para poder llamarte—


Hoy la vida florece
tras la última hoja
y yo tomo asiento
junto a la piedra gris
bañada por el sol manso
de noviembre

 
Ya te espero,
              con la palabra dispuesta…
 
 
De: Poemas de puertas adentro
Imagen: LEH

 

 

martes, 25 de octubre de 2016

A cuento de la poesía




En este paréntesis abierto entre la escritura y el próximo acontecimiento -que espero con alegría- me estoy dedicando a leer textos antiguos.

Aunque lo leído no tiene nada que ver con la poesía, sí me ha venido a la mente algo de lo que comentamos en la última cita poética en la que estuve como invitada. Si no me equivoco, surgió por parte de uno de los asistentes la referencia a la profundidad de muchos poemas, profundidad que nos impide en no pocos casos, llegar a comprenderlos. Extremadamente profundos «o enrevesados» hasta el punto de perderme intentando hallar su significado, yo me conformaba con las palabras que un día me dijera una persona querida: La poesía no hay que entenderla, sino sentirla.

Hasta hace unos cuantos años estuve convencida de que nunca podría aficionarme a este género porque no entraba en mis capacidades el entenderlo. «Qué bueno debe de ser este poema porque no entiendo nada.» dije en más de una ocasión. Tal era mi ignorancia que creí no llegar nunca a leer y disfrutar a los más grandes autores. Sus textos poéticos se me antojaban  adivinanzas, y cuando intentaba escribir yo algún poema ateniéndome al ritmo y la medida, me parecía algo similar a un entretenimiento de sopa de letras o cualquier otro crucigrama. No le encontraba el arte y la belleza por ningún sitio. Los sudokus me entretenían mucho más.

Aún hoy me mantengo en la ignorancia, pero ya no me avergüenzo. Al contrario, ser consciente de ella me sirve para crecer. No me conformo con sentir, también quiero saber el porqué, y si me identifico o no con el poema, con el texto o con la idea de mi interlocutor, sea poeta, pintor, periodista, diseñador o político. No me sirven todas las ideas como no me sirve todo el paño con que se confecciona mi abrigo.

Hoy he leído un ensayo, de esos antiguos. Un ensayo sobre la elocuencia, en el que he subrayado algunas líneas porque me ha llevado a pensar en aquello de:  «Esto debe de ser muy bueno porque no entiendo nada». El autor, en un momento de su discurso viene a decir algo así como que es de una gran torpeza hablar de manera que te entiendan pocos y te admiren muchos, y esos muchos sean ignorantes e idiotas.

Me ratifico en lo que comento al principio de estas líneas: Lo leído en este ensayo nada tiene que ver con la poesía. No obstante no dejo de pensar en ella y asumo las palabras del autor que sí aplico, a día de hoy, a mi modo de verla y hasta de escribirla, cuando me atrevo a ello: Hay que dar a la oración una hermosura natural y no afectada armonía.
El ensayo finaliza con estas palabras que considero bastante interesantes:

Con mucha atención leí
Muy de propósito pensé,
Diligentemente escribí.
 
LAUS DEO
1727

 
 
 
Ilustración: B. Estal
Texto al que hace referencia esta entrada:
Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la elocuencia española - Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781) - de la Antología TEXTOS LITERARIOS MODERNOS (SIGLOS XVIII Y XIX) de Margarita Almela Boix.

 

lunes, 3 de octubre de 2016

Pensándote







Estoy aquí en la sala, sola.
Escucho mi música
y escribo: -Ya se desnuda el otoño...-
y miro al silencio a los ojos.

Es una sala grande
vacía y sorda
que espera tu nombre.

La observo largo rato
 
                        y te pienso.


Fotografía: PMB Riodeva (Teruel)


lunes, 19 de septiembre de 2016

Niña invisible



 
 
 



Ya llevo un rato delante del teclado, dispuesta a comenzar un comentario sobre esta lectura. Me resulta difícil, muy difícil. Y eso que subrayé muchas líneas y tomé notas mientras leí de un tirón el libro, ayer por la tarde. Para ser más exacta, he de confesar que los dos primeros capítulos los leí mientras esperaba mi turno para que la autora me lo firmara, allí mismo, en el aula del Casal Jove de Puerto de Sagunto, donde se llevó a cabo la presentación.

Estaba muy interesada sobre lo que Melisa López contaba en lo que me parece una autobiografía novelada. A veces es preciso recurrir a este método para poder sacar a la superficie todos los demonios que llevamos enquistados en las entrañas.

Para mí fue una sorpresa escuchar, previamente a la lectura, parte de lo que más tarde he leído. Ha sido a través de las dos entrevistas que la autora ha concedido, una de ellas para un periódico local. Sorpresa desagradable, he de reconocer. De ahí mi interés en la adquisición de NIÑA INVISIBLE. Hubiera comprado igualmente el libro si no conociera el tema y no hubiera escuchado las entrevistas, ya que Melisa es hija de una amiga, pero quizá no hubiera ido a la presentación a saludarla personalmente.

Mi intención al sentarme a comentar la obra, no era otra que la de contar que la misma trata sobre el maltrato solapado. Ése que no deja señales en el cuerpo, pero que te va anulando poquito a poco, día a día, a pequeñas dosis, sin que nadie del entorno se percate; esa especie de micro violencias que se viven a diario en el interior de no pocos hogares. Muchas mujeres de mi generación las hemos visto, vivido, sentido y padecido. Tal vez no en nuestra propia casa, pero sí en la del vecino.

Debería contar cómo viven esta violencia los niños en la casa: […] Un golpe. Salgo de mis pensamientos. Otra vez no, por favor. Otra vez no.[…]; el aislamiento al que se ve sometida la protagonista Nia; la falta de empatía de su madre hacia ella y cómo justifica lo que no tiene justificación; el modo en que la niña cierra los ojos y busca una nube en la que perderse, para no escuchar los exabruptos del padre, para no oír, una vez llegado el silencio, la reconciliación en la alcoba al otro lado del pasillo.

Entre otras cosas, sería bueno que os dijera que la novela está escrita en un lenguaje adecuado a los niños que cursan la ESO; que Melisa asiste a los institutos a dar charlas sobre este tipo de violencia solapada. Puede —y piensa que es su deber— impartir sus conocimientos sobre el tema a otros niños y niñas, ya que, además de haber sido testigo directo y receptora de esta violencia, es Postgraduada en Género y Políticas de Igualdad por la Universidad de Valencia.  Tampoco me atrevo a calificar la obra como de juvenil, pues a medida que se avanza en la lectura se avanza también hacia la reflexión adulta; a pensar en cómo es posible haber llegado hasta aquí, aceptando lo inaceptable, simplemente por el hecho de verlo todos los días a nuestro alrededor; cómo somos tan necios que llegamos a «cotidianizar» (me permito aquí verbalizar al sustantivo) estos ejercicios de violencia que no dejan moratones en la piel. ¿Es acaso delito que mamá se divierta en una fiesta del barrio mientras papá ha ido con sus amigos a ver el fútbol? A mamá no le gusta cocinar porque llega a casa cansada después de su jornada de trabajo, por eso a veces la cena no está todo lo buena que él quisiera. ¿Es eso motivo para que tire el plato contra el suelo y la increpe con insultos? No, no lo es. Pero como lo hace muchas veces se ha convertido en algo habitual que ya ni nos molesta. O sí nos molesta pero nos lo callamos para que la bronca no vaya a más. En estas ocasiones el golpe no va a la piel, por eso nunca se ve. Ni siquiera la persona que lo recibe es consciente de que está siendo golpeada.

Podría extenderme mucho sobre lo leído y anotado. Pero sigo con la sensación de que no estoy sola mientras escribo. Esa misma sensación la tenía mientras leí la obra, relajada en la tranquilidad de mi casa. Una casa en la que no se estrellan los platos contra el suelo. Y comencé a sentirme culpable. ¿Dónde estábamos las amigas de la madre de Nia mientras en su casa se estrellaba ese plato contra el suelo? ¿En qué momento se separaron nuestras vidas? ¿Por qué cuando volvieron a encontrarse no hubo confidencias?

Yo conocí a Carmen, la madre de Nía, en la adolescencia. Ella tenía entonces catorce años y yo quince. Teníamos muchas afinidades y conectamos enseguida. Íbamos juntas cuando lo conoció a él.  Yo veía en ella a «una joven guerrera». Tenía un carácter fuerte, y cuando se enamoró de su chico se enfrentó a cuantos se opusieron a esa relación. «Era muy joven para tener novio». Pero ella ya había tomado su decisión. Había terminado el colegio y empezó por correspondencia algo relacionado con la Administración. Así podía compaginarlo con alguna jornada en el almacén de cítricos. Tardó poco en dejar esos estudios. Trabajar era la prioridad. Seguía su relación casi a escondidas. Sus amigas no nos metimos tampoco entonces. Lo veíamos normal.

Ambas fuimos creciendo y tomando caminos distintos. Nos veíamos de vez en cuando pero no solíamos ya salir juntas con nuestras respectivas parejas. Sin embargo, nuestros encuentros, aunque esporádicos, nos resultaban muy amenos. Recordábamos cosas que habíamos hecho juntas, nuestros discos de vinilo, nuestras lecturas, nuestros primeros pitillos y salidas a la discoteca de un municipio cercano. En estos encuentros su risa seguía siendo la misma de entonces; es que ella no sonreía sino que reía, y lo hacía con la voz fuerte, sin nada de disimulo.

Se casaron antes que yo. Asistí con mi novio a su boda. Un poco más tarde fueron ellos los testigos de la nuestra. A veces, cuando yo ya no trabajaba fuera de casa, iba a verla con mi bebé. Pero ella sí que trabajaba fuera y, por tanto, no era cuestión de ir a enredarla con mis visitas. Tenía que preparar la comida para el día siguiente y hacer las tareas que yo solía hacer durante el resto del día mientras ella iba a coser a un taller.

Las visitas se interrumpieron, pero la amistad siempre estuvo ahí, como a la espera de un tiempo más oportuno. Y ese tiempo llegó inesperadamente, cuando ya tenían su negocio de hostelería, frente a la antigua ubicación de la Escuela de Adultos. Allí tomábamos el almuerzo las compañeras de mi grupo y cuando podía se sentaba con nosotras. Era una más del grupo en vez de la camarera que nos servía los cafés. Allí la acompañamos en su dolor por la pérdida de su querida hermana, la tía de Nía. Todas lloramos con ella.

Recuperamos el contacto, pero la relación nunca fue igual a la de nuestra juventud. No podía ser, pero algún día volveríamos a tener tiempo para salir juntas, sin los maridos, como dos amigas que se comunican a la perfección. Ella y yo, yo y ella…

Y casi lo logramos. Carmen —Mari Carmen para mí—, cambió de trabajo: Ahora tenían una empresa de servicios, creo que algo relacionado con el encofrado de las construcciones. Yo ahora tenía mucho tiempo libre y había comenzado a escribir. La visitaba en su oficina unos minutos cuando pasaba por la puerta, y la avisé cuando cambié de casa y de municipio. Le expliqué cómo llegar y vino una tarde. Tomamos café y me habló de sus proyectos fuera de España. La vi un poco rara, como nerviosa. Me contó algunos problemas personales, pero ninguno relacionado con su marido. La crisis había llegado y empezaba a cebarse con los más débiles. Cuando se marchó quedamos en que vendrían un día a cenar a casa. Se fue riendo, como se iba siempre. A los pocos meses era ella quien me acompañaba en el dolor por la pérdida de mi querido hermano, a quien conocía y estimaba. Sabía que yo necesitaba salir de casa y organizó a otras amigas para que fuéramos a comer. Yo tenía la escena de la muerte muy presente, pero durante la comida no pensé en su rostro. Comimos en un chino y acabamos tomando el café en otro lugar. Fue una tarde muy bonita. Hablamos muchísimo sobre muchas cosas, pero no de nuestros maridos ni de nuestros hijos. No, no hablamos de chicos, ni de crisis. Volvíamos a ser las amigas de siempre. Habíamos recuperado, por fin, la relación. Nos veríamos más veces. Aprovecharíamos cada vez que viniera la amiga Reme de Zaragoza. Dejamos pendiente la próxima cita.

Era noviembre, quizá Reme vino en Navidad, pero no nos llamamos. Tal vez por eso, por ser Navidad, todas teníamos trabajo añadido. Había que organizar las fiestas con la familia, disimular las penas por los ausentes, vivir, aunque fuera por unos días, sin pensar en los estragos de la crisis ni en ese plato estrellado contra el suelo… Mejor dejar para la primavera nuestra próxima comida, nuestro próximo café.

No pudo ser… Y yo me sentí culpable mientras leía NIÑA INVISIBLE. Y me siento culpable ahora, cuando siento su risa tan cercana, mientras intento, sin conseguirlo, reseñar este pequeño volumen.

 
Imagen: Portada de:
NIÑA INVISIBLE - Melisa López -
Ed. SLOPER (2016)

jueves, 15 de septiembre de 2016

El resplandor

 
 




De repente una luz se abrió paso entre las nubes
el trueno brotó del cielo
y eclipsó el sueño de los vivos

Las gotas de lluvia salpicaron los cristales
cuando con voz de niño
le salió al encuentro en mitad de la noche

Ella se aferró a su mano
-que pensó cercana-
         
y evocó un recuerdo...
 
 
De: POEMAS DEL DESARRAIGO
Ilustración: Blas Estal

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El equipo.






Es noche oscura. El grupo no duerme. Yo los imagino frotándose las manos para sentirlas menos entumecidas en el interior de los guantes. No fuman. Tampoco comen mientras están de guardia. La luna hace rato que se perdió tras la amalgama de nubes. Ni una sola luminosidad sobre las aguas que, ahora, dejan escapar sonidos subversivos.
Ellos son la luz que se desliza sobre el horizonte, sobre los caladeros y sobre sus propios rostros. Sus linternas de largo alcance avanzan el resplandor hacia el fondo de la noche, como lo hace la lumbre al final de una oscura calle.
Alguien del grupo ha divisado algo a lo lejos: un objeto flota al antojo del oleaje que a cada instante se hace más intenso. Da la voz de alarma a sus compañeros y todos acuden sin demora a la primera fase del rescate.
Desde las últimas horas de la tarde anterior permanecían a la espera, con todo el material localizado y a mano,  señalizado… Apresuradamente completan sus vestimentas. No hablan, se comunican y dan las órdenes mediante gestos y miradas. Todos saben lo que tienen que hacer, hay que actuar deprisa. 
El foco de la luz se detiene en un punto sobre la superficie indicando a los hombres el lugar exacto. Son hombres fuertes, de complexión atlética, preparados para tareas de salvamento en situaciones duras y difíciles, pero no para ser testigos del drama y sus consecuencias.

Su misión es desoír los gritos de socorro, los gemidos de angustia. Tampoco han de prestar atención a los rostros. Sus objetivos están en el agua y en los bordes de la embarcación… Deben actuar con rapidez. Una vez en tierra firme ya tendrán ocasión de mirar directamente a los ojos y valorar los desperfectos de estos seres humanos arrebatados al mar, obra inacabada y rechazada de un dios perezoso; de cualquier dios de cualquier color y raza, del que existe y del que no.
El equipo ha actuado de nuevo durante la última noche. Ahora están exhaustos, no por la labor realizada, sino por la impotencia ante estas almas, padres, madres e hijos invisibles a las miradas de los dioses en medio de un mar profundo y oscuro.

Imagen: Blas Estal.

lunes, 29 de agosto de 2016

Refugiamos




Hace unos días compré un libro de poemas. Al comprarlo no solo quería leerlo. También quería colaborar con el proyecto solidario que llevó a su publicación. No entiendo las políticas, ni las guerras, ni a los hombres que se lucran con ambas. Pero de miradas sí entiendo algo, y muchas de las que contemplo me duelen profundamente.

En una ocasión se me calificó de «buenista demagoga». Quienes me aplicaron este calificativo lo hicieron porque donde yo veía miradas que me dolían, ellos veían invasores. Yo sentía compasión ante aquellos ojos; quienes me llamaban buenista, miedo.  De esto ha pasado más de un año y cada uno seguimos con nuestra mochila de sentimientos: unos, a día de hoy, con su tragedia; otros, con su particular miedo a que en unos años aquellos sean más numerosos y releguen su credo al abismo; y yo, con la misma impotencia.

Por aquellos días me erguí, di la espalda a quienes en los foros se reían de mi compasión. Los dejé allí, comentando entre risas escritas acerca de las voces que se alzaban en apoyo de quienes buscaban refugio al otro lado del mar. Escribí mi pena, como tantas otras veces, la compartí con otros observadores de miradas dramáticas, con aquellos que tampoco entienden las políticas, las guerras y a quienes se lucran con ambas.

A veces compro bolígrafos, envío mensajes por teléfono con fines recaudatorios para esta u otras causas, o compro algún dibujo…

…Hace unos días compré un librito de poemas. Lo han titulado REFUGIAMOS, y en él han colaborado las editoriales Lastura Ediciones y Editorial Juglar. La coordinadora del proyecto ha sido Graciela Zárate Carrió, la cubierta es obra de Goccedicolore y las ilustraciones interiores de Tulia Guisado y Josep Grifoll. Los textos han corrido a cargo de un gran número de poetas, aunque al finalizar la lectura de esta obra he comprobado que no solo hay poesía, sino también artículos y relatos breves. Cada uno de ellos ha contemplado, como yo, el dolor de estas miradas. Y cada uno de ellos se ha dolido con ellas. Son hombres y mujeres que han realizado sus aportaciones a REFUGIAMOS mientras el sabor de la tragedia les lamía las entrañas.

¿Buenistas demagogos? Solo he leído a personas que han puesto su pluma o teclado al servicio de una causa que está clamando al cielo desde hace ya mucho tiempo. ¿Acaso no es eso lo que hacen los poetas? ¿Denunciar las injusticias?

REFUGIAMOS no hará caja, hará esperanza. Esperanza que navega para extender los brazos en un Mediterráneo, en la oscuridad de la noche o en las primeras luces al alba. Los encargados de alargar los brazos son los voluntarios de PROACTIVA OPEN ARMS, organización sin ánimo de lucro que mediante tareas de salvamento y socorrismo está ayudando a los refugiados que llegan a las costas griegas. A ellos está asignada la recaudación íntegra obtenida por la venta de este libro. Estoy segura de que sabrán darle un buen empleo.

Entre estas páginas he reconocido al instante la pluma y las formas de poetas conocidas, pero a la hora de entresacar y transcribir algunos de los versos, en esta ocasión me he decantado por acercaros un fragmento del prólogo que firma Miguel Ángel Blanco. Prólogo al que acabo de dedicar una segunda y reposada lectura.

[…] Sobre las tragedias de los refugiados de todo el mundo siempre surge la poesía, la literatura, el poder de palabra que se rebela y reconstruye imágenes, historias, ideas, sensaciones. La ficción desmenuza las tragedias de la realidad y las pone ante nuestras miradas de tal forma que nadie pueda mirar a otro lado. Y desde esa ficción, que no engaña, resurge la verdad de lo posible. Para que ninguna conciencia pueda esconderse. De ahí, el sentido de Refugiamos, con autores de muchos lugares. En cada creatividad, en cada relato, en cada poesía, en cada escenario, surge una mano tendida para construir un gran puente de acogida. […]

 
Imagen: portada de REFUGIAMOS

jueves, 25 de agosto de 2016

La casa



 

La gente aprovecha las vacaciones para leer, y yo para «no leer». Reconozco que no es lo único que hago contra corriente, por lo menos entre mi gente más cercana.

El mes de agosto lo dedico a salir a pasear por las veredas de los ríos, visitar pueblos con calles empinadas y empedradas o acercarme hasta la playa: esa playa casi desierta a las diez de la mañana —porque carece de arena fina—, que tiende a mis pies un vasto lecho de piedras viejas y erosionadas. Piedras acariciadas tal vez a través del tiempo por manos ajenas que, como las mías, se hacen una y mil preguntas mientras repasan su superficie con las yemas de los dedos.

Mis agostos se parecen mucho unos a otros, a excepción de los correspondientes a los años 2001 y 2008; aquéllos fueron meses para la tristeza, el llanto y la incertidumbre. El presente, de nuevo, ha sido para la armonía y la esperanza, para las excursiones y las visitas recibidas o realizadas.

Aún tengo mucho calor, cada año más que el anterior, pero me siento viva: viva en la calle, en la casa, en la terraza, con mi gente… Quizá es por eso por lo que prescindo de la lectura, de la música, del cine y hasta de la poesía. Y es que la lectura la hallo en esas piedras pulidas de la playa y en las veredas de esos ríos; la música, en el sonido que producen las olas en su viaje de ida y vuelta hasta la orilla, y en el que me regala el curso del agua desde cualquiera de los cauces que visito en los pueblos del interior; así como en las voces de los niños que juegan en el parque y en el canto en las cigarras que me alertan de las temperaturas de las próximas horas, desde lo alto de la arboleda.

El cine y el teatro me llegan a través de las películas, a veces en blanco y negro, y de las puestas en escena que la misma familia y amigos representan para mi deleite. A cada uno de ellos los contemplo con la mirada de quien la proyecta sobre el personaje principal de un film interesante. Ellos son en todo momento los principales protagonistas de sus reacciones, de sus anécdotas o de las de nuestros queridos ausentes… Ausencias que siempre acaban asomándose hasta casi hacerse presentes físicamente, cuando recordamos agostos viejos, alamedas y onomásticas a golpe de calor con el abanico en la mano. Y así, en el conjunto de toda esta amalgama de sensaciones, es donde la poesía cobra el mayor protagonismo.

Pero la rueda gira y agosto toca a su fin. Para ir entrando en ambiente organizo la agenda de cara al próximo curso que este año viene con una novedad muy importante, ya que el otoño traerá una nueva vida a la mía. Pero de eso hablaré largo y tendido cuando llegue el momento. Ahora aún no. Ahora lo que procede es introducirme poco a poco en el ambiente, y qué mejor que hacerlo de la mano de la lectura.

La obra seleccionada es LA CASA, de Paco Roca. Me la ha recomendado una persona que me conoce muy bien y sabe de mi admiración por los ilustradores. Y si las ilustraciones van acompañadas de un buen texto, mejor que mejor. En LA CASA hay muchas. Toda la obra está compuesta por viñetas con dibujos y  el correspondiente texto, pues se trata de un cómic. En mi opinión, un cómic extraordinario. No creí que pudiera llegar al final de su lectura porque a veces este formato me cansa mucho la vista. Pero a partir de la segunda página y unas cuantas viñetas ya estaba enganchada.

El autor narra una historia habitual, carente por completo de sobresaltos, emoción o sorpresa. Ni tan siquiera es una historia aburrida o divertida. Se trata simplemente de lo que acontece en una casa en la que un par de hermanos y una hermana se reúnen tras la muerte del padre. La casa era la segunda vivienda donde la familia pasaba los fines de semana y las vacaciones. Está deshabitada y ninguno de los hijos tiene interés por ella, por lo que deciden reunirse para asearla previamente a su venta a través de una inmobiliaria.

Me ha sorprendido mucho la forma en que he identificado esa casa con las muchas que veo en mis paseos a pie de sierra; incluso con alguna que he visitado en las playas de Corinto o Almarda, construidas de espaldas a las dunas y ocultas por la vegetación del otro lado de un humilde muro. He reconocido en cada una de sus viñetas a familiares muy cercanos en los momentos en que, con gran trabajo y sacrificio, compraron sus parcelas al pie de la Calderona o de la Espadán; cómo fueron levantando las casas ladrillo a ladrillo, primero una estancia y luego su división en habitaciones, la balsa donde refrescarse en el verano, la pequeña huerta en la que entretenerse los fines de semana y tras la jubilación…

Con tristeza he identificado también el modo en que, con el paso del tiempo, aquél que con tanto esfuerzo levantara su pequeño lugar de descanso, ha perdido la capacidad de disfrutarlo, comprobando cómo la huerta se ha quedado yerma, la balsa vacía y… los sueños ocultos en algún lugar muy atrás de la mirada.

Los viejos mueren y los hijos no pueden, o no desean, seguir haciéndose cargo de ese inmueble entre la arboleda. Es mucho el trabajo y mucha la inversión que requiere su mantenimiento. Pero quién sabe, a veces el regreso y un paseo por cada una de las estancias permite reencontrarse con uno mismo; con aquella tomatera que ayudábamos a plantar, con aquel día en que la balsa se cubrió de agua para regalarnos el primer baño, mientras la paella se terminaba de hacer en el paellero de leña, en su rincón construido a propósito con ese fin.

Si tuviera que dedicar este texto, a día de hoy lo dedicaría, sin duda, a Julio. Pero he reconocido a muchos otros Julios en estas páginas.

----

Sobre el autor:

Paco Roca (Valencia 1969) es el autor, tanto de los guiones como de las ilustraciones de LA CASA (Astiberri Ed. 2015).

Entre sus obras: El faro, Arrugas (Premio Nacional del Comic 2008 y Goya al mejor guion en 2012 de la versión al cine), Las calles de arena, El invierno del dibujante, Memorias de un hombre en pijama…

Estas son solo una muestra pero hay más, y muchas de ellas han sido galardonadas en distintos certámenes y salones. Asimismo ha sido ilustrador de films de animación. Con Los surcos del azar ganó, entre otros, el premio Zona Cómic y el de mejor obra nacional del Salón del Cómic de Barcelona 2014.

 
Fotografía: -LEH- portada de LA CASA

sábado, 6 de agosto de 2016

Agosto y sus fiestas





Estamos en agosto, mes de fiestas, puertas abiertas y cenas al aire libre.

El lugar en el que vivo es uno más de esos pueblos que se suma a estos festejos estivales. Recuerdo los del pasado año, lo mucho que me gustaron y también lo mucho que los promocioné desde las redes sociales en las que participo.

Había savia nueva en el Consistorio y algo en el ambiente dejaba entrever algunos cambios que ya se hicieron visibles durante las fiestas de agosto. Hubo muchas actividades, algunas de ellas novedosas en el municipio, como fueron: el primer concurso de pintura rápida y la exhibición de gimnasia rítmica infantil por parte del grupo Rítmica y Estética Morvedre.

Con la primera de estas actividades las calles se vistieron de colores. Hubo muchos participantes y se los podía ver por todas partes: unos contemplaban la sierra concentrando en ella todos los sentidos para, a continuación, plasmarla en la tela; otros se deleitaban en los cantones de las calles estrechas o en las fachadas de algunas de las casas; los había que preferían las flores de los parques que circundan el municipio. Ignoro si alguno de ellos decidió montar su caballete frente al inmaculado recinto del Campo Santo. No hubiera estado mal: los cementerios y ruinas son mi predilección cuando salgo de excursión a visitar pueblos de tierra vieja.

En cuanto a la segunda de las actividades que cito, la de las niñas del club de rítmica Morvedre, fue una magnífica y simpática exhibición. Sin embargo, personalmente, creo que fue ninguneada por casi la totalidad de los vecinos. Tan solo un grupo reducido de los miembros del Consistorio se acercó a disfrutar del acto y a aplaudir a las niñas. El resto de espectadores estaba formado por los familiares y amigos de las niñas que participaban.

No sé si en el presente año se llevará también a cabo o si habrá crecido el interés. Los toros embolados y resto de actos taurinos, sí; esos sí se seguirán realizando: son el broche de las fiestas, son su tradición y son su cultura, junto con los correspondientes paseos procesionales y calderas.

Ayer fue la carrera popular. A ver esta carrera y a animar a los corredores también  va casi todo el pueblo, tal vez porque en ella participan muchos de los vecinos, como en el concurso de frontón, de pintura, de disfraces…

El lugar del que procedo también anda estos días metido en fiestas. Durante muchos años, en estas fiestas no se sacó de paseo a santo patrón o patrona. Ahora sí; ahora, de nuevo los sacan a pasear, bien en barco por el mar, bien por el asfalto de las calles que en su día fueron las principales.

En uno y otro lugar se celebran las fiestas como corresponde, porque, a fin de cuentas, eso es lo que toca: Celebrarlas como Dios manda. Y manda tanto que su palabra se hace omnipresente en todo libro de fiestas que se precie de maquetación de alto nivel. Es indiferente que las corporaciones de los ayuntamientos hayan apostado por el cambio y que algunos de ellos estén dirigidos por mujeres en su mayoría; mujeres y socialistas. La fiesta es la fiesta, el toro es el toro y el rosario es el rosario. Y aquí no va a venir ningún miembro de la coalición a jodernos la marrana. Si no le gusta  la palabra divina en el libro de fiestas, que arranque la hoja y punto pelota.

Y como así debe ser, en estas fiestas patronales 2016, el Excmo Ayuntamiento invita a sus vecinos a disfrutar de las fiestas, y para ello nada mejor que hacerlo a través de las divinas palabras del Arzobispo de Valencia, D. Antonio Cañizares Llovera. Sí, el señor de la capa roja.

«¡Mirad a vuestro Dios!», clama el profeta Isaías al pueblo de Israel temeroso, acobardado, débil y vacilante ante la difícil situación que atraviesa (8Cf. Is 35, 3-4). También hoy, ante la situación que vivimos, necesitamos acoger esa misma apelación tan apremiante: «¡Mirad a vuestro dios!» Sí. Necesitamos mirar a Dios, poner a dios en el centro de todo: Dios como centro de la realidad y dios como centro de la vida. Dios es necesario para el hombre, sin Él, el hombre perece y carece de futuro.

Disfrutad  la fiesta.


-Texto cursivo copiado literalmente del libro de fiestas 2016 de Albalat dels Tarongers-
Fotografía: LEH


lunes, 25 de julio de 2016

Antes que demonio, fue ángel

 
 
 



Recordad siempre que el demonio, antes que demonio, fue ángel.

Hay un cura por ahí —dicen que muy falangista él—, que se ha permitido juzgar al actual Papa, diciendo de él que es el «anticristo» y, además, que «va a ser el último Papa»

Ciertamente, este Santo varón, portavoz de Dios en la tierra, anda haciendo, desde que llegó a la jefatura de la iglesia católica, controvertidas declaraciones. Ignoro si las hace porque se ha dado cuenta de que no se puede ya ir por ahí engañando al personal con dogmas propios de la ciencia ficción, o porque teme quedarse sin el suficiente relevo generacional que permita a sus sucesores seguir explotando el tema que les proporciona el sustento.

Sea como fuere, he visto a pocos —o a ninguno— de los amigos sacristanes, monaguillos o supersticiosos que aún conservo, hacer un solo comentario al respecto de las palabras del Papa argentino.

Ignoro —porque soy muy ignorante en esto de la jerarquía divina— si ser demonio y anticristo es lo mismo. Si no entendí mal cuando todavía me tenían secuestrada en la secta, el demonio antes que demonio fue un ángel. Sí, «el Ángel Caído»; caída ésta que, una vez despojada de todo misticismo y tratada con los conocimientos actuales, no viene a ser otra cosa que un tránsfuga político. Por lo visto, esto de no acatar la disciplina del partido ya viene de lejos.

Ahora también proliferan los ángeles caídos —o intentan caerse pero no los dejan los miembros de su comunidad—. Reconozco que hay que ser valiente para dejarse caer al vacío. No obstante, hoy es más fácil, «de momento», la caída. Hasta hace unos cuantos siglos a los que lo conseguían los quemaban vivos en una hoguera. Esto lo siguen haciendo a día de hoy los dementes fanáticos de unas hordas cuyo nombre prefiero omitir. Como decía, hace unos siglos los quemaban en una hoguera, y hace unos cuantos años los fusilaban en las orillas de las carreteras o en las tapias de los cementerios. No había ya hoguera porque quedaba como muy trasnochado, pero había un «garrote vil» que no se dejaba oxidar.

Demonio, hereje, rojo, anticristo…, demasiados sustantivos para definir a quien discrepa y se cuestiona las palabras del resto de la tribu. ¿El mito de la caverna?, quizá. No podría asegurarlo. Mi formación no llega tan lejos, aunque sí mis pensamientos.

Y como ya acabo mi desayuno y queda trabajo por delante en esta jornada, previa a las vacaciones, aquí finaliza mi reflexión tras leer las declaraciones de ese siervo del único dios, ese párroco que muestra con orgullo los símbolos falangistas en el interior de su sacristía.

Tan solo una cuestión me queda rondando en la cabeza mientras retiro la taza del café con leche y el paquete de cereales de la mesa: «Si hoy, en la era de internet, los medios de comunicación nos manipulan a su antojo, ¿cuánto no se habrá manipulado nuestra mentalidad —y la historia misma— cuando los únicos que sabían escribir eran, precisamente, los curas que vivían en el interior de los conventos?

Pero bueno… no me hagáis mucho caso, eso de la manipulación, es otra historia.

Buenos días y que el calor os sea leve.

 
Imagen: Blas Estal

domingo, 24 de julio de 2016

Orihuela del Tremedal - Rodenas




En la entrada anterior intentaba transmitiros de alguna manera la sensación de paz que me embargaba en el Paraje de las Cuevas, en Tramacastilla. El modo en que las voces de los pajarillos unidas al sonido producido por la corriente del agua del río, y del movimiento del ramaje en lo alto de la arboleda, sólo se puede sentir cuando se está bajo su influjo, sobre la tierra del bosque, cobijada por la foresta. Esa sensación me duró hasta bien entrada la noche.

Nuestra segunda jornada en la sierra da comienzo temprano, con un buen desayuno. Nos despedimos de Sebas, el gestor del hotel, quien dispuso la cena de la noche: Un espectacular menú degustación que, si bien consistía en composiciones culinarias completamente desconocidas para mi paladar, resultó de lo más agradable y hasta divertido de tomar. Las dos estrellas Michelín con que cuenta el restaurante son un añadido más a las comodidades de las habitaciones y el entorno de las instalaciones.

Nuestro siguiente destino es Orihuela del Tremedal. En el trayecto desde Tramacastilla se adivina ya la belleza del paisaje que nos espera: Un bosque que cumple mis expectativas y por el que atraviesa un GR que con mucho gusto recorrería si tuviera el tiempo suficiente. Un cartel nos indica las peculiaridades del terreno y de lo que llaman el «río de piedras», un proceso natural que a lo largo de los siglos ha dado como resultado la gran acumulación de piedras que siguen un curso semejante al del cauce de un río. Nos demoramos bastante en esta zona de pinos y piedras, pues el lugar bien merece un lento recorrido.

En el municipio nos entretenemos poco. A pesar de que se nos muestra bastante atractivo desde que accedemos a través del río Gallo, no pasamos mucho tiempo visitándolo. Aquí se ve más gente por las calles que en la vecina Bronchales. Pasamos por unos bellos rincones con flores y enredaderas, también alguna parra sobresaliendo desde su patio al exterior. Ascendemos hasta la que creo es la iglesia de San Millán, pero sólo disparo la cámara hacia las rosas del patio que precede a la entrada de la iglesia. Una gran losa en el porche me incomoda y decidimos volver al vehículo y emprender camino hacia otro lugar de la sierra: Pozondón.

En Pozondón visitamos su plaza, donde llama nuestra atención el aljibe de singular arquitectura construido en 1931 para abastecimiento de la población, hasta que llegó el agua canalizada muchos años más tarde. Parece ser que el coste final de su construcción fue bastante inferior al presupuesto adjudicado. Ese es un dato que no nos deja indiferentes, dado el excesivo desfase presupuestario que observamos actualmente en las obras llevadas a cabo en muchos de nuestros municipios. Por una de sus calles nos sale al encuentro un pórtico que se me antoja añejo. Lo miro y me dejo llevar por la imaginación. Me encuentro en un lugar en el que parece haberse detenido el tiempo. Es el acceso a la iglesia de Santa Catalina. Aquí no hay losa que me arroje a otro lado del camino y aprovecho para sacar una instantánea de los remaches de hierro en su portón viejo. Inconscientemente vuelvo otra vez al blanco y negro de mis pasados años, los de la infancia, y el recuerdo de mi padre me asalta de nuevo al ver los grandes remaches. Seguimos caminando; mi pareja, deteniéndose en una pequeña plazoleta, observando la exposición de un elemento industrial que no alcanzamos a identificar; quizá una especie de molino de trigo; yo, mirando a la vida de cerca, en las rosas y en los insectos que las invaden.

Nos despedimos de Pozondón y ya vamos hacia Rodenas, donde comeremos. El viaje sigue siendo cómodo, sin nada de calor, con las ventanillas bajadas, sin conectar el aire. El paisaje va cambiando sus colores. Las montañas se nos muestran diferentes, y a medida que nos acercamos a nuestro nuevo destino aparecen a lo lejos como si de almenas se tratara. Son los grandes bloques de piedra de rodeno que dan forma a la fisonomía de la zona. Estacionamos cerca de Los Poyales, el lugar elegido para comer. Pero aún es pronto. Mi vista se cruza de pronto, nada más comenzar el recorrido, con una escultura en piedra de una mujer. Nos acercamos y comprobamos que hay más de una, pero de menor tamaño. La que captó nuestra atención es una gran figura femenina, desnuda, sentada sobre un bloque de la misma piedra, presidiendo la que según parece ser por las indicaciones que nos guian hasta allí, «La casa del escultor». Es una gran casa que a mí se me antoja taller. En una de sus fachadas, opuesta a la principal, vemos otra escultura de mujer, en un balcón sin baranda. Justo al lado, adosada a la pared, una placa donde figura el nombre y teléfono de contacto del «escultor-cantero». Me hubiera gustado mostrar aquí la cantidad de bloques de piedra que se amontonan alrededor del inmueble. Entre las piedras de varios tamaños aparecen pequeñas losas talladas, a modo de muestrario.

No vemos a nadie en el lugar con quien hablar acerca de las esculturas. Tan solo un perro sale de la casa y se pasea a corta distancia de nosotros. Nos observa durante breve espacio de tiempo y cuando comprende que no representamos amenza alguna con nuestra cámara, desparece tras la verja de la entrada con la misma lentitud con la que apareció. Nosotros también nos alejamos ya de allí. Queremos llegar hasta el lavadero y el aljibe. El trayecto hasta ambos lugares nos resulta muy ameno. Me muero de ganas por fotografíar una preciosa casa ubicada en un rincón cubierto de flores. Hay muchas así, pero esta es extraordinaria. Me hubiera gustado ser menos tímida y haber llamado a la puerta solicitando permiso para fotografiarla. Más tarde me dirán que es «la casa de Elvira». En otra nos asomamos indiscretos a través de un valla metálica. El jardín que hay al otro lado y el pequeño huerto son una maravilla. En realidad, todas las casas que encontramos a nuestro paso son un encanto. Humildes, sin aires de grandeza, todas con flores en las fachadas y la ropa tendida en el exterior, secándose al sol. El nombre de una de ellas me hace mucha gracia y me recuerda que en unos meses la mía también podría llamarse así si me decidiera a ponerle nombre: «La casa de la abuela».

Ya casi hemos llegado al antiguo lavadero. Es diferente a los que conocemos de otras localidades, pues este está formado por varias piletas. Una joven y varias niñas están en el lugar. Una de las niñas, quizá tan curiosa como yo, me pregunta qué hacemos allí. «Sacar fotos» le digo. Mi respuesta no parece convencerla y nos sigue con la mirada mientras la chica les explica el modo en que las mujeres lavaban la ropa hace ya muchos años.

Yo también, como la niña, me pregunto cómo sería la vida en el pueblo en los tiempos en que sus mujeres iban a lavar la ropa a esas pilas. Y pregunto… «¿Vamos bien por aquí para llegar al aljibe?» me dirijo a una señora que nos observa desde la puerta de su patio. Muy amable nos indica el camino que debemos seguir. Ya puesta, aprovecho para preguntarle si ella fue asidua del lavadero en sus tiempo jóvenes. «Huy, ya lo creo que sí. Íbamos todas a lavar allí. Entonces no teniamos agua en las casas. No la tuvimos hasta hace cuarenta años», me dice. En el interior del patio hay dos señoras más que atienden a cuanto decimos. De pronto, salta la sorpresa, y no es la primera vez que me sucede cuando me pongo preguntona. La señora con la que hablo es de allí, de Rodenas, pero se marchó como muchos otros a vivir fuera, a otra región, a «Puerto de Sagunto, en Valencia» ¡Vaya casualidad! Mi curiosidad crece, y la sorpresa también: No sólo se fue a mi pueblo, sino que vive en mi mismo barrio. Cuando el tiempo lo permite, habita en Rodenas, pero en invierno el frío es mucho frío en esta zona y se está mejor en la costa.

Siguiendo sus indicaciones nos acercamos hasta el aljibe, situado en la parte alta del pueblo. Se trata de una construcción de la época musulmana, que aprovechaba el desnivel  del roquedal para recoger el agua en su base. Allí delante, no dejamos de reflexionar acerca del modo en que las sociedades antiguas se las ingeniaban para tener cubiertas las necesidades más básicas. Y entre esos pensamientos se cuelan otros cuando miro a mi alrededor y me veo rodeada de viejos muros de piedras, derruidos en su mayor parte, pero con algunos tramos todavía sosteniéndose sobre sí mismos. Ventanas tapiadas con las mismas piedras de sus ruinas, alféizares sobre los que se detuvo la vida de sus inquilinos, pero en los que con el tiempo ha perdurado la otra, la de la hiedra vieja, la de las plantas silvestres y otros tipos de flora, libre y salvaje… Una historia oculta entre esas ruínas que se niega a alejarse del aljibe y de las piletas del lavadero vecino.

De pronto siento que ya no necesito la chaqueta. Vuelvo a la realidad y a la hora que me indica el reloj digital en mi muñeca. Es tiempo de ir a comer. Volvemos a las calles bonitas, las de las flores en las casas y la ropa interior de las vecinas ancianas tendida en los alambres que se sujetan a las ventanas de madera. En Los Poyales nos espera la chica —muy agradable, por cierto— para ponernos el menú. Hoy bastante alejado del degustado en la cena, en El Batán. Comemos lentejas con jabalí. Me saben a gloria después de tanto caminar por los pueblos de la sierra. Cuando lleguemos a casa ya volveremos a nuestras ensaladas y platos ligeros. 

Únicamente nos queda una visita que realizar. Va quedando poca batería en la cámara y hay que reservarla. Los montículos de piedra rodeno que a lo lejos me parecían almenas de viejos castillos, son ahora enormes moles rojizas, con formas caprichosas que el tiempo, y quizá la mano del hombre, han ido formando. Son espectaculares. Detenemos el vehículo para observarlas mejor, tan solo unos minutos y otra vez en marcha… Y, en un momento, aparece; ahí está, delante de nosotros. No ha hecho falta buscarlo, él ha salido a nuestro encuentro; desafiante y hermoso. No se trata de un efecto óptico producido por la lejanía. Ahora sí, es un castillo. El de Peracense. Y nos da la bienvenida desde su trono en la formación rocosa.

Cuanto veo a mi alrededor no tiene ya nada que ver con lo que hemos estado viendo previamente a nuestra entrada en Rodenas. El paisaje ha cambiado completamente. La sierra de Albarracín se ha quedado atrás. La de ahora, la que nos observa con el mismo interés que nosotros a ella, es otra cuyo nombre nos resulta muy familiar: «La Menera». A mi acompañante la sangre le está hablando ya en voz alta. Sus orígenes están muy cerquita. Pero no hay tiempo que perder, o de lo contrario se nos hará tarde para la vuelta que tenemos prevista para las cinco de la tarde. Queremos ver el castillo y nos dirijimos hacia la puerta de entrada.

¡Qué pena! Falta más de una hora para que abran. Hay mucho que ver en el interior, mucha explicación que escuchar y mucho detalle en el que detenerse. Desistimos de visitarlo por dentro y nos quedamos, como se suele decir, «con la miel en los labios». Calculamos que podemos realizar una próxima excursión dedicada exclusivamente al castillo. Podremos salir de casa temprano en la mañana y visitarlo. No será necesario hacer noche en la provincia. Actualmente se puede realizar el trayecto de ida y vuelta en un mismo día. Así pues: ¡Volveremos!

Ahora sí, echamos mano de la cámara de nuestros respectivos teléfonos. Él por un lado y yo por el otro, vamos tomando imágenes de los rincones del exterior de la fortaleza, de los bloques rojizos que lo rodean e incluso de ese rebaño de cabras que pastan pacíficamente,  ajenas a nuestra presencia, en una vertiente de la montaña, abajo en el valle.

«¿Tienes bastante material en las notas y en las cámaras para poder escribir tu crónica del viaje?» me pregunta. Mi respuesta es afirmativa. Tan solo me quedan un par de imágenes que tomar. Será dentro de un rato, cuando, de nuevo, al regresar, nos detengamos a prestar un minuto de silencio y presentar nuestro respeto ante el Monolito y La Fosa de Caudé.

 
Fotografía: LEH