miércoles, 14 de diciembre de 2016

Las luces de mi pueblo




Durante estos días estoy leyendo y escuchando no pocos comentarios acerca de nuestra tradicional navidad, de cómo han venido las costumbres de otros países a establecerse entre nosotros y el modo en que las hemos aceptado o adaptado a las nuestras. Tanto los defensores de lo viejo como los de lo nuevo se enzarzan en discusiones que a veces, en las redes sociales, llegan a una feroz grosería, tal vez porque no hay un cara a cara o cuerpo a cuerpo.

Parece ser que este año, en mi pueblo, desde el Consistorio se han demorado en la colocación del alumbrado festivo, y el jaleo que se ha armado ha sido, si se me permite la expresión, «morrocotudo».

Las descalificaciones hacia el equipo de gobierno se vienen sucediendo desde la primera semana de diciembre, pues siendo como era ya Navidad en El Corte Inglés no se comprendía que en el municipio no lo fuera también. El edil correspondiente ha salido al paso de la situación con un comunicado en el que explica las razones por las que este año el alumbrado se retrasaría hasta más avanzado el mes. De poco le ha servido su nota, ya que apenas tres o cuatro de los comentaristas han sido capaces de leerla.

La carnaza estaba servida desde el primer día. Unos han aprovechado el tirón para, al más puro estilo de alguna madre madrileña, poner a los niños como los grandes damnificados por la ausencia de luces. Otros denunciaban que con este retraso se perjudicaba al pequeño comercio, ya que era durante estos días cuando éste podía incrementar sus ventas. Ignoro si quien escribía esto hace sus compras en este comercio de barrio durante el resto del año. La cosa se fue liando hasta convertir unas lindas luces en un tira y afloja político y reprochar a los votantes que no estuvieran de acuerdo en mantener en el Ayuntamiento al anterior equipo de los populistas. Perdón, quería decir populares. Es que con esto de los sufijos a los seguidores de los grupos políticos cada día me lío más.

Como se trata de mi pueblo, aunque no viva en él desde hace unos cuantos años, me atreví a comentar lo irrelevante de que las luces se pusieran  más pronto o más tarde. Otra cosa sería que no se pusieran, pues al igual que a mí, a muchas personas les hace feliz contemplarlas. En mi casa siempre comenzaba la navidad el día del sorteo. Era entonces cuando poníamos el nacimiento con las figuritas de barro.

Al principio pensé que quienes se quejaban lo hacían en broma. No fue así, ni mucho menos. Me ha sorprendido tanto la reacción de mis antiguos vecinos que me he atrevido a decirles que no reconozco a la gente de mi pueblo. No debí hacerlo. Ahora resulta que yo formo parte de las personas amargadas que no celebran la fiesta, y que soy simpatizante del partido en el Ayuntamiento, ése que quiere dividir a España, que saca a los asesinos de la cárcel y que defiende a la ETA. Ah, y «tengo menos luces que un mechero». Esto último me divirtió mucho.

Anoche aún seguía leyendo lo que piensan mis queridos porteños, y al ver el énfasis con el que defienden el alumbrado en las calles me preguntaba si es que había vuelto de nuevo el espíritu de lucha que nos identificó en otras épocas. Aquel que nos sacaba a la calle cada Primero de Mayo. Pero al ver los argumentos expuestos me di cuenta de que no. Recordé la manifestación organizada por la Coordinadora de Parados de la Comarca del Camp de Morvedre, y el escaso volumen de asistencia a la misma, apenas doscientas personas. Y pensé también en las últimas concentraciones de las distintas asociaciones en contra de la violencia de género, sin apenas respuesta. Y me vinieron a la mente unas cuantas cosas más que no viene a cuento citar aquí en esta nota y que prefiero guardarme para mí.

Yo no soy creyente sino dudante —como Chavela y Atahualpa— pero me gusta celebrar las fiestas. Tanto, que en mi casa todos los meses son navidad y nos reunimos los miembros de la familia alrededor de la mesa, y eso que somos diecisiete. Sí, mi casa es como un nido. No soy una amargada y el próximo día veinticuatro, mientras unos celebren el nacimiento de un mito, yo cerraré los ojos y pensaré en el Yule y en La Noche de las Madres, porque puestos a elegir, esta celebración del solsticio de invierno me gusta más que la eclesiástica, que al fin y al cabo es una adaptación de otras más antiguas, aunque desde los púlpitos no lo quieran reconocer y transmitirlo a los fieles. No pondré luces en el balcón ni en la puerta de mi casa. Las tendré todas encendidas en el interior y dejaré los visillos corridos para que se adivinen desde la calle. Cenaremos lo que el frigorífico nos dispense y mis manos sean capaces de elaborar de la mejor forma posible. Brindaremos posiblemente con sidra porque nos gusta más que el Cava o Champaña y cuando haya que cambiar la hoja del calendario, volveremos a estar todos juntos. Entonces aprovecharé para indagar en los deseos de mi gente querida con el fin de hacer mi listado para la fiesta de las Hadas del Sendero, ésas que cada año, al pie del árbol o al lado de mi cueva de corcho, dejaban una luz especial en las miradas de mis hijos.

Pero todo esto será más adelante. Cuando se acerque el día, y entonces ya me asomaré hasta vosotros para felicitaros las fiestas. Ahora aún no… Todavía no toca.

 
Fotografía: Fran O.S

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