domingo, 17 de septiembre de 2017

Del cuaderno de Uba-Primeras páginas


 

PRIMERAS PÁGINAS

 

En primavera escrituramos nuestra casa. Fue por la mañana. La niña vino con nosotros. En el momento de recibir las llaves de manos del constructor reprimimos la emoción pero, inmediatamente después de salir de la notaría, dimos rienda suelta a la misma y nos dirigimos a toda prisa hacia el centro comercial. Ardíamos en deseos de comprar los primeros elementos que identificaran la casa nº 5 de la calle como propiedad de la familia. ¡Compramos el buzón de correos!

Compramos más cosas. Unos farolillos para las terrazas y el zaguán de la entrada, una planta —que nunca había visto— para que anunciara en el alféizar de la ventana que nos encontrábamos dentro, y algunas cosas más. Todas totalmente prescindibles y, algunas, como el buzón y los farolillos, inservibles. El buzón nunca se utilizó porque el funcionario de correos se negó a depositar allí la correspondencia, aludiendo a que debía estar junto a los del resto de las casas en un lugar común de la finca. Así pues, y por no meter bulla desde mi primer día en el municipio, dejé correr el tema y personarme yo misma en su oficina para recoger mis recibos y cartas.

Por medio de internet supimos más tarde que una nueva ley obligaba a los constructores a poner los buzones de todas las viviendas en un mismo lugar en vez de cada uno en su propio domicilio. Pero también vimos que esa ley entraba en vigor en mayo de ese mismo año. Nuestra casa nos la dieron un mes antes. Pero bueno… no valía la pena entrar en discordias. Yo iría cada dos o tres días a recoger las cartas a la oficina. Mientras tanto, el constructor vería la forma de colocar los depósitos, todos iguales, todos juntos, los cinco, en algún hueco de la fachada. Lo malo es que no había hueco sino en la pared de la casa de la esquina, lo que constituía, de ponerse allí, un pegote que permitiría a la lluvia, cuando la hubiera, penetrar en los buzones y empapar la correspondencia de su interior.

Los farolillos eran más altos que el espacio entre la salida del cable de la luz de las terrazas y la el voladizo de teja del tejado. No cabían y había que cambiarlos por otros más pequeños. La planta rara, cada vez que veníamos de la casa que en breve dejaríamos de habitar, me esperaba blanda y pocha. Le daba de beber, la sacaba a la ventana, la metía de nuevo a la cocina cuando me iba en la tarde-noche y a la mañana siguiente ya estaba de nuevo pocha.

Pero nada de eso nos quitó la ilusión. Ese mismo día que recibimos las llaves, nos fuimos a comer a un bar que habían abierto hacía muy poco tiempo en la Calle Mayor. Comimos tapas que nos supieron a gloria. Todo en el pueblo nos sabía a gloria: su pan, sus rollitos de anís, su carne de la carnicería, la fruta de la única tienda, el aire que la sierra nos enviaba como un regalo, el olor de las madreselvas que bordeaban la parte trasera del polideportivo, la visión de la gran cantidad de rosas de todos los colores que adornaban jardines y algunas orillas de huertos… Estábamos en un lugar donde, para ser todo ideal, solo faltaba que su río fuese uno de esos que llevan agua corriente hacia el mar. El viejo palacio frente a la Casa del Pueblo nos recibía al cruzar el puente. Yo lo observaba al pasar por debajo y tomar la curva. Era como si nos diera la bienvenida cada vez que veníamos a organizar nuestra instalación. Al llegar a este punto, una vez dejado atrás el puente sobre el río, el aire que se respiraba ya se apreciaba distinto y el azul del cielo más nítido.

¡Ah, qué bien íbamos a estar aquí! ¿O no?...
 
Fotografía: LEH
 

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Nubes de letras


 
 
 

NUBES DE LETRAS

CARMEN ADELANTADO

Editado con la colaboración del Excmo. Ayuntamiento de Sagunto —Dpto. de Cultura—

 

El librito que tengo entre mis manos es un librito pequeño, de poco grosor, apenas sesenta y cinco páginas. Su portada es sencilla, sin colorines ni imágenes sofisticadas. Su título NUBES DE LETRAS me hace pensar en los primeros libros infantiles; esos que se emplean para familiarizar a los niños con las letras y la ilustración. Su portada trasera es todavía más sencilla: tan solo un discreto logo del ayuntamiento de la ciudad que se ha encargado de su edición.

En este pequeño volumen no hay ISBN, ni notas acerca de la autora o de su currículum; tan solo los créditos más imprescindibles: algunos nombres y unas fechas, autoría del texto, de la cubierta, referencia al impresor y número de Dep. Legal.

Tampoco hay página dedicada a los agradecimientos. Este librito ni tan siquiera está a la venta… Y yo, tengo el privilegio de poseer un ejemplar.

He caminado sobre sus versos una y muchas veces. Me he pemitido incluso la osadía de recitarlos en voz alta y grabar mi voz para escucharme a mí misma su canto. Este fragmento que trascribo corresponde al poema que Carmen Adelantado titula «El Silencio»

…La música del silencio

ni es triste ni es callada;

es serena, es tranquila,

no se escucha en el oído

sólo se siente en el alma.

 

Ella conoce mejor que nadie la voz del silencio. Ha sido su interlocutor durante mucho tiempo. Él, el silencio, cómplice de sus horas más suyas en los momentos de inmovilidad física, fue su mayor estímulo para gritar al mundo con fuerza. Mantuvieron largas conversaciones, a veces con opiniones encontradas, otras bailando al son de una música que solo era para ellos. Y Carmen resurgió a la manera del Fenix, fortalecida y desafiante ante la adversidad.

Hoy nos deleita con sus letras, letras que no se detienen en el poema, sino que trascienden hasta el cuento y el relato. Podemos seguirla en su página de Facebook, allí nos acepta como amigos siempre que llamemos a su puerta con la suavidad del verbo. Allí la encontramos siempre dispuesta al intercambio de una agradable sonrisa. Es amiga desde hace cinco años, y es buena amiga.

Desde aquí quiero darle las gracias por haberme regalado este tiempo tan valioso para ella… y para mí.

Lola Estal
-En su día para Acantilados de Papel-

 

Para contacto: Carmen Adelantado en Facebook