Desde el comienzo de este blog, muchas han sido las ocasiones en
que he ilustrado sus entradas con obras de Blas Estal. Por este y otros medios,
son conocidos algunos de sus trabajos pictóricos. Conocidos son sus colores,
sus trazos y, si me apuro, hasta su alma, su pasión y su rabia.
Pero, las inquietudes artísticas y culturales de este Estal —cuya presencia permanece junto a
mí a pesar de su ausencia física—, no se interrumpen tras la línea del lienzo,
ni con el último de los perfiles esbozados e inacabados. Aunque menos amplia,
su breve trayectoria como escritor y poeta me legó no pocos poemas y artículos,
estos últimos correspondientes a su colaboración en uno de los medios locales: «El
Económico»
Del Estal artístico poco
podría contar yo, a riesgo de no ser todo lo objetiva que debiera. En cuanto a
lo personal, mis consideraciones irían encaminadas al «hermano que fue» y cuya
opinión todos conocen sobradamente. Del otro, de la persona, no seré yo quien
juzgue; aunque… conociéndolo como lo conocía, estoy completamente segura de la
nula relevancia que esta opinión representaría para él.
Pero, hoy es día de San Blas. Día de rosquitos, gallatos y misas. Y, a pesar de que
todos los años comíamos esos rosquitos cuando nuestra madre volvía de la
iglesia, donde el cura del momento esparcía sus bendiciones sobre tan deliciosa
pastita y gallato, jamás nos importó
la «bendita salpicadura» sobre la pequeña canasta que nuestra madre empleaba
para esa especial ocasión. Comíamos las pastas con agrado porque solo las podíamos saborear una vez al año.
De esto han pasado muchos años. Y siempre, al llegar este día,
evoco las discusiones en nuestra cocina, a primera hora de la mañana, cuando la mamá llegaba con la bolsa de pan y aquellas pastitas con la figura del santo -que
casi nunca identificábamos-, en medio de la galleta. Él no quería esperar a la
tarde, porque entonces ya no estaban igual de buenas. Por la mañana
estaban recién horneadas…, después, una vez expuestas al ritual de la bendición
del señor cura, volvían a casa más duras y rancias.
Hoy, cuando se escuchan las campanas de la iglesia llamando a la misa de San Blas, sigo recordando aquellos detalles. Pequeños detalles que
hacen vida. Aquel era el hermano y aquellas sus formas y argumentos. Y cuanto
transcribo a continuación, son los versos del artista. Escritos al calor de las últimas luces.
Después llegó la oscuridad y, con ella, el silencio. Quién sabe si, por fin, al otro lado de la frontera, alcanzó la realidad que anhelaba en cada uno de sus versos.
«¿Por dónde
navegas Jasón?
Por un camino
de mares imposibles.
Surqué la
Vida y una explosión de luz preñó mi alma
atravesé el
alma pero, bajo su sable, hallé la Muerte.
Crucé la Muerte y no encontré respuestas,
tan sólo otra frontera
¿Por dónde
navegas Jasón?
Por un mar de
vellocinos errantes.»
Poema: Utopía. Blas Estal - (Puerto Sagunto. Enero 2007)
Ilustración: Antonio Cosín para homenaje a Blas Estal en la revista «Agora - Papeles de Arte Gramático»
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