Muchas incógnitas me surgen a la hora de leer a Marín Albalate. Yo
conocí su poesía a través de una persona muy querida, pero esa persona,
desgraciadamente, ya no está conmigo para hablarme de este poeta. Y quiero
saber acerca de él. Por eso, cuando en estos momentos tengo sus libros
dispersos por mi mesa de la sala, me decido y le escribo un mensaje. «Me
gustaría charlar contigo y contarlo después en mi blog». No tarda en responder.
«Estaré encantado» me dice, y enseguida tomo la palabra:
FYY.- ¿Quién eres, Antonio? ¿Está
ligado tu entorno profesional al de las letras?
AMA.-Muchas veces he pensado que
soy el «fantasma» del poema, seguramente malo, que siempre habitó en mí. Nazco
en Cartagena un día 7 de febrero de 1955. De mi infancia y parte de mi
adolescencia, prefiero no acordarme. Lo pasé bastante mal.
Trabajo en un organismo que tiene que ver con la conducción y abastecimiento
de aguas. Nada que ver con las letras.
FYY.- ¿Por qué y desde cuándo
escribes?
AMA.- Escribo por pura necesidad. Y lo hago desde que escuché a cantautores
como Serrat, Paco Ibáñez, Patxi Andión o Adolfo Celdrán. Ellos, a través de sus
canciones, me llevaron a los poetas prohibidos por entonces… Machado, Miguel
Hernández, León Felipe…
FYY.- ¿Solo poesía? ¿Alguna vez te
has adentrado en la prosa, ensayo, novela, artículos?...
AMA.- Básicamente poesía. En algún momento he escrito prosas puntuales como:
prólogos, presentaciones de libros y alguna que otra conferencia. Pero me
cuesta mucho, no me veo escribiendo una novela. Admiro a quienes tenéis esa
capacidad. Un día traté de escribir «la novela de mi vida», algo así como unas
memorias. La titulo: Hijo del Pelargón,
desmemorias y olvidos. No sé si
llegaré a terminarla. Hay que sentarse a escribir todos los días y yo soy un
tipo poco disciplinado.
FYY.- Lo primero que leí tuyo fue en una
biblioteca que aún no era mía. Se titula BARCAIAR (CUARENTA POEMAS Y UN DÍA). Entonces empecé a descubrir un tipo de poesía
que me atraía. Poema breve, sin florituras, sin sonsonetes ni adivinanzas. Una
clara descarga emocional del momento. ¿Tiene la vida hoy para ti «el color
amarillento de un tren triste y sin regreso»? «Cuando la noche pasa fugitiva»
¿de qué se espanta tu alma?
AMA.- Soy un ser triste, aunque aparentemente pueda parecer lo contrario. Siempre
fui y soy un triste. Miro cualquier fotografía de mi infancia y me dan ganas de
llorar. Por tanto, sí, la vida sigue teniendo ese color.
Mi alma se espanta ante el horror de la venganza del tiempo en los
cuerpos, jóvenes ayer, decrépitos hoy. Últimamente estoy obsesionado más que
nunca con el tema, me fijo mucho en las personas mayores con dificultades para
moverse. Sé que es una consecuencia natural de «la enfermedad de vivir», pero
no puedo evitarlo.
FYY.- Tengo aquí a mi lado PANERO, DAME LA MANO QUE TENGO MIEDO,
donde dialogas con el poeta recluido (tal vez la reclusión la encontraba
afuera), y entre mis archivos guardo
también como un tesoro algunos de los poemas de La Princesa Inca, cuyo modo de
decir también me atrae bastante. ¿Se ha de ser un poco loco para ser buen
poeta? ¿Son quizá los otros los locos?
AMA.- Leopoldo María Panero fue, sin duda, el poeta más cuerdo y auténtico
de su generación. Por eso me fascinaba tanto. Tuve la suerte de conocerle y
darme cuenta de que estaba ante un genio. Panero escribía muy bien a través de
su locura, pero pagó un alto precio por ello. Yo creo que sí, que se ha de ser
un poco loco para escribir bien o medianamente bien.
Por supuesto que son los otros, en el peor sentido. Mira, si no, esos
fanáticos, de uno y otro signo, que masacran sin piedad a pueblos y personas.
Vivimos en un mundo de locos porque como bien dijo León Felipe por boca de Paco
Ibáñez en esta canción:
Ya no hay locos
ya no hay locos,
ya no hay locos.
Amigos, ya no hay locos.
Ya no hay locos,
ya no hay locos,
ya no hay locos.
En España ya no hay locos.
Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto.
Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario del desierto.
Todo el mundo está cuerdo,
terrible, terriblemente cuerdo.
Todo el mundo está cuerdo,
terrible, horriblemente cuerdo.
Cuando se pierde el juicio,
yo pregunto cuándo se pierde, cuándo.
Si no es ahora que una vida
vale menos que el orín de los perros.
FYY.- ¿Hay algo que se hace
imprescindible previamente al alumbramiento del verso? ¿Qué hace falta para que
podamos asomarnos hasta el interior de nuestras vísceras y órganos?, porque…no
solo es el corazón el que se desliza por el poema. A veces una injusticia se
introduce hasta las entrañas y las retuerce, y nos arranca el verso más
desgarrador. ¿O acaso se nace poeta y lo anterior es irrelevante?
AMA.- Escribir de verdad significa mirar de cerca, detenerse en los
detalles, viajar interiormente, blasfemar contra el sistema ahora que, todavía, «una vida vale menos que el orín de
los perros». Así se escupen los buenos versos pero, también es verdad, que para
ello hay que nacer poeta.
FYY.- ¿Cómo concibes tú la poesía?
AMA.- Como una herramienta para cambiar lo que no me gusta y, cómo no, para
seducir a la belleza y que esta me atrape en la palabra exacta para ver ese
verso sublime que seguramente nunca escribiré.
FYY.- […]mi padre es, en sus cosas,
la ternura triste/de un invierno muy delicado.[…] En mi biblioteca hay
uno de tus poemarios con una dedicatoria muy especial. En ella afirmas que el
libro que tengo en mis manos es «el libro más tuyo». Me refiero a ÁNGEL DE TIERRA, donde yaces roto en
cada uno de sus versos. ¿Te sirves de la poesía cuando el duelo te alcanza o es
la poesía la que se sirve de tus duelos?
AMA.- Me sirvo de la poesía, sin duda. A través de ella busco mitigar el
dolor de tantas pérdidas. Huérfano
de padres y de tantos amigos —demasiados ya— sin quererlo, vivo instalado en un invierno permanente allí donde nadie es nada.
FYY.- Y, por supuesto, como gran
poeta, no falta tu canto al amor. Y le cantas de manera clara, sin palabrería
vana pero sin prescindir de la belleza en la palabra. ¿Cuál es tu concepto del
amor?
AMA.- Es el motor que mueve el mundo. La razón más verdadera que da sentido
a la vida. Sin amor, con todo lo que conlleva esa palabra, nada tendría razón
de ser.
FYY.- ¿Cómo ves la poesía actual?
¿Crees que las nuevas tecnologías y las redes sociales ayudan a su difusión, o
más bien contribuyen a que prolifere la mediocridad? ¿Quién dice dónde está —si
lo hay— el límite?
AMA.- La veo con muy buena salud y, sobre todo, creo en las nuevas voces. El
mundo de Internet ayuda mucho a difundir, eso es bueno; inevitablemente, lo
mediocre también prolifera. El límite lo pone la propia inteligencia de cada
uno, al discernir entre lo que es bueno y lo que no.
FYY.- ¿Qué opinión te merecen los
concursos de poesía?
AMA.- Son necesarios. Ayudan a promocionar las obras de los autores que, al
no ser conocidos, no tiene otro mejor medio de difusión. También es verdad que
muchos de ellos, los de más «prestigio», están amañados por los mafiosos de
siempre. Lamentable, pero es así.
FYY.- Muchas personas que no han
tenido la oportunidad de estudiar ni de leer a los poetas han podido llegar a
la poesía gracias a la música. He conocido gente que no sabía quién era Machado
pero a menudo cantaba sus versos, de la misma manera que otros pensaban que el
Himno a la Alegría era obra de Miguel Ríos. ¿Es imprescindible el vínculo entre
las dos disciplinas o artes?
AMA.- Sí, sí que lo es. Has nombrado
a dos grandes: Machado y Mozart; dos maestros que popularizaron internacionalmente
otros dos grandes: Joan Manuel Serrat y Miguel Ríos. La música y la palabra,
hecha cancionero, es el mejor vehículo de difusión para dar a conocer e
inmortalizar obras que, finalmente, el pueblo hace suyas.
Por tanto, me parece imprescindible que exista ese vínculo.
FYY.- Y al hilo de la pregunta
anterior no puedo obviar esta que parece dictarme una vocecilla que a veces se
cuela en mis oídos: ¿Es la pintura, el trazo sobre el lienzo o la mina sobre la
superficie del folio en blanco, una forma de poesía?
AMA.- Sin ninguna duda. Para mí un pintor es un poeta. Llegado a este punto,
no quiero ni puedo dejar de acordarme de mi llorado amigo Blas Estal, tu
hermano, que tanta buena poesía dejó plasmada en sus cuadros. Vaya para él
nuestro mejor recuerdo. Gracias, amiga Lola.
Cuando llevo estas «doce más una» cuestiones en nuestra tertulia,
otros son los libros de Marín Albalate que se encuentran dispersos por mi mesa
de la sala, junto al ordenador y el cuaderno de notas: ESCALERA PARA BAJAR, «Premio Egea, 1997, Fundación Emma Egea»; A SERRAT – Con diez cañones por banda — Ed.
Huerga y Fierro 2007, (con una portada que, personalmente, me parece
extraordinaria); PANERO, DAME LA MANO QUE
TENGO MIEDO; ENCLAVE DE BARRO...; y, entre estos libros, INVIERNO Y NADIE, en cuya lectura me
duelo cuando me detengo en una página concreta, una en la que el poeta me habla
de arroces, de marinas y de venus con bosques de oscuros triángulos.
El tiempo se me ha pasado volando y otras actividades reclaman mi
tiempo. No obstante, socarronamente, aún
me demoro un poco, porque BARCAIAR con
sus cuarenta poemas y un día me seduce desde sus páginas invitándome a una
nueva lectura. «No… los gatillos no son gatos pequeños. Y, si un gato muere, su
muerte se multiplica por siete» me dice en su DOCE. Aunque… yo, ahora, prefiero
deslizarme hasta su:
VEINTISIETE:
«Sabe, amor, que mientras yo hago
extensibles mis dedos de goma
a lo largo de tu imagen navegable,
a nuestras espaldas retroceden,
confundidos, los años.»
Muchas gracias, Antonio, por estar ahí y ser parte de un valioso
legado que recibí hace ya unos cuantos años.
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