Querida amiga, quizá te sorprenda mi carta, pero a pesar del
tiempo transcurrido no has dejado de permanecer junto a mí ni un solo instante
de nuestras vidas.
Cuando me despedí de tus veinte años te dije que algún día te
volvería a buscar, aun sin tener la certeza de hallarte; y aquí estoy de nuevo,
mirando a un cielo gris y en silencio, evocando aquellos momentos en los que
decidías tomar el mundo entre tus manos y marcar tu propio destino.
¿Conseguiste tus sueños? Creo que sí, pero ha pasado tanto
tiempo que ni yo misma tengo claro ahora, desde mi momento, cuáles eran. Sé que
querías sumergirte en las letras y en los números. Parece que te estoy viendo
devorando una y otra vez cada párrafo de aquellas Ruinas de Palmira. Te veo lápiz en mano, subrayando todo aquello
que te hacía reflexionar en aquella lectura. Subrayaste casi todo el libro;
tanto, que, más tarde, yo misma tuve que comprar otro ejemplar. También
recuerdo otro que fuiste incapaz de leer hasta el final, y eso que lo
intentaste varias veces. Era aquel que hablaba de la familia Alvear. Creo que
aún lo conservo en mi biblioteca. Quizá retome su lectura donde tú la dejaste y
consiga leerlo de un tirón. Quién sabe…, hasta es posible que ahora me aporte
algo positivo que tú, entonces, no fuiste capaz de captar.
Querida amiga, ¿te desprendiste ya de tu piel de analfabeta? Recuerdo
cómo te dolía aquella piel. Ahora te veo camino de la academia, con unas ganas
locas de aprender a resolver problemas de cálculo mercantil, y con no menos
ganas de redactar cartas comerciales. Todavía hoy me sorprendo de la forma en
que entraste en aquella clase, preguntando si podías estudiar algo. «Certificado
de Escolaridad»: mentiste a la profesora cuando te preguntó si tenías algún
tipo de estudios. No tenías ni tan siquiera eso, pues cuando dejaste el colegio
a los doce años todavía no habías finalizado la Primaria.
Sin embargo, aquella mentira te permitió meter los pies en la
academia y cursar tu Auxiliar
Administrativo que tanto te enorgullecía, y que conseguiste acabar en un
brevísimo periodo de tiempo, sin apenas esfuerzo, disfrutando del tiempo que
dedicabas a aquellos folios y libros, y, además, superando al resto del
alumnado en las calificaciones.
¿De qué serías hoy capaz, si tuvieras dieciocho o veinte
años?
Ahora te observo de nuevo y te veo más feliz. Estabas al
principio de un camino; un camino que estos días se me antoja muy largo. Con muchas
curvas y rampas, bordeado de maravillosas flores en unos trechos, pero asaltado
de sombras y ráfagas de vientos helados en otros. Tú solamente podías vislumbrar
el principio. Bueno, más que vislumbrarlo lo trazabas para las dos. Pero no lo
hacías completamente sola…
Imagen: Con sello de Débora Trachter - 2009
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