Faro de Canet d'en Berenguer |
Olvidado del mar permanezco oculto a la mirada del navegante. Privando de libertad al sonido de mi respiración, indisciplinada a estas horas
de la tarde.
Nada, al otro lado del espigón, debe advertir del abandono de
estos ojos sombríos. Nada, en el exterior de este mundo que a mí se me antoja
extraño, debe coincidir en la mañana con la luz primera. Tan solo el aire,
generoso, habrá de expandir este rezagado aliento que adivino tras las últimas
luces proyectadas —con parpadeo impreciso— sobre el ocaso, viejo terrible que navega usurpando sueños con rumbo desconocido
hacia otra costa, hacia otro cielo y otro faro.
Quizá la noche me salga al encuentro y me regale una luna
nueva. Una luna que ilumine el camino del marino actual; que emita la claridad
suficiente y la distancia precisa; que, sabedora del duelo en las tardes de
borrasca, lo devuelva al lecho sin heridas en el pecho y sin dolor en las
entrañas.
Mientras tanto, seguiré agazapado tras este parque de
asfalto, olvidado de la mar y emérita la mirada, rodeado de neón y silenciado, como el susurro del delta.
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