Con música de Enya de fondo espero a la lluvia, al otoño verdadero
y a los días cortos y tranquilos. Hace mucho tiempo que no escribo en mi
cuaderno. Aguarda en un cajón, junto al tintero y la pluma. El de este año es
un otoño raro que en nada se parece al anterior. Aquel me trajo una inmensa alegría,
llegó con nuevos latidos y miradas nuevas que me sedujeron desde el primer
instante. Añoro la espera de aquellos días, la expectación y hasta la poesía
del momento.
En mi opinión es un otoño absurdo en el que las tonalidades
verdes ganan la batalla a las ocres y
doradas. Los árboles de mi plaza se resisten a desprenderse del ropaje que
lucen desde la primavera precoz de cada año. Es diferente a los de otros años.
Es más caliente, y no solo en la temperatura ambiental. En las calles, en las
barras de los bares, en las redes sociales… Todos nos acaloramos. Algunos más
que otros. Surgen banderas desde todos los rincones. De todos los colores y
logos. Algunos de esos logos hasta asustan. Alguien no está haciendo bien su
trabajo. No sé quién, no tengo capacidad para averiguarlo. De lo que no me cabe
duda es, de que, a peor trabajo, mayor beneficio obtendrán en uno y otro lado. Y
yo, como siempre, esperando a la lluvia.
Si acaso, me consuela saber que no estoy sola. Hay muchas
personas que, como yo, observan tras los cristales. Esperan desenlaces que se
van posponiendo. No entendemos el porqué del fracaso. O tal vez sí lo
entendemos pero nos negamos a creer los motivos que lo han propiciado. Hay lienzos
blancos que piden la voz y la palabra pero la multitud, enaltecida, permanece
sorda a la solicitud.
Unos gritan que «su España» no se rompe. Otros, que ya está
rota. Y mientras los unos y los otros se pierden en sus gritos y bravuconadas,
esa España que dicen que les pertenece, o en el caso contrario que no les
importa, esta España nuestra, arde sin que nadie lo remedie y se convierte en
cenizas y duelo.
Todos miramos al cielo. Algunos están cegados por el humo y
no pueden divisarlo. A otros los ciega la arrogancia y la pedantería. Y yo… yo
sigo a la espera de esa lluvia tan necesaria que apague los fuegos y nos limpie
los ojos.
Fotografía -LEH- Rubielos de Mora
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