Me
estoy acostumbrando tanto a escribir con pluma que ya no concibo hacerlo con
bolígrafo. Se está convirtiendo en una adicción, tanto como hacerlo en la mesa
de la cocina, lo que me lleva a recordar los primeros textos: «primera novela y
primeros poemas». Han pasado muchos años, aunque me parezca que fue hace tan
solo unas semanas. Era a principio de los noventa y ahora contemplo la imagen
como si me transportara en un viaje en el tiempo: la mesa de la cocina, el bloc
de notas y el otro más grande tamaño A-4, varios bolis, tipex, la cajetilla de Fortuna,
el cafetito y… la máquina de escribir con tecla correctora. A mi espalda, igual
que ahora, la comida cociendo a fuego lento, el olor a especias —hoy a laurel—…
Todo
cambia y todo permanece, como los aromas de las especias y las notas de un
viejo adagio. Tal vez es que el círculo comienza a cerrarse. Quizá aquella primera
novela, cuya protagonista escribía su historia aislada del “mundanal ruido” junto a uno de los picos de la Calderona, presagiaba el traslado, casi veinte años más tarde, a este municipio a pie de sierra en el que ahora escribo
desde mi ordenador.
Tal vez Alba, como Uba, son dos intrusas que permanecen en mi subconsciente al coger la
pluma japonesa o los antiguos bolígrafos de marca superior con los que, con tanta
disciplina, comencé las primeras líneas hace ya unos cuantos años, acomodada en
la mesa de la cocina.
Quién
sabe…
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