sábado, 19 de mayo de 2012

De Fragua y yunque. II








II

Luz que iluminas mis noches
que das la vida a mi pluma
y vistes de esperanzas a mi alma
y de paz a mis temores...

Escucho el latido de tu pecho...
un latido ronco,
quebrado por la angustia
y el dolor.

Dolor de las ausencias,
del desaliento...

Observo la sombra en tus ojos
que miran puntos distantes,
perdidos en los abismos
de lo insólito,
de lo absurdo...

ojos clamando respuestas
buscando reproches sordos.

Y el velo de la ignorancia
cubre a tu razón que no comprende
cómo se apaga tu fragua
lentamente,
agonizante...

Y el llanto anega a tu yunque,
y lo oxida.

Y tú lo acaricias y secas sus mejillas
mientras avivas la llama roja
del origen.

Después, en la noche,
veo tu rostro cansado
observando a las estrellas
-quizás rezando a tu Dios sordo,
gritando su nombre con voz callada-

Te ofrezco mi luz que se difumina,
pero tu dolor
la rechaza
ajeno a mi presencia
que te observa,
que siente la humedad de una lágrima
que resbala salada
siguiendo el surco de tu cansada piel,
hasta encontrar la suavidad
de tu boca.

Y esa lágrima se convierte en afilado cristal
que se clava en mi alma
y la perfora.

Y vuelvo a escuchar tu latido ronco
que no está sólo...

En mis retinas se dibujan entonces dos corazones partidos.

Tus corazones,
que sangran a un mismo tiempo
derramando llanto por ausencias injustificadas...
Por arterias rotas,
por razones olvidadas en el camino...

Y yo me desprendo de mi ropaje de luz
y los arropo,
muy juntos
para que tu corazón de fragua
tapone la herida del corazón de tu raíz fuerte.

Y mi gesto fracasa, y entonces,
el llanto navega por mis venas
junto a mi sangre de acero fundido...





Del poemario De fragua y yunque
Ilustración de Blas: Génesis de Puerto de Sagunto

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