Con mi propia mirada
inexperta me dejo seducir por otra ventana; en esta ocasión, una ventana
mágica. En la abstracción de Patrick Heron
intuyo el trazo de mi querida amiga Débora. Me permito soñar que formo parte de
la silueta femenina y me asomo hasta el puerto. Los colores y las líneas me
guían y siento que alguien contempla mi desnudez desde el interior de la
estancia, desde un ángulo diferente. Hago caso omiso del mobiliario y de la
indiscreta mirada…, la vida está al otro lado, donde los barcos aguardan pacientes.
Quizá el artista cantó al lienzo su
propia historia; tal vez, solo tal vez, llegue yo hasta esa voz mediante un eco
lejano. A través de su Ventana al puerto
con dos figuras yo vivo mi propia historia. Acaso mi visión del otro lado
no está viciada por el interés de la academia, y proyecto mi propia
interpretación. Tomo prestados los colores y las formas, pero las sensaciones
son mías; y abro y cierro la ventana a mi antojo. Sin permiso previo.
Y me llego hasta el genio y abro una de sus ventanas de par en par. La musa, de espaldas, esquiva mi mirada. No reparo en su presencia hasta que tropiezo con ella. Es la más mágica de las ventanas dalinianas. Tampoco hay cristales, y el hombre domina el espacio a este lado. Allá en el otro, la luz, el mar... Y en ambos, la libertad.
El canto al amor y al desamor, a la vida y a la muerte, a la madre y al hijo... En el arte pictórico, en el fotográfico y en el literario, en todas sus tendencias son los epicentros del artista. De ellos se parte y a ellos se vuelve una y otra vez. son los elementos abstractos. El instante es otra cosa, en él te sumerges y desde él te asomas al mundo de las sensaciones. Es en ese instante cuando, lentamente, yo me acerco hasta mi ventana y miro a lo lejos, hasta que los perfiles de las montañas más próximas impiden el paso a mi mirada. Ahí la detengo y me deslizo en silencio. Unas veces hasta una esquina cualquiera de mi memoria; otras, adivinando sueños y vislumbrando momentos inciertos en un pliegue del tiempo que está por venir. Es ahí, a través de la ventana, donde aspiro hondo y dejo que el aire de la sierra y la brisa del Mediterráneo se fusionen y me abracen. En ocasiones un escalofrío recorre mi espalda y es mi propio abrazo el que me reconforta.
Y me llego hasta el genio y abro una de sus ventanas de par en par. La musa, de espaldas, esquiva mi mirada. No reparo en su presencia hasta que tropiezo con ella. Es la más mágica de las ventanas dalinianas. Tampoco hay cristales, y el hombre domina el espacio a este lado. Allá en el otro, la luz, el mar... Y en ambos, la libertad.
El canto al amor y al desamor, a la vida y a la muerte, a la madre y al hijo... En el arte pictórico, en el fotográfico y en el literario, en todas sus tendencias son los epicentros del artista. De ellos se parte y a ellos se vuelve una y otra vez. son los elementos abstractos. El instante es otra cosa, en él te sumerges y desde él te asomas al mundo de las sensaciones. Es en ese instante cuando, lentamente, yo me acerco hasta mi ventana y miro a lo lejos, hasta que los perfiles de las montañas más próximas impiden el paso a mi mirada. Ahí la detengo y me deslizo en silencio. Unas veces hasta una esquina cualquiera de mi memoria; otras, adivinando sueños y vislumbrando momentos inciertos en un pliegue del tiempo que está por venir. Es ahí, a través de la ventana, donde aspiro hondo y dejo que el aire de la sierra y la brisa del Mediterráneo se fusionen y me abracen. En ocasiones un escalofrío recorre mi espalda y es mi propio abrazo el que me reconforta.
Con lluvia o con sol,
con el paisaje verde o con el ocre de las hojas desprendidas; siendo testigo
fiel de cada amanecer o de cada ocaso, con la vista puesta en la historia o en
el futuro de los otros, de los que vienen detrás; con las cortinas corridas y
las persianas subidas, constantemente, la ventana susurra mi nombre…
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