En la cama había silencio y solo se escuchaba en la noche un
saxo a lo lejos. La brisa procedente de levante arrastraba su sonido mezclado
con aromas marinos. El hombre fumaba un pitillo mientras contemplaba la luna
desde la terraza. En el interior la mujer dormía ajena a la serenidad de la
noche estival. Tal vez soñaba…
La mañana había sido ajetreada. A primera hora, la consulta
con el médico. Incertidumbre y desasosiego se apoderaban de ella cada vez que
la enfermera salía con su hoja de citas a llamar al siguiente paciente.
Finalmente, cuando le llegó el turno y recibió el diagnóstico, suspiró
aliviada. Todo quedaba en un susto.
Dedicó la mañana a pasear por el parque y se permitió abusar
de la tarjeta de crédito en dos de sus tiendas preferidas. Hacía bastante calor
y la humedad ambiental se le adhería a la piel, pero no le importaba. El calor
formaba parte de la vida, tanto como el frío, el viento o la lluvia.
En la sobremesa explicaba a su marido los pormenores de la
conversación mantenida con el doctor. Él la escuchaba, estremecido todavía por
la expectación del primer momento. Lloró sin hacer ruido cuando ella finalizó
su exposición y la besó en la frente. No hubo palabras ni abrazos agobiantes.
Eso vendría más tarde, a la hora de la siesta, cuando se amaran como si fuera
la primera vez y no la última.
Redescubrieron sus cuerpos, entreteniéndose allí donde creían
hallar un nuevo punto de placer; se miraron a los ojos dejando que éstos
tomaran la palabra y permitieron que las horas se evadieran. Ya no había prisa.
El sexo se confabuló con el amor para hacer más placentera la tarde, una vez
más. Dejaron que el sol se perdiera a sus espaldas mientras la sombra oscurecía
las baldosas del patio.
Ahora, en la noche, ella soñaba dormida sobre la cama
deshecha. Él, soñaba despierto bajo aquella luna que lo observaba desde un
cielo raso. Lloró de nuevo y esta vez no lo hizo en silencio. Primero un
apagado gimoteo, después un llanto desgarrado que alarmó a los vecinos de al
lado que tomaban el fresco en la terraza colindante.
Ella continuó soñando que la vida le sonreía. Mientras, a lo
lejos, una música de saxo se difuminaba en el aire.
Relato publicado en Acantilados de Papel Nº4
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