Ya vamos caminando por los primeros días de diciembre. La
lluvia, tan ansiada por estas latitudes mediterráneas, ha cesado. Se hizo
esperar pero finalmente llegó, y lo hizo desmesuradamente, anegando campos y cubriendo
de lutos algunas familias. Hoy luce el sol. Es un sol tímido, húmedo, que
apenas proporciona calor. No importa porque la temperatura tampoco es
excesivamente baja.
Hoy es día festivo. Dicen que celebramos el aniversario de
nuestra Constitución. Hay quienes no lo celebran porque en su día no la
votaron, o la votaron en contra, que no es lo mismo que no votarla. De eso hace
cuarenta años y a mí ya se me antoja una señora Constitución en su periodo de
climaterio, muy próxima a la menopausia. «Nosotros, los de entonces, no somos
los mismos» dijo Neruda. Y en efecto, así es. Los que votamos aquel 6 de Diciembre ya no somos los mismos. Todos
hemos cambiado mucho, y hay quienes hoy, ni son, ni están ni se les espera. Las
circunstancias tampoco son las mismas, y quizá por eso habría que sacar a nuestra
señora Constitución a la calle, para que viera con sus propios ojos y escuchara
con sus propios oídos el modo en que se incumplen no pocos de sus puntos
fundamentales.
Alguien me dijo en una ocasión que, si las cosas están bien para
qué cambiarlas. «¿Para mejorarlas?», respondí. Por lo visto él no necesitaba que
se mejorara nada y eso me recordó la cita atribuida a Jodorowsky: El pájaro que nació y se crio en una jaula
cree que volar es una enfermedad.
Pasaron las lluvias y quizá ahora llegue el frío que
corresponde a esta época del año. Pasará también la tan celebrada festividad de
La Purísima y llegarán los días de Navidad; esos días en los que todos nos
volvemos mejores personas porque es lo que toca. Nos arroparemos en nuestras
mejores galas y saldremos a consumir, que también es lo que toca,
independientemente de nuestro presupuesto. Nos felicitaremos por la calle
incluso con los desconocidos porque acaba de nacer un niño que ya tiene más de
dos mil años. Todos seremos un poco más cristianos y tal vez un poco menos
católicos. Habrá quien siente un pobre en su mesa y le obsequie con un
bocadillo de choped, y tras la limosna el anfitrión se sentirá más cerca del
cielo, porque de eso se trata: de ganar un trocito de cielo. Al igual que en la
política, aquí no cuenta el altruismo, aquí los favores se pagan y el choped
bien merece una pequeña mordida allá arriba.
Y después…, de nuevo a cantar en la jaula, porque ahí es
donde realmente nosotros, los de entonces, nos sentimos felices y seguros.
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