Durante estos días estoy leyendo y escuchando no pocos
comentarios acerca de nuestra tradicional navidad, de cómo han venido las
costumbres de otros países a establecerse entre nosotros y el modo en que las
hemos aceptado o adaptado a las nuestras. Tanto los defensores de lo viejo como
los de lo nuevo se enzarzan en discusiones que a veces, en las redes sociales,
llegan a una feroz grosería, tal vez porque no hay un cara a cara o cuerpo a
cuerpo.
Parece ser que este año, en mi pueblo, desde el Consistorio
se han demorado en la colocación del alumbrado festivo, y el jaleo que se ha
armado ha sido, si se me permite la expresión, «morrocotudo».
Las descalificaciones hacia el equipo de gobierno se vienen
sucediendo desde la primera semana de diciembre, pues siendo como era ya
Navidad en El Corte Inglés no se comprendía que en el municipio no lo fuera
también. El edil correspondiente ha salido al paso de la situación con un
comunicado en el que explica las razones por las que este año el alumbrado se
retrasaría hasta más avanzado el mes. De poco le ha servido su nota, ya que
apenas tres o cuatro de los comentaristas han sido capaces de leerla.
La carnaza estaba servida desde el primer día. Unos han
aprovechado el tirón para, al más puro estilo de alguna madre madrileña, poner
a los niños como los grandes damnificados por la ausencia de luces. Otros
denunciaban que con este retraso se perjudicaba al pequeño comercio, ya que era
durante estos días cuando éste podía incrementar sus ventas. Ignoro si quien
escribía esto hace sus compras en este comercio de barrio durante el resto del
año. La cosa se fue liando hasta convertir unas lindas luces en un tira y
afloja político y reprochar a los votantes que no estuvieran de acuerdo en
mantener en el Ayuntamiento al anterior equipo de los populistas. Perdón,
quería decir populares. Es que con esto de los sufijos a los seguidores de los
grupos políticos cada día me lío más.
Como se trata de mi pueblo, aunque no viva en él desde hace
unos cuantos años, me atreví a comentar lo irrelevante de que las luces se
pusieran más pronto o más tarde. Otra
cosa sería que no se pusieran, pues al igual que a mí, a muchas personas les
hace feliz contemplarlas. En mi casa siempre comenzaba la navidad el día del
sorteo. Era entonces cuando poníamos el nacimiento con las figuritas de barro.
Al principio pensé que quienes se quejaban lo hacían en
broma. No fue así, ni mucho menos. Me ha sorprendido tanto la reacción de mis
antiguos vecinos que me he atrevido a decirles que no reconozco a la gente de
mi pueblo. No debí hacerlo. Ahora resulta que yo formo parte de las personas
amargadas que no celebran la fiesta, y que soy simpatizante del partido en el
Ayuntamiento, ése que quiere dividir a España, que saca a los asesinos de la
cárcel y que defiende a la ETA. Ah, y «tengo menos luces que un mechero». Esto
último me divirtió mucho.
Anoche aún seguía leyendo lo que piensan mis queridos porteños,
y al ver el énfasis con el que defienden el alumbrado en las calles me
preguntaba si es que había vuelto de nuevo el espíritu de lucha que nos
identificó en otras épocas. Aquel que nos sacaba a la calle cada Primero de
Mayo. Pero al ver los argumentos expuestos me di cuenta de que no. Recordé la
manifestación organizada por la Coordinadora de Parados de la Comarca del Camp
de Morvedre, y el escaso volumen de asistencia a la misma, apenas doscientas
personas. Y pensé también en las últimas concentraciones de las distintas
asociaciones en contra de la violencia de género, sin apenas respuesta. Y me
vinieron a la mente unas cuantas cosas más que no viene a cuento citar aquí en
esta nota y que prefiero guardarme para mí.
Yo no soy creyente sino dudante —como Chavela y Atahualpa—
pero me gusta celebrar las fiestas. Tanto, que en mi casa todos los meses son
navidad y nos reunimos los miembros de la familia alrededor de la mesa, y eso
que somos diecisiete. Sí, mi casa es como un nido. No soy una amargada y el
próximo día veinticuatro, mientras unos celebren el nacimiento de un mito, yo
cerraré los ojos y pensaré en el Yule y
en La Noche de las Madres, porque puestos a elegir, esta
celebración del solsticio de invierno me gusta más que la eclesiástica, que al
fin y al cabo es una adaptación de otras más antiguas, aunque desde los
púlpitos no lo quieran reconocer y transmitirlo a los fieles. No pondré luces
en el balcón ni en la puerta de mi casa. Las tendré todas encendidas en el
interior y dejaré los visillos corridos para que se adivinen desde la calle.
Cenaremos lo que el frigorífico nos dispense y mis manos sean capaces de
elaborar de la mejor forma posible. Brindaremos posiblemente con sidra porque
nos gusta más que el Cava o Champaña y cuando haya que cambiar la hoja del
calendario, volveremos a estar todos juntos. Entonces aprovecharé para indagar
en los deseos de mi gente querida con el fin de hacer mi listado para la fiesta
de las Hadas del Sendero, ésas que cada año, al pie del árbol o al lado de mi
cueva de corcho, dejaban una luz especial en las miradas de mis hijos.
Pero todo esto será más adelante. Cuando se acerque el día, y
entonces ya me asomaré hasta vosotros para felicitaros las fiestas. Ahora aún
no… Todavía no toca.
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