Su estantería, sus libros... |
¿Cómo sería si hubieras regresado conmigo a casa? Daríamos paseos
por el sol en la mañana. Después nos sentaríamos a escribir. Tú, tal vez a
dibujar. Yo escribiría mis textos y tú les harías la ilustración más bonita. O quizá
tú harías tu dibujo creado de la nada y yo le pondría mis letras, mi propia
interpretación.
Hace ya algún tiempo —aunque parece que fue ayer— yo me
prestaba a este juego con una de tus amigas que ahora también lo es mía. Intercambiábamos
fotografías y textos. Más tarde se complicó la vida y ya apenas existe el
intercambio sin que ninguna de las dos pongamos demasiado empeño en retomarlo. La
prioridad es sobrevivir en un medio cada vez más hostil.
Casi al mismo tiempo conocí a otra de tus amigas. Hoy ya no
se llama igual que cuando hablaba contigo acerca de la pintura. La vida cambia y, a veces, hasta nos
cambiamos el nombre para adaptarlo a nuestros perfiles. Pasó de la bohemia al
misticismo y de éste otra vez a la bohemia. A ratos transita por la vía de la
indignación y el activismo. Tal vez ya ha encontrado acomodo para su nueva
piel.
Durante las últimas semanas he pensado mucho en tus manos
manchadas de tinturas de colores diversos, en el olor del disolvente, en tu
mesa desordenada, emborronada y abarrotada de bocetos. Podía visualizar la
imagen con solo cerrar los ojos y evocar tu recuerdo. Podía escuchar tu voz que
todavía me susurra a veces mientras tomo el café de media mañana.
Jugaba con la ilusión de verte dibujar las líneas que
trazarían el diseño para la portada de mi último libro. Habrías llegado al alma
de cada letra, de cada página y de cada sonido, y yo presumiría de contar con
la portada más bonita del mundo para mi último trabajo.
Hubiéramos formado un buen equipo.
A dos días de la presentación del último libro… te echo de
menos, querido hermano.
Imagen: Blas Estal - parte de sus libros en una de sus estanterías
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