Playa Puerto Sagunto Vicente Cuenca Valiente |
Llevo dos días esperando a Uba. Hoy tampoco estaba cuando me
he levantado. No había nota sobre la mesa. Después, cuando ya he desayunado —a
solas—, he mirado en el buzón y allí estaba: húmeda, muy bien doblada en el interior
de un sobre de color ceniza; la letra clara, tal vez alegre.
«Observa –decía- la mañana lluviosa, el parque anegado.
Hoy voy a bailar sobre la cresta de la ola más grande,
de la ola más brava.
Deja que tu casa permanezca en silencio,
que el hombre duerma
y que el libro se quede abierto por donde le plazca;
Que el polvo sobre la superficie de los muebles te sonría
y que la radio enmudezca.
Solo los cristales de los ventanales deberán llorar,
pero con llanto gozoso mirando a las lomas.
Allá, al otro lado, mi mar se rebela.
Corre hacia las calles vacías de gente.
Dejó de dolerle el corazón,
vuelve a latirle el alma y danza su cuerpo de agua.
Se derrama entera sobre las escuelas y plazas.
Nada la detiene. Se siente guerrera.
Llegó con las nubes y el viento hasta lo alto de la sierra,
su mirada de hielo y su mano férrea;
Su voz un rugido en medio de la noche
y su lengua…
¡Ay si su lengua tuviera la fuerza y la voz que se precisa
para gritar las palabras que nacen de las entrañas
de las mujeres más fieras!»
Uba me ha regalado su «oda a la borrasca con nombre de mujer».
Para ella es una fiesta grande. Llueve en la costa, llueve en las calles de la
ciudad y llueve en los cerros. En la costa es una lluvia dañina, vengativa…
Los niños van con sus paraguas y botitas al colegio; sus
mamás, sus papás y sus abuelos con chubasqueros. Algunos van hasta la misma
puerta del colegio en coche. Mojarse bajo la lluvia y chapotear en los charcos
es contraproducente y anacrónico. Unos
se quejan del mal tiempo, otros le sonríen, aunque son los menos.
Es enero, llueve, hace frío y en algunos puntos nieva.
¿Merece eso una queja?
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