sábado, 28 de septiembre de 2013

Mell y Llum - Llum y Mell








Hoy he decidido variar el ritmo de mi agenda. Mejor dicho, o para ser más exacta, me he levantado con ganas de hacer algo diferente. El día ha amanecido estupendo para ir a dar una caminata por la huerta vecina, y también para sentarse frente al ordenador y comenzar una nueva historia de final abierto.

No obstante, he faltado a mi cita con las zapatillas de deporte y he dejado que el teclado del portátil penara mi ausencia, o disfrutara de ella, según se mire. La música celta de relajación la he dejado para más tarde, y las gestiones que debía realizar hoy, las he encerrado en una galletita gráfica o globo, con la flechita indicando hacia la página siguiente en la agenda de color verde; quizá para la próxima semana.

Y así, haciendo un paréntesis en la organización de mis quehaceres diarios, me he saltado el guion —¡qué raro se me hace escribir el monosílabo sin su tilde tras la última reforma académica— y he dirigido mis pasos hacia la Unidad de Respiro de la Asociación de Ayuda a Familiares de Enfermos de Alzhéimer.

Esta mañana, los usuarios del centro contaban entre sus actividades con la clase de Terapia Canina. Yo quería ser partícipe de esa terapia, ser un miembro más en el colectivo del olvido. Y ser testigo directo del trabajo llevado a cabo por el grupo de profesionales de You Can ha sido, desde luego, una experiencia de lo más gratificante.

Pero, sin duda, las protagonistas de esta, mi mañana inusual, han sido Mel y Llum, las perritas que acompañan a las terapeutas de You Can. La sala se ha imbuido en unos pocos minutos de una ternura y un ambiente entrañable. «Las personas nos hemos puesto en círculo y los animales en el centro» ¿A que dicho así parece la secuencia de una escena de caza? Nada más lejos de la realidad. Por momentos, éramos todos personas… o todos animales.  Enseguida,  la complicidad entre quienes permanecíamos sentados y las perritas, se ha hecho tan estrecha que el concepto de especie ha desaparecido súbitamente para dar forma a una situación de fraternidad. Guiados por las terapeutas, los animales nos han ido saludando a cada uno, con paso lento y ceremonioso, siguiendo el círculo. Y nosotros hemos respondido al saludo acariciando su pelaje suave y limpio. Alguna que otra señora ha besado dulcemente el hocico y ha intentado, inconscientemente, detener el tiempo en ese gesto. Yo observaba cada caricia y cada mirada anciana depositarse sobre Llum y Mel. La ansiedad había desaparecido de los ojos surcados por los años; no había miedo ni indiferencia. Desde el más agitado hasta el más apático han recuperado el equilibrio suficiente que les ha permitido, una vez finalizados los saludos, entregarse al juego, siempre dirigido desde el centro del círculo.

La terapia ha seguido su curso: las profesionales de You can han realizado su trabajo sirviendo de vínculo entre las personas y los animales; las perritas han sido obsequiadas con galletitas especiales al final de cada ejercicio; galletitas ofrecidas por manos temblorosas manchadas de tiempo y olvido. Yo he permanecido un rato más en silencio, observando y registrando en mi memoria cada gesto, cada ladrido como un bello canto, y cada palabra susurrada en la despedida diciendo quién sabe qué… Todo ello con la certeza de que, el círculo, una vez abierto, sería de nuevo la puerta de acceso para la desmemoria que todo lo borra.

 

 Imagen: Yoy Can - Mell y llum.
 

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