Hoy he decidido variar el ritmo de mi agenda. Mejor dicho, o
para ser más exacta, me he levantado con ganas de hacer algo diferente. El día
ha amanecido estupendo para ir a dar una caminata por la huerta vecina, y
también para sentarse frente al ordenador y comenzar una nueva historia de
final abierto.
No obstante, he faltado a mi cita con las zapatillas de
deporte y he dejado que el teclado del portátil penara mi ausencia, o
disfrutara de ella, según se mire. La música celta de relajación la he dejado
para más tarde, y las gestiones que debía realizar hoy, las he encerrado en una
galletita gráfica o globo, con la flechita indicando hacia la página siguiente
en la agenda de color verde; quizá para la próxima semana.
Y así, haciendo un paréntesis en la organización de mis
quehaceres diarios, me he saltado el guion —¡qué raro se me hace escribir el
monosílabo sin su tilde tras la última reforma académica— y he dirigido mis
pasos hacia la Unidad de Respiro de la Asociación de Ayuda a Familiares de
Enfermos de Alzhéimer.
Esta mañana, los usuarios del centro contaban entre sus
actividades con la clase de Terapia
Canina. Yo quería ser partícipe de esa terapia, ser un miembro más en el
colectivo del olvido. Y ser testigo directo del trabajo llevado a cabo por el
grupo de profesionales de You Can ha sido, desde luego, una experiencia de lo
más gratificante.
Pero, sin duda, las protagonistas de esta, mi mañana inusual,
han sido Mel y Llum, las perritas que acompañan a las terapeutas de You Can. La
sala se ha imbuido en unos pocos minutos de una ternura y un ambiente
entrañable. «Las personas nos hemos puesto en círculo y los animales en el
centro» ¿A que dicho así parece la secuencia de una escena de caza? Nada más
lejos de la realidad. Por momentos, éramos todos personas… o todos
animales. Enseguida, la complicidad entre quienes permanecíamos sentados
y las perritas, se ha hecho tan estrecha que el concepto de especie ha
desaparecido súbitamente para dar forma a una situación de fraternidad. Guiados
por las terapeutas, los animales nos han ido saludando a cada uno, con paso lento
y ceremonioso, siguiendo el círculo. Y nosotros hemos respondido al saludo
acariciando su pelaje suave y limpio. Alguna que otra señora ha besado
dulcemente el hocico y ha intentado, inconscientemente, detener el tiempo en
ese gesto. Yo observaba cada caricia y cada mirada anciana depositarse sobre
Llum y Mel. La ansiedad había desaparecido de los ojos surcados por los años;
no había miedo ni indiferencia. Desde el más agitado hasta el más apático han
recuperado el equilibrio suficiente que les ha permitido, una vez finalizados
los saludos, entregarse al juego, siempre dirigido desde el centro del círculo.
La terapia ha seguido su curso: las profesionales de You can
han realizado su trabajo sirviendo de vínculo entre las personas y los
animales; las perritas han sido obsequiadas con galletitas especiales al final
de cada ejercicio; galletitas ofrecidas por manos temblorosas manchadas de
tiempo y olvido. Yo he permanecido un rato más en silencio, observando y registrando
en mi memoria cada gesto, cada ladrido como un bello canto, y cada palabra
susurrada en la despedida diciendo quién sabe qué… Todo ello con la certeza de
que, el círculo, una vez abierto, sería de nuevo la puerta de acceso para la
desmemoria que todo lo borra.
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