Se maquilló los ojos y puso color a sus labios y
mejillas. Escogió entre la maraña de collares aquel que mejor armonizaba con el
suéter lila que su madre le regaló por su cumpleaños, en la primavera anterior;
y, tras colocarse unos vaqueros de cadera baja y subirse sobre la plataforma de
sus botas, se perfumó con agua de colonia. Tomó su teléfono móvil y su bolso, y
con paso precipitado salió dejando una estela de agradable aroma en la casa, ahora en silencio.
La cita era al mediodía. Esta vez le daría el «sí
quiero» y, de regalo, la noticia de su embarazo. Tan solo faltaban unas pocas
horas; se lo diría durante la comida, antes de que él partiera de nuevo hacia
su país.
Apenas una hora más tarde, su teléfono móvil estaba lleno
de vida; ella, paseaba, etérea, entre los cuerpos masacrados, al otro lado de
las vías.
El próximo día 11 se cumplirá el décimo aniversario de los atentados de los trenes en Madrid. Al igual
que muchos españoles y españolas, no puedo evitar durante estos días el
recuerdo de aquella triste mañana, en la que el país entero comenzaba su rutina
con el ánimo crispado y la pena a flor de piel. En la radio, la programación no
tardó en ponerse a la cabeza de la noticia y un «¡Estos de la ETA son unos
hijos de puta!» puso de manifiesto que ni los tertulianos radiofónicos de
carrera son capaces de guardar las formas cuando la crispación les invade.
En aquellos momentos algo
me hizo pensar que el tertuliano de turno no había estado muy acertado. Yo no
veía en aquella masacre el sello de ETA por ningún sitio. No, no eran ni sus
formas ni sus objetivos. No hacía falta ser una experta en terrorismo para
apreciar esa diferencia en el modus operandi de la banda. Además, al llegar el mediodía, ésta ya se había
desvinculado de los hechos —cuando la organización criminal mata, no lo niega,
sino que lo proclama con arrogancia—. Todavía hoy, hay quien ve la mano del
terrorismo nacional en aquella matanza, y yo sigo, también todavía, negando
aquella posibilidad.
Sea como fuere, la cuestión
es que el terrorismo golpeó fuerte en nuestro país, y que, como no podía ser de
otra manera, dado el carácter oportunista de nuestros políticos y mensajeros
radiofónicos, éstos no tardaron en posicionarse para sacar el mayor partido de
la situación.
De forma precipitada se
organizó en mi localidad una concentración en el Triángulo Umbral, al igual que en muchos otros lugares de España.
La asistencia de gente fue masiva. Los comercios cerraron sus puertas antes de
lo habitual para no faltar a la cita, y entre murmullos se escapaba la rabia
contra los asesinos y contra quienes no pudieron, o no supieron, prever el
riesgo.
Una vez que las víctimas
fueron enterradas y el dolor de sus familias alejado de los escaparates al
servicio de los medios, llegó la hora de exigir explicaciones. Yo recuerdo perfectamente
uno de los plenos en el Congreso de los Diputados. Lo escuché en directo, por
la radio, sin poder ver el rostro de la mujer que tomó la palabra sobre la
tribuna, ni los de los dirigentes políticos que ocupaban las primeras filas del
Hemiciclo. Fue una intervención muy larga, serena y cargada de razones en sus
posicionamientos. La mujer dejó muy claro, desde el principio, que no
representaba a ningún partido político, que no estaba hablando en nombre de
bandera o color alguno. Hablaba como madre, como mujer y como ciudadana, con la
suficiente libertad como para exigir respuestas. Fue sin duda, un intenso
discurso pronunciado por una madre que perdió a su hijo en la masacre y que,
aún hoy, después de diez años, me estremece.
Por la noche, en el
telediario, pude ver parte de esta intervención, y pude, para mi asombro, ver a
un señor Zaplana que se levantaba de su escaño para salir de la sala. No voy a
decir en estas páginas lo que pensé en ese momento; y no lo haré porque soy una
señora y porque no es el lugar adecuado.
A la mañana siguiente al
discurso de aquella madre, yo volvía a escuchar, mientras me preparaba para
asistir a mi trabajo, el mismo programa radiofónico donde el tertuliano había
dado rienda suelta a su indignación aplicando el calificativo a la banda
terrorista —calificativo muy mal aplicado, por cierto, ya que hay mucha más
nobleza en muchas prostitutas que en algunos de los señores que se permiten aplicar
esa clase de calificativos—. También, a día de hoy, recuerdo perfectamente la
introducción que hizo este señor tertuliano para comentar la intervención de la
mujer, en la que dejó sentado, por si había alguna duda, la ideología política
de izquierdas de la señora. Si primero fue «ha sido ETA» después fue «esta señora es de
izquierdas». Tampoco voy a decir el nombre de la emisora ni el del señor de
ideas claras. No quiero darle publicidad gratuita, ni al uno, ni a la otra. Hoy
tan solo me voy a quedar con la indignación que, tras todos estos años, me
produce el observar cómo se ha utilizado el dolor de unas familias para sacar
el mayor beneficio posible. Y es que, queridos amigos, aún hay gente que no se
ha dado cuenta de que el dolor no
entiende de orillas, ni de colores.
Ilustración: Alcalá de Henares. Monumento a las víctimas del 11-M
Comparto totalmente
ResponderEliminarNo fue redactado para el blog, pero la censura impidió que saliera en las páginas a las que estaba destinado coincidiendo con el X aniversario.
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