martes, 4 de marzo de 2014

X Aniversario 11-M


 

 


Se maquilló los ojos y puso color a sus labios y mejillas. Escogió entre la maraña de collares aquel que mejor armonizaba con el suéter lila que su madre le regaló por su cumpleaños, en la primavera anterior; y, tras colocarse unos vaqueros de cadera baja y subirse sobre la plataforma de sus botas, se perfumó con agua de colonia. Tomó su teléfono móvil y su bolso, y con paso precipitado salió dejando una estela de agradable aroma en la casa, ahora en silencio.

La cita era al mediodía. Esta vez le daría el «sí quiero» y, de regalo, la noticia de su embarazo. Tan solo faltaban unas pocas horas; se lo diría durante la comida, antes de que él partiera de nuevo hacia su país.

Apenas una hora más tarde, su teléfono móvil estaba lleno de vida; ella, paseaba, etérea, entre los cuerpos masacrados, al otro lado de las vías.

 

 

El próximo día 11 se cumplirá  el décimo aniversario de los atentados de los trenes en Madrid. Al igual que muchos españoles y españolas, no puedo evitar durante estos días el recuerdo de aquella triste mañana, en la que el país entero comenzaba su rutina con el ánimo crispado y la pena a flor de piel. En la radio, la programación no tardó en ponerse a la cabeza de la noticia y un «¡Estos de la ETA son unos hijos de puta!» puso de manifiesto que ni los tertulianos radiofónicos de carrera son capaces de guardar las formas cuando la crispación les invade.

En aquellos momentos algo me hizo pensar que el tertuliano de turno no había estado muy acertado. Yo no veía en aquella masacre el sello de ETA por ningún sitio. No, no eran ni sus formas ni sus objetivos. No hacía falta ser una experta en terrorismo para apreciar esa diferencia en el modus operandi de la banda.  Además, al llegar el mediodía, ésta ya se había desvinculado de los hechos —cuando la organización criminal mata, no lo niega, sino que lo proclama con arrogancia—. Todavía hoy, hay quien ve la mano del terrorismo nacional en aquella matanza, y yo sigo, también todavía, negando aquella posibilidad.

Sea como fuere, la cuestión es que el terrorismo golpeó fuerte en nuestro país, y que, como no podía ser de otra manera, dado el carácter oportunista de nuestros políticos y mensajeros radiofónicos, éstos no tardaron en posicionarse para sacar el mayor partido de la situación.

De forma precipitada se organizó en mi localidad una concentración en el Triángulo Umbral, al igual que en muchos otros lugares de España. La asistencia de gente fue masiva. Los comercios cerraron sus puertas antes de lo habitual para no faltar a la cita, y entre murmullos se escapaba la rabia contra los asesinos y contra quienes no pudieron, o no supieron, prever el riesgo.

Una vez que las víctimas fueron enterradas y el dolor de sus familias alejado de los escaparates al servicio de los medios, llegó la hora de exigir explicaciones. Yo recuerdo perfectamente uno de los plenos en el Congreso de los Diputados. Lo escuché en directo, por la radio, sin poder ver el rostro de la mujer que tomó la palabra sobre la tribuna, ni los de los dirigentes políticos que ocupaban las primeras filas del Hemiciclo. Fue una intervención muy larga, serena y cargada de razones en sus posicionamientos. La mujer dejó muy claro, desde el principio, que no representaba a ningún partido político, que no estaba hablando en nombre de bandera o color alguno. Hablaba como madre, como mujer y como ciudadana, con la suficiente libertad como para exigir respuestas. Fue sin duda, un intenso discurso pronunciado por una madre que perdió a su hijo en la masacre y que, aún hoy, después de diez años, me estremece.

Por la noche, en el telediario, pude ver parte de esta intervención, y pude, para mi asombro, ver a un señor Zaplana que se levantaba de su escaño para salir de la sala. No voy a decir en estas páginas lo que pensé en ese momento; y no lo haré porque soy una señora y porque no es el lugar adecuado.

A la mañana siguiente al discurso de aquella madre, yo volvía a escuchar, mientras me preparaba para asistir a mi trabajo, el mismo programa radiofónico donde el tertuliano había dado rienda suelta a su indignación aplicando el calificativo a la banda terrorista —calificativo muy mal aplicado, por cierto, ya que hay mucha más nobleza en muchas prostitutas que en algunos de los señores que se permiten aplicar esa clase de calificativos—. También, a día de hoy, recuerdo perfectamente la introducción que hizo este señor tertuliano para comentar la intervención de la mujer, en la que dejó sentado, por si había alguna duda, la ideología política de izquierdas de la señora. Si primero fue «ha sido  ETA» después fue «esta señora es de izquierdas». Tampoco voy a decir el nombre de la emisora ni el del señor de ideas claras. No quiero darle publicidad gratuita, ni al uno, ni a la otra. Hoy tan solo me voy a quedar con la indignación que, tras todos estos años, me produce el observar cómo se ha utilizado el dolor de unas familias para sacar el mayor beneficio posible. Y es que, queridos amigos, aún hay gente que no se ha dado cuenta de que el dolor no entiende de orillas, ni de colores.
 
 
Ilustración: Alcalá de Henares. Monumento a las víctimas del 11-M


2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. No fue redactado para el blog, pero la censura impidió que saliera en las páginas a las que estaba destinado coincidiendo con el X aniversario.

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