lunes, 4 de abril de 2016

Ajena primavera




Como un río que avanza lento me deslizo ante una nueva primavera. La niebla se fue disipando y las campanas que ayer tocaban a duelo ya hace algún tiempo que fueron enmudeciendo. Tan solo un eco lejano se deja oír de vez en cuando arrastrado por el viento. Los árboles del parque verdean tímidamente y los azahares de las huertas colindantes elevan sus aromas que impregnan el perímetro del pueblo.

Yo me asomo al día con nuevos ojos. Con mirada de ayer que desea alcanzar los viejos horizontes que ya adivino ajenos. No me reconozco en las calles que pisan mis pies cada día. Sus aceras estrechas y su asfalto mal repartido no reconocen tampoco a mis pasos. Soy una intrusa al pie de las colinas que nunca oyeron mi nombre; no pertenezco a su parroquia ni seré cubierta por la tierra de su Campo Santo.

Mi primer llanto no fue un llanto de tierra. Fue un llanto de fuego y de mar, con la fortaleza del hierro, con la maleabilidad que otorga la tibieza de la sangre. Con agua salada fui rociada en pila de piedra bajo un cielo gris cubierto de humo. A veces me he desgarrado por dentro y he salido en busca de las pequeñas cosas, de los detalles mínimos que dotan de vida a lo cotidiano. Así he rematado las costuras de mi piel herida y rota, mi piel morena.

Habito hoy un hogar extraño, silencioso. En él recibo una nueva primavera, rodeada de almas de diferente credo, de vocabulario impreciso, sin naves ni amarres en sus puertos.

Así convivo entre desconocidos que nada saben de mí, que nada sé de ellos… y así me pliego sobre mis propias alas al llegar la tarde, mientras la nueva primavera, perezosa, se acomoda sobre este escenario que en nada me concierne.
 
 
 
Fotografía: -IME- Amanecer desde casa

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