miércoles, 22 de abril de 2020

Un miércoles de abril






22 de abril y llevamos… En realidad, no sé cuántos días de confinamiento. No los cuento. Solo, cuando desconecto por las noches y apago luces, pienso: «Ya tenemos uno más y uno menos»

Es cierto que ya empiezan a pesarme. Esta mañana al despertarme no sabía con certeza si era miércoles o jueves. Me sigo despertando triste. Después, durante el día, la tristeza pasa inadvertida por el exceso de trabajo en casa. Mi familia está confinada conmigo y eso me alivia. Seguimos todos bien que es lo que cuenta en estos momentos. Mi hijo y mi nuera no están lejos y comprobar cada día por teléfono que también siguen bien me tranquiliza.

No escribo. Tampoco leo. Mi déficit de atención es bastante considerable. No me centro en nada. A veces cojo un libro y hojeo sus páginas sin detenerme en ninguna. Otras, leo un fragmento en voz alta, me grabo en audio y lo envío al grupo de «primas». Ellas me envían a mí otros tipos de mensajes: fotos de familia que yo desconocía y en las que a veces aparezco cuando era niña; recetas de cocina de las que hacía la abuela; anécdotas de nuestras madres de cuando eran jovencitas… Nos gusta estar en contacto. Antes no lo estábamos como ahora. Además de que no nos veíamos tampoco nos llamábamos. Quizá, cuando acabe todo esto, si acaba pronto y el drama no nos salpica a ninguna, volvamos a ser por un tiempo las primas de siempre, las que correteábamos mientras nuestras madres coincidían en casa de los abuelos. Personalmente me gustaría, pero tengo la impresión de que una vez finalice todo esto nos olvidaremos de la comunicación que ha surgido a raíz de esta pandemia que nos mantiene a todos encerrados en casa.

Me informo poco y mal acerca de los acontecimientos. Apenas veo la televisión. Detesto que saquen las imágenes de féretros amontonados. Y, sobre todo, detesto que las manipulen y las utilicen políticamente. ¿Cuántos muertos vale un voto? ¿20.000? ¿30.000? Posiblemente el gobierno actual no lo esté haciendo todo lo bien que algunos desean. Tampoco todos los ciudadanos están actuando como debieran, y alrededor de unos y otros acuden los necios como los buitres a la carroña. Hay quienes trabajan, aunque no consigan hacerlo bien, para derrocar al virus, y los hay que trabajan incansablemente para derrocar al gobierno. Y juegan sucio, muy sucio. La gente ha confundido la «libertad de expresión» con la «libertad de difamación» Y es triste. Muy triste. La mentira, el insulto y la difamación llenan cada día las redes sociales. Nadie pregunta por cómo van los ensayos de la vacuna, por qué estudios están haciendo nuestros científicos, en el caso de que estén en activo y con los recursos suficientes. Solo preguntan por la cantidad de muertes y contagios. Y algunos hasta se frotan las manos: A mayor número de unos y de otros, más probabilidad de escupir a la cara al presidente y a su equipo.

Y no veo a nadie, absolutamente a nadie, preguntándose si la pandemia ha saltado ya a los países del llamado Tercer Mundo, aquel al que no llegan las mascarillas ni los confinamientos. Tampoco se preguntan ya por los refugiados que huyeron de las guerras, ni si continúan los bombardeos en aquellas ciudades masacradas. Tan poca atención le prestamos a estos países que aún no nos hemos percatado de qué pasará cuando este nuevo virus llegue hasta allí y se sume a los que ya padecen.

Nosotros seguiremos encerrados en nuestras casas con nuestras comodidades, contando los muertos, los nuestros, y culpándonos unos a otros por no poder salir a la calle. Y mientras tanto, el enemigo invisible saltará hasta los países más débiles, perpetuándose por no se sabe cuánto tiempo.






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