22 de abril y llevamos… En realidad, no sé cuántos días de
confinamiento. No los cuento. Solo, cuando desconecto por las noches y apago
luces, pienso: «Ya tenemos uno más y uno menos»
Es cierto que ya empiezan a pesarme. Esta mañana al
despertarme no sabía con certeza si era miércoles o jueves. Me sigo despertando
triste. Después, durante el día, la tristeza pasa inadvertida por el exceso de
trabajo en casa. Mi familia está confinada conmigo y eso me alivia. Seguimos todos
bien que es lo que cuenta en estos momentos. Mi hijo y mi nuera no están lejos
y comprobar cada día por teléfono que también siguen bien me tranquiliza.
No escribo. Tampoco leo. Mi déficit de atención es bastante
considerable. No me centro en nada. A veces cojo un libro y hojeo sus páginas
sin detenerme en ninguna. Otras, leo un fragmento en voz alta, me grabo en
audio y lo envío al grupo de «primas». Ellas me envían a mí otros tipos de
mensajes: fotos de familia que yo desconocía y en las que a veces aparezco
cuando era niña; recetas de cocina de las que hacía la abuela; anécdotas de
nuestras madres de cuando eran jovencitas… Nos gusta estar en contacto. Antes
no lo estábamos como ahora. Además de que no nos veíamos tampoco nos
llamábamos. Quizá, cuando acabe todo esto, si acaba pronto y el drama no nos
salpica a ninguna, volvamos a ser por un tiempo las primas de siempre, las que
correteábamos mientras nuestras madres coincidían en casa de los abuelos. Personalmente
me gustaría, pero tengo la impresión de que una vez finalice todo esto nos
olvidaremos de la comunicación que ha surgido a raíz de esta pandemia que nos
mantiene a todos encerrados en casa.
Me informo poco y mal acerca de los acontecimientos. Apenas
veo la televisión. Detesto que saquen las imágenes de féretros amontonados. Y,
sobre todo, detesto que las manipulen y las utilicen políticamente. ¿Cuántos
muertos vale un voto? ¿20.000? ¿30.000? Posiblemente el gobierno actual no lo
esté haciendo todo lo bien que algunos desean. Tampoco todos los ciudadanos
están actuando como debieran, y alrededor de unos y otros acuden los necios como
los buitres a la carroña. Hay quienes trabajan, aunque no consigan hacerlo
bien, para derrocar al virus, y los hay que trabajan incansablemente para
derrocar al gobierno. Y juegan sucio, muy sucio. La gente ha confundido la
«libertad de expresión» con la «libertad de difamación» Y es triste. Muy
triste. La mentira, el insulto y la difamación llenan cada día las redes
sociales. Nadie pregunta por cómo van los ensayos de la vacuna, por qué
estudios están haciendo nuestros científicos, en el caso de que estén en activo
y con los recursos suficientes. Solo preguntan por la cantidad de muertes y
contagios. Y algunos hasta se frotan las manos: A mayor número de unos y de
otros, más probabilidad de escupir a la cara al presidente y a su equipo.
Y no veo a nadie, absolutamente a nadie, preguntándose si la
pandemia ha saltado ya a los países del llamado Tercer Mundo, aquel al que no
llegan las mascarillas ni los confinamientos. Tampoco se preguntan ya por los
refugiados que huyeron de las guerras, ni si continúan los bombardeos en
aquellas ciudades masacradas. Tan poca atención le prestamos a estos países que
aún no nos hemos percatado de qué pasará cuando este nuevo virus llegue hasta
allí y se sume a los que ya padecen.
Nosotros seguiremos encerrados en nuestras casas con nuestras
comodidades, contando los muertos, los nuestros, y culpándonos unos a otros por
no poder salir a la calle. Y mientras tanto, el enemigo invisible saltará hasta
los países más débiles, perpetuándose por no se sabe cuánto tiempo.
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