jueves, 24 de marzo de 2022

El ojo de Sauron o el ojo mediático

 



De vez en cuando me llegan ecos de otros días. Me llegan con imágenes. Se trata de noticias en los medios que llamaron mi atención en otros momentos.

Desde hace unos días estos ecos, con sus respectivas imágenes, me muestran las Marchas por la dignidad. Fue hace ocho años. Eran unas marchas reivindicativas que salían de todos los puntos de España para confluir en los alrededores del Congreso. Eran columnas de personas caminando por autovías y carreteras comarcales. Pasaban por municipios en los que, a veces, les proporcionaban alojamiento durante la noche. El mal tiempo no les impedía ponerse en marcha al llegar la mañana.

Cuando llevaban quince días de camino silencioso y pacífico ningún medio televisivo se había manifestado aún, ni para bien ni para mal, de aquel acto reivindicativo. No merecían espacio en ninguno de esos medios (oficiales o no­), hasta que, mira por dónde, en uno de los municipios por los que pasaron hubo incidentes y ardió un contenedor.

Entonces sí… Entonces el ojo de Sauron giró bruscamente hacia la marcha y abrió portadas e informativos con los incidentes provocados. De los anteriores días de pacífica marcha nada habían mostrado, pero claro, un contenedor ardiendo siempre es buen reclamo para el ojo poderoso y el televidente aburrido.

Después ya sabemos lo que pasó y, entre otras cosas, pasó que hubo un gran despliegue de policía antidisturbios para recibirlos a su llegada a Madrid e impedir que muchos de los que viajaron en autobús desde sus lugares de origen para sumarse a la concentración frente al Congreso, no pudieran llegar a la hora prevista: controles, identificaciones…

También pasó que, «por error de las porras», estas fueron a golpear con fuerza contra aquellos manifestantes que, para identificarse del resto, portaban banderines rojos. «¡Que somos de los vuestros!», repetían mientras eran golpeados en el suelo.

Y pasó, así mismo, que previamente a la clausura del acto reivindicativo, mientras en Colón se cantaba el Himno a la libertad del maestro Labordeta, los antidisturbios cargaron contra los allí presentes y dio comienzo la caza: hienas hambrientas dispuestas al ataque sin pararse ante nada ni nadie.

De aquella reivindicación de techo y trabajo, han pasado ya ocho años y permanece en el olvido y tan en silencio como cuando comenzó. En los días posteriores sí que hubo, no obstante, mucha cobertura sobre la violencia, pero una vez finalizada esta, el ojo que todo lo puede, miró para otro lado.

El pasado 22-M fue el aniversario de aquellos actos y me han llegado muchas de aquellas imágenes y comentarios de los que circulaban por las redes y, al contemplarlas de nuevo, no he podido evitar evocar esas otras manifestaciones más recientes: Caceroladas desde coches de alta gama y señora de alta cuna —no sé si también de baja cama— portando a la chacha inmigrante para que fuera esta quien golpeara la cazuela. Aquí no hubo contenedores ardiendo ni banderines rojos. No hacía falta. Los mismos policías posaban para la foto en excelente camaradería con los manifestantes. Ahora no se pedía techo y trabajo, ni pan y rosas. Ahora se trataba de una provocación de la clase alta española al gobierno de turno que se estaba comiendo una pandemia sin haber estado preparado para digerirla. Provocaban a pecho descubierto y con la cara al sol, jaleados por una de las oposiciones más rastreras que ha conocido país alguno en democracia.  No exigían, tan solo se exhibían, y el ojo de Sauron les prodigó horas y horas de cobertura.

Y qué decir de la escenificación de apoyo a los cazadores. ¡Con qué majestuosidad se manifestaban —se siguen manifestando— montados en sus caballos, vestidos para la ocasión, sombreros de ala ancha y flexible, armas de mira telescópica y cetrería de ojo ciego sujeta al antebrazo de la primera dama de la montería! A mi marido que fue cazador durante muchos años no lo vi representado en ese escenario, ni tampoco a los otros cazadores que conozco. Eso sí, de Berlanga y de su Escopeta Nacional me vinieron unas cuantas escenas a la mente. De nuevo se trataba de un pulso al gobierno de turno por parte de una élite que añora viejos tiempos. Y el ojo de Sauron no podía perderse ningún detalle para comentarlo con todo lujo de detalles en las diferentes tertulias.

Aquí tampoco ardieron contenedores, cuando no hay manifestantes con banderines rojos no suele haberlos. Aun así, coparon toda la parrilla televisiva durante horas y días.

Pues sí, desde aquella marcha silenciosa y silenciada del 22-M ha habido unas cuantas protestas, sobre todo durante los dos últimos años, y en ninguna de ellas han faltado los medios para atiborrarnos de imágenes. Los tractoristas conduciendo sus tractores acompañando a los agricultores. Temporeros del campo no había muchos, no. Empresarios y dueños de invernaderos, de esos a los que no les viene nada bien que el ministro o ministra de turno les envíe a sus inspectores de trabajo sin previo aviso, sí que había, o quizá me lo pareció a mí, que de normal soy un poco tiquismiquis.

Disfrazados de agricultores con pecho al frente y cara al sol también había bastantes, alguno hasta posó sonriente condiciendo un tractor. Legonas había pocas.

A veces, conviene recordar que de vez en cuando votamos en unos comicios europeos, y recordar también, de paso, a qué grupo votamos en su momento para que defendiera nuestros productos allí donde se dispone qué debemos comer, de dónde deben llegar a nuestros mercados y qué precio o concesiones hemos de pagar o hacer al respecto. Ah, no… que a los grupos que defienden nuestras naranjas y nuestros productos allí, es a los que linchamos los mismos que luego protestamos.

Hoy es el turno de los transportistas, cuyo derecho a la huelga defiendo tanto como cuando se trata del colectivo sanitario o docente. Alguien decía que se manifestaba porque con el precio que tiene el combustible pierde mucho dinero. Nunca estuvo como ahora, cierto, aunque me consta que nunca estuvieron tan unidos como lo están estos días. Como digo, soy un poco tiquismiquis y mal pensada, por eso me pregunto si no habrá algún elemento más en la avanzadilla de esta huelga, y recuerdo la huelga de transporte previa al asesinato de los abogados laboralistas de la calle Atocha. Pero eso son imaginaciones mías, no me hagáis mucho caso.

Aquí el ojo de Sauron también lo mira, lo cuenta (o lo manipula según le pilla el día), y llena portadas mientras en las estanterías de nuestros supermercados van faltando productos de primera necesidad.

Ellos, los transportistas son ahora la noticia, y Sauron tiene que repartir su mirada entre ellos y las imágenes que llegan desde ese país en el que dos personajes funestos han jugado a medírsela para ver quién de ellos la tiene más larga —voy a omitir “el qué”—, y es ahí, en esa medida, donde Sauron tiene fija la mirada sin apenas un parpadeo. Mientras, yo sigo preguntándome, que ha sido de aquella guerra en la que los niños de Yemen morían masacrados por las bombas que nosotros mismos proporcionábamos a quienes se las lanzaban. «Si no se las vendemos nosotros se las venderán otros», dijo el entonces ministro de Exteriores al ser preguntado al respecto, cuando las muertes de aquellos niños aún interesaban —o parecían interesar— al ojo que tanto poder tiene entre la gente.

No, a Sauron ya no le interesan aquellos niños, ni los de Gaza. Los últimos dejaron de existir cuando alguien dio la orden de invisibilizarlos. «Israel no se toca».

¿Dónde queda la imagen de Elian llegando a la orilla de una playa? ¿Dónde las noticias sobre los niños sirios que malviven en los campos de refugiados soportando las inclemencias del tiempo?

¿Qué resorte es el que falla en el mecanismo del poderoso ojo de Sauron, que le impide mirar en todas las direcciones?

 

Llevo mucho tiempo, más del que me propuse en un principio, sin escribir una sola nota de esas que escribo para mí misma. Me negué a escribir acerca de la pandemia y decidí dar un descanso al teclado. No obstante, los últimos acontecimientos me superan. Ignoro cuál será el próximo foco para el ojo de Sauron, tal vez los campamentos Saharauis, o quién sabe qué otro despropósito por parte de quienes se creen los dueños del mundo y de quienes en él habitamos.

Quién sabe…