viernes, 15 de marzo de 2024

EMMA FONDEVILA

 


 

Ella es Emma Fondevila. Argentina, de Buenos Aires. Llegó a España en 1975.

Era, según sus palabras, una fecha entre dos acontecimientos. Por un lado, la muerte reciente del dictador aquí en España; por otro, el golpe militar que abrió la época más negra de la historia argentina.

Yo ya conocía a Emma Fondevila por sus poemas, por algunas conversaciones que habíamos mantenido a través de las redes y por pertenecer ambas a uno de esos grupos que sobre poética abundan por ahí. Además, no es la primera vez que comento por aquí sus poemas. Pero no la conocía personalmente y tenía curiosidad por algunas cuestiones que, por no pecar de indiscreta, no me atreví nunca a plantearle.

Finalmente, y ante el inminente encuentro en el que, por fin, íbamos a darnos un abrazo, me atreví a preguntar y ella, con la amabilidad que la caracteriza, me respondió:

Le pregunté si su salida del país argentino se debió al momento político que se vivía allá. Me confirmó que, efectivamente, lo tuvo que ver «todo». Ella acababa de terminar la carrera en la Universidad. Uno de sus profesores reclutaba gente para la lucha armada. Eso convertía a sus alumnos en sospechosos.

Emilio, su marido, español, que por entonces llevaba algunos años viviendo en Buenos Aires, supo o pudo identificar que se avecinaban tiempos muy duros, y ambos tomaron la decisión de venirse a España.

Emma dejó allí todo lo que no podía traer en un par de maletas: familia, casa, amistades, recuerdos… Todo lo que hasta entonces había sido su vida.

Le pregunté si alguna vez sintió la necesidad de volver. «Volvió dos veces, ya con pasaporte español, pero solo para ver a la familia». Nunca pensó en quedarse. Las condiciones políticas y económicas no lo aconsejaban. Con el tiempo, sus padres también se vinieron para España, y ya no le quedó ningún motivo para volver.

¿Qué podría haber sucedido de haberse quedado allí? Nunca lo sabrá. De lo que sí está segura, es de que nunca lamentó tomar aquella decisión. No obstante, la sensación de desarraigo siempre la ha acompañado y ha sido el germen de su poesía.

«El país que la vio nacer hace ya muchos años ya no existe, ya no es. Pero tampoco acabas de encontrar acomodo en un suelo nuevo en el que echar raíces. Acabas conviviendo con ese desarraigo, en la nostalgia».

Ella le escribe al amor y a la esperanza, aunque confiesa que, a veces, el ánimo decae. Escribe y reflexiona. Sobre la poesía; sobre cómo se forja. Y se pone en el lugar del lector, porque es la única manera de entender lo que escribe.

Tuvo que dejar a un lado muchos sueños y aspiraciones. No pudo dedicarse a la crítica literaria, que es lo que más deseaba, y se ganó la vida traduciendo cosas que a veces ni le interesaban, pero siempre disfrutó del contacto de la palabra, indagando, en su afán por dar con la palabra exacta que dijera, en castellano, lo que el autor había escrito en otro idioma.

La poesía también es eso: La búsqueda de la palabra que se te resiste para expresar algo.

Ella es madre y, como muchas otras madres, ha sentido la sensación de robar horas a ese menester por dedicarlas a su trabajo.

«No sé qué más decirte. Es difícil definirse a una misma. Para conocerme es mejor entrar en mi poesía», finaliza.

Le doy las gracias y le digo que estas preguntas y sus respuestas son para uno de esos trabajos que subo a mi blog. Esos donde comento sobre mis amigas y amigos poetas, y que desde que llegó la pandemia, tengo muy dejados de lado. «Quiero retomar esos trabajos». Le digo.

***

Esta conversación la mantuvimos hace un año, cuando vino a Valencia a presentar su último libro HABITAR LA SOMBRA. Fue entonces cuando tuvimos el placer de conocernos personalmente. Con ella venía su marido, el también poeta y traductor Emilio Muñiz. Fue un encuentro de lo más agradable.

HABITAR LA SOMBRA – Ed. Tigres de Papel, (2021), se compone de tres partes: Entre la flor y la nada; De diferentes naufragios y Habitar la sombra, que da título al libro. Los fragmentos que transcribo corresponden a poemas de esas diferentes partes.

[…] El eco encapsulado en cascarones vacíos

magnifica sonidos inertes


Tropiezo con versiones de mí

            empeños de ser

            que se encaminan al fui […]                    

---

[…] Recuerda quién eres

cuando la mañana no basta

y la noche persiste en su negrura

 

Recuerda quién fuiste

            los nombres que te han dado […]

---

[…]Aúlla la noche sobre la mostración de las heridas

Tiemblan los cuerpos lacerados

 

Vacía

la esperanza se estrella

contra el desarraigo de los tristes […]

 

Fragmentos de: Habitar la sombra; Entre la flor y la nada; De diferentes naufragios, respectivamente.

domingo, 3 de marzo de 2024

Un paseo por Serranos



 

Un trocito de cielo y un acordeón… Lo dice Lorenzo Santamaría en una de sus canciones…

El hombre está ahí, en el Puente de Serranos. Es un hombre joven, de aspecto descuidado. En otro tiempo lo llamarían bohemio; quizá hoy okupa, antisistema y algunas cosas más. A nosotros nos gusta. Toca una melodía pausada; su acordeón es muy grande en el recuerdo de mi memoria vieja.

Me paro con el niño cogido de la mano. El joven nos sonríe sin dejar de acariciar su teclado. El niño le devuelve la sonrisa. No pregunta nada. Solo escucha y observa.

Yo también sonrío y escucho: Al niño primero, al cielo azul y al empedrado del suelo después, y por último al hombre joven y su acordeón que ya finaliza la melodía.

El niño se le acerca y toca un par de botones. El artista le permite tocar unas notas. Yo me inclino y deposito unos euros en el platillo de plástico que el hombre tiene a sus pies, sobre una vieja manta.

Con el niño de la mano continúo camino hacia las torres. Unos pasos más adelante, una chica elabora sus collares.

El niño se para de nuevo. Contempla el colorido expuesto sobre una mesa improvisada. La chica le sonríe sin dejar de trabajar su artesanía.

El niño le sonríe, yo sonrío al niño. Ninguno de los tres hablamos.

La chica lleva el pelo trenzado con los colores del arco iris.  Al niño le gusta.

Con sus manos de niño toma unos zarcillos de la mesa y me los ofrece. Sabe cómo me gustan y ha seleccionado bien.

Busco en mi bolso de tela el monedero tejido con hilo fino. Saco un billete de veinte euros y lo dejo en el platillo de plástico que hay sobre la mesa improvisada.

«No cuestan tanto», dice la joven. «No es lo que cuestan -respondo-, es lo que valen»

Permanece inmóvil, pensativa. El niño me mira y sonríe.

Unos metros atrás, el hombre toca de nuevo el acordeón. El cielo, inmaculado, sigue cubierto con su manto azul y nosotros caminamos sin prisa, bajo la atenta mirada de las dos torres, hacia el semáforo que nos separa del otro lado de la ciudad.

Atrás se queda ese trocito de cielo azul que Santamaría me mostraba desde un joutube, un acordeón y un platillo sobre un manta en el suelo empedrado del puente de Serranos.

EN EPA ESTEVE PALUZIÉ

 


Hace apenas unos días tuve el placer de asistir de nuevo a uno de esos centros docentes en los que me siento como en casa.

En esta ocasión la invitación vino por parte de la Escuela de Formación de Personas adultas «Esteve Paluzié», del municipio de Catarroja, en mi comunidad.

Ante mi ignorancia acerca de la persona que da nombre al centro quise indagar un poco sobre ella. Como suponía, se trata de una persona relacionada con el mundo docente. Y lo fue en un momento en el que la educación y la enseñanza no estaban al alcance de todos

Esteban -Esteve- Paluzíe y Cantalocella. Nacido en Olot, en enero de 1806. Fue pedagogo y arqueólogo; y es considerado uno de los padres de la pedagogía moderna española, una modernización en la enseñanza muy necesaria a lo largo de todo el XIX.

Cuando contaba veintidós años abrió dos colegios de primeras letras, uno en Barberá del Vallés y luego otro en Sabadell; localidades de Barcelona de las que se vio obligado a huir, tal vez por la reacción absolutista del monarca del momento.

Se estableció en Valencia donde continuó aplicando sus ideales pedagógicos. En la escuela de primeras letras de Xátiva, siguiendo el modelo empleado en el ejército, el maestro organizó las clases en función de las edades y las ordenó en filas y listados. El método didáctico empleado estaba basado en el aprendizaje crítico, en el que intentaba potenciar la capacidad reflexiva de los alumnos al mismo tiempo que se ejercitaban en el uso memorístico.

En 1840 volvió a Barcelona donde abrió un colegio que incorporaba una biblioteca y un museo orientado a la exposición y usos didácticos. Fundó revistas y publicó manuales de enseñanza y trabajos sobre pedagogía y estrategia educativa, tratados, lecciones de elocuencia castellana, colección de cuentos morales para niños…

Hizo todo eso y mucho más, y yo ahora estaba sentada en una de las aulas del centro que se corresponde con una de las habitaciones del hotel donde él residía; inmueble que donó de forma altruista al municipio para convertirlo en escuela infantil. Hoy el edificio alberga la Escuela de Formación Permanente de Adultos, en la que me encuentro dirigiéndome a un alumnado muy diferente a aquel a quien Paluzié se dirigiera en sus Escuelas de las primeras letras; porque el alumnado que entra a la sala y me observa mientras yo ocupo mi asiento junto a uno de los profesores del departamento de Lengua, no viene a aprender sus primeras letras, sino a ampliar el conocimiento de aquellas grafías, a interpretarlas para así adentrarse en los mundos mágicos a los que las páginas de los libros te llevan; ya sea sobre el lomo de un Platero, un paseo por el Callejón del gato junto a Max Estrella y Latino, o como durante las últimas clases, a situarte en los acontecimientos de unos Cuentos del Puerto, en los que una niña un poco chalada habla con las nubes, mientras otra vuela junto a las gaviotas ajena al seguimiento que los buitres hacen de su vuelo. Unos Cuentos del Puerto en los que Miguel desorienta sus pasos al volver a casa, o un niño de piel morena ve su luz primera a ras del Mediterráneo, sobre la borda estrecha y vacilante de una patera.

En clase de Lengua están leyendo esos Cuentos de El Puerto que yo comencé a escribir hace ya casi treinta años y que finalicé con unos textos breves hace quince. Esos cuentos que, en principio no se escribieron con intención de ver la luz editorial, me decidí a publicarlos en 2012, y ahora me habían traído hasta aquí.

Hemos hablado de cada uno de ellos. Del proceso creativo, del momento en el que los escribía, de aquellas horas y de lo que sentía cuando redactaba cada escena.

Cuando los asistentes se implican todo fluye mejor. Con una participación excelente una pregunta lleva a otra, y así se han ido hilvanando cuestiones y situaciones que me han trasladado hasta otra Escuela de Adultos y al origen de mis primeros textos o, como diría el señor Paluzíe: «mis primeras letras». Unas primeras letras que se convertirían en artículos y entrevistas para revistas culturales, cuentos, novelas y hasta poemas; y, como en la jornada de hoy, en una maravillosa tarde literaria rodeada de buena gente, gente cercana, curiosa y ávida de seguir sumando letras.

El tiempo se pasa volando y han quedado fragmentos por leer, escenas que mostrar y versos en el aire que, sin duda, algún día leeremos recordando aquellos primeros pasos en la que fue «mi EPA», hace ya unos cuantos años.

Muchas gracias por haber hecho de esta, una tarde muy especial.

 

Fuente: Real Academia de ha historia – dbe.rah.biografías Esteban Paluzíe Cantalocella

 

 

 

 

 

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miércoles, 14 de febrero de 2024

LA OTRA VERDAD - ABRIL 1959

 


LA OTRA VERDAD - ABRIL 1959

ROSA GRIMALDOS ORTEGA

Auto Ed.


Rosa es enfermera, escritora y amiga. Ambas hemos vivido en el mismo municipio y aunque no hemos compartido profesión sí que nos une la pasión por las letras. Ella se ha decidido por fin a hacer públicas las suyas, y lo ha hecho a través de la propia historia familiar. Una historia como muchas otras de guerra, posguerra, destierro y consecuencias para quienes quedaron en lado opuesto de la victoria. Y lo ha hecho con una narrativa cómoda, bien redactada y documentada.

Llamada a filas, cárcel, fusilamiento, hambre, tuberculosis, destierro… Y pérdida. En las páginas de LA OTRA VERDAD la pérdida se sucede constantemente.

Personalmente, hay una parte de la obra que me resulta muy destacable porque, a veces, se habla de ello cuando se dan detalles de la historia, pero son pinceladas, muestras breves.

Me refiero a esa parte que hace referencia al chantaje emocional. Esa parte en la que te dicen: ¿Quieres que tu hijo coma conmigo o que se muera de hambre contigo?

Duele mucho esa escena. Ya lo creo que duele.

Es un arma de guerra que han utilizado contra el enemigo cuando ya ni siquiera había guerra. Los vencedores querían más. No se conformaban con las rapadas de cabello de las mujeres, ni con el ricino. Había quienes ansiaban una maternidad que la naturaleza les negaba, pero a cambio tenían recursos económicos e influencias en las administraciones. Lo han hecho vecinos, como en la familia de Manolo. Y sobre todo lo hizo el Auxilio Social con la participación de la iglesia. —Hay una obra muy interesante El pan y la cruz, de Lucio Martínez Pereda, en la que se da buena cuenta de ello con gran cantidad de documentos contrastados—

En LA OTRA VERDAD - ABRIL 1959, los vecinos caritativos acogen a la hija pequeña de Manolo. Solo lo hacen por un tiempo indefinido, como si fuera una familia de acogida que quiere echar una mano a la familia con más hijos que posibles en un momento difícil.  Pero la caridad tiene un precio. 

El precio es muy alto: la identidad de la pequeña.

Mucho sufrió la familia biológica que, teniéndola tan cerca, no podía acercarse a ella.

Mucho fue el temor que padecía la supuesta madre a que le arrebataran su presa.

Pero, sobre todo, mucha tristeza, mucho miedo, mucha confusión, y muchos sentimientos entrecruzados: ¿pena, culpabilidad, indiferencia?, por parte de la persona desarraigada.

Cuando te roban la identidad te roban un bien muy preciado.  


***

He seguido la lectura de LA OTRA VERDAD, ABRIL 1959, con un interés relajado. En cuanto a la historia de los perdedores no me ha aportado novedades porque se ha escrito ya mucho sobre esa historia. No obstante, al tratarse de una familia cercana, y de un escenario que me resulta muy familiar, casi me he sentido parte de esas vivencias.

Si la vida ya era difícil para aquellas personas que nada habían tenido que ver con la contienda, para quienes sobrevivieron a la depuración fue, además de difícil, trágica. Lo vemos en la familia de Manolo que, por perder, perdieron hasta el derecho de vivir en la tierra que los vio nacer y crecer. 

¿Y cuántas más cosas perdieron? A muchos jóvenes les cuesta creer que incluso te privaban del derecho de poco más de un metro de tierra en el cementerio. Si no recuerdo mal, aquí ese terreno para los infieles estaba situado según entras al cementerio, a la derecha. Leyendo a Rosa lo he recordado.

La iglesia con su «batuta» se encargó de decidir con quién podías compartir tu vida. El amancebamiento era un pecado para la iglesia y una pérdida de derechos legales en cuanto a tus propios hijos. Y para la opinión pública era el punto de mira de la hipocresía más rancia. Vivir en pecado tenía sus consecuencias sociales.

Manolo no podía reclamar a su hija porque como no estaba casado con la madre de la niña no figuraba como padre, y por tanto no tenía hija. ¡manda cocos! Con la cantidad de hijos que tiene Dios como padre soltero. Y las cosas que en su nombre se exige a esos hijos.

Esta Verdad, la otra, la que venimos conociendo desde hace unos cuantos años, ha sido la parte silenciada de la historia a las gentes de mi generación, y ahora, para las otras generaciones que han llegado más tarde, se supone que es una historia que, «fíjate tú, si es algo que ya pasó, para qué vamos a removerla». Para unos es abrir heridas, para otros es algo que, «¿Y a mí que me importa lo que pasó hace 80 años?». También están los que para justificar su falta de interés alegan aquello de «los dos bandos»

Pero sí que es cierto que el tiempo va pasando y aquellos testigos de la historia nos han ido dejando. Algunos pusieron a nuestro alcance sus experiencias, otros no pudieron hacerlo. Y no lo hicieron porque el miedo todavía era peor que el hambre. Y de eso solo eran conscientes quienes lo padecían.

No hablar. No llorar. No quejarse. Convertirte en el malo de la película y tener que cargar con la culpa tú y tus hijos…

Pero éramos felices y hasta podíamos presumir de aquellos famosos VEINTICINCO AÑOS DE PAZ.

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