domingo, 17 de marzo de 2013

Conversación con las adelfas



La Luna de Itaca - Flores en Julio
 
 
 
¡Cómo me muestras, a través de tus hojas desnudas de flor, las mañanas de otras mañanas en aquel frondoso patio!
Mis pies caminan descalzos, con cuidado, sobre su suelo de aguado cemento recién regado…
A un lado, junto a los tres escalones que franquean la entrada a la vieja cocina, el pozal –que no cubo– de forjado hierro, elaborado bajo mi atenta mirada sobre el yunque, vecino de mi vieja fragua.
Justo arriba, por encima de mi cabeza, la elegancia de la parra: escudo natural imponiendo pleitesia a los rayos de sol que, incansables, intentan el paso por entre los claros de los contornos precisos de las frescas hojas.
Hermoso rincón presidido por la belleza de un cuerpo de exhuberantes frutos y esbeltos brazos que se prolongan hacia la tarde de otras tardes viejas… donde los surcos de unas satisfechas manos acariciaban mi rostro y atenuaban mis penas…
 
 
De: Poesía e imagen. 2011
Fotografía: Toñi Riquelme.


miércoles, 6 de marzo de 2013

Currículum



Diotima

 


Querida niña de finas trenzas y rasgados ojos. Cuánto me gusta cerrar los míos y contemplarte en tu pequeña habitación, con tus libros de texto, juntando las primeras letras, sumando y restando tus primeras cuentas de llevar…
Me gusta invocar aquellas horas en las que ambas recitábamos al unísono aquello de: Un conjunto B, es subconjunto de un conjunto A cuando todos los elementos de B pertenecen a A.
Tú descubrías entonces la dificultad que entraña la formación, y yo la preocupación por ofrecerte una educación acorde a tus aptitudes y a mis posibilidades. Tu tenacidad te llevó por el camino de las ciencias que a mí tanto me cuesta comprender; y tu afán por avanzar cada vez más, te ha situado en un nivel que jamás alcanzaré.
El orgullo que siento por tus metas alcanzadas se da de bruces hoy por la amenaza de tu autoexilio hacia un país lejano, más allá de mis cuidados. ¿Cómo podré disfrutar de tu sonrisa si no comparto tu espacio? ¿Cómo responder a tu solicitud cuando a deshoras me precisaras, si mi mano no te alcanza? ¿Cómo leer en el grito de tus ojos, aquello que tu voz silencia cuando vives tus horas bajas?
La ciencia occidental se viste de mujer, camina de mujer y se maquilla como mujer. Y mientras, en España se van desempolvando los viejos hábitos que pretenden de la mujer española que vista de nuevo con teja y mantilla. Parece que hay prisas por abrir viejos baúles y volver al estado de letargo al que estuvo sometida la mujer durante los años grises. Se proclama desde los púlpitos y el mensaje se introduce solapadamente entre los poderes que dictan las leyes y las políticas de Educación.
Esta es la razón que  urge a levantar mi voz y decir bien alto hoy, en este día en que los derechos fundamentales de la mujer son los protagonistas, que escribiré en mayúsculas, y en negrita si es preciso, mi descontento ante el muro que este retroceso supone.
Hace ya mucho tiempo que las mujeres inmigrantes comenzaron a llegar a nuestro país en muy malas condiciones. Algunas, engañadas y puestas al servicio de la avaricia del proxeneta. Otras llegaron para ser utilizadas como mano de obra barata. Pensando en esas mujeres escribí infinidad de versos. De esto hace casi quince años. Algunos de aquellos poemas los guardé y otros, una vez pasado el momento de indignación, los rompí en muchos pedazos; quizá guiada por mi impotencia, o por propio egoísmo; no dejando constancia y mirando para otro lado, el problema de esas mujeres se hacía inexistente.
Hoy, son nuestras hijas quienes abandonan su país en busca del futuro que aquí se les niega. A ellas que parten, y a aquellas otras que vinieron, van dirigidos estos viejos versos:
 
Déjame soñar con la otra orilla
donde otra realidad me dibuja los caminos sin fronteras,
sin lazos de absurdos disfraces de una cultura docta y bella,
déjame exhalar desde lo alto de tu muralla
el aroma de otras ideas
y que pueda dibujar en mis retinas el contorno de un césped inmaculado
donde retozan los deseos adolescentes ocultos bajo la hierba
en la noche oscura.
 
Déjame sentarme junto al arcén que bordea el asfalto caliente
al llegar la tarde
donde yacen las voces de la idea misma,
donde el caucho chirriante es el canto de mi sombra
estirada y muda.
Permíteme quedar en esta parte donde pueda conversar
con mis silencios
viendo pasar de largo a las sonrisas ajenas a mi presencia
de barro cocido.
 
Déjame quedarme en esta orilla
y observar las luces de colores intermitentes de los locales del placer,
para olvidar la rigidez de sus cuerpos de carne.
 
Déjame gozar por un instante de la ingravidez
de mi cuerpo de piedra
para no soportar el peso de la impotencia
cuando en la noche
el prostíbulo mancilla el vacío de mi sueño.
Aleja de mi boca el sabor acre de ebrios jadeos
al amanecer el día
y aleja también de mi mirada
el reflejo de mis ojos rasgados ante el espejo de las horas
impuras de la tardenoche
en el corrupto váter del bar al otro lado de la carretera.
 
Déjame permanecer en esta orilla de la realidad
donde los grises poetas
escriben sus versos con la sangre de la despedida,
y déjame soñar con otras brisas de otros mares diferentes
donde en otro tiempo floreció la belleza.
 
Déjame vivir el instante mismo del deseo
para que pueda albergar la esperanza
de acariciar la divinidad de unas manos viejas
agrietadas por la labor de la tierra.
Deja que respire en un segundo
el aliento de mis horas allá en la otra orilla del gran mar,
allá en el horizonte de mi origen
donde las últimas piedras me hablan de la historia en una lengua extraña
que fue mía y que ya no comprendo.
¡oh, mi orilla virgen...!
hermana virginal de mi cuerpo y de mi hambre
cuando el sueño de lo absurdo me arrancó de ella
y me trajo hasta este lado
donde los hombres prostituyen mi cuerpo en las noches
y las mujeres me desprecian y rechazan en las mañanas
dándome a frotar cada rincón de sus pulcras alcobas tapizadas,
hallando en mis manos mestizas
la mano de obra barata con la que abrillantar sus fachadas
de elegante cristal tallado...
 
Déjame soñar con la otra orilla
donde otra realidad me susurra al oído
que hay caminos sin fronteras
y paz en todas las lenguas.
 
 
Del poemario: La otra realidad
Ilustración: Débora Tráchter
 
 

lunes, 4 de marzo de 2013

Escapada en la Noche Vieja


 
Desembocadura de El Palancia
 
 
El mar estaba tranquilo. Desde las dunas, el balanceo de las olas en su peregrinaje se les antojaba una sensual danza incitándoles a la mirada más allá de sus pupilas. Los fuegos artificiales se dejaban oír a través de los susurros pronunciados al abrazo de la noche, y a lo lejos, la sirena de un viejo mercante decía adiós al puerto sin apenas un batir de pañuelos blancos.

Unos pasos por encima de sus anhelos, el asfalto se cubría con la música que, indiscreta, asomaba desde el interior de los vehículos en su loca carrera hacia los lugares de ocio. Alguien por entre el seto rebosante de adelfas, se desprendía de los excesos etílicos ajeno a las promesas de amor de los amantes, y más hacia el sur, allí donde corona el Alto Horno, un ramillete de formas translúcidas se elevaba hacia el cielo estrellado, en busca quizá de su acomodo eterno, recordando a los Hijos del Hierro que un día fueron con su carne, alimento en el crisol.

Era el momento en que las almas solitarias se retiran de las calles dando paso a los silencios; la hora en que afloran los recuerdos y en su paso dan la vuelta por el pueblo recorriendo las iglesias en busca de un compañero que les mitigue la pena; y en el cruce de caminos, además de un uniforme, se encuentran con el acólito que, cosido a cuchilladas, permanece en el olvido.

Los amantes, mientras tanto, se despiden en silencio. A lo lejos, el faro guía sus pasos hacia un incierto destino, y a su lado, junto al puerto, el joven ofrece sus manos al hombre de bata blanca que lo arropa con una manta.

«Vamos abuelo»―Oye decir al hombre vestido de blanco.

«Vamos» responde mientras mira hacia el camino del río por si pudiera atisbar la figura de su amada, con su caminar derecho y su cabello moreno.

En la Residencia hay silencio. Todos duermen bajo la tutela de la oscuridad, y el señor Joaquín, tras su escapada en la Vieja Noche, accede al regreso dócilmente, satisfecho con su hazaña y con un poquito de esperanza dibujada en la mirada.
 
De: Cuentos de invierno
Ilustración: Ismahell.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Entierro del cacique







Se quitó su bata gris y se puso su mejor vestido:
Su piel de fragua.
Se soltó el cabello y cambió su mirada de llanto
por un mirar de esperanza.
Se elevó sobre sus tacones más finos y, diciendo adiós al yunque,
salió a la vieja calle, la que era de tierra.
Lentamente comenzó su danza, que fue haciéndose más alegre
a medida que la comitiva se acercaba.
«Está loca» decían quienes cerraban el cortejo.
«Está presa» sentenciaron quienes lo abrían.
«Ya está satisfecha» dijeron convencidos quienes la conocían.
 
 
De: Cuentos del Puerto
Ilustración: Blas Estal

viernes, 1 de febrero de 2013

Cae la noche


 
 
 
De nuevo cae la lluvia.
De nuevo limpia la cara
de la muerte
para que parezca más bella.

 
Se escucha el sonido en el cristal,
en las ventanas del silencio
las gotas resbalan
lentamente

 
anunciando el sabor de la sal en las mejillas,
avisando de paños negros
cubriendo nuestros cuerpos dolidos.

 
De nuevo cae la lluvia
y salpica mi rostro.
Mi rostro, a veces ausente,
y a veces...
del tuyo expectante.



Del poemario: Tras la noche
(Septiembre 1998. A la iaia)

Ilustración: Débora Tráchter
 

 

 

lunes, 28 de enero de 2013

La cena





 

Eran las dos y veinte de la madrugada y el ardor de estómago producido por un exceso de grasa en la cena me mantenía en vela. El único sonido que se escuchaba en la habitación era el de los ronquidos ‒más bien rugidos‒ emitidos por mi querido esposo que, a mi lado, dormía profundamente, lo que me hizo reflexionar sobre los pocos hombres que conozco que padezcan insomnio o estreñimiento.
 
En mi desvelo, un montón de ideas se paseaban por mi mente mezclándose desordenadamente cuando, de pronto, me encontré contemplando a Andrés que salía de la piscina con un escueto bañador y unos músculos extraordinarios provocando en la mirada de Magda, que se hallaba bajo el porche de la casa, una expresión de húmeda culpabilidad.
 
Al entrar en la casa el joven hizo un guiño a su amiga que no pasó desapercibido para el resto de las mujeres que se encontraban en la terraza, las cuales se pasarían el resto de la tarde pendientes de quien ahora se debatía entre el deseo y la culpa.
 
En el interior los hombres escuchaban atentamente a su anfitrión, quien los ponía al corriente de sus últimas operaciones bursátiles, y cuando vieron entrar a Andrés, un silencio repentino se acomodó durante un breve instante entre ellos. Todavía faltaba un rato para la cena y Pepe, una vez reanudada la conversación, explicaba a sus invitados la mejor forma de invertir sus ahorros con el menor riesgo posible. Por su parte, Jesús se mostraba poco atraído por los consejos de su amigo, pues si bien era conocida la buena gestión de éste para los negocios, no menos conocida era también la procedencia del dinero con que los llevaba a cabo.
 
No; Jesús había dejado de prestar atención a las actividades empresariales de Pepe y su interés se mantenía ahora en la presencia nuevamente de Andrés que salía de la cocina con una cerveza en la mano, y que había cambiado su atuendo mojado por unos vaqueros y una camiseta con unos dibujos demasiado heavis a juicio de los presentes.
 
Llegado el momento de la cena, cada comensal ocupó su puesto en la mesa, y al igual que en años anteriores, las mujeres a un lado y los hombres a otro. No había ninguna norma para que se sentaran en este orden, pero ellas se veían en pocas ocasiones y siempre tenían muchas cosas de las que hablar. No así los hombres, pues ellos solían coincidir en las reuniones que llevaban a cabo cada vez con más asiduidad.
 
La cena resultó exquisita y los vinos y licores con que fue acompañada contaron con el beneplácito de los presentes. El entorno era inmejorable; la casa de Pepe, una mansión magnífica; el comedor, donde se encontraban, había sido decorado con un gusto extraordinario en el que las obras de arte de los maestros de antaño cohabitaban en perfecta armonía con los muebles y esculturas de artistas contemporáneos. Como música de fondo, una banda sonora de Mark Knopfler sustituía a los clásicos, relajando un poco los ánimos de quienes ya empezaban a apreciar los efectos del alcohol y de otras sustancias, cuyo consumo el anfitrión no solía permitir en su casa pero que, en aquella ocasión tan especial, no tuvo inconveniente en permitir.
 
Hubo momentos de gran tensión cuando Jesús le recriminó a Pedro su hipocresía unos días antes al votar en el Congreso; y a punto estuvieron de llegar a las manos cuando Raúl mencionó delante de todos cómo, por culpa de Magda, Jesús estaba siendo objeto de las parodias más denigrantes en todos los medios.
 
Llegados a este punto, las mujeres hicieron causa común con Magda quien, en un mal contenido arrebato de furia, le lanzó el hielo de la cubitera a Raúl en la entrepierna, tras lo cual, todas salieron de la casa marchándose a tomar la última copa fuera de la finca.
 
Hacía ya rato que Jesús guardaba silencio. Pepe entraba y salía del comedor dando órdenes a los criados para que se retiraran a sus habitaciones, y Andrés observaba desde su camiseta heavi y sus vaqueros ceñidos, cómo el resto de los hombres se enzarzaba en una absurda discusión. Era la primera vez que acudía a esa cena y lo estaba pasando en grande. Había sido invitado por Jesús, quien sentía por él un interés especial; interés compartido por Magda y del que el propio Andrés esperaba beneficiarse.
 
Ahora, Pepe abría de nuevo una botella del mejor Cava; "una joya", según decía, de las muchas que atesoraba en su bodega y, para suavizar la tensión, el propio Jesús con su copa en alto reunió en torno a él a sus amigos, e invitándoles a compartir el último brindis, posó sonriente en medio de ellos para quedar bien encuadrado en la fotografía que, con su teléfono móvil de última generación, le estaba realizando Andrés que, de esta forma, quedaría fuera de esta historia para siempre.
 
 
Yo, entretanto, y bajo los efectos del Álmax que me había tomado a las dos y veinte de la madrugada y que había calmado mi ardor de estómago, entraba de lleno en el mejor de los sueños, sin saber a ciencia cierta a qué demonios me recordaba esta historia, de la que no sabía si en realidad había sucedido o, si por el contrario, era ya producto de la actividad de mi cerebro que se encontraba durmiendo por fin. De todos modos, esta foto que observaba me recordaba a otra más antigua, de eso estaba completamente segura.
 
 
 
 
De: Cuentos del Puerto
Ilustración: Blas Estal.
 
 

jueves, 17 de enero de 2013

Adolescencia





 

Sostenías en la mirada
la suavidad de una caricia blanca
y la salvaje fuerza de un despertar adolescente.

Yo quería atrapar tu tacto
y saborear el jugo de tus horas nuevas.

Entonces tomé de las tibias arenas del desierto
la textura de su piel
y modelé con ella los rasgos de mis oníricos pensamientos.

Me atreví a cruzar mi mar estrecho
y sellé tu mirada de desierto y mis anhelos
con las líneas que surgen de mis versos.



Del poemario: La otra realidad
Fotografía: Ismahell.