domingo, 19 de octubre de 2014

A través de la ventana - 1




La ventana me habla con voz de lluvia: «Es hora de que te asomes al día» me dice. Es una de tantas. La casa está llena de ellas. Las más cercanas son las habituales que proporcionan claridad a mi vida. A ellas me asomo para sentir que estoy viva. A través de sus cristales observo la llegada del sol por encima de La Ponera; en ellas agilizo el movimiento de mis brazos cuando su opacidad me indica que es el momento de lavarles la cara; frente a sus hojas entreabiertas me sitúo para aspirar el aire fresco que baja desde la sierra, y para adivinar la brisa que en los días calurosos del verano me ofrece en una larga caricia mi playa porteña. Y cuando llega la noche  las cubro con finos lienzos y me despido de ellas. Tan solo una queda vigía en mis sueños, permitiendo que observe a la luna y las estrellas mientras mis párpados ceden rendidos tras las horas de vigilia.

La lluvia golpea con fuerza, y resbala, vencida. Yo escucho su llanto, desde el otro lado, y me reconforto en su derrota. Es la ventana de Amparo, parida para mis letras, la que me mira llorando. Detengo en ella mis horas y escribo al recuerdo, al tiempo y al pueblo. Estamos en  primavera, y tan pronto pase la lluvia y el cristal seque su llanto, vendrán de nuevo los aromas de la tierra. Es llanto primaveral que pasa raudo y trae consigo efluvios de azahares. Ambas nos reconciliaremos, mi ventana de Amparo soportando la lluvia y yo. Me tomaré un breve descanso para ir a mis quehaceres y quizá mañana rescate del álbum cualquier otra ventana. Tal vez recurra al arte de los grandes.
 
¿Por qué no a Magritte? Él poseyó la Llave al campo. Abandonó tristezas y melancolías; atravesó cristales y corrió por los mágicos caminos del realismo  pisando suelos de tierra, sangrando el alma y olvidando instantes viejos. Desde su ventana dotó de libertad a  pinceles y colores. Se desprendió de etiquetas sujetas a modas y creó naturalezas varias. En esas me sumerjo cuando ansío el aire fresco de los atardeceres verdes. Descalzo mis pies y paso de largo por entre los vidrios rotos que tanto hieren mis plantas. Y vislumbro mi cuerpo que transita ligero. Me río del mundo y de mí y canto con voces que no siempre son mías; y solo a veces, vuelvo la vista hacia atrás para comprobar que la ventana no se movió, que espera mi regreso y mis manos porque hay que limpiar las trizas.
Consciente de que habré de volver a ella y encerrarme a recoger los cristales rotos, me hago la remolona y busco otras ventanas en las que detener la mirada. Me salen al paso unas cuantas. Algunas ya son viejas conocidas, otras, son ventanas nuevas, regalos de amores constantes que comparto con aquellos que desean mi compañía. Ventanas en ruinas de las que no quiero desprenderme, que me obsequian con cielos  azules y vivencias de otros días. Me gusta contemplar la ventana en ruinas de Ismael...
 
 
...Y cuando me paro ante ella y me deleito en el paisaje a través de la vieja madera, me crezco en el orgullo de la madre que reconoce la sangre propia en el hijo. En la podredumbre de sus hojas hallo la belleza del tiempo, y en la ausencia de sus cristales la accesibilidad hacia los azules de un cielo invadido por nubes blancas. Entonces recuerdo otros azules y otras manos. Otros medios y otras técnicas. Aquí no hay telas ni finas cerdas. No hay acrílicos ni sensaciones surrealistas. Tan solo la mirada más allá de la visión; únicamente un pasado que reclama a voces la atención del objetivo, y un instinto que obedece disparando un haz de luz…
 
(Continúa en siguiente entrada)

Ilustraciones: Lluvia en la ventana, Amparo Gil
                         La llave al campo, Magritte
                         Ventana en ruinas, Ismael Murria Estal
 


 


 

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