viernes, 30 de octubre de 2015

De Utrillas a Albarracín - Las Cuencas Mineras




 

Cada vez me gusta más caminar por ciudades y pueblos, fijarme en las gentes que transitan por sus avenidas y senderos, en sus formas de mirar: los primeros, hacia el frente, con prisas; los segundos, disfrutando, inconscientemente, del colorido, del aroma de la tierra…, sin más prisas que las que les marca la salida y puesta de sol. Ni unos ni otros se percatan de aquello de lo que se impregnan. Simplemente son parte del paisaje, una parte esencial que contribuye a su historia.
Yo, como cada otoño y de la mano de una excelente compañía, he dirigido mis pasos tierra adentro. La provincia de Teruel reclama de nuevo mi presencia, mi cámara y mi bloc de notas. En esta ocasión el destino escogido es la comarca de las Cuencas Mineras. Nuestro primer contacto con la zona es en Las Parras de Martín, un municipio al pie de la sierra San Just, pueblecito muy pequeño, apenas veinte vecinos —según me cuentan—, ningún bar a la vista del visitante, ningún escaparate mostrando las exquisiteces del terreno. Tal vez porque su principal atractivo es el río Martín, un cauce sin pretensiones de grandeza, pero suficiente para albergar la vega y ofrecernos en su transcurso varios y atractivos parajes naturales de bellos colores. Nuestra intención es continuar la ruta hasta El Pozo de las Palomas, pero nos hemos demorado bastante en nuestra llegada y, tras caminar dando un paseo y deleitarnos con esos colores, nos dirigimos hacia Utrillas, capital de la comarca, donde nos instalamos y preparamos la salida de la tarde.
Un recorrido por el perímetro del municipio me va poniendo en antecedentes sobre sus gentes, sus costumbres y su medio de vida. La esencia minera se aprecia en cada rincón, los elementos que visten sus plazas y parques están directamente relacionados con la minería: vagonetas, monolitos dedicados al minero, edificios antiguos que en algunos puntos siguen mostrando la huella del duro trabajo; incluso el olor a infancia en blanco y negro se desliza de vez en cuando si cierro los ojos y me dejo llevar por mis propios recuerdos, junto a la siderúrgica que fue mi sustento.
Queremos llegar hasta las instalaciones del Pozo Santa Bárbara y montarnos en la Hulla, la locomotora a vapor rescatada del tiempo para deleite de vecinos y visitantes. Tenemos la suerte de encontrarnos con un señor que nos acompaña hasta el lugar. Nos cuenta que él estuvo trabajando en la mina, y nos habla de aquellos días y de su amigo Israel, a cuyo funeral asistirá dentro de un ratito. Cuando nos despedimos comprobamos que nuestros deseos quedan frustrados ante la imposibilidad del encendido de la locomotora, debido a las obras que se llevan a cabo en el circuito. No obstante, la tarde y el entorno se muestran propicios  para un buen paseo y la captación de imágenes: Los carriles y demás mecanismos y herramientas colocados en sitios estratégicos, todo el perímetro del parque, los rayos del sol tardío filtrándose entre las ramas salpicadas de ocres de los árboles... Me gustaría fotografiar cada detalle, me agacho hasta el suelo para tocar con las manos y sentir el tacto de una pequeña porción del balasto, bajo las traviesas, y es una sensación extraña, anacrónica.
Se ha hecho la hora de visitar el Museo de la Ciencia y Arqueología Minera de Utrillas. Allí nos recibe Ylenia, quien nos contará con gran precisión la historia de la mina, desde sus principios hasta el momento actual. A través de diferentes salas nos va mostrando documentos, fotografías, instrumentos, maquinaria y todo lo relacionado con el trabajo de extracción del mineral; vitrinas con distintos tipos de carbón, sus calidades y características. En una de estas salas me detengo embobada en la esquina donde aparece una fragua y su yunque. ¡Cómo me gustaría fotografiar ambas cosas! «Me trae recuerdos de mi infancia —le digo a Illenia—. Mi padre tenía un taller de calderería y lo recuerdo junto al yunque, retorciendo las formas». A estas alturas de nuestra visita ella ya está al corriente de nuestro origen siderúrgico y del vínculo que tenemos con las otras minas, las de Ojos Negros.
Pero ahora estamos en esta, en la de Utrillas, en la que, gracias a las nuevas tecnologías, el museo cuenta con una reproducción de su interior. Nada más entrar aprecio una bajada de temperatura, aunque sorprendentemente no noto la sensación de claustrofobia que he sentido en otras situaciones parecidas. A medida que nuestra amiga nos va explicando el trabajo llevado a cabo en los días de máxima producción, yo voy alejándome del color y vuelvo a situarme en la vida en blanco y negro, en el trabajo penoso y escaso salario. «No estaban mal pagados para la época  —dice—, pero sí que era un trabajo muy duro». También indica que no hubo muchos accidentes, y que las ratas eran muy estimadas como detectoras de gas. «Si las ratas corrían, los mineros también».
Con la proyección de una película sobre todo lo visto y escuchado a nuestra guía, da por finalizada nuestra visita al museo. Es hora de caminar hasta el hotel y de salir a cenar. Mañana, tras el descanso y con una hora de más, debido al cambio horario, visitaremos otra joya turolense: Albarracín. Pero, de eso, ya os hablaré en la próxima entrada.
 
 
Fotografía: Lestal

  

jueves, 15 de octubre de 2015

EC - Libro Cuarto

 
 


Ya el verbo enmudece
y la pluma extiende su tinta
por la virginidad del folio...

Sin sentido, la palabra
se viste de falsa sabiduría
y se desliza hacia el margen,
incierta.



De: Episodios Cotidianos - Libro Cuarto
Imagen: Blas Estal -  de la serie: Libros