sábado, 21 de junio de 2014

En San Xoán meigas e bruxas fuxirán



 
Noche mágica de San Juan
 


Desde la quietud de mi terraza, en el sosiego que produce habitar en un lugar alejado del ruido producido por el chirriar del caucho en el asfalto, y bajo el aroma inconfundible de las madreselvas y jazmines de los patios colindantes, me permito muy placenteramente sustituir el teclado luminoso de mi ordenador por la simplicidad de un humilde bolígrafo, y el adictivo monitor por la arrogancia de unos folios en blanco que, desde su vacío, me retan constantemente.

Procuro no amedrentarme ante su provocación en este momento que se me presenta propicio para el enfrentamiento. Las almas vecinas duermen plácidamente; desprovistas por fin de sus pijamas de invierno, se entregan al sueño permitiendo que el resplandor de la luna penetre hasta sus alcobas a través de las ventanas entreabiertas. Las estrellas se dejan contemplar mansamente, y sobre mi cabeza alcanzo a distinguir las dos Osas celestiales. Para coronar estos instantes de paz, los auriculares del pequeño reproductor me transmiten la maravillosa música de Ernesto Cortázar, casi imprescindible en mis ratos de relax.

Así pues, en perfecta armonía con el entorno, comienzo mi tertulia nocturna con los arrogantes folios. Ellos me incitan a que hable de hermosas playas, cuyos amaneceres son la envidia de mis queridas montañas cubiertas de agobiantes colores, pero yo me niego a hablar de mediterráneos azules que a estas alturas del recién estrenado estío se encuentran saturados de gentes, maltratando sus aguas y arenas. Me tientan con la hermosura del sol, fuente de vida, y yo sonrío indiferente bajo la plata de esta luna llena que me observa y desestimo la sugerencia.

Sin embargo, la imagen de esa luna que a estas horas se me antoja mágica, lo inusual de la personalidad de mis contertulios y el recuerdo del mar, todo ello unido a la visión que obtengo súbitamente de un sol ardiente, me imbuye inmediatamente del hechizo de esta peculiar noche. Me siento arrastrada hacia la orilla de mi mar, ése que unos pocos kilómetros más abajo me vio nacer. Me desprendo del abrigo que las montañas me proporcionan, y me dejo llevar en brazos de las meigas hasta posar mis pies sobre la cálida arena que bañan las olas perezosas en su viaje de ida y vuelta a la orilla misma de la playa.

En breve darán las doce de la noche, y ya se vislumbran multitud de hogueras iluminando la costa, robando su cometido al antiguo Faro.

Para unos cuantos hoy es su Noche de San Juan, y al modo eclesiástico celebrarán efemérides alrededor de unos pasteles o abriendo algún regalo comprado a última hora. El número uno de todos los españoles será felicitado por casi la totalidad de los medios informativos, y muchas de nuestras poblaciones vecinas soltarán sus embolados por las calles previa exhibición de fuegos artificiales. Otros lo celebrarán de modo diferente, quizá añorando su Inti Raymi o Fiesta del Sol, celebrada a miles de kilómetros de distancia, en la explanada de Sacsahuamán, allá en tierras del Cuzco; tal vez los menos, evocando la fiesta celta del Beltaine, o la dedicada al dios Apolo por los griegos, según sus propias culturas y tradiciones. No obstante, en esta noche fantástica, pocos lugares omitirán el fuego, y en aquellos otros, próximos a los cauces de los ríos o de las costas, éste servirá de candela a las aguas.

Yo, tal vez influenciada por ese agnosticismo del que a menudo hago gala y del cual no siempre estoy muy segura, me declino más por la fantasía de una noche donde fuego, agua, espíritu y materia se unen alrededor de una gran puerta abierta a la imaginación, y me deslizo bañando mis pies descalzos en las aguas al llegar la media noche; pido mi deseo secreto a las olas y, con los ojos cerrados, intento mirarme por dentro, con el fin de descubrir si en mi interior subyace una especie de bruja compartiendo espacio con la niña que, según dicen, todas llevamos dentro.

Ya la noche cede su espacio a la madrugada y los folios, vencidos por mi locuacidad, me sonríen adormecidos y, tras el último verbo, se retiran a su antigua ubicación junto a la impresora, al lado del ordenador. Entre tanto, me despido de Ernesto Cortázar y me desembarazo de los pequeños auriculares, mientras que, por el rabillo del ojo, observo cómo una estrella fugaz me hace un guiño desde el cielo a la vez que se dirige rauda hacia mi querida playa, unos kilómetros más abajo.

 
-Verano 2011-
Imagen capturada en red: mystere.es  

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