jueves, 3 de septiembre de 2015

Estar viva





Entre la Fragua y el Yunque llevo unos días un poco descolocada. Desde que acabaron las vacaciones intento organizar agenda. Por un lado, trato de distribuir mis horas para dedicarlas a aquello que más me gusta, me apetece o me forma; por otro, procuro que esta distribución del trabajo, no me mantenga sujeta a la silla del ordenador más tiempo del aconsejable.

Más o menos voy ajustando horarios, restringiendo actividades y añadiendo otras. Mientras tanto, los días se me han echado encima y no he cubierto todavía los artículos relacionados con las últimas excursiones por la naturaleza, ni los de los actos culturales de las distintas localidades vecinas. Tampoco os he hablado de música en directo, de ese concierto al que asistí como colofón al periodo vacacional y que, por momentos, me hizo vibrar.

Deseaba comenzar septiembre con poesía, tal y como terminé agosto; deseaba tener montones de ideas a la hora de teclear las escenas del trabajo literario en curso; y deseaba, asimismo, sentirme tan feliz, tan risueña y tan viva como siempre. Lo conseguí mientras duraron las vacaciones: No vi los informativos, tampoco abrí enlaces relacionados con la política y sus despropósitos; no discutí sobre si mi credo tiene más valor que el del vecino, ni si estoy satisfecha con las exhibiciones taurinas durante las fiestas recientes.

Pero las vacaciones llegaron a su fin y me conecté de nuevo con la realidad. Y he de reconocer que, a pesar de ello, sigo sintiéndome viva, «muy viva». A mi vuelta me esperaban imágenes muy duras, de esas que nunca quisiera ver. Ya las he visto en otras ocasiones, en otras guerras, en otros asedios a poblaciones civiles, en otras sociedades en las que se queman los rostros de las mujeres y se mutila a sus niñas en sus partes más íntimas; en los campos de refugiados, en los desiertos asolados donde no se prescinde de armamento pero sí de algo tan esencial como el agua. Siempre es la misma mirada del que aún puede abrir los ojos al día; la misma tristeza en los ojos del anciano que sigue sin comprender el porqué; la misma insistencia en la madre que, en vano, arrima la boquita del niño a su pecho.

Yo también, como el poeta, «podría escribir los versos más tristes esta noche». Porque me duele la angustia, me duele la impotencia y me duele la indiferencia. Percibo el dolor de una madre que agoniza; que implora por que una mano le arranque al hijo desde el otro lado de la alambrada. Y a ratos mi ira se desboca y arremeto contra las cruces falsas, contra los mercaderes atrincherados tras los otros muros, en otros templos… Y me sorprendo de pronto ante la visión de aquel cuya demolición se conmemora cada año. ¡Qué fácil es levantar muros y alambradas, y cuántos lutos y tiempo cuesta su hundimiento! ¡Cuánta hipocresía, cuánta maldad y cuánta ignorancia construyendo la pared, piedra a piedra, trecho a trecho, espina a espina!

Y todo me duele
porque siento la vida:

La de los míos
Y, a veces,
la de los otros.

 

 Imagen: Blas Estal

1 comentario:

  1. Septiembre a empezado duro, pero creo que esto es solo un principio de lo que viene y creo que sera mas duro.

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