domingo, 3 de noviembre de 2024

30 de octubre 2024

 



Miércoles, 30 octubre de 2024.

Salimos de casa a las 9:30 de la mañana. Aún estoy convaleciente de la bronquitis que me hizo guardar cama durante dos días la semana pasada. Aun así, no hemos querido cancelar la reserva del viaje.

Hoy tampoco conozco el destino. Hoy no me importa el lugar al que vamos. Hoy me resulta del todo indiferente porque tengo la certeza de no disfrutarlo.

Es octubre y es nuestro cuadragésimo quinto aniversario. De nuevo vamos hacia el norte en busca de la otoñada. Ya sabe cuánto me gusta la gama de colores que lucen los bosques pirenaicos. Pero la incertidumbre se nos acomoda entre las botas de montaña y los bastones. El dolor y la impotencia hace horas que se han convertido en una segunda capa de nuestra piel.

He dormido poco y mal. A las tres de la madrugada visionaba en diferido la comparecencia del presidente de mi Comunidad. «Tenemos los medios, pero no tenemos accesibilidad al lugar. En cuanto tengamos acceso rescataremos a toda la gente»

Ese entrecomillado se ha quedado fijado en la mente.  Después he recordado las imágenes que han ido pasando por redes.  «Pero no podemos emplearlos de momento». y lo peor de todo, había ya una víctima y eso me ha producido un enorme dolor.

Esas imágenes, sumadas a estas declaraciones me han indicado lo que vendría después. Imposible ya dormir de forma relajada para emprender un viaje placentero en la mañana.

Vamos pendientes del parte meteorológico que nos muestra el radar. Tendremos lluvia. Tal vez mucha. No obstante, viajamos siendo conscientes de que este va a ser un aniversario difícil de disfrutar. Ni siquiera pensamos en él ni recordamos aquella tarde de hace cuarenta y cinco años. ¡Qué más da!

Por la autovía Mudéjar nos hemos cruzado con dos unidades de la UME que acudía en auxilio de las víctimas, que ya sumaban en ese momento trece fallecidos y decenas de desaparecidos. Dos barcas formaban parte del equipamiento.  «Debieron venir anoche», he pensado. Pero mi opinión es irrelevante, aunque sigo pensando lo mismo. Ayer tarde, antes de que saltaran las alarmas, ya había vecinos de uno de los pueblos afectados pidiendo que alguien llevara barcas.

Paso todo el trayecto hasta la primera parada atendiendo a las noticias en directo del canal autonómico de radio y TV. Las imágenes que muestran son cada vez más estremecedoras. Nosotros no pillamos lluvia por la autovía, aunque parece ser que está cerca y cae con fuerza por la zona de Aragón. Tenemos suerte y llegamos sin contratiempos a nuestro destino a las puertas mismas de Irati.

¡Qué bonito hubiera sido este aniversario!

Como aún no estoy recuperada del todo, la ruta que realizamos es suave. Los dorados del bosque son preciosos, y la hojarasca en las orillas del camino me incitan a que las fotografíe para mi cuaderno de viajes. El otoño con su alfombra de ocres insiste en que le preste atención y comparta mis sensaciones cuando vuelva al hotel y tenga de nuevo cobertura.

Hago esas fotos, pero no las disfruto como tampoco disfruto la ruta. Hay mucha gente siguiendo el camino. Hasta el parque han llegado autobuses con jubilados y varios coches familiares con chiquillos.

Ciclistas, senderistas… Nunca hicimos nuestro recorrido cruzándonos con gente, o caminando junto a otras personas que dirigen sus cámaras hacia el mismo lugar en que lo hacemos nosotros. Ellos sí se muestran felices, sobre todo los niños.

Yo intento desconectar de la tragedia. No pensar en ella y centrarme solo en la maravillosa sensación de hundir los pies en ese lecho mullido de hojarasca. Deseo, no… «necesito» sentirlo a través de las botas. Intento la sonrisa feliz de otras veces cuando poso junto a ese árbol que me envía hojitas doradas a modo de lluvia, pero no acabo de conseguirlo. No puedo salir natural. He hecho fotos bonitas, aunque no tantas como en los otoños anteriores. Por suerte, sigo sin cobertura y no me llegan los mensajes. Consigo evadirme un poco del drama.

Al finalizar la ruta, que ha sido solo de cuatro horas, compruebo durante la comida que el nivel de saturación de oxígeno marca 100% en mi reloj de pulsera, y que las pulsaciones han oscilado entre 110/135.  En los tramos de subida aún me canso.

Ahora llueve. Nos aseamos y esperamos a la hora de la cena. Yo he cargado el móvil y he respondido a las llamadas recibidas durante las cinco o seis horas que he estado con el teléfono inactivo. Varias amigas de Madrid y de Murcia estaban preocupadas por nosotros porque nuestros teléfonos daban apagado. Compruebo que tanto en mi casa como en la de mis hijos está todo bien y leo el último libro de relatos de un amigo.

Él ve en la televisión un programa de la TV Navarra y de vez en cuando dan datos de lo sucedido en Valencia. Me comenta que van saliendo a la luz detalles sobre la crecida de ríos y barrancos. Alguien dice que abrieron las compuertas de un pantano cercano a los municipios afectados sin avisar, pero es una posibilidad que, ni se sabe ni se sabrá nunca. Sea como fuere, la tragedia es de grandes dimensiones; jamás conocidas en el territorio español. En el momento de escribir estas líneas ya hay contabilizados doscientos fallecimientos. Habrá más. Muchos más. Y habrá también muchos desaparecidos.

Hay por delante muchas horas de duro trabajo y yo recordaré el drama en cada aniversario venidero, así como la nefasta gestión de quien, henchido de orgullo y satisfacción, eliminó de un plumazo la Unidad de Emergencias Especiales de mi tierra. Una unidad incapaz de detener la Dana, pero que hubiera salvado muchas vidas de las que han perecido, y cuyo número aún desconocemos, en el interior de los vehículos atrapados entre el barro y las aguas, en las carreteras, en los garajes de las fincas y…

Hoy no puedo ilustrar la entrada del blog de mis apuntes de otoño con una imagen bonita del «otoño en Irati», tan solo ese lazo negro acompaña a la que intuyo como última de mis otoñadas pirenaicas.

 ***

Cuando termino de pasar mi nota del cuaderno al ordenador, se siguen registrando víctimas y detalles de los que prefiero no comentar en este blog, aunque no puedo callar la nefasta gestión de quienes enviaron la alerta a los móviles a las 20:30 de la noche, cuando había personas que ya llevaban horas, si no fallecidas, agonizando en el interior de sus vehículos o en los bajos de sus casas.

Muy mal. Muy mal y muy triste a la vez que indignante.

 

miércoles, 9 de octubre de 2024

CASETAS EN EL CENTRO ARAGONÉS


 


A veces, en los momentos previos a la presentación de un acto, la incertidumbre se apodera del protagonista del mismo. «¿Y si no viene nadie? ¿Y si me quedo en blanco en mi intervención? ¿Y si…, ‘ ¿Y si…?

Demasiados Y sí… se presentan en esas horas anteriores a la divulgación en público del último trabajo realizado.

Hoy, cuando han pasado ya muchas horas desde la presentación de CASETAS, me dispongo a reunir los instantes, las palabras, los gestos y el ambiente que acompañó a la jornada; y mis recuerdos llegan a mi primer acto en una sala con el aforo casi al completo. Fue mi bautizo como escritora hace ya doce años, y en aquella ocasión sí hubo temor a no saber estar a la altura: mucha asistencia, mucho protocolo, muchos desconocidos y mucha inseguridad por mi parte.

Quizá por la edad, por la serenidad que otorga el tiempo o porque asumes que no hay nada como ser una misma en cada circunstancia que te depara la vida, es que la inseguridad desaparece. No obstante, es preciso rodearse de gente afable, dispuesta a convertir el evento en algo bonito, rayando en lo cotidiano, desplazar el protocolo en favor de la camaradería; convertir la mesa de invitados en la mesa de sobremesa de tu propia casa, tener enfrente un grupo de personas —sin importar la cantidad— que asiste por interés, por curiosidad o simplemente porque te quiere y desea compartir ese momento especial.

Y así, como si me encontrara en casa, tomando un café con mi gente, de forma relajada escuché a quienes me acompañaban en la mesa: Ángela, Ana María y Rafa. Cada uno desde su intervención, con sus discursos sin florituras, hablando de las letras, las mías, y de cuanto saben o conocen de mi tardía trayectoria en este campo de la escritura.

Por parte de Ángela Navarrete, presidente de la Asociación organizadora del acto, recordar aquí parte de su discurso, basado en las lecturas realizadas de todos y cada uno de mis trabajos desde hace más de diez años. Es una fiel lectora que me sigue desde el comienzo de mis colaboraciones en las diferentes revistas que me dieron espacio entre sus páginas.

De Rafa Asensio, profesor de la CEFPA -Centro de Formación Permanente de Adultos- de Sagunto, señalar su mención a la importancia de estos centros de Enseñanza en cuanto al abanico de posibilidades que representa para aquellas personas que, por circunstancias adversas o complicadas, no pudieron asistir en su día al colegio o instituto en la forma y con los medios habituales que cualquier alumno precisa en la infancia y adolescencia.

Igualmente atesoro las palabras de Ana María Quesada Arias, concejal de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Sagunto que, en pocas palabras, pero suficientemente explícitas, se dirigió a los asistentes celebrando la trascendencia que la lectura sigue teniendo, a día de hoy, entre nuestros ciudadanos.

Así mismo, quiero agradecer a cuantos asistieron al acto, compañeros de la Asociación de Escritores Morvedre -ADEM-, amigos, vecinos y demás familia y miembros de la Asociación Sociocultural Centro Aragonés de Puerto de Sagunto, sus intervenciones en el turno de preguntas.

Gracias a todos por ser y por estar.



 

 

 

 

 

 


miércoles, 7 de agosto de 2024

Elogio de la garrulería

 


 

Estamos muy crecidos desde que la decadencia y el esperpento disponen de los recursos y los escaños de la Consellería.

Que los actos taurinos y procesiones varias son los broches de oro de cualesquiera fiestas patronales que se precien es de todos sabido y conocido, aunque cada vez son más los vecinos que aprovechan para irse de vacaciones fuera de su municipio. Conviene cambiar de aires, que julio y agosto son muy calurosos, y dejar la fiesta para aquellas entidades que las programan con el dinero de todos pero no para todos.

Hace unos años me llevé la sorpresa con «La cagada del manso». Tuve que leer varias veces en el libro de fiestas para asegurarme de que había leído bien. También hubo competición de comer fartons, así, al estilo Sangonera —personaje de una de las obras de Blasco Ibañez que murió de un atracón—. Este año hay también concurso de Ali-oli, creo, pero lo más de lo más en las fiestas de ambos núcleos es la engañifa de pasar por una exhibición de trashumancia infantil lo que es en realidad un encierro con becerros para que los más pequeños vayan pinchando a los animales y entrando en ambiente para cuando crezcan, que no será precisamente en el ambiente del pastoreo trashumante.

Las redes están que arden. De todo he leído en los comentarios de los vecinos, desde el insulto más machista y retrógrado a una animalista hasta el tan manido «si no te gusta no ‘vallas’»

Por suerte todavía no han puesto de moda violar a una virgen a la vista de la talla del santo patrón o patrona, pero lo de lanzar una cabra desde lo alto del campanario o desde el Alto Horno no lo veo muy lejano, actitudes para eso y mucho más sí se aprecian entre los peñistas y simpatizantes, aunque ellos preferirían lanzar a un animalista si ello no tuviera luego consecuencias legales.

La Bego —no la de Sánchez, sino la de mi pueblo—, desde su lugar privilegiado presidiendo la Alameda y sus dos colegas del núcleo de arriba, un año más se han cubierto de gloria… o de esperpento.

La prensa local, mientras tanto, blanqueando el maltrato animal y elogiando la garrulería de unos cuantos.




Imágenes de El Levante EMV El Camp de Morvede.


sábado, 29 de junio de 2024

CASETAS

 



Año… 1993/94. Mi marido lleva turno de noche y mis hijos ya se han acostado hace rato. Son las once. Tengo muchas horas por delante.

Aún no tengo ordenador ni internet. Pero tengo mis libretas y bolígrafos. Unas y otros siempre los tengo a mano. Con la casa recogida me acomodo en la mesa del comedor. Empiezo a escribir casi de forma mecánica: Criado en los barrios de la periferia…

No recuerdo exactamente cuánto tiempo estuve allí, escribiendo. Lo que sí recuerdo es que las letras y las imágenes fueron fluyendo libremente, a su propio antojo. Cuando llevaba once páginas de mi libreta tamaño A4, me di cuenta de que lo más conveniente era dejar de escribir y acostarme, de lo contrario, al día siguiente me costaría mucho trabajo levantarme.

Cuando me metí en la cama pensé que debía haberme quedado toda la noche escribiendo. Aquel a quien empecé llamando Quico merecía mi atención.

Me llevó algo más de un año finalizar aquella historia. Era consciente de que debía mejorar en su sintaxis, pero aun así me dirigí con mi manuscrito «pasado a máquina» y debidamente encuadernado con su gusanillo, al Registro de la Propiedad Intelectual de Valencia. Podía no estar muy bien redactada, pero era «mi historia» situada en un barrio marginal de cualquier ciudad cerca del mar. Con unos personajes y unas escenas totalmente ficticias. La había parido yo y era mía.


Desde aquel día hubo muchos cambios en mi vida. Me hice mayor —más mayor—, y fui creciendo no solo en edad. Traté de formarme en la medida de lo posible. Leí mucho, estudié y también escribí. Hubo dos novelas más que me negué a encerrar en un cajón en compañía de Casetas. Y hubo poesía y colaboración en revistas. Y todo eso mientras Quico permanecía oculto. Hasta hoy.

A ratos, y ahora ya con la inestimable ayuda de mi teclado de ordenador, me he dedicado a revisar y corregir aquello que no terminaba de agradarme. Para ser sincera, he de confesar que tan solo se ha tratado de algunos signos de puntuación o la inclusión de capítulos para hacer más cómoda la lectura. Tampoco he querido cambiar el modo narrativo que he mantenido en tercera persona, algo inusual en mi escritura dese hace ya bastantes años.

Y por fin, Quico y las hijas de Toño han visto la luz. Lo han hecho de la mano de la editorial Alacena Roja, con la que publique hace doce años Cuentos de El Puerto y que yo creía que ya no estaba activa. Fue una sorpresa comprobar que, a pesar del tiempo transcurrido, mi libro de relatos sigue en venta, a través de Amazon, tanto en formato tradicional como en digital. Así pues, contacté con la editora y le hablé de mi primera novela CASETAS. Nos pusimos de acuerdo en las condiciones y desde ayer el libro se puede adquirir a través de la web de la editorial, de Amazon y de varias plataformas más que detallaré más abajo.

Espero que sus páginas gocen de la misma acogida que mis anteriores novelas, Los gatos de Santa Felicitas y La libreta amarilla.

Gracias a todos por seguir ahí, leyendo mis historias y demás ocurrencias.

 -Lola Estal.


Imagen de portada Ismael Murria Estal

Ilustraciones interiores, Ismael Murria Estal y Luisa Navarrete

En el enlace información detallada sobre la novela y enlaces donde adquirirla.

https://alacenaroja.com/narrativa/casetas-dolores-estal-hernandez/?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTEAAR2EOBVEH8ABjxkEdloS4vY-vojyugFKnct5dFsIaeW3NigGaukfE9sF0PE_aem_X_EcRUX78P2gbjvO0xhBsA

 


viernes, 15 de marzo de 2024

EMMA FONDEVILA

 


 

Ella es Emma Fondevila. Argentina, de Buenos Aires. Llegó a España en 1975.

Era, según sus palabras, una fecha entre dos acontecimientos. Por un lado, la muerte reciente del dictador aquí en España; por otro, el golpe militar que abrió la época más negra de la historia argentina.

Yo ya conocía a Emma Fondevila por sus poemas, por algunas conversaciones que habíamos mantenido a través de las redes y por pertenecer ambas a uno de esos grupos que sobre poética abundan por ahí. Además, no es la primera vez que comento por aquí sus poemas. Pero no la conocía personalmente y tenía curiosidad por algunas cuestiones que, por no pecar de indiscreta, no me atreví nunca a plantearle.

Finalmente, y ante el inminente encuentro en el que, por fin, íbamos a darnos un abrazo, me atreví a preguntar y ella, con la amabilidad que la caracteriza, me respondió:

Le pregunté si su salida del país argentino se debió al momento político que se vivía allá. Me confirmó que, efectivamente, lo tuvo que ver «todo». Ella acababa de terminar la carrera en la Universidad. Uno de sus profesores reclutaba gente para la lucha armada. Eso convertía a sus alumnos en sospechosos.

Emilio, su marido, español, que por entonces llevaba algunos años viviendo en Buenos Aires, supo o pudo identificar que se avecinaban tiempos muy duros, y ambos tomaron la decisión de venirse a España.

Emma dejó allí todo lo que no podía traer en un par de maletas: familia, casa, amistades, recuerdos… Todo lo que hasta entonces había sido su vida.

Le pregunté si alguna vez sintió la necesidad de volver. «Volvió dos veces, ya con pasaporte español, pero solo para ver a la familia». Nunca pensó en quedarse. Las condiciones políticas y económicas no lo aconsejaban. Con el tiempo, sus padres también se vinieron para España, y ya no le quedó ningún motivo para volver.

¿Qué podría haber sucedido de haberse quedado allí? Nunca lo sabrá. De lo que sí está segura, es de que nunca lamentó tomar aquella decisión. No obstante, la sensación de desarraigo siempre la ha acompañado y ha sido el germen de su poesía.

«El país que la vio nacer hace ya muchos años ya no existe, ya no es. Pero tampoco acabas de encontrar acomodo en un suelo nuevo en el que echar raíces. Acabas conviviendo con ese desarraigo, en la nostalgia».

Ella le escribe al amor y a la esperanza, aunque confiesa que, a veces, el ánimo decae. Escribe y reflexiona. Sobre la poesía; sobre cómo se forja. Y se pone en el lugar del lector, porque es la única manera de entender lo que escribe.

Tuvo que dejar a un lado muchos sueños y aspiraciones. No pudo dedicarse a la crítica literaria, que es lo que más deseaba, y se ganó la vida traduciendo cosas que a veces ni le interesaban, pero siempre disfrutó del contacto de la palabra, indagando, en su afán por dar con la palabra exacta que dijera, en castellano, lo que el autor había escrito en otro idioma.

La poesía también es eso: La búsqueda de la palabra que se te resiste para expresar algo.

Ella es madre y, como muchas otras madres, ha sentido la sensación de robar horas a ese menester por dedicarlas a su trabajo.

«No sé qué más decirte. Es difícil definirse a una misma. Para conocerme es mejor entrar en mi poesía», finaliza.

Le doy las gracias y le digo que estas preguntas y sus respuestas son para uno de esos trabajos que subo a mi blog. Esos donde comento sobre mis amigas y amigos poetas, y que desde que llegó la pandemia, tengo muy dejados de lado. «Quiero retomar esos trabajos». Le digo.

***

Esta conversación la mantuvimos hace un año, cuando vino a Valencia a presentar su último libro HABITAR LA SOMBRA. Fue entonces cuando tuvimos el placer de conocernos personalmente. Con ella venía su marido, el también poeta y traductor Emilio Muñiz. Fue un encuentro de lo más agradable.

HABITAR LA SOMBRA – Ed. Tigres de Papel, (2021), se compone de tres partes: Entre la flor y la nada; De diferentes naufragios y Habitar la sombra, que da título al libro. Los fragmentos que transcribo corresponden a poemas de esas diferentes partes.

[…] El eco encapsulado en cascarones vacíos

magnifica sonidos inertes


Tropiezo con versiones de mí

            empeños de ser

            que se encaminan al fui […]                    

---

[…] Recuerda quién eres

cuando la mañana no basta

y la noche persiste en su negrura

 

Recuerda quién fuiste

            los nombres que te han dado […]

---

[…]Aúlla la noche sobre la mostración de las heridas

Tiemblan los cuerpos lacerados

 

Vacía

la esperanza se estrella

contra el desarraigo de los tristes […]

 

Fragmentos de: Habitar la sombra; Entre la flor y la nada; De diferentes naufragios, respectivamente.

domingo, 3 de marzo de 2024

Un paseo por Serranos



 

Un trocito de cielo y un acordeón… Lo dice Lorenzo Santamaría en una de sus canciones…

El hombre está ahí, en el Puente de Serranos. Es un hombre joven, de aspecto descuidado. En otro tiempo lo llamarían bohemio; quizá hoy okupa, antisistema y algunas cosas más. A nosotros nos gusta. Toca una melodía pausada; su acordeón es muy grande en el recuerdo de mi memoria vieja.

Me paro con el niño cogido de la mano. El joven nos sonríe sin dejar de acariciar su teclado. El niño le devuelve la sonrisa. No pregunta nada. Solo escucha y observa.

Yo también sonrío y escucho: Al niño primero, al cielo azul y al empedrado del suelo después, y por último al hombre joven y su acordeón que ya finaliza la melodía.

El niño se le acerca y toca un par de botones. El artista le permite tocar unas notas. Yo me inclino y deposito unos euros en el platillo de plástico que el hombre tiene a sus pies, sobre una vieja manta.

Con el niño de la mano continúo camino hacia las torres. Unos pasos más adelante, una chica elabora sus collares.

El niño se para de nuevo. Contempla el colorido expuesto sobre una mesa improvisada. La chica le sonríe sin dejar de trabajar su artesanía.

El niño le sonríe, yo sonrío al niño. Ninguno de los tres hablamos.

La chica lleva el pelo trenzado con los colores del arco iris.  Al niño le gusta.

Con sus manos de niño toma unos zarcillos de la mesa y me los ofrece. Sabe cómo me gustan y ha seleccionado bien.

Busco en mi bolso de tela el monedero tejido con hilo fino. Saco un billete de veinte euros y lo dejo en el platillo de plástico que hay sobre la mesa improvisada.

«No cuestan tanto», dice la joven. «No es lo que cuestan -respondo-, es lo que valen»

Permanece inmóvil, pensativa. El niño me mira y sonríe.

Unos metros atrás, el hombre toca de nuevo el acordeón. El cielo, inmaculado, sigue cubierto con su manto azul y nosotros caminamos sin prisa, bajo la atenta mirada de las dos torres, hacia el semáforo que nos separa del otro lado de la ciudad.

Atrás se queda ese trocito de cielo azul que Santamaría me mostraba desde un joutube, un acordeón y un platillo sobre un manta en el suelo empedrado del puente de Serranos.

EN EPA ESTEVE PALUZIÉ

 


Hace apenas unos días tuve el placer de asistir de nuevo a uno de esos centros docentes en los que me siento como en casa.

En esta ocasión la invitación vino por parte de la Escuela de Formación de Personas adultas «Esteve Paluzié», del municipio de Catarroja, en mi comunidad.

Ante mi ignorancia acerca de la persona que da nombre al centro quise indagar un poco sobre ella. Como suponía, se trata de una persona relacionada con el mundo docente. Y lo fue en un momento en el que la educación y la enseñanza no estaban al alcance de todos

Esteban -Esteve- Paluzíe y Cantalocella. Nacido en Olot, en enero de 1806. Fue pedagogo y arqueólogo; y es considerado uno de los padres de la pedagogía moderna española, una modernización en la enseñanza muy necesaria a lo largo de todo el XIX.

Cuando contaba veintidós años abrió dos colegios de primeras letras, uno en Barberá del Vallés y luego otro en Sabadell; localidades de Barcelona de las que se vio obligado a huir, tal vez por la reacción absolutista del monarca del momento.

Se estableció en Valencia donde continuó aplicando sus ideales pedagógicos. En la escuela de primeras letras de Xátiva, siguiendo el modelo empleado en el ejército, el maestro organizó las clases en función de las edades y las ordenó en filas y listados. El método didáctico empleado estaba basado en el aprendizaje crítico, en el que intentaba potenciar la capacidad reflexiva de los alumnos al mismo tiempo que se ejercitaban en el uso memorístico.

En 1840 volvió a Barcelona donde abrió un colegio que incorporaba una biblioteca y un museo orientado a la exposición y usos didácticos. Fundó revistas y publicó manuales de enseñanza y trabajos sobre pedagogía y estrategia educativa, tratados, lecciones de elocuencia castellana, colección de cuentos morales para niños…

Hizo todo eso y mucho más, y yo ahora estaba sentada en una de las aulas del centro que se corresponde con una de las habitaciones del hotel donde él residía; inmueble que donó de forma altruista al municipio para convertirlo en escuela infantil. Hoy el edificio alberga la Escuela de Formación Permanente de Adultos, en la que me encuentro dirigiéndome a un alumnado muy diferente a aquel a quien Paluzié se dirigiera en sus Escuelas de las primeras letras; porque el alumnado que entra a la sala y me observa mientras yo ocupo mi asiento junto a uno de los profesores del departamento de Lengua, no viene a aprender sus primeras letras, sino a ampliar el conocimiento de aquellas grafías, a interpretarlas para así adentrarse en los mundos mágicos a los que las páginas de los libros te llevan; ya sea sobre el lomo de un Platero, un paseo por el Callejón del gato junto a Max Estrella y Latino, o como durante las últimas clases, a situarte en los acontecimientos de unos Cuentos del Puerto, en los que una niña un poco chalada habla con las nubes, mientras otra vuela junto a las gaviotas ajena al seguimiento que los buitres hacen de su vuelo. Unos Cuentos del Puerto en los que Miguel desorienta sus pasos al volver a casa, o un niño de piel morena ve su luz primera a ras del Mediterráneo, sobre la borda estrecha y vacilante de una patera.

En clase de Lengua están leyendo esos Cuentos de El Puerto que yo comencé a escribir hace ya casi treinta años y que finalicé con unos textos breves hace quince. Esos cuentos que, en principio no se escribieron con intención de ver la luz editorial, me decidí a publicarlos en 2012, y ahora me habían traído hasta aquí.

Hemos hablado de cada uno de ellos. Del proceso creativo, del momento en el que los escribía, de aquellas horas y de lo que sentía cuando redactaba cada escena.

Cuando los asistentes se implican todo fluye mejor. Con una participación excelente una pregunta lleva a otra, y así se han ido hilvanando cuestiones y situaciones que me han trasladado hasta otra Escuela de Adultos y al origen de mis primeros textos o, como diría el señor Paluzíe: «mis primeras letras». Unas primeras letras que se convertirían en artículos y entrevistas para revistas culturales, cuentos, novelas y hasta poemas; y, como en la jornada de hoy, en una maravillosa tarde literaria rodeada de buena gente, gente cercana, curiosa y ávida de seguir sumando letras.

El tiempo se pasa volando y han quedado fragmentos por leer, escenas que mostrar y versos en el aire que, sin duda, algún día leeremos recordando aquellos primeros pasos en la que fue «mi EPA», hace ya unos cuantos años.

Muchas gracias por haber hecho de esta, una tarde muy especial.

 

Fuente: Real Academia de ha historia – dbe.rah.biografías Esteban Paluzíe Cantalocella

 

 

 

 

 

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