jueves, 28 de abril de 2022

Escribiendo en la cocina

 




Me estoy acostumbrando tanto a escribir con pluma que ya no concibo hacerlo con bolígrafo. Se está convirtiendo en una adicción, tanto como hacerlo en la mesa de la cocina, lo que me lleva a recordar los primeros textos: «primera novela y primeros poemas». Han pasado muchos años, aunque me parezca que fue hace tan solo unas semanas. Era a principio de los noventa y ahora contemplo la imagen como si me transportara en un viaje en el tiempo: la mesa de la cocina, el bloc de notas y el otro más grande tamaño A-4, varios bolis, tipex, la cajetilla de Fortuna, el cafetito y… la máquina de escribir con tecla correctora. A mi espalda, igual que ahora, la comida cociendo a fuego lento, el olor a especias —hoy a laurel—…

Todo cambia y todo permanece, como los aromas de las especias y las notas de un viejo adagio. Tal vez es que el círculo comienza a cerrarse. Quizá aquella primera novela, cuya protagonista escribía su historia aislada del “mundanal ruido” junto a uno de los picos de la Calderona, presagiaba el traslado, casi veinte años más tarde, a este municipio a pie de sierra en el que ahora escribo desde mi ordenador.

Tal vez Alba, como Uba, son dos intrusas que permanecen en mi subconsciente al coger la pluma japonesa o los antiguos bolígrafos de marca superior con los que, con tanta disciplina, comencé las primeras líneas hace ya unos cuantos años, acomodada en la mesa de la cocina.

Quién sabe…


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