Se quitó su bata gris y se puso su mejor vestido:
Su piel de fragua.
Se soltó el cabello y cambió su mirada de llanto
por un mirar de esperanza.
Se elevó sobre sus tacones más finos y, diciendo adiós al yunque,
salió a la vieja calle, la que era de tierra.
Lentamente comenzó su danza, que fue haciéndose más alegre
a medida que la comitiva se acercaba.
«Está loca» decían quienes cerraban el cortejo.
«Está presa» sentenciaron quienes lo abrían.
«Ya está satisfecha» dijeron convencidos quienes la conocían.