miércoles, 24 de diciembre de 2014

Deseos de paz

 
De fragua y Yunque os desea unas felices fiestas en las que la paz y la estabilidad, tan necesarias en los momentos por los que atravesamos, sean las principales protagonistas de cada instante.
 
 
 
Imagen: Blas Estal.

martes, 16 de diciembre de 2014

Por la playa en invierno



 

Desde la acera camino sin prisas y sin rumbo fijo alguno. El día amaneció lluvioso, como a mí me gusta. No hace frío y el abrigo de lana resulta incómodo. A lo lejos se observan las nubes deslizándose montaña abajo, donde las primeras casas despiden ya sus humos por las chimeneas. Es una visión húmeda y gris que se entremezcla con el verde de los jardines y que me recuerda que pronto acabará el año en curso. Otro más. Con sus alforjas cargadas de experiencias, con sueños cumplidos y sueños rotos.

He decidido vestirme con chándal, jersey grueso y zapatillas de deporte, y tras dejar atrás el paisaje rural, me he dirigido hacia el mar. Ahora lo observo precioso. Los azules han desaparecido del paisaje y un velo gris cubre el horizonte y se funde con las aguas lejanas. Por la orilla de la playa una mujer joven pasea y recoge lo que se me antojan piedrecitas pulidas arrastradas por las olas durante la última noche. Su perro la sigue de cerca y a veces apresura sus pasos para detenerse un poco más adelante y esperarla con mirada inquisitiva. La veo dirigirse al espigón, donde unos hombres discuten acalorados, posiblemente por el resultado del partido de la noche anterior. Mientras, a lo lejos, un carguero se dirige hacia el puerto comercial, ajeno a la discusión y a las escenas que se desarrollan en la costa. Yo disfruto de mi  camino por el paseo marítimo que me brinda la tranquilidad de un entorno solitario. Apenas dos reducidos grupos de señoras se cruzan conmigo. Caminan deprisa, como sofocadas, y gesticulan cuando hablan. No me saludan, pero no es por falta de educación sino porque van a lo suyo, y lo suyo es caminar, deprisa, y marcando un ritmo; aconsejadas tal vez por su médico de familia como terapia contra el colesterol, o quizá por propia iniciativa, esperando con ello desprenderse de algunos centímetros de más en la cintura o caderas.

Yo no las sigo, simplemente las contemplo y me imagino cómo serán sus vidas; qué harán tras la caminata. Una de ellas parece bastante mayor pero camina con elegancia y no gesticula; solo atiende a las otras. Ya casi no las oigo, han alcanzado el final del paseo y dirigen sus pasos hacia el vial internúcleos. Tal vez vivan por las Quinientas viviendas, o en los alrededores del Centro de Especialidades.

Cuando tomo asiento en uno de los bancos, junto al seto de adelfas, y siento la humedad de la piedra, me doy cuenta de que ha comenzado a caer una finísima lluvia, por lo que decido alejarme por un tiempo del paseo paralelo a la playa y cobijarme en uno de los bares de enfrente. Allí entablo conversación con un señor que toma su segundo cortado de la mañana. Es bastante mayor, y me cuenta que, tras llevar a su nieto al colegio, le gusta entrar a desayunar de nuevo, antes de ir a la panadería a comprar el pan que dejará en casa de su hija. «Ella trabaja por las mañanas», me dice. Yo asiento y me acomodo mientras el camarero me sirve un café calentito. Me pregunto cómo será la hija del hombre, si la conoceré, aunque solo sea de vista, y de paso elucubro sobre las tareas en las que el hombre se entretendrá una vez que la haya ayudado y recogido al niño a la salida del colegio.

Mientras me cuenta cómo transcurría su vida allá en el pueblo, me lo imagino en esa era, en la parte trasera de su casa, que ahora dibuja con la mirada perdida. Me habla de la nieve que no añora en absoluto porque, para las personas que tienen que convivir con ella en los duros meses del invierno, allá en la sierra, no constituye ninguna diversión, sino una herida más en el cuerpo.

La lluvia arrecia y empiezo a lamentar no haber cogido ropa de más abrigo; el anorak se quedó colgado de la percha, junto al paraguas grande, el negro de papá, el que nunca se rompe aunque haga mucho viento, ese paraguas pasado de moda que ocupa su lugar privilegiado en el viejo paragüero, al lado de la, igualmente vieja, percha; reliquias de un pasado de las que, rotundamente, me niego a desprenderme.

El señor se pone nervioso a medida que la lluvia cae con más fuerza. Sus manos tiemblan torpemente mientras deja la taza de su cortado sobre la barra del bar. Le pregunto si se encuentra mal pero no me responde. Algo se ha movido en su interior, muy adentro de sí mismo, cuando me hablaba del invierno allá en su pueblo de Teruel, y yo me doy cuenta de pronto de que es muy mayor para tener nietos en edad escolar.

«¿Cuántos años tiene su hija?» le pregunto ahora con cautela. Me responde con evasivas y advierto que sus ojos se han humedecido. Entonces pienso si, en realidad, hay una hija y un nieto en el colegio. Deseo tomarle las manos y ofrecerle un poco de calor, pero no me atrevo a importunarlo. El camarero me avisa de que todo está bien; el hombre viene habitualmente, y el niño es su bisnieto. Hija no hay desde hace unos meses. Abuelo y nieta viven juntos y cuidan del pequeño. Cada uno a su manera.

La tristeza me embarga por momentos y decido pagar mi consumición y la de mi compañero de barra. Deseo marcharme de nuevo frente al mar y no pensar en ausencias. Entonces una chica entra sacudiéndose el agua del cabello y cerrando su paraguas negro, antiguo, de abuelo.

Tras darnos los buenos días, se dirige al anciano con una enorme sonrisa dibujada en su cara «¡Cómo llueve abuelo! Hoy no hay trabajo, tampoco podremos pasear por la orilla del mar como a ti te gusta, pero haremos migas para comer y después jugaremos al dominó» Con un gran abrazo y un sonoro beso en la mejilla del abuelo, la chica aplaca mi pena e ilumina la mirada del viejo.

Cuando me alejo de ellos dejándoles su espacio de intimidad, observo por la ventana que la lluvia va amainando y decido salir a la calle. Al final de mi paseo el autobús me espera para llevarme de regreso a casa, adonde ansío llegar cuanto antes para cobijarme en los brazos de mi gente y de mis recuerdos. Cuando llego a la cancela de mi puerta me doy cuenta de que tengo los pies mojados y las manos heladas. El invierno ha llegado de nuevo.

 
Fotografía: Ismael M.
 

lunes, 8 de diciembre de 2014

UN SAXO EN LA NOCHE



 

En la cama había silencio y solo se escuchaba en la noche un saxo a lo lejos. La brisa procedente de levante arrastraba su sonido mezclado con aromas marinos. El hombre fumaba un pitillo mientras contemplaba la luna desde la terraza. En el interior la mujer dormía ajena a la serenidad de la noche estival. Tal vez soñaba…

La mañana había sido ajetreada. A primera hora, la consulta con el médico. Incertidumbre y desasosiego se apoderaban de ella cada vez que la enfermera salía con su hoja de citas a llamar al siguiente paciente. Finalmente, cuando le llegó el turno y recibió el diagnóstico, suspiró aliviada. Todo quedaba en un susto.

Dedicó la mañana a pasear por el parque y se permitió abusar de la tarjeta de crédito en dos de sus tiendas preferidas. Hacía bastante calor y la humedad ambiental se le adhería a la piel, pero no le importaba. El calor formaba parte de la vida, tanto como el frío, el viento o la lluvia.

En la sobremesa explicaba a su marido los pormenores de la conversación mantenida con el doctor. Él la escuchaba, estremecido todavía por la expectación del primer momento. Lloró sin hacer ruido cuando ella finalizó su exposición y la besó en la frente. No hubo palabras ni abrazos agobiantes. Eso vendría más tarde, a la hora de la siesta, cuando se amaran como si fuera la primera vez y no la última.

Redescubrieron sus cuerpos, entreteniéndose allí donde creían hallar un nuevo punto de placer; se miraron a los ojos dejando que éstos tomaran la palabra y permitieron que las horas se evadieran. Ya no había prisa. El sexo se confabuló con el amor para hacer más placentera la tarde, una vez más. Dejaron que el sol se perdiera a sus espaldas mientras la sombra oscurecía las baldosas del patio.

Ahora, en la noche, ella soñaba dormida sobre la cama deshecha. Él, soñaba despierto bajo aquella luna que lo observaba desde un cielo raso. Lloró de nuevo y esta vez no lo hizo en silencio. Primero un apagado gimoteo, después un llanto desgarrado que alarmó a los vecinos de al lado que tomaban el fresco en la terraza colindante.

Ella continuó soñando que la vida le sonreía. Mientras, a lo lejos, una música de saxo se difuminaba en el aire.

 
 
Imagen: Blas Estal
Relato publicado en Acantilados de Papel  Nº4

jueves, 4 de diciembre de 2014

A la manera de Illán Vivas.


Casi sin darnos cuenta, nos hemos metido de lleno en el mes de diciembre, el mes de los regalos por excelencia. ¿Qué tal un libro acompañado de un buen vino y unas flores para obsequiar a nuestro amigo o amiga en esa próxima cena en su casa?
    Para los amigos de la Fragua y el Yunque amantes de la poesía se me ocurren muchos títulos. De momento, os comento acerca de A MI MANERA, el último de los trabajos poéticos publicados por Fco. Javier Illán Vivas.
    Es, efectivamente, su última publicación poética, pero no la última. Otros trabajos consolidan la obra de este escritor murciano, cuyo comentario os pasaré más adelante. Hoy, tan solo deseo acercaros hasta sus versos últimos.
 
 
 

A MI MANERA es el título con el que Illán Vivas nos presenta su último trabajo poético. Yo me he concedido la licencia de utilizar estas tres palabras para comentar mi lectura del mismo; y, así, a mi manera, lo he leído en esta tarde; con la complicidad del silencio de mi plaza, a estas horas vacía de inquilinos.

Lo he hecho a mi manera: acomodada en el sofá de mi sala; elevados los pies sobre la mesa repleta de elementos varios; con la espalda debidamente apoyada en el almohadón de color negro; y con la serenidad y atención que el poema merece y el lector y lectora le deben.

A mi manera me he asomado hasta el alma del poeta que, ni se pierde, ni se cierra. Esa alma de la que por momentos se despoja para permitirle el vuelo entre sus versos, con el fin de ponerla suavemente a nuestros pies, como una ofrenda.

He llegado hasta su puerta sin cerrojo en las ventanas y he atravesado su cancela hasta hallar un hueco en su tiempo que, tan generosamente, nos regala.

«A mi manera» no es uno más de sus trabajos, sino uno muy especial en el que el autor vuelca sus recuerdos de los primeros días. Alude a una melodía y a unos tiempos que ya no volverán pero que recupera, con gran maestría, de las esquinas del tiempo y los formatea para compartirlos con todos nosotros. Son sus momentos pasados y a la vez presentes, preñados de voces amigas, de sonidos amargos, de risas efímeras… Voces indispensables en las entrañas de la palabra para dotar de belleza al silencio;  porque, el silencio:
 

[…]Es más duro que el acero
más que el adamantio
más que un camino de olvido
hace, de la belleza arte,
como sombras de rosas[…]

 

A pesar del tiempo transcurrido desde la última lectura de estos versos, sigo dándole las gracias al autor por proporcionarme esta cercanía hasta su espacio más propio, y espero el momento de una nueva lectura, que realizaré, como no podría ser de otro modo, a mi manera, frente a las colinas que custodian las aguas de mi playa.
 
 
Imagen: Portada de A MI MANERA
FRANCISCO JAVIER ILLÁN VIVAS
Ed. Vitruvio  Madrid (2012)

martes, 2 de diciembre de 2014

ASOCIACIÓN YOU CAN, INTERVENCIONES ASISTIDAS CON ANIMALES


 

Hace ya algún tiempo subí a este blog un artículo sobre Mel y Llum:  http://defraguayyunque.blogspot.com.es/2013/09/mell-y-llum-llum-y-mell.html
En él os contaba mi experiencia en una de las actividades llevadas a cabo por You Can en la Unidad de Respiro de AFACAM. Desde ese momento quise saber más cosas acerca de esta entidad dedicada a la Intervención Asistida con Animales, y el resultado de mi curiosidad es esta entrevista que comparto hoy con vosotros. Estoy segura de que no os dejará indiferentes:
 
 

ASOCIACIÓN YOU CAN, INTERVENCIONES ASISTIDAS CON ANIMALES
 

Aurora Carbonell es una joven emprendedora, terapeuta ocupacional y adiestradora canina profesional que ha hecho posible, aunando estas dos disciplinas y rodeándose de un equipo extraordinario de profesionales, que Asociación You Can sea hoy una realidad.

De Fragua y Yunque se ha puesto en contacto con ella y, a pesar de lo apretado de su agenda, ha tenido la amabilidad de responder a todas sus preguntas:

 

PREGUNTA.— ¿Qué es Asociación You Can?

RESPUESTA.— Asociación You Can es una entidad que surge con el propósito de mejorar la calidad de vida de las personas a través de procedimientos específicos de la Terapia Ocupacional, pero con la peculiaridad de que es, además, pionera en la aplicación de las IAAs (Intervenciones Asistidas con Animales) desde la perspectiva de la Terapia Ocupacional. Nuestras actividades se basan en la aplicación de estrategias y fundamentos de esta disciplina mediante la intervención de animales como recurso motivador y facilitador.

Está formada por un equipo multidisciplinar en el que participan psicólogos, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas, educadores sociales, logopedas, técnicos en Intervenciones Asistidas por Animales, entrenadores de perros de asistencia, adiestradores caninos, etc.

Actualmente el equipo animal está compuesto por cuatro perros y un gato, pero hay otros animales que están realizando un proceso de selección y habituación antes de pasar a formar parte de este proyecto.

P.— Esta actuación, ¿va dirigida únicamente a personas con discapacidad, o también a niños con retraso escolar y a personas con predisposición a trastornos depresivos?

R.— Las «Intervenciones Asistidas con Animales» van dirigidas hacia todos los colectivos con diversidad funcional. Los programas que ofrecemos tratan de dar cobertura a las necesidades de aquellas personas que nos los solicitan. Nuestro enfoque integral nos permite abordar las diferentes esferas que componen al ser humano, considerando de forma global a las personas como seres físicos, cognitivos y emocionales, además de sensoriales y sociales. Desde este enfoque podemos solventar las necesidades de cada individuo adaptándonos a las capacidades y limitaciones que presente, y, partiendo de este punto, comenzamos a trabajar. Nuestra experiencia ha transcurrido en diversos colectivos: personas de tercera edad, niños con trastorno generalizado del desarrollo, menores en reclusión penitenciaria, etc.

P.— ¿Son los animales la principal diferencia con respecto a otros grupos terapéuticos?

R.— Efectivamente, la presencia de animales en las intervenciones es un factor diferenciador fundamental. La motivación y predisposición del usuario y la aceptación hacia la actuación del profesional son facilitadas por el animal, que actúa como puente e interlocutor entre terapeuta y usuario. Entre éste y el animal se genera un vínculo afectivo casi de inmediato y, de esta forma, el animal queda incorporado en la actuación. Como valor añadido, el animal ofrece un contacto con la naturaleza que se traduce en un entorno de intervención relajado y agradable.

A su vez, los animales son tolerantes y amables, no juzgan. Estas características son favorables cuando se trabajan, por ejemplo, problemas de conducta o autoestima.

P.— ¿Siempre clases dirigidas a grupos, o también de forma personalizada, individualmente?

R.— La Intervención Asistida con Animales puede desarrollarse tanto en grupo como de forma individual. La elección de una u otra alternativa dependerá de las necesidades del/los usuarios, del problema a tratar y de los objetivos establecidos en el programa de intervención. Actualmente desarrollamos programas de Terapia Asistida con Perros a Domicilio: un equipo de intervención de la Asociación (profesional de la salud y/o educación, guía canino y perro) se desplazan al domicilio del usuario para una intervención más personalizada.

P.— ¿Hay diferentes respuestas por parte de cada usuario a esta terapia, o responden todos a un mismo patrón de conducta cuando se encuentran ante los perros?

R.— Cada usuario se relaciona de forma particular con cada uno de los animales que llevamos a las sesiones. No existe un patrón de respuesta predeterminado. Como cada ser vivo es único, cada vínculo que se genera también lo es. Los usuarios tienen sus preferencias y pueden empatizar más con uno u otro animal. De la misma manera, los animales también muestran preferencias por distintos usuarios. Es curioso destacar que aunque los usuarios no tengan un buen día, su reacción hacia los animales siempre es de aceptación y alegría al encontrarse con ellos.

P.— ¿Acudís a colegios de Educación Especial a trabajar con los niños como parte de actividades extraescolares?

R.— Sí. Actualmente estamos desarrollando proyectos de Intervención, tanto en el horario escolar como extraescolar, en diferentes colegios de Educación Especial y Aulas de Comunicación y Lenguaje de colegios ordinarios. Las sesiones son en grupo y se trabajan simultáneamente los objetivos grupales e individuales, determinados tras una evaluación previa de cada niño y de una reunión con sus padres. También se tienen en cuenta las necesidades e inquietudes de los profesores. Creemos que solamente un trabajo conjunto y consensuado desde todos los ámbitos puede lograr resultados. En estos casos, los animales son un gran recurso motivador para los niños; a través de ellos podemos abordar temas como la responsabilidad por el cuidado de otros seres vivos, la espera de turnos, la comunicación entre compañeros, la incorporación de rutinas de acercamiento y contacto con los animales, los temas curriculares, etc.

P.— ¿Solicitan vuestros servicios las residencias de ancianos, o únicamente trabajáis con las Unidades de Respiro de las AFAs (Asoc. para la ayuda a familiares de enfermos de Alzheimer)?

R.— Actualmente estamos trabajando en diversos centros de día y residencias. Algunos de los proyectos que estamos realizando son de larga duración, mientras que otros son temporales. La aplicación de las Intervenciones Asistidas con Animales puede realizarse en cualquier recurso (centros de día, residencias, asociaciones, centros de salud mental, hospitales, en domicilio, etc.)

P.— A veces empleáis caballos, ¿mantienen estos animales una mayor complicidad con las personas que las que puedan mantener los de otras especies?

R.— La elección de la especie animal (y del individuo dentro de la especie) para llevar a cabo una Intervención, dependerá de los objetivos que se hayan planteado para esa actuación. Las diferentes especies animales nos ofrecen distintas características que aprovechamos a nuestro favor para realizar nuestro trabajo. Una especie domesticada y que lleva largo tiempo relacionada con el ser humano es, obviamente, más apta que otra silvestre. Por ello, la mayoría de las Intervenciones se realizan con animales domésticos, aunque también hay excepciones (delfines, lobos marinos, etc.) que requieren un análisis aparte y que no es objeto de esta entrevista.

En el caso de las tres especies animales más comunes empleadas, los beneficios que pueden aportarnos son muy diferentes. Los perros son el animal de compañía por excelencia, aceptados por la mayoría de las personas: comparten sus casas y vidas, forman parte de la familia. Son sociables y versátiles, fácilmente educables y entrenables, y pueden trasladarse fácilmente a diferentes lugares. Esto los convierte en la opción más idónea para trabajar. Con ellos se aborda, entre otros aspectos, la disminución del estrés y la mejora del estado de ánimo, la capacidad de atención y memoria, el desarrollo de habilidades sociales, de ocio y ejercicio físico, la estimulación sensorial y de destrezas motoras.

En cuanto a los gatos, son ideales para las personas mayores, tanto para la realización de Intervenciones Asistidas como para mascotas, puesto que favorecen la relajación, reducen la ansiedad, previenen la depresión, favorecen la ocupación y la responsabilidad, y su ronroneo parece tener propiedades sonoras que se sospecha pueden contribuir al mantenimiento del sistema osteoarticular. Tanto el caso de perros como de gatos, la compañía y la necesidad de ser cuidados que ofrecen a los usuarios o dueños es muy importante para la motivación de las personas.

Por otro lado, los caballos tienen un papel más específico dentro de las IAAs, pues su empleo se basa más en tratar diversidades físicas: la mejora del equilibrio, control muscular, movimiento articular, conciencia corporal, etc. El movimiento que transmite el caballo al usuario durante la monta es similar al que hacemos los humanos al caminar, por lo que es muy recomendado para personas con limitaciones de movilidad.

P.— ¿Necesitan estos animales unos cuidados especiales con relación a los domésticos que podamos tener en nuestros hogares?

R.— Con los animales domésticos comunes comparten los cuidados veterinarios básicos que todos los animales de compañía deberían tener, como vacunas, controles periódicos, prevención parasitaria… Pero, además, con estos animales se hace preciso una rutina de adiestramiento cotidiana y constante para mantener los comportamientos necesarios en las sesiones, o para crear otros nuevos que se requieran según la Intervención.

P.— ¿Se han puesto nerviosos alguna vez cuando un anciano afectado de demencia o un niño con características especiales se ha puesto agresivo con ellos?

R.— No. Con estos animales hemos trabajado mucho la habituación y tolerancia a diversos estímulos, por lo que no se alteran ante gritos, gesticulaciones, manipulaciones bruscas, etc. De todos modos, la función primordial del guía del animal es cuidar la integridad y buen comportamiento de éste. Las situaciones que puedan terminar en agresión hacia los perros se pueden prever perfectamente y anticiparnos para evitarlas.

P.— ¿Los educáis vosotras mismas?

R.— Sí. En el equipo hay profesionales de adiestramiento animal, educación canina y entrenamiento de los animales de IAA. La selección, educación y adiestramiento la realizan estos profesionales que son también sus guías.

P.— Cuando se acaba el trabajo, ¿con quién se quedan?, ¿son vuestros o de todo el equipo que forma You Can?

R.— Todos los animales de la Asociación You Can viven con sus guías, que forman parte del equipo humano de la entidad. Además, para su buena relación y habituación realizamos convivencias periódicas: los animales duermen, juegan, pasean, comen y entrenan juntos.

P.— Dado el momento económico por el que estamos atravesando, y teniendo en cuenta los recortes aplicados a los centros y familias con personas dependientes, ¿están vuestras terapias al alcance de cualquier centro o familia?

R.— Lamentablemente no somos ajenos al momento de crisis por el que estamos atravesando. El coste de las IAAs suele ser elevado, puesto que estamos hablando siempre de la presencia de un profesional de la salud y/o la educación, un guía del animal y un animal en cada sesión. Y esta metodología incrementa el costo de la sesión. Asociación You Can tiene como objetivo que estas Intervenciones estén al alcance de todo el mundo, así como llevarlas a todos los sitios donde sean necesarias. Por eso hemos ajustado esos costos de las Intervenciones y buscado fórmulas específicas para que los centros y familias puedan acceder a esta valiosa herramienta.

 
Estoy completamente segura de la valía de esa herramienta, así como de la de todo vuestro equipo. Muchas gracias por dedicarme vuestro tiempo y palabras.



Fotografía tomada del archivo de You Can
 

lunes, 1 de diciembre de 2014

De la mano de... Débora Trachter

 






 
 
De excursión por la fotografía, contemplo el puerto,
las grúas, los elementos que colaboran en la cotidianeidad de la vida;
una vida que hoy descansa del trabajo.
 
 
 
El puerto guarda silencio
y hasta las grúas reposan inertes...
 
 




 
 
 






 
 
 
 
 
Siguiendo por la galería alguien me observa.
Me siento vigilada por la arrogancia de altas torres,
y a mi mente acude la visión de aquellas otras,
cuya altivez se desplomó, cómo se desploma la paz
bajo el gobierno de los encumbrados. 


 









De: Paseo por la galería Deboriana en su recorrido por Buenos Aires
Fotografías: Débora Trachter (2009)

domingo, 23 de noviembre de 2014

Réquiem por un hombre cualquiera




Hace apenas unos días tuve el placer de conversar por la red con David Morello Castell. Me regaló una cita para una imagen y abrió la puerta a la entrada anterior de este blog. Si yo aporté mi imagen a la conversación mantenida, él aportó una noticia muy satisfactoria, tanto para sí mismo como para sus amigos: «Su último trabajo poético publicado REQUIEM POR UN HOMBRE CUALQUIERA, Ed. Vitruvio (2013) , acababa de quedar —según la Asociación Madrileña de Escritores y Críticos Literarios— entre los seis finalistas al Premio de la Crítica de Madrid al mejor libro de Poesía del año 2013.
A medida que iba leyendo esa comunicación, acudieron a mi memoria los versos a pie de hoguera; la silla de anea sobre la que David, acompañado por la guitarra, da libertad al duende flamenco que lleva dentro; la camaradería alrededor de un tradicional guiso de caracoles, quién sabe si, alguna vez,  saboreado bajo una frondosa parra  y regado con un humilde vino servido en porrón…
Lamenté no haber podido asistir a ninguno de los actos flamencos, en los que él mismo recita sus versos con sentimiento profundo y voz entrecortada, y me dirigí hacia el estante poético de mi librería para encontrar, entre los libros de amigos, su particular «Requiem». Lo tengo en este mismo momento entre mis manos, delante del ordenador. Leo desorganizadamente los versos que lo componen. Su Libro Cuarto primero, y demoro mi lectura en sus «Acordes sin nota» deteniéndome en aquellos novios que vuelven abrigados del cine, que cobijan entre sorbos sus palabras, donde tan solo hay una televisión en cada casa, donde no hay ni tan siquiera hambre.
Sigo caminando páginas y no puedo evitar dedicar una mirada especial a este bello poema que David tituló «Herencia» Los olivos son hombres que no mueren […] Los olivos son/la savia de los mejores hombres muertos.
Caminando de puntillas sobre los versos que componen este Réquiem por un hombre cualquiera, alcanzo la primera de sus páginas. Esa en la que me encuentro con la dedicatoria a mí dirigida; en la que me habla, con tinta negra y trazo poeta, del deseo de los propios pasos, del propio latido…

Gracias, Patricia Pérez, por haber puesto en mi camino esta pequeña gran obra.

 
Pincha aquí para leer la reseña:


jueves, 20 de noviembre de 2014

En respuesta a un reto



Tan gratificante como compartir los colores y los sueños, es, a veces, atender aquellas sugerencias que, a través del verso, nos incitan a mirar más allá de una imagen.

Valga esta casa vieja, de un bello rincón cántabro, para dejarse llevar por el deterioro de su fachada, penetrar en cada una de sus estancias, permitir hablar a las sombras y obsequiarlas con esta voz que responde a un reto.

Gracias Débora, Gracias David, por regalarme esa entrada, esa llave que abre el poema.
 

Prodigioso alfiler que clavas la luz en el recuerdo…

… Hoy asomé una mirada vieja hasta posarla sobre tu caja de costura. Allí, en la habitación del fondo. En ese rincón donde bordas las enaguas que lucirás en la noche primera.
Después, cuando el sol se despidió tras el dique cántabro, desprendido el alfiler y empañado el prodigio por las horas de espera, se deslizó la blonda y el recuerdo a través del óxido de la baranda.
Desde entonces busco la luz entre la maleza, al pie de tu alcoba silenciosa, bajo esa tierra áspera que cubre tu sueño y estimula mi deseo.
 
 
De: Espontáneos
Leyenda de la imagen: David Morello Castell
Imagen: L.Estal


 
 

martes, 18 de noviembre de 2014

De paseo con Morvedre Renascitur




Hay días en los que el ambiente, lo acontecido en la víspera o, simplemente, un cambio en el termómetro que marca la temperatura en la calle, inciden en la programación a seguir. Y, a veces, la mejor opción para elegir la ruta del día depende de la charla con las amigas a primera hora de la mañana.

—¿Ordenador o calle? —pregunté.

—Calle —fue la primera respuesta.

—Calle, pero con libreta y cámara —fue la segunda.

Me apresuré a cargar la batería de la cámara y a preparar en la mochila mi bloc, el boli y alguna que otra cosa, como unas rosquilletas. ¿El camino a seguir?: hacia Les Panses, lugar idóneo en el que sentarse a escribir unas líneas mientras se disfruta del paisaje recién lavado en la jornada anterior.

Cuando me disponía a emprender el paseo, Pilar, desde detrás del mostrador de la panadería, me advirtió de que un grupo de jubilados estaba visitando la casa palaciega que hay a la entrada del municipio. Una casa palaciega de la que yo solamente conocía sus cuadras, por la exposición del belén que se venía realizando en el lugar cada año por navidad.

Esta casualidad dictaminó mi ruta de la mañana.

Me fui hacia la plaza del pueblo en busca de los organizadores de la excursión, y allí me encontré con Jorge Raúl, conocido mío y uno de los miembros de Morvedre Renascitur, asociación sin ánimo de lucro encargada de esta expedición. Él me puso al corriente del itinerario de la salida. Consulté mentalmente mi agenda y en unos minutos ya me encontraba formando parte del grupo de jubilados.

Pude visitar el interior de la gran casa, cuya construcción parece ser que fue ordenada por Raimundo de Toris, dueño del Señorío de Albalat allá por 1360. Janfrido Blanes y Catalina Bonastre serían los siguientes inquilinos del inmueble, así como dueños de la hacienda. El Señorío fue pasando de unos a otros descendientes, hasta que los vecinos del pueblo, tras años de litigio, consiguieron los derechos de las tierras, quedando únicamente como propiedad albalatense de los últimos herederos, la Casa Palaciega y algunas fincas. No obstante, y pese a su privacidad, la Casa Señorial de Albalat dels Tarongers está catalogada como BIC (Bien de Interés Cultural).

He de reconocer que quedé un poco decepcionada. La casa está falta de muchas mejoras de restauración, pero también de limpieza. Algunos muebles contemporáneos, como una televisión de panza, comparten espacio con las reliquias de maderas nobles y antiguas. Aun así, me sentí extraña en aquel lugar. Hacía mucho frío a pesar de que el sol se colaba por todas las ventanas abiertas a la sierra. Me asomé por cada una de ellas y allí estaba ella, altanera, vigilándome desde enfrente, con el más alto de sus picos calderones puesto en pie, desafiante. Miré hacia el río, privado de caudal desde hace muchos años, y lo imaginé arrastrando las aguas desde las poblaciones de más arriba. Creí escuchar su voz en las crecidas, ahí, bajo la ventana de la gran casa. El frío me instó a que abandonara el lugar y volviera a la calle, junto a los demás visitantes.

En el parking nos esperaba el curioso vehículo, de llamativos colores, que nos llevaría de paseo por las poblaciones vecinas de Petrés y Gilet hasta la subida al monasterio de Sto. Espíritu: Un simpático convoy compuesto por dos vagones arrastrados por una locomotora, tan presumido y coqueto como los que observamos en las atracciones de las ferias.

Este recorrido me trajo recuerdos de la niñez. Pasamos junto al colegio de Petrés, donde los niños de infantil estaban en su horario de recreo. Para ellos fue una fiesta, no solo nuestro desfile —a poca velocidad para que tuvieran ocasión de ver más tiempo el vehículo—, sino también cómo  el conductor hizo un buen uso del silbato, así como de la campana.

Con el fin de no entorpecer el tráfico, abandonamos la carretera comarcal que une la población con las vecinas Sagunto y Gilet. Bordeamos esta última para poder ver, sin apearnos, algunas de sus calles, su lavadero y parte de la fachada de la iglesia parroquial. Siguiendo el camino del viejo molino  nos adentramos por el cauce del río Palancia. Sus aguas están detenidas en la presa de Navajas, por lo que es transitable su lecho. Ahora solo quedaba ya acceder a Gilet para encaminarnos, con no poca dificultad para el conductor, a uno de los puntos más emblemáticos y bellos de la sierra Calderona: Santo Espíritu del Monte, monasterio franciscano convertido hoy en hospedería.

El ascenso hasta el parque se hizo lento, pero la panorámica merece realizarlo con demora. El paisaje es de tal belleza que, atraída por su diversidad cromática, prescindí de la entrada al monasterio. Allí, en el interior, seguramente alguien les contaba a mis compañeros de viaje que fue fundado por María de Molina, previa donación de los extraordinarios terrenos por parte de la viuda de Pere Guillén, señor de Gilet, posiblemente a comienzos del siglo XV. Los pondrían al corriente de la historia que atesoran estos muros, y de cómo han llegado a convertirse, a día de hoy, en un lugar privilegiado de descanso. Algunos de los jubilados se recrearían en los objetos expuestos en el museo, otros tal vez tomaran nota del nombre de Fray Pedro Vives para consultar más tarde la labor llevada a cabo por el misionero. Quizá alguien se perdiera en otras escenas acaecidas entre estas gruesas paredes, observándolas cómo el último abrigo del agonizante, cuando en los difíciles años de contienda las dependencias que ahora pisa fueron convertidas en hospital.

Mientras unos y otros se perdían en escenarios diversos ocurridos muchos años atrás, yo permanecía frente a la estatua del misionero, junto a las flores que rodean el patio, paseando por su suelo viejo y asomándome hasta alcanzar con la vista la cruz de uno de los picos de la sierra. Ese pico más cercano al que tantas veces subieron los jóvenes de mi generación en los días de «mona». Finalmente, y aunque el edificio impedía mi visión de la parte trasera del monasterio, me acerqué hasta el terreno poblado de trasnochadas garroferas. Evocaba instantes que nada tienen que ver con mi excursión ni con el recinto. En silencio recité los versos al pie del algarrobo triste, y mientras lloraba de nuevo su pena, reanudé mi búsqueda de una sonrisa en el cielo de la Calderona.

La excursión llegaba a su fin y los viajeros debíamos volver al tren para regresar a Albalat dels Tarongers. Las ardillas, dueñas del parque, trajinaban ajenas a mis pensamientos que, poco a poco, iban desprendiéndose del poema. Volvimos al cauce del río. Por su margen hicimos el camino de regreso al parking de Albalat. Allí, un autobús esperaba ya al grupo de jubilados para llevarlos a comer.

Yo, tras dar las gracias a Raúl de Renascitur, me despedí de todos y les deseé buen viaje. Me dirigí a casa pensando en que quizá otro día podría salir con mi libreta y mi cámara, dispuesta, de nuevo, a dar un paseo hasta Les Panses.



Fechas y nombres tomados del libro: ALBALAT DELS TARONGERS - APROXIMACIÓ A LA HISTORIA, CULTURA Y TRADICIÓNS D'UN POBLE, de CARLES A. PRATS. Editado por el Ayuntamiento de Albalat dels Tarongers (1998).
Y de los siguientes blogs:
http://mayores.uji.es/blogs/antropmorve/2012/03/09/historia-de-santo-espiritu-en-gilet/
http://www.gilet.es/es/content/monasterio

Imágenes: L. Estal.



 

martes, 11 de noviembre de 2014

Hogar y café con versos.



Es martes y es noviembre, y es también el primero de los días fríos en el interior de la casa. El tacto sobre el teclado es igualmente frío, y se hace indispensable una pausa para una taza de café calentito. Llegó el tiempo del recogimiento, de la observación desde dentro y hacia dentro. El calendario anda ligero de meses y la poesía se acomoda junto a la mantita del sofá.
Con estas letras que transcribo a continuación (con alguna modificación) y que escribí hace ya algún tiempo para la revista «Acantilados de Papel» sobre Ningún lugar de Vicente Velasco Montoya, me dispongo a saborear ese café y unos cuantos versos:

Hay que tachar versos/llenar las papeleras para una hoguera…

La pausa en el trabajo me llama y, como los deberes ya los tengo hechos, el estante donde reposan los versos reclama mi presencia y mimo. Ahí, tímidamente, casi rozando el soporte lateral, como evadiéndose del lugar correspondiente junto al resto de versos con sello murciano, Ningún lugar me chista y me hace una seña para que fije en ella mi atención en esta jornada de martes. Y yo, obedezco dócilmente porque, ya de entrada, la referencia a la propia sangre me augura momentos de cercanía, de arropamiento…

Se trata de una pequeña y a la vez gran obra. Dividida en tres capítulos, Vicente Velasco comienza el poema en el Lugar donde no cabe el naufragio, y nos acerca a la mirada el camino del desierto dibujado en blanco; nos seduce desde la huida misma del poema, partiendo quizás, leyéndose la mano/analfabeta de estrellas, hacia La luz que no cesa.

Ningún lugar llegó un día a mi buzón por una de esas «causalidades» que van tejiendo el día a día en mi vida. Decidí que me tomaría mi tiempo para leerlo porque sabía que se trataba de un poemario que merecía la hora justa y el lugar oportuno para saborear cada verso con más  deleite. Escogí para su lectura varias tardes de la primavera pasada, cuando el aroma de las huertas y jardines vecinos se instala por mi terraza. Mi decisión fue de lo más acertada y además me sentí encantada de contar con la dedicatoria personal del autor en el interior de la obra. Hoy, cuando ya los azahares se han erigido en frutos, me deleito de nuevo con la lectura de Ningún Lugar y me detengo en el preciso momento donde el poeta retrata sus manos:

Aquí, estático ante todos los dioses,
he reescrito mi imagen
sin espejos, sin destellos,
sin pedazos de nada.

Me he encontrado con mis manos,
de cerca, sus dedos,
sus innumerables senderos
e inagotables registros de vida.

He alcanzado a leer mi rostro
y todas sus voces y los verbos
donde pudiera habitar
la definición donde perezco hombre,
solo y único con sus propias manos,
la firma de mi existencia
la prolongación necesaria
ante esta huida que me pertenece.

Aquí me he despertado
decidido a abrazarme.
 
 
 
Ed. “Diputación Provincial de Jaén –Cultura y Deportes–Ayuntamiento de Baños de la Encina, 2012”


domingo, 9 de noviembre de 2014

Al ponerse el sol



 
 
 
El sol se pone
y mudo mi piel de hembra.
Cubro mi figura

con la sensibilidad del verbo
y desayuno de tu pan
mientras espero el regreso
de la primera ola.
 
Del poemario: Espontáneos
Fotografía: Ismael Murria - (Playa Puerto Sagunto)
 

viernes, 7 de noviembre de 2014

Javalambre-Cella-Teruel






La noche se adivina fría. Salimos de casa en la mañana con ropa casi veraniega y ahora se hace preciso un poquito más de abrigo. Un paseo por las escasas calles que conforman Tramacastiel nos reconforta. Atravesamos rincones bonitos, rincones en ruinas y rincones con historia. Es un pueblo limpio, con flores en cancelas y ventanas. Abundan los rosales de diversos colores y extraordinaria fragancia. Los muros de las casas son gruesos, de piedra, silenciosos y pacientes. Quizá conocen lo incierto de los días venideros.

En la terraza de La Barbacana varias personas toman su cerveza. Tienen un perrillo blanco que nos mira curioso mientras sus amos conversan en torno a la cobertura de internet. Yo me acomodo en el anorak y mentalmente tomo nota de cuanto me rodea: la casa de enfrente con su hilera de rosales a lo largo de la fachada, las ventanas de madera, el suelo de la calle empinada, el cielo ya de noche… la misma luna y las mismas estrellas que a estas horas iluminan mi playa y mi sierra, apenas unos ciento veinte kilómetros más abajo. El perrillo, atado a una de las sillas, ladra al ver desaparecer a sus dueñas tras la puerta de la hostería. La noche es serena e invita al descanso. Nosotros hemos madrugado mucho y caminado bastante. Es hora de recogernos.

Amanecemos una hora antes debido al cambio horario durante la noche. La mañana también es bastante fresca y se agradece el desayuno calentito a base de café con leche y tostadas untadas con el aceite de la zona. En la mesa de al lado una joven pareja se prepara para el que será su segundo día de ruta. Llegaron un día antes que nosotros y ayer recorrieron la ruta de las minas y de los Amanaderos. Su intención es ir hoy a visitar el nacimiento del Tramacastiel. Les indicamos el camino y les muestro las fotos que saqué del lugar. La chica, a su vez, me muestra la de los Amanaderos y las cuevas del barrio minero, recomendándome que no me vaya sin visitar estas últimas: «Os pilla casi de camino y vale la pena entretenerse» me dice. Pero nuestra ruta de hoy ya está trazada desde hace unos días. «Quizá en primavera» respondo mientras nos despedimos de ellos y de Ricardo.

Mi deseo es ir al municipio de Libros y sentarme a la orilla de su río, aquí ya con denominación levantina: El Turia. Su otro nombre, “Guadalaviar” que tanto me gusta, se quedó cauce arriba, en los lechos próximos al nacimiento.

Todavía no me sale al encuentro pero lo adivino cerca, tras las próximas curvas de la carretera, corriendo en paralelo al municipio que lo separa de los grandes roquedales. No tengo prisa. Llegamos despacio, observando el paisaje, tan bello y tan de otoño, tan dorado y tan húmedo, en contraste con el cielo azul y la superficie rocosa de sus montañas. No nos detenemos en el pueblo, sino que seguimos un poco más adelante, al lugar en el que el río es solo eso: corriente que se desliza sinuosa, saltando aquí y allá sobre las lanchas del lecho fluvial. Y ahí nos detenemos para que yo me acerque a su ribera y hoye con los pies el follaje del suelo, espeso, crujiente, a la espera bajo la arboleda de que algún rayo de sol atraviese las copas y le deposite un haz de luz. Permanezco en silencio, mirando cómo llegan las aguas, escuchando su voz y, de vez en cuando, volviendo la mirada hacia el cielo, hacia las montañas desnudas de enfrente, Así pierdo la noción del tiempo mimetizada con el paisaje.

«La fuente de Cella nos espera», una vez más mi compañero me saca del ensimismamiento que me produce la escena. No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde mi comunión con el río, pero a mi llegada hacía frío y ahora ya me desprendo del anorak. Me despido con tristeza de las aguas del Turia y me dejo fotografiar junto a ellas. Quiero recordarlas durante muchos días, evocar cómo bajan por el meandro antes de llegar a Libros. Y esa es precisamente la imagen que conservo durante el trayecto hacia Cella.

Detenemos el vehículo a la entrada de la población y emprendemos el camino hacia su fuente. También aquí caminamos junto a una espléndida huerta, limpia, cultivada con esmero. En dos de sus parcelas hay hombres trabajando, su espalda doblada bajo un sol que, a pesar de ser otoñal, se deja caer con fuerza. «Este calor no es normal en este tiempo, maños…» dice una señora que viene en la dirección opuesta, por nuestra misma acera. «No, no lo es, desde luego» respondemos, en esta ocasión, sin detenernos y sin solicitar un posado. Ahora yo sí llevo prisa. Quiero aspirar de nuevo el aroma de las rosas, disfrutar de los colores de las margaritas, cobijarme del sol bajo el arco de la buganvilla; y deseo volver a ver rebosante la fuente, el gran pozo artesiano.

Siento una tremenda decepción al ver que la fuente está prácticamente seca. Los setos tampoco están tan tupidos y floridos como yo esperaba. Tal vez la otoñada ha tenido algo que ver en el paisaje. No obstante, me dejo seducir por el ambiente y tomo asiento en uno de los bancos junto al macizo de margaritas.

Paseamos de nuevo, ahora dirigiéndonos hacia el centro del pueblo. Recorremos calles y doblamos esquinas hasta encontrar la panadería donde abastecernos de pan para casa y de unas pastas, de las de pueblo, de las de toda la vida: Rollitos de anís y mantecados.

Nuestra escapada de fin de semana está llegando a su fin. Un último punto nos queda en el que detenernos. Parada de obligado cumplimiento cada vez que visitamos estas tierras. Ahora ya, en silencio, sin apenas un recuerdo para las flores de la fuente de Cella, ni para los dorados de Tramacastiel, el verde de la vega del Riodeva o el susurro del Turia a su paso por Libros. Una imagen se abre ante nosotros nada más apearnos del coche estacionado en el Polígono Industrial, a las afueras de Teruel.

Estamos ante uno de los pozos de Caudé, la fosa que alberga los restos de más de mil personas ejecutadas por la Dictadura entre 1936 y 1939. La otoñada de la jornada anterior ha perdido de pronto el interés y únicamente los nombres y apellidos en las losas reclaman ahora mi atención. Nos detenemos ante la enorme boca del pozo y ahí permanecemos unos minutos. No hablamos, mantenemos la mirada fija en la gran circunferencia rodeada de ramos de flores. Miramos sin ver o, más bien, vemos sin mirar. Contemplamos con ojos de ayer, con duelo de ayer y rabia de ayer. Contemplamos impotentes un pasado que no debió suceder. Y aquí vuelvo a preguntarme por cualquiera de los inquilinos de esa fosa: Si lloró más que rio o fue al contrario, si amó y fue amado, si leyó al poeta o tuvo conocimiento de él, si antes de las descargas en su pecho pudo gritar un nombre, si tanto fue su amor por la democracia y la libertad como para morir por ella…

Damos un pequeño recorrido por el perímetro de la memoria, paseamos la vista por las diferentes losas junto al monolito, cada una de ellas con su ramo de flores artificiales, cada una a la espera de nuestra mirada. Lápidas que me hablan con voces roncas y me dicen: «Aquí nos trajeron y aquí quedamos. Para la vergüenza de unos, para el orgullo de otros, para la indiferencia de algunos y para el dolor de unos pocos… Cerca de aquí nos arrebataron la vida, y aquí vivimos la muerte, con la esperanza de no caer en el olvido»

Impotencia, rabia, tristeza y resignación pugnan por un espacio en mis sentimientos. No anoto nada en mi cuaderno de notas. Todo lo capto sin necesidad de apunte alguno, no poso junto al monolito como antes hiciera ante el macizo de margaritas, no sonrío mientras miro hacia el cielo, demasiado azul para estos instantes que precisan matices más oscuros. De repente siento frío y prisas por meterme en el vehículo.

Sobre las dos y media de la tarde tomamos la autovía Mudéjar de camino a casa, con la mirada triste y en silencio.

 

 
Imágenes: Río Turia a su paso por el municipio de Libros (Teruel) y Monolito dedicado a los vecinos republicanos ejecutados en la zona de Teruel.