Año… 1993/94. Mi marido lleva turno de noche y mis hijos ya se han acostado
hace rato. Son las once. Tengo muchas horas por delante.
Aún no tengo ordenador ni internet. Pero tengo mis libretas y bolígrafos. Unas y otros siempre los tengo a mano. Con la casa recogida me acomodo en la mesa del comedor. Empiezo a escribir casi de forma mecánica: Criado en los barrios de la periferia…
No recuerdo exactamente cuánto tiempo estuve allí, escribiendo. Lo que sí recuerdo es que las letras y las imágenes fueron fluyendo libremente, a su propio antojo. Cuando llevaba once páginas de mi libreta tamaño A4, me di cuenta de que lo más conveniente era dejar de escribir y acostarme, de lo contrario, al día siguiente me costaría mucho trabajo levantarme.
Cuando me metí en la cama pensé que debía haberme quedado toda la noche escribiendo. Aquel a quien empecé llamando Quico merecía mi atención.
Me llevó algo más de un año
finalizar aquella historia. Era consciente de que debía mejorar en su sintaxis,
pero aun así me dirigí con mi manuscrito «pasado a máquina» y debidamente
encuadernado con su gusanillo, al Registro de la Propiedad Intelectual de
Valencia. Podía no estar muy bien redactada, pero era «mi historia» situada en
un barrio marginal de cualquier ciudad cerca del mar. Con unos personajes y
unas escenas totalmente ficticias. La había parido yo y era mía.
Desde aquel día hubo muchos cambios en mi vida. Me hice mayor —más mayor—, y fui creciendo no solo en edad. Traté de formarme en la medida de lo posible. Leí mucho, estudié y también escribí. Hubo dos novelas más que me negué a encerrar en un cajón en compañía de Casetas. Y hubo poesía y colaboración en revistas. Y todo eso mientras Quico permanecía oculto. Hasta hoy.
A ratos, y ahora ya con la inestimable ayuda de mi teclado de ordenador, me he dedicado a revisar y corregir aquello que no terminaba de agradarme. Para ser sincera, he de confesar que tan solo se ha tratado de algunos signos de puntuación o la inclusión de capítulos para hacer más cómoda la lectura. Tampoco he querido cambiar el modo narrativo que he mantenido en tercera persona, algo inusual en mi escritura dese hace ya bastantes años.
Y por fin, Quico y las hijas de Toño han visto la luz. Lo han hecho de la mano de la editorial Alacena Roja, con la que publique hace doce años Cuentos de El Puerto y que yo creía que ya no estaba activa. Fue una sorpresa comprobar que, a pesar del tiempo transcurrido, mi libro de relatos sigue en venta, a través de Amazon, tanto en formato tradicional como en digital. Así pues, contacté con la editora y le hablé de mi primera novela CASETAS. Nos pusimos de acuerdo en las condiciones y desde ayer el libro se puede adquirir a través de la web de la editorial, de Amazon y de varias plataformas más que detallaré más abajo.
Espero que sus páginas gocen de la misma acogida que mis anteriores novelas, Los gatos de Santa Felicitas y La libreta amarilla.
Gracias a todos por seguir ahí, leyendo
mis historias y demás ocurrencias.
-Lola Estal.
Imagen de portada Ismael Murria Estal
Ilustraciones interiores, Ismael Murria Estal y Luisa Navarrete
En el enlace información detallada sobre la novela y enlaces donde adquirirla.