viernes, 30 de agosto de 2013

La Diosa. Blas Estal

 


Al contrario que su obra pictórica, la literaria y poética fue breve y escasa. Fue tardía y no le dio tiempo a más. Conservo tan solo unos cuantos poemas y sus artículos correspondientes a las colaboraciones en "El Económico de Sagunto". Escribió también algunos cuentos. La Diosa es uno de ellos. Como no podía ser de otra manera, Zakynthos y Vulcano, los azules del mediterráneo, su mar y, sobre todo, el fuego y el yunque son elementos fundamentales en su pluma -tanto como, a veces, en la mía-.

LA DIOSA
 
El reptil asustó al caballo que, encabritado, lanzó al jinete por los aires.  Nunca creyó el griego que llegara a ser alcanzado por el letal ofidio al caer al suelo, pues un protegido de los dioses no podía morir tan lejos de su querida isla en el Egeo. Sentía la muerte al igual que sentía esa mar:
 
Lenta y envolvente, salada y amarga y de calor indefinido…
 
Fue oscureciéndose su visión y los azules mediterráneos derivaban hacia los negros azulados y rememoraba en la somnolencia el ágora de su patria. Él apenas se percataba de los estertores de la muerte que la  víbora le producía. Pronto comenzó a sentir alivio y su respiración se hizo más acompasada. Entonces observó entre brumas a la Palas absorbiendo el veneno de la herida en su muslo.
 
…Y fue lavada la sangre del jinete con la saliva de la diosa,
belicosa, bella y sabia
 
Altiva se mostraba la Atenea con su fría mirada observando la grandeza de aquella tierra que tenía enfrente, junto a esa mar que en su momento levantaría el horizonte para dejar ver lo que éste ocultaba y que ella, en su inmortalidad, veía.
 
…Y de nuevo la mar,
que lleva y que trae la renovación de los tiempos y los espacios,
que quita y otorga la mirada de mármol de un explosivo deseo
 
–Zakynthos, tú no puedes verlo porque no tienes acceso al futuro, pero yo soy inmortal y, por lo tanto, todo el tiempo en mí es presente –dijo la diosa sonriente–. «Ni siquiera Artemisa me quitará la gloria» –pensó la Atenea–.
–¿Y qué observas de forma tan agradable en tu eterno presente? –preguntó el semidiós ya restablecido.
–Veo hombres y mujeres muy laboriosos venidos de todas partes; son protegidos de Vulcano y levantan un templo de sabiduría en mi honor en una gran ciudad donde fluye mi savia por sus vías para hacer florecer las Artes y las Letras, la Música y la Danza, y el Teatro y otras disciplinas. Tampoco tú puedes sustraerte al destino:
 
…Zakynthos sediento de Vulcano para converger en el golpe,
en el yunque,
en la configuración del punto,
en el poema comenzado en la soledad profunda del blanco…
 
»Ni siquiera Estrabon ni Plinio podrán describirlo. Ahí delante, al este, entre la mar y nosotros se levanta fortalecido el fuego que forjó la mar y modeló la piedra que siempre me dignificó.
 
…Y de nuevo la mar
canta su belleza en el continuado avance de los susurros
hacia los reinos de la Vida.
 
 
Fdo. Blas Estal Hernandez
 
 
(Copiado literalmente de su archivo)
Imagen: Una de sus fraguas con autorretrato en el ángulo superior del lienzo



sábado, 24 de agosto de 2013

En tonos grises





Tras el naufragio contemplo los restos
de una vieja libertad.
Ante mis ojos se extiende un desierto
de tibias arenas
y gélidas noches de instantes solitarios.
Y, a veces,
en medio de ese desierto
surge el oasis de tu aliento
al que indefensa me aferro
para saciar la sed
que produce en mi garganta
el viento seco.

 
Del poemario: En tonos grises
Fotografía de Fco. Illán vivas: La luna de Itaca

viernes, 23 de agosto de 2013

Cielo-Infierno




 ACNUR-SIRIA


Hace unos años, alguien de la cúpula vaticana hacía unas declaraciones acerca de la existencia física del cielo. «No es un lugar físico» decía; y yo no soy quien para negar o afirmar esta revelación. No obstante, he de confesar que, en alguna ocasión, me he sentido tan cerca del cielo como si, realmente, este ocupara su propia parcela sin tener por ello puerta de entrada, o acceso sin vigilancia privada.

Ha sido en esos momentos en los que he visto la felicidad en el rostro de mis hijos en los subsiguientes instantes a la consecución del premio al trabajo bien hecho, desde sus primeras notas escolares hasta la adjudicación de su primer empleo; en la complicidad que se les escapaba a través de sus miradas cuando la adolescencia dirigía sus vidas… He creído tocar el cielo cuando, tras más de doce años de trabajo a base de contratos temporales, por fin llegó el tan ansiado indefinido que posibilitaba la estabilidad económica con la que ajustar las necesidades a la nómina mensual. Pero, sobre todo, he estado cerca del cielo «cuando en mi vida ha habido paz».

Es la paz mi concepto de cielo. Tal vez a eso se refería la autoridad eclesiástica en su manifestación al respecto.

Pero no recuerdo si en algún momento habló también del infierno. Aún hay gente que cree que este consiste en un lugar al rojo vivo, donde las almas malas se consumen en un fuego eterno. Por fortuna, en el que yo conozco sucumbe la vida y el alma toda. La muerte es la única puerta de salida del infierno.

Conservo imágenes de estos infiernos —porque hay muchos— en mi memoria, en mis archivos informáticos y en decenas de revistas en mi librería. En el momento en que escribo este artículo tengo frescas las de los civiles, en su mayoría niños, de la última matanza siria. Pero, posiblemente, cuando termine de redactar este texto, otras barbaries se estén llevando a cabo en cualquier otro punto del planeta. Nuevos dramas que contribuyan a desviar nuestra atención del actual sirio. 

En los infiernos reales —no en los de ficción— no hay ángeles caídos, sino fábricas de armamento que son la base de la economía de los países llamados civilizados; países gobernados por dirigentes de comunión dominical y cazadores homófobos. Después de consumada la barbarie, serán estos mismos dirigentes los que se rasgarán las vestiduras y propondrán los medios para castigar a unos culpables que nunca pagarán su culpa. Siempre, claro está, que el veto de los países implicados no impida las investigaciones propuestas por la Comunidad Internacional.

Mientras tanto, los verdaderos dioses y ángeles de todos los credos y dogmas —no los de ficción— se siguen dando cita cada día en los infiernos. Rescatan, no las almas, sino los cuerpos de carne y huesos; ulcerada la una y resquebrajados los otros, en las más de las ocasiones. Cuerpos con historias individuales pero con idéntico horror en cada una de ellas. Cuerpos que se apiñan en el vasto desierto a la espera de la mano amiga, de la voz amable del cooperante de lengua extranjera.

Ya no quedan cielos con nubes de algodón y ángeles asexuados de blancas alas y suaves manos acariciando arpas. Tan solo hay infiernos con demonios vestidos de Armani, y cooperantes que les presentan batalla en medio de la desolación. Con la cámara al hombro, con la mochila repleta de medicinas a la espalda, con las sacas de comida imperecedera en los puestos improvisados en cualquier esquina del campo.

Y a veces, en el epicentro de ese campo del refugiado, asoma un atisbo de paz al que los más débiles se aferran, creyendo que, por fin, han alcanzado la felicidad que el cielo proporciona.

 

sábado, 17 de agosto de 2013

Regalo de vida.


 
 
 
 
 
REGALO DE VIDA

 

Del cajón donde guardaba sus bocetos sacó una cuartilla con dos corazones dibujados. Los dos corazones estaban unidos por una estrella y mientras los observaba en silencio, tomaba conciencia de la confusión en la que estaba sumido.

Hacía ya muchos años que él no se evadía de la rutina de las sábanas dibujando corazones rotos y corazones engalanados. Aquellos eran otros días, unos días grises y eternos en los cuales consumía grandes dosis de tediosos programas televisivos amenizados a veces con la visita de algún vecino que, como él, estaba sobrado de horas y falto de días.

Dejó de dibujar corazones cuando, en una cálida mañana de primavera, al abrir las ventanas de su habitación de par en par, observó fascinado cómo los rayos del sol penetraban en los rincones más profundos de su inconsciencia.

Fue para él, según dibujó más tarde, un estallido de luz dentro de su pecho. Fue, aquel suave y recién estrenado latido, la mejor y jamás escrita sinfonía. Fue su regalo de vida, un regalo por el que muchas almas derramaron gotas de sal por sus mejillas en aquella mañana de primavera.

Era tanta la dicha que circulaba por sus venas que danzó y danzó sin parar, y en  medio de aquella danza se desprendieron de su paleta de pintura los colores más preciados; y de aquellos pinceles que con tanta dulzura habían trazado durante largo tiempo los contornos de sus corazones rotos y de sus corazones engalanados, se desprendió también la realidad.

Ahora, cercano ya el último baile, no recordaba dónde había colocado sus dibujos, ni dónde guardaba su regalo de vida. Confuso y aturdido por tanta danza, donde le quedaba algo de amor, él sólo observó traición; y cuando se decidió a abrir de par en par sus ventanas, en vez de los rayos del sol, contempló, con resignada expresión, cómo la mañana gris le sonreía invitándole a la última copa mientras arropaba su silueta frágil y descarnada.
 
De: Al pie de la Calderona "Poemas para una ausencia"
Ilustración: Portada de "Al pie de la Calderona".
Diseño de portada: Ismael M.E; con obras de Blas Estal.