martes, 15 de mayo de 2018

La otra



Ayer y hoy en Puerto de Sagunto - A y V



A veces acude de nuevo el momento, la angustia. Compruebo que no hago pie, que la arena bajo mis pies se hunde. No hay nadie cerca. Ondea la bandera amarilla pero aun así me he atrevido a bañarme. Hace tanto calor…  Tonta de mí, he creído que si no me alejaba de la orilla podría salir caminando en cuanto me lo propusiera.

La playa está en calma, pero su suelo es traicionero. Primero se hunde mi pie izquierdo. En ese momento me doy cuenta de que me encuentro en dificultades. Antes de que el otro pie avance en busca de un palmo de arena firme en el que mantener el equilibrio, esta cede de nuevo y me hundo un poquito más. No es mucho pero sí lo suficiente para que me embargue la ansiedad. «Malditos hoyos y maldita mi fobia al agua del mar»

Ya tengo dificultad para respirar. El agua no me cubre, pero el miedo ante la llegada de la siguiente ola sigilosa hace que mis vías respiratorias no respondan como es debido. Hay algunos bañistas, pero no se percatan de mi situación. Ellos saben nadar y el color de la bandera que ondea hoy en la posta no les importuna. No es mi caso. Por una cosa o por otra nunca fui a aprender a nadar. Quizá por mis fobias. Ahora pago el precio de esa negligencia. Un precio muy alto. Ya no hay tiempo. Tan solo hay tiempo ya para el silencio. Un silencio que llega deprisa. Un silencio extraño.


***


Cuando todo pasa me encuentro de nuevo en mi casa, con mi marido y mis hijos. No les he dicho nada. Tampoco me han preguntado. Pero observo que mi vida continúa de forma diferente. He tenido que acostumbrarme a compartir a mi familia con otra mujer que es igual a mí. Es ella quien acaricia a mi marido cada noche. Es ella quien celebra cada uno de los logros de mis hijos, y quien recibe las caricias de mi nieto en la peca de la mejilla. Una peca idéntica a la mía.

Los contemplo desde el etéreo de mi cuerpo. Ya no tengo envidias ni traumas. Ya ha pasado todo. No sé cuánto tiempo llevo así. El estado de ingravidez ya no me sorprende. De vez en cuando salgo a la calle y me asomo hasta mi primera calle, «la calle del convento» Allí me uno a la comitiva de niñas que van a misa. Son mis compañeras de colegio. No sé de dónde he sacado mi bata de rayas y mi velo para la misa, pero llevo puestas ambas prendas. A algunas de las niñas las conozco, a otras no. Ellas tampoco reparan en mi presencia. Van a lo suyo, tan etéreas y ligeras como yo.

En la puerta de entrada sorprende ver un aparato de aire acondicionado y algunos vehículos que antes no estaban. Yo no quiero entrar en la iglesia, prefiero adentrarme en el patio interior y visitar las aulas del colegio. Tal vez vea a alguna monja conocida. Me gustaría ver a la madre Mercedes con sus tijeras de corte sacando el dobladillo de las batas de las niñas para que no lleven minifaldas pecaminosas. No obstante, sigo como un autómata a mis compañeras y me introduzco con ellas en la iglesia, bajo el coro.

No recuerdo haber asistido al Oficio. Camino hasta la casa de la esquina, mi primera casa. Por el interior de los porches de la Ciudad Dormida llego hasta Goyohaga. Paso de largo Alcalá Galiano y sin mirar la fachada de mi finca continúo río arriba. Como siempre, con el mar a mi espalda. Busco cobijo al pie de la sierra Calderona y entro en casa. Una casa que cada vez es menos mía. Aquí permanezco en silencio mientras la otra, la que ganó la batalla a los hoyos de la arena bajo el agua de la playa, vive y disfruta la vida junto a mi familia. Una vida que, tal vez, solo tal vez, no le corresponde.



Fotografía: Juanma López García
Primer Premio I Certamen fotográfico del grupo ACERO Y VIDA


sábado, 12 de mayo de 2018

Mi impenetrable sonrisa





MI IMPENETRABLE SONRISA

RUTH SICILIA

Ed. Olelibros  (2018)


Cuando supe de esta obra me sorprendió que su autora, joven, se iniciara en la publicación con su propia biografía. No obstante, y dadas las circunstancias por las que atraviesan muchas mujeres con respecto al acoso y abuso sexual, se hace imprescindible romper silencios.  

A Ruth le ha costado decidirse a alzar la voz, a rebuscar entre sus diarios y recuerdos personales sus propias vivencias y hacernos partícipes de ellas a través de MI IMPENETRABLE SONRISA. Durante muchos años esa sonrisa fue su protección ante los abusos y acoso sufrido por parte de uno de los amigos de la infancia.

El acoso se inicia cuando ella tiene cuatro años, en sus juegos de niños. El escenario: la casa familiar, la cercanía. Son dos niños, pero el chico es más mayor, él tiene nueve años. La manipulación de la niña es muy fácil, mediante el juego; en principio abrazos sin importancia, jugar a ser novios, luego las fricciones disimuladas y los tocamientos.

En un momento de la narración la propia autora se pregunta si su amigo no habrá sido, a su vez, víctima de abusos y por eso no le da importancia al juego. Tal vez él también juega a ser mayor. Pero el tiempo pasa y ese juego se prolonga. La niña sigue siendo niña todavía cuando él ya ha alcanzado, primero la pubertad y después la adolescencia. Ella no desea los abrazos que tanto la agobian, ni los besos de novios a escondidas, ni que se cuele en su cama y exija tocamientos que a ella la perturban. Intuye que no es un juego normal y no desea participar. Ya no quiere ser novia de nadie, quiere ser fea y que no la quieran. Quiere ser gorda y antipática. Aun así, se siente acosada, perseguida cada vez que él está cerca. La familia no se da cuenta y los otros niños tampoco. Y ella, como muchas otras, calla. Teme que no la crean, que la hagan responsable de la situación. Se viste de culpa y sonríe.

Esa culpa y el silencio marcan y acarrean consecuencias; y hay que ser valiente para seguir adelante y hacerte mayor sin que te afecte. Pero a veces se abre el telón de la propia vida y aflora el recuerdo. No hay rencor pero sí preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué los roces y los tocamientos? ¿Por qué durante tanto tiempo? ¿Por qué a mí? ¿Acaso ha sido a alguien más?

Más adelante, cuando Ruth ya es adulta, obtiene respuesta a la última de las preguntas. Mientras tanto, el bolígrafo, los folios y también la obsesión por la comida son sus aliados. Deja pasar la vida, con los amigos, las fiestas, las excursiones a la playa y a los campamentos… y siempre con su impenetrable sonrisa.

Pero ahora Ruth tiene dos hijas y ha llegado el momento de romper silencios. Lo ha hecho con una narración excelente, bien hilvanada, de lectura cómoda. Y lo hace en un momento en el que las calles se llenan de voces gritando contra el acoso, el abuso y las violaciones. Y también, como no podía ser de otra manera, contra sentencias jurídicas incomprensibles.

Por mi parte, finalizada la lectura de MI IMPENETRABLE SONRISA, a mí también me surgen algunas preguntas… Pero esa ya es otra historia que, en algún momento, la propia Ruth me contará personalmente si lo cree conveniente u oportuno.