jueves, 23 de abril de 2015

En el Día Internacional del Libro





Dicen en los medios y en las redes sociales que hoy es San Jorge y, además, el Día Internacional del Libro.

En muchos municipios y ciudades se están llevando a cabo actos literarios. Menos en el municipio donde vivo. Aquí parece que se vive de espaldas a la cultura y solo se celebran “Los Días de…” dedicados al culto. Pero yo estaba invitada a la jornada de lectura que se realiza durante todo el día en el que es mi pueblo de origen, en Puerto Sagunto. No he podido ir. Me he levantado tarde y he perdido el único autobús que pasa por aquí. No obstante, y aunque de forma individual, he seguido el protocolo de la rosa y el libro.

No he comprado ninguna flor, tan solo una plantita de albahaca, a Paco el de la ferretería, en un macetita sencilla, por 1,50 euros. Ya veis… bastante económica la primera parte del evento literario. Pero no he renunciado a deleitarme con las rosas. Las he visto en el parque vecino y han posado para mí, de frente, de lado y desde abajo.

Ahora le toca el turno al segundo elemento del día: El libro.

Como soy de disciplina complicada, no me he dejado llevar por los textos de la mística Teresa ni por el apuesto Hidalgo o cualquier otro de los clásicos, leídos con entusiasmo quizá por ser lo que toca hoy. No… yo hoy me he decidido por otra cosa. Sencillita y humilde como mi albahaca y las rosas del parque —sin olor pero con espinas afiladas a modo de defensa—

Este que veis es un libro de poemas de José Pérez López. Él lo titula «Poesía a un ser querido». José (Pepe) escribe sus poemas, los recopila y luego su hermano menor se encarga de llevarlo a una de las imprentas locales para encuadernación. Hace unos cuantos ejemplares, los justos para repartir entre sus allegados. Aunque algunos no lo valoran a él eso no lo detiene. Yo tengo la suerte de contar con uno de esos ejemplares dedicado, a pesar de conocer a José Pérez desde hace apenas un mes.

Para mí  estos poemas tienen un gran valor. Su autor nunca fue poeta, nunca le dio por escribir. Pero un mal día se quedó solo. Su compañera en la vida se quedó dormida y nunca más abrió los ojos. José descubrió entonces que la pluma aliviaba su duelo. Nada había que le devolviera a su esposa pero él seguía hablándole cada día, y lo hacía con una voz diferente, susurrando versos.

Yo lo conocí una tarde en que visité la Escuela de Adultos de mi municipio. En el taller de escritura habían estado leyendo mis libros, y como me sabían cercana me invitaron a que les hablara de ellos. Allí mismo leí uno de estos poemas de José y sentí un agradable cosquilleo al verlo emocionado. Yo también me emocioné. Creo que ambos pensábamos en su mujer.

Este que transcribo es uno de los poemas que se incluyen en su primer libro (el segundo está en imprenta):

«El Universo que veo
Desde aquí de donde estoy
Es como un amanecer
Con las estrellas fugaces
Con toda su brillantez.

Hoy es tiempo de pensar
Que mañana será otro día
Para contemplar las estrellas
Que hay en el firmamento
Donde podrían estar.

Es curioso ver la gente
Como miran hacia el cielo
Cuando se hace de noche
Es solo curiosidad
O es que se ve algo raro.

Lo normal es que se vean
Estrellas de mil colores
Que relucen como el sol
El sol que sale de día
De noche da resplandor.

La luna tiene su horario
Eso lo sabemos todos
Hay veces que sale llena
Otras veces sale un cuarto
Pero siempre por su lado

Ahora es Marte la estrella
Hay científicos que dicen
Que allí se puede vivir
Están preparando un viaje
Para no volver de allí.

¿Y qué dirán los marcianos?
Ellos no se conformarán
No pasará mucho tiempo
Con su lengua nos dirán
Que les pisamos su suelo.»

               -JPL-


José tiene 84 años y la poesía le hace sentirse menos solo.

(Al trascribir el poema he mantenido la sintaxis y ortografía tal y como está en el libro)

lunes, 20 de abril de 2015

EL NIÑO DEL CARTEL


 
 
Esta obra de Blas, que tituló  EL NIÑO DEL CARTEL fue adquirida por uno de sus amigos hace alrededor de diez años. Desde entonces ha estado presidiendo su despacho.

Actualmente, por razones de traslado al extranjero, este señor ha de desprenderse de algunos de sus objetos personales y los está depositando en un trastero. Este Niño del cartel es uno de esos objetos.

Según palabras del dueño del cuadro, «Las pinturas de Blas no son para estar ocultas en un trastero, por lo que me gustaría que, si alguien está interesado, pueda adquirirlo y disfrutarlo»

Jaime se puso en contacto conmigo para que yo misma me hiciera eco de esta decisión suya y la trasmitiera a través de mis amigos y lectores. Y así hoy, aprovecho el blog y mi página de Facebook para informar, no solo a ellos, sino también a quienes fueron amigos de Blas Estal y le tienen en su recuerdo.

Aquellos que estén interesados, pueden contactar conmigo y les facilitaré el tfno. de Jaime.

L.Estal

sábado, 18 de abril de 2015

Desnudez




 

 
He desnudado imágenes,
vestido de colores muchas telas,
amanecido con destellos dorados sobre cobrizos y malvas
y rezado a la luz del alba;
más, para la posesión de mi cuerpo desnudo
en vano busco
la más bella palabra.
 
 
 
Imagen:  Desnudo -Oleo de rosa Vacas-
 

martes, 14 de abril de 2015

Azahares para Galeano.



 
 
Siempre que llego de mi paseo diario suelo traer fotografías de las montañas, de la playa o de los arroyos por donde camino. A veces me pierdo por la huerta al llegar la primavera y, entre azahares, aspiro su aroma y lamento no poder compartirlo con los lectores. Eso sucede en esos días en los que la huerta valenciana se viste de blanco e impregna el aire con el aroma del azahar. Y entonces... acuden a mi memoria las palabras de Eduardo Galeano.
    Como a muchas otras cosas, lo encontré demasiado tarde. Llegué hasta él de la mano de mi amiga Débora Trachter. Ella me contó quién era Galeano y me pasó el enlace en el que pude leer su discurso al recibir la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid en el año 2009. De aquel discurso conservo muy vivo en mi memoria este fragmento:
    [...]"Y ahora hermanito, dinos cómo es la mar". Yo me quedé mudo, pero insistían. "Cuéntanos, cuéntanos cómo es la mar". Ninguno de ellos iba a verla nunca. Todos iban a morir temprano. Y yo no tenía más remedio que traerles la mar. La mar estaba lejísimos y yo tenía que encontrar palabras que fueran capaces de mojarlos.[...]
    Durante todo mi paseo por la orilla del Palancia en mi recorrido hasta Petrés he ido recordando estas palabras e impregnándome del aroma de los azahares de la huerta. Una vez más he sentido el deseo de poder compartirlo, y de la misma manera me hubiera gustado poderos transmitir la sensación de orfandad que el fallecimiento de este gran pensador y orador me causa.
    Siento un extraño duelo que me impulsa a mirar los azahares, acercarme hasta uno de los naranjos moribundos que hay a la vera de un huerto abandonado y arrebatarle un pequeño ramillete que, como los buenos hombres, sobreviven a la naturaleza de la muerte.
 
Lleva contigo la mar...
y lleva también azahares,
te presto mi ramillete
para que vaya contigo
 
y cuando llegues al lugar
donde habitan los poetas
busca a aquel que fue mío
y dile cuánto he crecido.




 
 
 

sábado, 11 de abril de 2015

De paseo por... Sagunto y Puerto Sagunto




Panorámica de Puerto Sagunto desde la fortaleza romana de Sagunto
 

Prescindiendo en mi recorrido de las playas y lugares de ocio, mi paseo comienza en el punto de La Glorieta en Sagunto. Acompañada por los miembros de Sagunto Renascitur —asociación ciudadana formada por voluntarios que se encargan de enseñar ambos núcleos de población a los visitantes—, me detengo en primer lugar ante el monumento dedicado a José Romeu, que preside la plaza principal y uno de los enclaves de mayor relieve en la sociedad saguntina. El guía ha explicado al grupo de visitantes, entre los que me he introducido disimuladamente, las circunstancias que rodearon la vida de este célebre saguntino: valiente militar que luchó hasta el final de su vida en la defensa de España al mando de las tropas del rey Fernando VII. Con la derrota de Valencia a manos de las de Napoleón, Romeu se convirtió en guerrillero oculto en las montañas. Desde allí dirigía las operaciones de resistencia que tanto quebradero de cabeza ocasionaran al mariscal Suchet, hasta que, traicionado por un español conocedor de la orografía valenciana, fue apresado en los montes de Sot de Chera.

Con la famosa frase que el guerrillero dirigió a los enviados por el general francés con el fin de que se adhiriera a su causa: «Diga usted a su general que Romeu es un español, y un español que nació en Sagunto», nuestro guía da por terminada su breve explicación y ahora es la iglesia de Santa María nuestro próximo destino.

Esta se encuentra situada en la Plaza Mayor. Aquí es una joven quien toma la palabra para explicar que la iglesia se construyó sobre la Mezquita de la ciudad. Sus inicios datan del siglo XIII, y tras muchas alteraciones concluye su construcción a finales del XVII.  Nos habla de su ubicación así como de los materiales empleados y llama nuestra atención sobre el epitafio romano incrustado en el muro de la fachada, sus ventanales y gárgolas. 

En enero de 1983 la Iglesia Parroquial de Santa María de Sagunto fue declarada Monumento Histórico Artístico Nacional, y es uno de los lugares más emblemáticos de Sagunto, aunque el lugar al que nos dirigimos a continuación es, sin duda, uno de los más mágicos: Estamos en el interior del museo arqueológico. Nos agrupamos alrededor de la persona que explica cada uno de los detalles que conforman este museo. Pero son tantos esos detalles, y tanta nuestra curiosidad e interés por todos esos elementos expuestos ahora ante nuestra actual visión, que muchos de los visitantes hemos optado por separarnos del grupo y andar por nuestra cuenta deteniéndonos delante de aquellos que más nos seducen. Son objetos rescatados del subsuelo de la ciudad: La escultura del Toro Ibérico; bustos decapitados y con algún miembro cercenado; aquí una sección de columna, allí, en la otra esquina, un capitel; enfrente, viejas estatuas en las que se marcan, con gran maestría, los pliegues de los atuendos con los que los antiguos saguntinos vestían sus cuerpos.

Al acceder a la planta superior nos encontramos con un rico tesoro compuesto por herramientas, joyas, aperos de labranza, mosaicos, ánforas, rostros de bellas facciones esculpidos magistralmente en la piedra… Todos estos objetos que estamos admirando ponen de manifiesto el esplendor de una ciudad en la que la huella de sus habitantes íberos, griegos y romanos permanece intacta a través del tiempo.

Seguimos nuestro paseo y La puerta de la Judería nos invita a asomarnos a través de ella para contemplar el acceso al viejo barrio, donde la estrechez de sus calles y la disposición de las puertas y ventanas de las casas evocan todavía el modo de vida de los hebreos que habitaban la zona. Continuamos el ascenso por el camino empedrado hacia el Teatro Romano. Con la respiración un poco forzada, nos adentramos ya en el hemiciclo donde tomamos asiento en las gradas. Nos gustaría poder decir que estamos realmente acomodados en un pedacito de la historia, en uno de esos asientos de piedra que fueron testigos de las viejas representaciones. Sin embargo, la polémica restauración del Teatro dificulta, en alguna medida, esa sensación. No obstante, ante la belleza de este espectacular espacio, no nos resulta del todo imposible dejarnos llevar por la imaginación y sentir los aplausos de un público enfervorecido aclamando a los actores.

Nuestro recorrido está próximo a su fin. Arriba, sobre el cerro, en la última estribación de la sierra Calderona, la fortaleza romana nos espera con todas sus puertas abiertas a los cuatro puntos cardinales. Desde allí la visión del entorno geográfico es espectacular. Situado en un punto estratégico, los ciudadanos saguntinos registraban cada movimiento intruso, ya fuera el que se avecinaba desde el Mediterráneo, como el que amenazaba desde los distintos sitios del llano. Un grupo de escolares contempla extasiado el foro, las mazmorras y los lugares desde los que los vigías acechaban a los invasores. Escuchan con gran atención las explicaciones de su profesor acerca de la historia de Sagunto y del asedio sufrido por los saguntinos en ese mismo suelo de tierra y hierba que ellos pisan ahora.

Nuestro grupo, disperso ya desde que emprendimos la subida hacia las murallas, se despide y da por concluida la visita a la Sagunto antigua. Unos kilómetros más abajo nos espera la otra, la formada por el nuevo núcleo de historia reciente: la ciudad a pie de mar; una nueva generación que en nada difiere de la valentía de sus vecinos de la parte alta. Si la historia cuenta que los ciudadanos quemaron la ciudad y se inmolaron en ella, en esta otra parte, el fuego ha sido, precisamente, el génesis de una nueva población.

El grupo de visitantes se ha deshecho y solo ya con un par de amigas me dirijo hacia el monumento. Uno solo. Un único monumento que me sirve para retroceder cien años en el tiempo. Es el Alto Horno Nº 2. El guía nos dice que no hay ascensor, por lo tanto, nos tenemos que conformar con subir solamente hasta la plataforma. No podemos acceder hasta  los cascabeles del horno, el punto más alto de la torre; ese punto hasta el que los hombres de El Puerto llegaban exhaustos, sin elevador que les facilitase la tarea.

Previamente a esta breve excursión por el interior del Horno nº 2, asistimos a una película donde se resume la historia de Ramón de la Sota y Eduardo Aznar, y la iniciativa de éstos de trasladar el mineral procedente de las minas de Ojos Negros (Teruel) hasta Sagunto, para su posterior transporte por mar. En la película asistimos a la construcción del trazado ferroviario y del embarcadero y, a continuación, se nos muestran las imágenes en blanco y negro de los primeros viajes de El Minero.

El germen está ya evolucionando. Ante nuestras miradas, empiezan a desfilar imágenes de una película sin colores. Se montan naves, se levantan plataformas, hay hombres que caminan con prisas cruzándose unos con otros, vestidos con monos que se adivinan azules en el sin color de la filmación. De vez en cuando aparece como protagonista una representación de los altos mandos siderúrgicos, éstos con traje y corbata, portando cascos blancos… Y, al final: ¡El fuego! Elemento primigenio en combustión. Y nuestros hombres desafiándolo y atizándolo con largos varales… 

Es el génesis de Puerto Sagunto. El lugar va tomando cuerpo y creciendo en censo. La película muestra el avance de una población nacida alrededor de la factoría. Se cuenta ya con un hospital que pueda atender a los accidentados laborales de la fábrica y a sus familias; la iglesia de Begoña abre sus puertas a los vecinos, existe una Alameda donde se dan cita las parejas, se inauguran escuelas y, por tener, se tiene ya hasta un cementerio que alberga los cuerpos y duelos de quienes han optado por este punto del mediterráneo como lugar en el que echar sus raíces y donde reposar eternamente.

Pero… la factoría se desploma, y con ese desplome de dos de los tres hornos altos tras las imágenes de las manifestaciones de los obreros, el film sobre la historia de la fábrica de Altos Hornos de Vizcaya —posteriormente Altos Hornos del Mediterráneo— llega a su fin.

Es el momento de subir a la plataforma y sentir bajo nuestros pies el calor de una época que ya es historia en quienes hemos vivido, en primera persona, cuanto acabamos de ver sobre lo que los porteños llamamos la fábrica y origen de nuestro Puerto.

Aquí, en el interior del horno, donde antaño se filtraba el arrabio y se escapaba la escoria, se encuentra el museo industrial. En primer lugar se nos pone al corriente sobre el proceso de transformación del mineral. A continuación entramos en la torre donde se exponen herramientas y elementos diversos utilizados por los siderúrgicos porteños desde el comienzo de la actividad. En la puerta de entrada al vientre del horno un maniquí ataviado con ropa de amianto nos da la bienvenida. Se trata del género textil de mayor resistencia al fuego en los primeros tiempos, género que hoy no está permitido por ser altamente cancerígeno. La fábrica ofrecía de vez en cuando exposiciones de este tipo de vestimentas relacionadas con la siderurgia. Las exposiciones se llevaban a cabo en el vestíbulo del actual teatro Begoña, en lo que se denominaba la Semana de Seguridad e Higiene en el Trabajo.

Desde la plataforma el guía nos va señalando todo el espacio que ocupaba la factoría; un amplio perímetro en el que se distribuían las distintas naves: talleres, almacenes, depósitos de mineral, oficinas…, terreno que actualmente alberga a las empresas que, tras la reconversión industrial, vinieron a ubicarse en el suelo de la vieja fábrica. Todo se echó abajo, excepto varias de las naves que permanecen en pie junto con este Horno en cuyas entrañas me he permitido evocar instantes viejos.

Esta ha sido mi visita guiada al Horno Alto Nº 2, sin duda un punto emblemático que el visitante debe conocer para comprender la idiosincrasia de gran parte de los vecinos del municipio. Pero repartidos por nuestras avenidas se encuentran expuestos públicamente otros elementos tomados prestados a este suelo industrial, como son los diferentes objetos que ocupan el centro de las rotondas, entre ellas la del cruce de Periodista Azzati con Camp de Morvedre y con Nou D´octubre; la de esta última en El Paso; o las que podemos encontrar en las entradas por Juan de Austria y Avd. Hispanidad.

Muchas cosas se han quedado fuera de ruta, pero solo de momento. En mi excursión de hoy me he limitado a las ruinas de Sagunto y Puerto; a las históricas y a las industriales. En cuanto a las primeras, muchas están a la espera de una nueva visita, pues hay gran número de ellas de gran esplendor y que pueden visitarse en cualquier momento. Algunas se encuentran acristaladas, bajo modernos edificios; otras salen a mi encuentro por cualquier esquina saguntina. Para el próximo paseo por El Puerto, dejo pendiente el recorrido por sus parques: el que me recibe por Fausto Caruana y que me lleva directamente al de Juan de Austria, frente a la gasolinera; los Jardines del Antiguo Sanatorio, que discurren paralelos a los del Triángulo Umbral. Daré un placentero paseo por los distintos bulevares de reciente construcción, los cuales concluyen apenas a unos metros de la playa. Y quizá me detenga frente a los edificios y barrios emblemáticos que, de alguna manera, echan de menos mi caminar precipitado por sus aceras, desde que abandoné el entorno hace ya unos cuantos años.

 

Imagen: Ismael Murria: Ruinas romanas de Sagunto con Puerto Sagunto al fondo