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Panorámica de Puerto Sagunto desde la fortaleza romana de Sagunto |
Prescindiendo en mi recorrido de las playas
y lugares de ocio, mi paseo comienza en el punto de La Glorieta en Sagunto. Acompañada por los miembros de Sagunto Renascitur —asociación ciudadana
formada por voluntarios que se encargan de enseñar ambos núcleos de población a
los visitantes—, me detengo en primer lugar ante el monumento dedicado a José Romeu, que preside la plaza
principal y uno de los enclaves de mayor relieve en la sociedad saguntina. El
guía ha explicado al grupo de visitantes, entre los que me he introducido
disimuladamente, las circunstancias que rodearon la vida de este célebre
saguntino: valiente militar que luchó hasta el final de su vida en la defensa
de España al mando de las tropas del rey Fernando VII. Con la derrota de
Valencia a manos de las de Napoleón, Romeu se convirtió en guerrillero oculto en
las montañas. Desde allí dirigía las operaciones de resistencia que tanto quebradero
de cabeza ocasionaran al mariscal Suchet,
hasta que, traicionado por un español conocedor de la orografía valenciana, fue
apresado en los montes de Sot de Chera.
Con la famosa frase que el guerrillero
dirigió a los enviados por el general francés con el fin de que se adhiriera a
su causa: «Diga usted a su general que Romeu es un español, y un español que
nació en Sagunto», nuestro guía da por terminada su breve explicación y ahora
es la iglesia de Santa María nuestro
próximo destino.
Esta se encuentra situada en la Plaza
Mayor. Aquí es una joven quien toma la palabra para explicar que la iglesia se
construyó sobre la Mezquita de la ciudad. Sus inicios datan del siglo XIII, y
tras muchas alteraciones concluye su construcción a finales del XVII. Nos habla de su ubicación así como de los
materiales empleados y llama nuestra atención sobre el epitafio romano
incrustado en el muro de la fachada, sus ventanales y gárgolas.
En enero de 1983 la Iglesia Parroquial
de Santa María de Sagunto fue declarada Monumento Histórico Artístico Nacional,
y es uno de los lugares más emblemáticos de Sagunto, aunque el lugar al que nos
dirigimos a continuación es, sin duda, uno de los más mágicos: Estamos en el
interior del museo arqueológico. Nos agrupamos alrededor de la persona que
explica cada uno de los detalles que conforman este museo. Pero son tantos esos
detalles, y tanta nuestra curiosidad e interés por todos esos elementos
expuestos ahora ante nuestra actual visión, que muchos de los visitantes hemos
optado por separarnos del grupo y andar por nuestra cuenta deteniéndonos
delante de aquellos que más nos seducen. Son objetos rescatados del subsuelo de
la ciudad: La escultura del Toro Ibérico; bustos decapitados y con algún
miembro cercenado; aquí una sección de columna, allí, en la otra esquina, un
capitel; enfrente, viejas estatuas en las que se marcan, con gran maestría, los
pliegues de los atuendos con los que los antiguos saguntinos vestían sus
cuerpos.
Al acceder a la planta superior nos
encontramos con un rico tesoro compuesto por herramientas, joyas, aperos de
labranza, mosaicos, ánforas, rostros de bellas facciones esculpidos
magistralmente en la piedra… Todos estos objetos que estamos admirando ponen de
manifiesto el esplendor de una ciudad en la que la huella de sus habitantes
íberos, griegos y romanos permanece intacta a través del tiempo.
Seguimos nuestro paseo y La puerta de la Judería nos invita a
asomarnos a través de ella para contemplar el acceso al viejo barrio, donde la
estrechez de sus calles y la disposición de las puertas y ventanas de las casas
evocan todavía el modo de vida de los hebreos que habitaban la zona.
Continuamos el ascenso por el camino empedrado hacia el Teatro Romano. Con la
respiración un poco forzada, nos adentramos ya en el hemiciclo donde tomamos
asiento en las gradas. Nos gustaría poder decir que estamos realmente
acomodados en un pedacito de la historia, en uno de esos asientos de piedra que
fueron testigos de las viejas representaciones. Sin embargo, la polémica
restauración del Teatro dificulta, en alguna medida, esa sensación. No obstante,
ante la belleza de este espectacular espacio, no nos resulta del todo imposible
dejarnos llevar por la imaginación y sentir los aplausos de un público
enfervorecido aclamando a los actores.
Nuestro recorrido está próximo a su
fin. Arriba, sobre el cerro, en la última estribación de la sierra Calderona,
la fortaleza romana nos espera con todas sus puertas abiertas a los cuatro
puntos cardinales. Desde allí la visión del entorno geográfico es espectacular.
Situado en un punto estratégico, los ciudadanos saguntinos registraban cada
movimiento intruso, ya fuera el que se avecinaba desde el Mediterráneo, como el
que amenazaba desde los distintos sitios del llano. Un grupo de escolares
contempla extasiado el foro, las mazmorras y los lugares desde los que los
vigías acechaban a los invasores. Escuchan con gran atención las explicaciones
de su profesor acerca de la historia de Sagunto y del asedio sufrido por los
saguntinos en ese mismo suelo de tierra y hierba que ellos pisan ahora.
Nuestro grupo, disperso ya desde que
emprendimos la subida hacia las murallas, se despide y da por concluida la
visita a la Sagunto antigua. Unos kilómetros más abajo nos espera la otra, la
formada por el nuevo núcleo de historia reciente: la ciudad a pie de mar; una
nueva generación que en nada difiere de la valentía de sus vecinos de la parte
alta. Si la historia cuenta que los ciudadanos quemaron la ciudad y se
inmolaron en ella, en esta otra parte, el fuego ha sido, precisamente, el
génesis de una nueva población.
El grupo de visitantes se ha deshecho
y solo ya con un par de amigas me dirijo hacia el monumento. Uno solo. Un único
monumento que me sirve para retroceder cien años en el tiempo. Es el Alto Horno Nº 2. El guía nos dice que no
hay ascensor, por lo tanto, nos tenemos que conformar con subir solamente hasta
la plataforma. No podemos acceder hasta los cascabeles del horno, el punto más alto de la torre; ese punto
hasta el que los hombres de El Puerto llegaban exhaustos, sin elevador que les
facilitase la tarea.
Previamente a esta breve excursión por
el interior del Horno nº 2, asistimos a una película donde se resume la
historia de Ramón de la Sota y Eduardo Aznar, y la iniciativa de éstos de
trasladar el mineral procedente de las minas de Ojos Negros (Teruel) hasta Sagunto, para
su posterior transporte por mar. En la película asistimos a la construcción del
trazado ferroviario y del embarcadero y, a continuación, se nos muestran las
imágenes en blanco y negro de los primeros viajes de El Minero.
El germen está ya evolucionando. Ante
nuestras miradas, empiezan a desfilar imágenes de una película sin colores. Se
montan naves, se levantan plataformas, hay hombres que caminan con prisas
cruzándose unos con otros, vestidos con monos que se adivinan azules en el sin
color de la filmación. De vez en cuando aparece como protagonista una
representación de los altos mandos siderúrgicos, éstos con traje y corbata,
portando cascos blancos… Y, al final: ¡El fuego! Elemento primigenio en
combustión. Y nuestros hombres desafiándolo y atizándolo con largos
varales…
Es el génesis de Puerto Sagunto. El
lugar va tomando cuerpo y creciendo en censo. La película muestra el avance de
una población nacida alrededor de la factoría. Se cuenta ya con un hospital que
pueda atender a los accidentados laborales de la fábrica y a sus familias; la
iglesia de Begoña abre sus puertas a los vecinos, existe una Alameda donde se
dan cita las parejas, se inauguran escuelas y, por tener, se tiene ya hasta un
cementerio que alberga los cuerpos y duelos de quienes han optado por este
punto del mediterráneo como lugar en el que echar sus raíces y donde reposar
eternamente.
Pero… la factoría se desploma, y con
ese desplome de dos de los tres hornos altos tras las imágenes de las
manifestaciones de los obreros, el film sobre la historia de la fábrica de
Altos Hornos de Vizcaya —posteriormente Altos Hornos del Mediterráneo— llega a
su fin.
Es el momento de subir a la plataforma
y sentir bajo nuestros pies el calor de una época que ya es historia en quienes
hemos vivido, en primera persona, cuanto acabamos de ver sobre lo que los
porteños llamamos la fábrica y origen de nuestro Puerto.
Aquí, en el interior del horno, donde
antaño se filtraba el arrabio y se escapaba la escoria, se encuentra el museo industrial. En primer lugar se nos
pone al corriente sobre el proceso de transformación del mineral. A
continuación entramos en la torre donde se exponen herramientas y elementos
diversos utilizados por los siderúrgicos porteños desde el comienzo de la
actividad. En la puerta de entrada al vientre del horno un maniquí ataviado con
ropa de amianto nos da la bienvenida.
Se trata del género textil de mayor resistencia al fuego en los primeros
tiempos, género que hoy no está permitido por ser altamente cancerígeno. La fábrica ofrecía de vez en cuando
exposiciones de este tipo de vestimentas relacionadas con la siderurgia. Las
exposiciones se llevaban a cabo en el vestíbulo del actual teatro Begoña, en lo
que se denominaba la Semana de Seguridad
e Higiene en el Trabajo.
Desde la plataforma el guía nos va
señalando todo el espacio que ocupaba la factoría; un amplio perímetro en el
que se distribuían las distintas naves: talleres, almacenes, depósitos de
mineral, oficinas…, terreno que actualmente alberga a las empresas que, tras la
reconversión industrial, vinieron a ubicarse en el suelo de la vieja fábrica.
Todo se echó abajo, excepto varias de las naves que permanecen en pie junto con
este Horno en cuyas entrañas me he permitido evocar instantes viejos.
Esta ha sido mi visita guiada al Horno Alto Nº 2, sin duda un punto
emblemático que el visitante debe conocer para comprender la idiosincrasia de
gran parte de los vecinos del municipio. Pero repartidos por nuestras avenidas
se encuentran expuestos públicamente otros elementos tomados prestados a este suelo
industrial, como son los diferentes objetos que ocupan el centro de las
rotondas, entre ellas la del cruce de Periodista
Azzati con Camp de Morvedre y con Nou D´octubre; la de esta última en El Paso; o las que podemos encontrar en
las entradas por Juan de Austria y Avd. Hispanidad.
Muchas cosas se han quedado fuera de
ruta, pero solo de momento. En mi excursión de hoy me he limitado a las ruinas
de Sagunto y Puerto; a las históricas y a las industriales. En cuanto a las
primeras, muchas están a la espera de una nueva visita, pues hay gran número de
ellas de gran esplendor y que pueden visitarse en cualquier momento. Algunas se
encuentran acristaladas, bajo modernos edificios; otras salen a mi encuentro
por cualquier esquina saguntina. Para el próximo paseo por El Puerto, dejo
pendiente el recorrido por sus parques: el que me recibe por Fausto Caruana y que me lleva
directamente al de Juan de Austria,
frente a la gasolinera; los Jardines del
Antiguo Sanatorio, que discurren paralelos a los del Triángulo Umbral. Daré un placentero paseo por los distintos
bulevares de reciente construcción, los cuales concluyen apenas a unos metros
de la playa. Y quizá me detenga frente a los edificios y barrios emblemáticos que,
de alguna manera, echan de menos mi caminar precipitado por sus aceras, desde
que abandoné el entorno hace ya unos cuantos años.
Imagen: Ismael Murria:
Ruinas romanas de Sagunto con Puerto Sagunto al fondo