De nuevo en un aula de EPA. Esta vez en el Centro Enric Valor de Xirivella. La ocasión ha
venido propiciada por las actividades correspondientes a la jornada de puertas
abiertas del Centro. A uno de los profesores se le ocurrió que podía ser bonito
llevarme como invitada y que contara mi paso por una de estas escuelas de
Formación Permanente de Adultos. Col-oqui
amb Lola Estal “De l’FPA a Escriptora”, figuraba
en su cartel de actividades.
Me sentí muy halagada con la invitación. Me gusta asistir a
estos centros en los que, de alguna manera, me encuentro como en casa. Previamente
al acto tuve ocasión de charlar con varios de los profesores y pude comprobar,
una vez más, la importancia y singularidad que presentan estas Escuelas de Adultos,
tanto en cuanto a sus docentes se refiere como al alumnado que los
integran.
Me satisfizo encontrarme por el pasillo con un señor de
avanzada edad que compaginaba sus ejercicios matutinos de caminatas con los de
escritura de la sobremesa. Me enseñó su caligrafía perfecta y sus ganas de
seguir aprendiendo y recordando lo ya aprendido.
Mi intervención estuvo dirigida a los alumnos de ESO de un instituto
de la zona. Situarme en la tarima, de espaldas al encerado y con los alumnos
frente a mí, me hizo sentir un tanto extraña. En algunos momentos recordé a mi
padre, mi abandono escolar, tan temprano como involuntario. Compartí esta sensación
con cuantos me escuchaban atentamente. No obstante, algo había en el ambiente
que daba la sensación de frío ante lo que intentaba transmitir. Entre
los alumnos había uno que me miraba con ojos de sueño. Estaba en la
primera fila. Sin duda había venido al acto porque era una actividad de
obligado cumplimiento, aunque preferible a una clase lectiva. Yo lo entendía
perfectamente. Hacía una mañana magnífica para salir a la calle en lugar de
pasarla escuchando el relato de mi evolución literaria.
Casi llegué a sentirme incómoda contemplando el aburrimiento
de este chico. Entonces comprendí que la audiencia a la que me estaba
dirigiendo no era aquella para la que yo había ido dispuesta a contar mi
experiencia al pasar por la Escuela de Adultos. Yo esperaba ser recibida por
personas tan mayores como lo era yo en el curso 92/93. Quizá más. Deseaba contagiarlas
de mi entusiasmo de aquellos días, y de los posteriores cuando me matriculé del
grado en la UNED. Pero lo que tenía ante mí era un grupo de
jóvenes que nada tenían que ver con mi época, ni siquiera con la de mis hijos. Ninguna
de las chicas que me observaban en silencio, pero quizá con el pensamiento en
otro sitio, podrían comprender el porqué de mi abandono tan temprano de la
escuela. Y fue entonces cuando decidí dar otro rumbo a mi discurso:
«De los tres hermanos yo era la chica, había aprendido el
cálculo suficiente para que no me engañaran al hacer la compra, y sabía leer y
escribir lo bastante para redactar la lista de aquello que tenía que comprar. Había
llegado el momento de que aprendiera las tareas del hogar para poder ayudar a
mi madre, de la misma manera que ella las aprendió de la suya para poder
ayudarla. Por suerte, los hombres de la casa siempre andaban con libros.
Aquellos libros que dejaban por la mesilla de noche, o por cualquier sillón, me
atraían de tal manera que acabé amando las letras y con una necesidad imperiosa
de leer, leer mucho y de cualquier tema. Aquellos libros de los hombres de la
casa también me hicieron crecer…»
Fotografía: Con Daniel García Fernández, director del Centro
de Formación Permanente de Adultos Enric
Valor de Xirivella.
(Mostrando con satisfacción el regalo, de manos del director, como recuerdo de mi paso por este Centro)