miércoles, 11 de diciembre de 2019

Unas notas de Uba






La mañana invita al paseo. Luce el sol, tímido y sereno. Uba sigue sin venir. Prefiere los días de lluvia, pero yo tengo su cuaderno. Lo leo de forma aleatoria, sin el orden de sus páginas. Lo introduzco en mi bolso de tela, junto con las llaves y el monedero; también incluyo la cámara de fotos. Hoy prescindo del móvil, no quiero que nada perturbe mi paseo.

Rodeo la huerta y llego hasta la zona de El Calvario. Es un lugar tranquilo, idóneo para la lectura y el recogimiento. No obstante, desestimo el acomodo en el recinto. El sol no calienta lo suficiente, hace frío de invierno, aunque aún faltan unos días para el solsticio, y decido caminar un poco más.

Vuelvo a casa por el camino del río, disfrutando del paisaje que me ofrece la sierra. Me detengo un instante para dirigir el objetivo de la cámara hacia los perfiles montañosos. En algún momento varío su dirección hacia el curso del río; adivino su desembocadura, pero está lejos, demasiado del lugar en que me encuentro. Aunque quisiera no podría fotografiar el cauce seco del delta. No importa, lo llevo asido a mí misma, igual que lo lleva Uba. Ella es lluvia y es mar, y es río que recorre valles entre montañas, y es la tierra húmeda de los caminos viejos. Me lo recuerda en sus notas que me acompañan esta mañana en mi paseo.

Escribe esas notas desde hace muchos años. Desde que la conozco. Hoy las leo en mi regreso a casa, mientras tomo el segundo café de la mañana…

«Cuando comencé la primera novela, inconscientemente, me puse a escribir narrando en tercera persona. Fue sobre la vida de un muchacho y no sobre la de una muchacha. Escribí con piel de hombre. Después, cuando escribí la segunda, narré en primera persona y volví a escribir desde la piel de hombre. Y cuando llegó la tercera, también inconscientemente, me desprendí de la piel adquirida al coger la pluma. Ahora lo hacía desde mi propia piel. Narraba en primera persona, desde dentro de la mujer que soy.

Y llegó la poesía, con su infinitud de sensaciones, de terminaciones nerviosas, de caricias y susurros…Desde mis silencios de mujer, desde mis miedos de mujer, desde mi ira de mujer arrebatada…»

Los pies se me han quedado fríos. El invierno se acerca y agradezco el calor del hogar. Guardo las notas de Uba en el cajón del escritorio. Junto a la poesía de otras horas. Tal vez mañana, o quizá pasado; quién sabe si en una madrugada inesperada la encuentre de nuevo junto al fuego, empapada por la lluvia, despojándose de su propia piel y de sus notas inacabadas.


Fotografía LEH -Calvario-


lunes, 9 de diciembre de 2019

Del desarraigo





Como un río que avanza lento, me deslizo ante una nueva primavera. La niebla se fue disipando y las campanas que ayer tocaban a duelo ya hace algún tiempo que fueron enmudeciendo. Tan solo un eco lejano se deja oír de vez en cuando arrastrado por el viento. Los árboles del parque verdean tímidamente y los azahares de las huertas colindantes elevan sus aromas que impregnan el perímetro del pueblo.


Yo me asomo al día con nuevos ojos. Con mirada de ayer que desea alcanzar los viejos horizontes que ya adivino ajenos. No me reconozco en las calles que pisan mis pies cada día. Sus aceras estrechas y su asfalto mal repartido no reconocen tampoco a mis pasos. Soy una intrusa al pie de las colinas que nunca oyeron ni nombre; no pertenezco a su parroquia ni seré cubierta por la tierra de su Campo Santo.

Mi primer llanto no fue un llanto de tierra. Fue un llanto de fuego y de mar, con la fortaleza del hierro, con la maleabilidad que otorga la tibieza de la sangre. Con agua salada fui rociada en pila de piedra bajo un cielo gris cubierto de humo. A veces me he desgarrado por dentro y he salido en busca de las pequeñas cosas, de los detalles mínimos que dotan de vida a lo cotidiano. Así he rematado las costuras de mi piel herida y rota, mi piel morena.

Habito hoy un hogar extraño, silencioso. En él recibo una nueva primavera rodeada de almas de diferente credo, de vocabulario impreciso, sin naves ni amarres en sus puertos.

Así convivo entre desconocidos que nada saben de mí, que nada sé de ellos… y así me pliego sobre mis propias alas al llegar la tarde, mientras la nueva primavera, perezosa, se acomoda sobre este escenario que en nada me concierne.


EPISODIOS COTIDIANOS -Libro primero-



miércoles, 4 de diciembre de 2019

Uba como la lluvia





Uba ya ha cerrado las páginas de cuanto libro seleccionó cuando escuchaba caer la lluvia sobre el asfalto. Me invita a un café mientras estira su cuerpo desperezándose tras las horas de lectura. Yo le respondo que me apetece mucho su compañía y ese café calentito, pero que habrá que esperar a otro momento más oportuno.

«Anda, por favor, serán solo unos minutos. La lluvia se aleja y ya no seré la misma cuando el cielo vuelva a cubrirse de azules.», insiste. Yo me acerco hasta la ventana y compruebo que, efectivamente, ya se aprecian claros en el cielo, aunque todavía no se distinguen los azules.

«No puedo, lo siento —le respondo—. Ya hace rato que entró la mañana y hay tareas pendientes». Resignada, me deja sus notas y se aleja.

Ella es lluvia que llega en la madrugada y se marcha cuando los claros se abren dando paso a la mañana. Siempre se despide con la mirada triste de quién no sabe cuándo o si volverá. «Quizá con una nueva borrasca. Ahora la llaman Dana», dice ya desde la calle.

Sobre la mesa, junto a los libros y una taza de café intacta, sus notas y un verso suelto:

«En esta mañana de lluvia mansa, mis notas y un verso a la deriva…
Qué palabra es la que me habita y me seduce
Cuál de todas mis ausencias es la que a estas horas me dirige
En qué lugar dejé olvidado aquel dolor viejo que ya no viste mi cuerpo
Qué nuevo verso se muestra ante mí desnudo en este camino que pasó de ser incierto a expandirse en lo certero»

Se ha ido aferrada a la última nube, porque ella es lluvia, y es un quizá, un acaso y un tal vez. Yo seguiré esperándola en cada madrugada, con sus libros sobre la mesa, con sus notas y un café.


De: Las notas de Uba.
Fotografía, C/Quart -Valencia-



domingo, 1 de diciembre de 2019

Palabras para Julio







Una vez más me visto de noviembre, con esa luz especial de este mes de color gris que a veces me obsequia con un sol espléndido. Y este año lo espero, además, con ansiedad por ese regalo que me trae: esa nueva vida que ya se acerca…

En las redes sociales Leonard Cohen nos hace un guiño con su voz subtitulada

La luz no tardará en llegar y, mientras tanto, noviembre se vuelve aciago en esta tarde de sábado. Yo creí que me traería solo vida… La voz ausente de Leonard Cohen sigue llenando las redes. Los poetas lamentan, lloran su despedida, comparten sus canciones. Yo busco su voz acompañada de imágenes y subtítulos: «El amor mismo se fue…», leo y escucho.

Mis pensamientos divagan: 
Noviembre gris, a veces con la calidez tardía de un sol perezoso.
Yo te espero noviembre con la vida nueva entre los ocres llegando a mi encuentro.

Te ansío, pero una ráfaga de viento helado se introduce como una intrusa por toda mi casa, obligándome a cerrar puertas y ventanas.

Hoy es sábado, y este sábado se torna triste, con esa clase de tristeza que nos envuelve cuando el otoño se lleva algo a destiempo.

Hace solo unas horas, dos besos sonoros en mitad de su rostro silencioso a la espera de un adiós definitivo.

Quise acompañar esos, mis dos besos, con un gran abrazo, de esos muy apretaditos.

No pudo ser. Su cuerpo, tendido, arropado bajo las mantas, lo impidió.

No fue él quien rechazó mi abrazo sino la mordaza del cuerpo ya sin fuerzas. No podía mover ni los párpados. ¿Acaso me oía? Me hubiera gustado tanto que percibiera mi presencia y mi voz…

Al fin solo pudo ser eso: dos besos desde el cariño más profundo, llegados con el tiempo justo antes de la partida.

Con eso me quedo, eso me guardo. Pero también conservo el recuerdo de otros noviembres lejanos. Tan lejanos como el lugar por el que ahora, desde hace apenas dos horas, transita.

Nos quedó un café pendiente y una charla en torno al viejo patio con suelo de cemento y carbureros colgados en sus desniveladas paredes encaladas.

Sí, hoy es un sábado muy triste. A través de los auriculares escucho la voz subtitulada de otra despedida que poco me afecta.

Es un sábado de noviembre que me incita al poema, al verso triste de una nueva elegía.


Apuntes de un mes de noviembre que quedaron traspapelados por algún lugar

Fotografía: IME



miércoles, 27 de noviembre de 2019

Violencia






Durante esta semana se han realizado distintas actividades dirigidas a plantar batalla a la Violencia de Género. A pesar de los obstáculos encontrados en algunas ciudades españolas nada ha parado a las mujeres, nada las ha hecho callar, nada ni nadie las -nos- callará. 

Desde el grupo Tertulia Poética Puerto quisimos unir nuestras voces al grito de «Ni una menos». Lo hicimos como mejor sabemos hacerlo: a través de la poesía. Sacamos nuestra indignación a la calle, invitamos a las amigas a las lecturas, se proyectó poesía visual aportada por Analía, se escenificó un soliloquio, también de su autoría, que la amiga Ángela representó de forma magistral. Y, cómo no, se leyó la rabia y hasta la esperanza. Sí, esperanza por que llegue el día en que estos actos no sean necesarios. 

De Fragua y Yunque no ha querido quedarse al margen de estas actividades. Porque son actividades que denuncian la violencia, ya no solo la que se ejerce directamente contra las mujeres por ser eso, mujeres sin la fuerza bruta suficiente que les permita defenderse de sus asesinos, sino que para imprimirles más dolor, otra violencia, la llamada «vicaria» ha venido a sumarse a la ya sufrida. A esa violencia alude el poema que a continuación trascribo:


¿Hay dolor más grande que el de la muerte
que nos golpea a destiempo?
Sí…
Aquel que llega en pequeñas dosis
El que se instala por acumulación
y permanece en silencio

Esa clase de dolor precisa su neceser:
Mucha base de maquillaje,
el corrector de ojeras,
sombra oscura sobe los párpados,
colorete,
carmín para los labios
y… sobre todo,
gafas de sol muy grandes,
tan grandes que cubran hasta casi los pómulos.
Y no desembarazarse de ellas
aunque caiga una lluvia torrencial
y el sol se esconda a llorar el drama.

Pero aún hay otro peor:
Uno más grande, profundo e insoportable
que no te deja morir
que te mantiene atada a la vida sucia
ruin y cruel:
Es aquel en que tu asesino se divierte mientras te contempla
cuando lo ves descargar la hoja afilada
sobre la piel delicada
sensible
y amada
de los hijos que has parido.

Bien sabe el asesino que no habrá justicia
para su hazaña de macho.

Ahora te sabe vencida con ese dolor…
Un dolor más fuerte
que el dolor de tu propia muerte.




De: Las notas de Uba (En elaboración)
-El cartel es obra de «Mariachu», amiga y miembro del grupo Tertulia Poética Puerto-

lunes, 18 de noviembre de 2019

Ausencia




Como Carmen Martín Gaite,
yo también, un día,
           me soñé muerta.

Al despertar,
no me dolió tanto mi muerte
como la falta de comunicación con mi hijo
          constantemente a mi lado,
                   sin apenas presentirme.


domingo, 3 de noviembre de 2019

Un cigarrillo






Hoy he visitado el cementerio. Lo hago todos los años por estas fechas. Me sitúo frente a los nichos que custodian los huesos de aquellos que más me quisieron y quise: Mi padre y mi madre. Contemplo en silencio los nombres y las fechas tallados en la piedra, las fotos y las flores. En medio de ese silencio, en una calle que no dispone de cipreses grises, intento imaginar más allá de la losa. Me gustaría poder ver esas pequeñas calaveritas, los huesos del cuerpo que un día fue mi refugio…

Alguien escribía esta mañana que cuando nuestros seres queridos dejan de vivir «entre» nosotros pasan a vivir «en» nosotros. Así es. Llegamos a copiar sus gestos, a compartir muchas de sus ideas y con el paso de los años hasta acabamos viéndolos al observar nuestro propio reflejo en el espejo.

Cuando me he despedido de mis padres he paseado por alguna de las calles del viejo cementerio, hoy más florido que el resto del año. He visitado aquellos otros nichos donde reposan los restos de otros familiares y amigos. De alguna manera he querido decirles que tampoco a ellos los olvido. A otros los recuerdo desde casa, en las conversaciones de situaciones pasadas, en mis paseos por la memoria cuando la conduzco a otros días, de juventud, de infancia…  Son esos otros que volaron por encima de la sierra, o que caminaron bajo las olas convertidos en ceniza. Muy especialmente aquel que reposa bajo un algarrobo de porte majestuoso en un lugar privilegiado con vistas al mar.

EL conserje del cementerio ha dado la voz de cierre. Era la hora de volver a casa. En mi camino se ha cruzado una chica joven. La he visto cuando venía de frente: caminaba despacio, con ropa cómoda, demasiado cómoda he comprobado a medida que se acercaba. Su pantalón de chándal clarito le quedaba muy holgado. Todo en ella quedaba holgado. Menos su sonrisa dulce cuando se ha parado ante mí. Una joven guapa, limpia, de larga melena clara, mirada serena y voz casi infantil. Me pedía un cigarrillo. Por un momento me ha parecido ver y escuchar a otra joven, hace más de once años, a la entrada del hospital de Portaceli. Era la misma mirada, la misma fuerza en la voz, el mismo aspecto…

Las señales de los picos por sus brazos…

«Lo siento, bonica, no fumo». Sin abandonar su sonrisa ha seguido su camino. Yo me he venido abajo. «Tan bonica, tan dulce, tan joven… y tan falta ya de vida» He ahogado un sollozo durante todo el trayecto a casa.

Duele la garganta cuando reprimes el llanto que amenaza con escapar. ¡Me ha dolido tanto que hasta he lamentado no fumar!  Y mientras los coches adelantaban por la autovía camino de quién sabe a dónde, me preguntaba una y otra vez si la estarían esperando los padres para comer, si habrá pasado la noche fuera de casa y si habrá pasado frío; si acaso no ha querido asistir a un programa de desintoxicación, si quizá, si a lo mejor, si es que… 

Muchas preguntas que nunca nadie me va a responder y una expresión indignada que no he podido callar: ¡Se tenía que haber cortado las dos manos aquel que le proporcionó el primer pico!

Sigo triste, y sigo también recordando la similitud entre esta chica y la Carolina que, hace ya once años, acomodada en su silla de ruedas, me pidió un cigarrillo en el hospital de Portaceli en una apacible tarde de septiembre.


Fotografía: Lestal.





martes, 15 de octubre de 2019

Qué lejos quedas, Mar






Mientras dormía me ha crecido una música de fondo

Era la voz de mi madre que me apremiaba para que no llegara tarde a mi vida.

«No llegues tarde a tu vida» llegué a escribir yo a mi propia hija en un verso sin ritmo y sin medida.

Desde el otro lado de la ventana se aproxima el alba y el aire arrastra el olor a lluvia por el otro lado de las lomas

Ya casi se adivinan los perfiles de los tejados de las casas de enfrente

El sol no acude hoy  a la cita de cada amanecer y no podré ver cómo mi sombra se interpone entre lo que soy y aquello que, insistentemente, deseas mostrarme desde tu orilla.

               Qué lejos me quedas, Mar.



Fotografía LEH

lunes, 7 de octubre de 2019

En otras horas




En un suelo que es de tierra
tiene hincada la rodilla
jugando con un palito
y la colita cortada
de una cría de lagartija

La mujer del panadero
sueña con la pasarela.
Cuando cree tocar el cielo
cambia tierra por asfalto
y alpargatas por zapatos.

El hombre viejo la mira
desde el banco en que se encuentra
al borde del cementerio.
Están repicando a muerto.
por el dueño de la tienda

Todo el pueblo irá al entierro, 
hasta el perro del vecino
que ahora espera al otro lado
donde montañas de escombros
ocultan un sol incierto

Las azules jacarandas
que tapizan el arcén,
el niño y la lagartija,
el viejo y el panadero,
y su mujer con sus sueños,

la antigua tienda del barrio,
la oficina del notario,
la iglesia y el parvulario,
la libreta del fiado…
               ya son cosas del pasado.


Fotografía: LEH -Tramacastilla






viernes, 30 de agosto de 2019

El retiro - último día





Llega el final de este retiro improvisado junto al mar. He tenido la casa para mí sola, sin más compañía que la perrita. Mucho silencio, interrumpido, menos tiempo del que yo hubiera deseado, por unos truenos lejanos. La lluvia pronosticada no hizo apenas acto de presencia. Hubiera sido estupendo subir a la terraza y ver cómo se tomaban de la mano las aguas del mar con las del cielo. Pero eso pasó de madrugada y no era cuestión de salir de la cama sino de dormir plácidamente con el sonido de la lluvia como música de fondo, por lo menos mientras durara la precipitación.

Ha sido una soledad solicitada inconscientemente, tal vez la pedía a gritos sin darme cuenta. Quienes están a mi lado, no obstante, sí que se percataron de esa necesidad. Me conocen bien.  Aquí, en este retiro, he comulgado con el silencio de mi propia voz que me ha ido dictando momentos recientes, pasados y también futuros. En estos últimos me he detenido a menudo sin llegar a tomar apuntes sobre ellos. No quiero, y tampoco debo. No me apetece escribir sobre algo que no sé cómo será. Lo que llegue me tendrá a su disposición serenamente, para disfrutarlo o padecerlo, según convenga.

De los momentos recientes pasados he reflexionado sobre los últimos meses. Intensos, llenos de alegría y de un exceso de actividad que ya tenía olvidada. He vuelto a criar, esta vez, quizá «malcriando». De escribir cuentos he pasado a inventarlos y narrarlos en susurros, mientras la luna escuchaba indiscreta sobre el cielo de nuestra terraza. Me he dejado seducir por los primeros balbuceos de quien se incorporó a mi vida con el comienzo del año. Esos momentos no tienen precio.

Y mientras todo esto me mantenía ocupada, bajo mi nuca, donde comienza la espalda, ha ido naciendo una chepita. Esa chepita de abuela, redondeada, que parece entorpecer la posición erguida del cuello. Yo la llamo la «chepita dulce de iaia».

Y la iaia, como otras iaias y iaios, se fue al balneario de Alhama de Aragón. Un lugar precioso, refugio de escritores y, en otros tiempos, de personajes influyentes y privilegiados. Es un lugar idílico, donde la estructura del viejo edificio contrasta con la línea moderna de los vehículos estacionados en el parquin que ocupa el recinto ajardinado. De mis primeras impresiones al adentrarnos en el complejo hotelero doy cuenta en esta breve nota redactada allí mismo, entre las sombras proyectadas por la arboleda que me cautivara nada más llegar:

¡Oh, qué bonito! Pero… ¿y esto?

Todo el jardín infestado de caucho y potencia. No queda apenas un árbol que no sirva de techumbre a modo de palio sobre los coches. Casi no se disfruta del boj en su hermosura verde y fresca de la tarde. Miro a mi alrededor y observo la indiferencia entre las piedras que forman la arquitectura del viejo edificio.

No hallo la magia por ningún sitio. Si acaso en el lago, en sus aguas sumisas. Junto a su orilla se agolpan las hamacas, blancas, de plástico, como en un IKEA cualquiera. Sin embargo, algo me dice que el lugar fue muy hermoso, y yo deseo atisbar esa belleza. Apenas me sumerjo unos minutos para sentir el abrazo de sus aguas. No hago pie y eso me incomoda. Nunca aprendí a nadar.

Me sumo al resto de albornoces blancos. La escena me recuerda los sanatorios mentales de las películas en blanco y negro. Los albornoces blancos que caminan en grupo charlan y ríen. Los más próximos a las orillas del lago juegan con algunos niños, pocos, que vienen desde el pueblo a refrescar sus cuerpos protegidos por manguitos flotantes.

Bañadores y bikinis de colores varios estiran sus cuerpos a nado, seguros ante la calma que emana del lago, muy alejada de la que muestra mi Mediterráneo en estos días de finales de agosto.

Desde mi hamaca blanca de IKEA, yo también toda de blanco, hago como que leo. No puedo centrarme en la lectura. No, mientras vea de soslayo y oiga, aunque no entienda, a mis vecinos de descanso y albo albornoz.

Nos quedan bastantes horas por delante. Nuestra cita para el circuito termal es a las siete de la tarde y ahora no sé si reír o llorar cuando me contemplo, tumbada en la hamaca, junto al lago, envuelta en mi albornoz blanco y haciendo como que leo.

Ya ha pasado una semana del viaje. Fue corto pero intenso. No nos conformamos con quedarnos todo el tiempo en el hotel tomando las aguas que dicen «medicinales». No, nosotros perseguíamos nuestra propia ruta, buscábamos caminos por donde dejar las huellas de nuestros pasos. Encontramos uno muy cerquita, sin apenas abandonar los jardines del balneario. Discurría paralelo al río Jalón que atraviesa el municipio. Es una pequeña ruta circular de unos cinco kilómetros. Nos supo a poco. Deseábamos caminar más tiempo.  Esa brevedad en el paseo nos permitió encontrarnos, por sorpresa, con una actividad cultural que no esperábamos y que, personalmente, me satisfizo mucho: La exposición permanente en el municipio en homenaje a J.Luis Sampedro, hijo adoptivo de la localidad.

La visita nos ocupó unas dos horas. En ella se muestra toda la andadura del escritor desde su nacimiento hasta su último día. Paneles informativos, vitrinas con gran cantidad de sus manuscritos, escritos de su puño y letra con anotaciones en los márgenes, fotografías familiares y otras públicas con personalidades relevantes del mundo de la política y de la cultura… y una proyección con distintas entrevistas en los medios. Como no podía ser de otra manera, no pude resistir la tentación de comprar uno de los libros puestos a la venta allí mismo y cuyos beneficios son destinados a la asociación que protege y custodia todo lo que allí se expone.

Relax, paseo y cultura. Todo lo habíamos llevado a cabo en tan solo tres días. Era el momento de despedirnos de Alhama y volver a casa. Me quedaban tan solo veinticuatro horas para poner al día los apuntes archivados en mi cabeza, aquellos que no había anotado en mi libreta de notas o el ipad. El descanso de verdad llegaría en breve, junto a mi playa, sin más compañía que la perrita, los poetas y mi libreta amarilla.

Pero esa… es otra historia de la que os he venido dando cuenta puntualmente.


fotografía LEH - Lago de Alhama de Aragón 


miércoles, 28 de agosto de 2019

El retiro - día tercero





La lluvia ha pasado de largo sin apenas saludar. El sol brilla de nuevo recordándome que aún es verano a pesar de lo fresquito de la mañana. Apetece un chal sobre los hombros mientras desayuno acompañada del jazmín y del poeta. La perra está perezosa y no me exige el paseo matinal. No así los pajarillos. Estos llevan a cabo su tertulia desde que amaneció. No consigo identificar uno de los trinos. Está sobre la copa del pino de la casa vecina. Al otro lado de la calle otro trino idéntico le responde. Tal vez se están saludando, o quedando para volar juntos en la tarde hasta quién sabe que otro árbol distante. De fondo, el cucuú cu, habitual donde quiera que me encuentre, ya sea en la montaña, en la casa del pueblo o aquí en la playa.

Se acaban las vacaciones y el verano feroz, más largo y cálido desde hace unos años. Se irá muy lentamente, ya se aprecia en la temperatura de la mañana y de la tarde, cuando el sol se oculta tras las sierras. En las horas diurnas todavía persiste su fortaleza y aún nos ofrece unos días de baño en la playa que no hay que desperdiciar. Aún no nos cobran impuestos por introducirnos en las plácidas aguas de nuestro litoral. Aprovechémonos pues de esa gratuidad. Y hagámoslo con premura, antes de que las olas arrastren hasta nuestra costa los cuerpos mutilados de los desgraciados migrantes.

Yo prescindiré de ese baño. Intento visualizar el próximo otoño y vuelvo a pensarme desde dentro, reinventarme una vez más. Tal vez vuelva a la poesía, o al bullicio de las grandes vías de la ciudad y a los paseos matinales por los jardines de su río. Hasta es posible que me aleje por un tiempo de las redes para no conocer los despropósitos de cuanto leo a diario y los vientos de retroceso social a los que estamos expuestos. Dañan a mi vista tantas imágenes devastadoras de un mar convertido en una gran fosa y aquellas otras donde los bosques sucumben ante brutales llamaradas, que he de cerrar los ojos para evitar el dolor…

Pero, ¿cómo prescindir de todo eso? ¿Cómo vivir de espaldas a los despropósitos de quienes pretenden gobernar, no solo el país sino el mundo entero? ¿Cómo conformarse y no protestar y hacerles frente? ¿De qué manera cuando la impotencia de paso a la desgana?

Y cómo dedicar el pensamiento a tales aberraciones cuando de fondo se oye el trinar de los pajarillos sobre los árboles vecinos, el susurro de las olas que llegan mansamente hasta la orilla de mi playa al otro lado de la tapia…, cuando el poeta reposa bajo la rama de jazmín que me embriaga mientras me deslizo por las páginas de mi libreta amarilla.


lunes, 26 de agosto de 2019

El rostro






La muerte tiene su propio rostro. Manuel Vilas también lo cree. Lo viene a describir en su libro ORDESA. Yo también lo creo. Su rostro comienza a asomarse por los pies. Es donde primero se adivina su presencia. Los dedos se vuelven extraños, como los de los muñecos de cera. La transformación va elevándose hacia los tendones, tobillos, pantorrillas… Y hasta parece que las rodillas sonríen.

Yo lo recuerdo. Recuerdo el rostro de la muerte desde este momento que es instante de vida. Hay vida en el silencio del parque, a pesar del ladrido lastimero de un perrillo que intuyo todavía cachorro recién nacido. Llora, desconsolado. Tal vez lo han dejado encerrado en la terraza y reclama la compañía de su dueño.

Vida y muerte… tan similares, tan distintas. Tan en silencio la una, tan bulliciosa la otra. Tan ansiada y acompañada la primera, tan temida y solitaria la segunda. Tan propias e indisolubles ambas.

El cachorro no calla y yo sigo recordando el rostro de mi última muerte. Esa a la que asistí durante horas. La vi muy de cerca. Apenas le dije nada. No quería importunarla. Venía con sus mejores galas. La presa era sabrosa: tenía piel de poeta y manos de artista. Y tenía ojos de niño sumiso.

Sí, era una buena presa para una muerte que llegaba vestida de domingo, y que poco a poco fue poseyendo aquel cuerpo cada vez más inerte y más vacío. A medida que ascendía hasta completar el recorrido de aquellas piernas, carentes ya de musculatura desde hacía semanas, se sentía más bella, casi sensual. Ambas nos mirábamos. Me robaba algo que yo consideraba mío, de una propiedad extraña. No obstante, yo la dejaba hacer. No oponía resistencia. Ella me sonreía desde aquel cuerpo que ya no emitía sonido alguno. Un cuerpo que tal vez estaba ya en paz con la vida y consigo mismo y que se abrazaba a aquella presencia que dejaba un olor que no me era desconocido por completo. Porque… ella, la muerte, avisa a través de su perfume, lo expande por las paredes de la sala. Se sabe ganadora en la batalla y se siente hermosa y arrogante.

Desde que poseyera los dedos de aquellos pies ulcerados yo también sabía de su próxima victoria. Me sonreía desde los pómulos hundidos en aquella cara que ya no se pertenecía a sí misma. Desde los pies se había ido arrastrando, succionando a través de las venas, de las fibras, de la piel misma… ya apenas quedaba un leve asomo de aquella ajetreada vida. Ya todo era aquel olor extraño  en su último ascenso hasta el arco occipital y las primeras líneas de unas sienes ya prescritas. Un olor que permaneció unos instantes suspendido en la sala.

Y la muerte, con su vestido de domingo y su rostro altanero, se elevó y me dejó allí sola, sollozando sobre aquel cuerpo que había quedado desposeído de alguna substancia que aún hoy no sabría definir. Ignoro qué es lo que arrastró tras ella en aquel transitar por el cuerpo agonizante. Lo que quiera que fuere, se lo llevó todo. Lo absorbió por completo dejando algo muy frío en su lugar.

Comprendí que ya la muerte no me miraba, que se había ido llevándose a su preciada presa mientras yo observaba el caparazón abandonado que ya no pertenecía a nadie. Ni siquiera a sí mismo.

Sí, la muerte tiene rostro y también un olor propio. Avisa cuando llega sin haber sido invitada. Tiene mucho poder la muerte. Llega y se instala a su antojo, y toma aquello a por lo que viene. Nada la detiene. Consigue su presa y se la lleva entre las garras. Después desaparece dejando la sala a oscuras, la plaza inmersa en la rutina y en el silencio de la mañana, un silencio apenas quebrantado por el ladrido lastimero de un pequeño cachorro abandonado en la terraza.


Imagen:Máscara -  Blas Estal, 


El retiro








Remanso de paz… Me acomodo en un rincón de la terraza, un rincón ideal para la lectura. Selecciono de la biblioteca el Tomo III de LAS OBRAS COMPLETAS DE GARCÍA LORCA, donde habla de sus viajes. Lo abro por el capítulo dedicado al Monasterio de Silos.

En la playa el sol aún está bajo tras el horizonte. La temperatura es magnífica a estas primeras horas de una mañana de agosto que ya anuncia su despedida. El olor del jazminero de la casa vecina que se cuela como un intruso en la escena se suma al atractivo de mi rincón. La perrita duerme, o hace como que duerme, junto a su caseta bajo el porche. A veces abre un ojo perezoso y me mira. Tal vez quiere asegurarse de que sigo aquí, de que no se queda sola ni abandonada en periodo vacacional.

El jazmín me embriaga y me lleva en volandas hasta Silos, hasta su monasterio. Es la magia del momento que se suma a las letras del poeta granadino:

[…]No cesan los perros de aullar…  En las paredes altísimas y blancas de la celda, la luz amarilla de una vela pone ondas de sombras extrañas y vivientes latidos que lo llenan todo. A veces parece que el techo se quiere hundir en la opacidad lejana de la luz… Siguen los perros su tragedia. Alguien desde una ventana, quizá lleno de religiosa superstición, quiere hacerlos callar… Hay miedo intenso en mi alma. Dentro de mí se agita una afirmación sobre el aullido de los perros, que escribió el loco y fantástico conde de Lautréamont. En la habitación se quebraban melosamente dos grandes chorros turquesa de la luna. [.]

La perrita abandona su lugar bajo el porche, mira hacia ambos lados y, lentamente, viene sumisa hacia mí. Yo interrumpo la lectura y, también lentamente, como ella, me desperezo y me dispongo a tomar mi libreta amarilla y mi boli de gel azul.


fotografía LEH,  Jazmín

domingo, 23 de junio de 2019

En un libro de papel






Son las dos y media de la tarde y hace ya un calor espantoso. Espero mi bus en la parada que hay junto a la rotonda, en la carretera vieja.

Una mujer también espera. El banco de piedra nos soporta a las dos. Ella lee en su libro electrónico.

Yo también leo. Mi libro es de papel, de los que ocupan espacio en los estantes de casa. Leo a Manuel Lacarta. ¿Prosa poética? ¿Poemas en prosa? ¿Poesía prosaica?

Y pienso…

¿Qué se hace con los cientos de poemas escritos y guardados en un cajón durante muchos años? ¿A quién importan?

El bus no tardará en llegar y guardo el libro en mi bolso de tela, el de los veranos. La mujer sigue leyendo en su libro electrónico.

Cuando me acomodo sobre la tela gastada en mi asiento de autobús destartalado fijo mi atención en el escaso pasaje.

Otra vez pienso…

¿Qué será de mis libros cuando ya no esté? De los libros míos, de los de mis autores favoritos sobre la repisa de los consagrados, de los de mis amigos autores. ¿Qué será de mi propio vacío?

La mujer ha dejado de leer su libro electrónico. Ahora come un sándwich y bebe agua. es fina en su manera de comer. Toda ella es fina. En el comer, en el beber y en su postura al leer.

El bus circula paralelo al mar de verano. La mujer lo mira y vuelve a leer en su libro electrónico. La lectura le debe de parecer interesante.

Ya dejo de observar. Me olvido de ella y del mar. Vuelvo a mi lectura también. 

Me introduzco en las escenas de la poesía descriptiva de Manuel Lacarta, en mi libro de papel.


Fotografía: Desde el bus, autovía junto al mar. 



lunes, 17 de junio de 2019

La vara de mando









No era mi intención acercarme hasta el Consistorio para ser testigo de la toma de posesión de la vara de mando del municipio. El pescado ya estaba vendido antes de comenzar la subasta. «El grupo que se define como socialista había puesto ojitos al formado por la agrupación de vecinos de una de las urbanizaciones de la localidad. Estos han aprovechado el pestañeo con la esperanza de conseguir, durante los próximos cuatro años, que les arreglen los caminos a sus chalés y les pongan alumbrado». No obstante, en esta ocasión no quería que nadie me lo contara. Deseaba enterarme de primera mano del modo en que este tipo de actos se desarrolla. 

La secretaria da inicio a la sesión advirtiendo del proceso de la misma, que comienza con la formación de la mesa y con el representante del Partido Popular como Presidente de la misma. Los concejales «prometen» el cargo, a excepción de dos que «juran». La secretaria mediante sus indicaciones sigue dando curso al acto que, en el momento de las votaciones da como resultado el esperado, ya que era una votación anunciada. El SOE con el voto de apoyo del grupo vecinal se hace de nuevo con la alcaldía. El presidente de la mesa entrega la vara de mando a la alcaldesa a la vez que la felicita –que lo cortés no quita lo valiente y él tiene ya muchas tablas-

El portavoz del grupo Cs toma la palabra, felicita a la alcaldesa y expone su proyecto de cara al próximo curso. El resto de concejales se va sumando de uno en uno a la felicitación a «la primera dama». Lo escribo así «primera dama» porque es lo que me sugiere su gesto cuando es el edil del grupo de Compromís el que toma ahora la palabra, pero no solo para felicitarla, sino también para indicar en qué ha consistido su trabajo durante la legislatura anterior y por la que ha sido tan ferozmente censurado por parte de sus otrora socias de gobierno, tanto en el municipio como a través de los medios locales.

Yo la he visto apenas un momento porque desde mi ubicación no alcanzo a visualizarla, pero alguien me muestra las imágenes un poco más tarde. No me sorprende. Las palabras de su anterior socio no le gustan. Él no fue a la prensa a criticar ni defender postura alguna. Fue llamado en momentos inoportunos cuando realizaba su trabajo. Más tarde escribió una nota que el medio local no tuvo a bien publicar.

Pero no es solo a la recién nominada a quien parecen molestarle –o divertirle, según se desprende de su gesto- las palabras del concejal. Detrás de mí hay dos señores sentados que, indignados por las palabras de este cuando se defiende de las acusaciones vertidas sobre él en la prensa local, se levantan y se van con muy malos modos. Yo hubiera querido irme nada más tomar la palabra la alcaldesa para decir lo bien que lo ha hecho, lo bien que lo va a hacer, lo buena persona que es, lo mucho que la quieren y lo mucho que vale. Pero yo sí quiero escuchar, aunque no me guste y no esté de acuerdo en cómo ha llevado algunos temas. Mi formación política es muy escasa pero mi educación me insinúa que levantarme en mitad de su discurso sería una falta de respeto democrático, pero también de educación. No me fui el día del mitin y tampoco pienso irme hoy.

Su discurso es casi un calco del que le escuché en aquel mitin previo a las elecciones. Un discurso que es incapaz de dar sin leerlo. Un discurso que lleva escrito y que lee de carretilla, muy deprisa, como si lo leyera para sí misma, sin que el mensaje se proyecte hacia todos los de la sala. Ni siquiera levanta la mirada del papel. Tal vez por miedo a olvidarse la mención de algún mérito.

Ni me gustó aquel ni me ha gustado este. No es nada personal, no he cruzado con ella más de cuatro palabras y no la conozco. Yo también he escuchado voces críticas hacia ella, pero no doy crédito a lo que se me cuenta en el mercado o en los bares de la plaza. Tampoco me han parecido oportunas sus declaraciones en la prensa cuando afirma que durante su mandato estuvo a punto de echar del Ayuntamiento a sus socios de gobierno, pero que le dio pena -o algo así vino a decir-.

¿Fue un lapsus? ¿No hubiera perdido la alcaldía si pierde a los socios que se la facilitaron? No lo sé…, no estoy puesta en la materia.

Cuando el acto queda clausurado por la secretaria y se levanta la sesión, todo el mundo aplaude. Yo también lo hago; por la alcaldesa, por su equipo que es a todas luces un buen equipo, por el resto de concejales, tanto por los veteranos como por los de nueva incorporación. Deseo que unos y otros hagan un buen trabajo, pensando en el pueblo y no en la demostración de fuerzas de unos contra otros. Aunque no saludo a ninguno, les deseo suerte. No debe de ser nada fácil gobernar un pueblo que parece dividido en clanes. No me gustaría estar en la piel de ninguno de ellos. Aunque sí le diría a la primera edil que tenga en cuenta que está al servicio de todos los vecinos, de los que la votan y de los que no; de quienes le hacen la reverencia a su paso y de quienes censuran sus maneras en las mesas de los bares; y, también, de los que estamos en este pueblo solo de paso.



 Fotografía: IME

viernes, 31 de mayo de 2019

FPA Enric Valor de Xirivella






De nuevo en un aula de EPA. Esta vez en el Centro Enric Valor de Xirivella. La ocasión ha venido propiciada por las actividades correspondientes a la jornada de puertas abiertas del Centro. A uno de los profesores se le ocurrió que podía ser bonito llevarme como invitada y que contara mi paso por una de estas escuelas de Formación Permanente de Adultos. Col-oqui amb Lola Estal “De  l’FPA a Escriptora”, figuraba en su cartel de actividades.

Me sentí muy halagada con la invitación. Me gusta asistir a estos centros en los que, de alguna manera, me encuentro como en casa. Previamente al acto tuve ocasión de charlar con varios de los profesores y pude comprobar, una vez más, la importancia y singularidad que presentan estas Escuelas de Adultos, tanto en cuanto a sus docentes se refiere como al alumnado que los integran.

Me satisfizo encontrarme por el pasillo con un señor de avanzada edad que compaginaba sus ejercicios matutinos de caminatas con los de escritura de la sobremesa. Me enseñó su caligrafía perfecta y sus ganas de seguir aprendiendo y recordando lo ya aprendido.

Mi intervención estuvo dirigida a los alumnos de ESO de un instituto de la zona. Situarme en la tarima, de espaldas al encerado y con los alumnos frente a mí, me hizo sentir un tanto extraña. En algunos momentos recordé a mi padre, mi abandono escolar, tan temprano como involuntario. Compartí esta sensación con cuantos me escuchaban atentamente. No obstante, algo había en el ambiente que daba la sensación de frío ante lo que intentaba transmitir. Entre los alumnos había uno que me miraba con ojos de sueño. Estaba en la primera fila. Sin duda había venido al acto porque era una actividad de obligado cumplimiento, aunque preferible a una clase lectiva. Yo lo entendía perfectamente. Hacía una mañana magnífica para salir a la calle en lugar de pasarla escuchando el relato de mi evolución literaria.

Casi llegué a sentirme incómoda contemplando el aburrimiento de este chico. Entonces comprendí que la audiencia a la que me estaba dirigiendo no era aquella para la que yo había ido dispuesta a contar mi experiencia al pasar por la Escuela de Adultos. Yo esperaba ser recibida por personas tan mayores como lo era yo en el curso 92/93. Quizá más. Deseaba contagiarlas de mi entusiasmo de aquellos días, y de los posteriores cuando me matriculé del grado en la UNED. Pero lo que tenía ante mí era un grupo de jóvenes que nada tenían que ver con mi época, ni siquiera con la de mis hijos. Ninguna de las chicas que me observaban en silencio, pero quizá con el pensamiento en otro sitio, podrían comprender el porqué de mi abandono tan temprano de la escuela. Y fue entonces cuando decidí dar otro rumbo a mi discurso:

«De los tres hermanos yo era la chica, había aprendido el cálculo suficiente para que no me engañaran al hacer la compra, y sabía leer y escribir lo bastante para redactar la lista de aquello que tenía que comprar. Había llegado el momento de que aprendiera las tareas del hogar para poder ayudar a mi madre, de la misma manera que ella las aprendió de la suya para poder ayudarla. Por suerte, los hombres de la casa siempre andaban con libros. Aquellos libros que dejaban por la mesilla de noche, o por cualquier sillón, me atraían de tal manera que acabé amando las letras y con una necesidad imperiosa de leer, leer mucho y de cualquier tema. Aquellos libros de los hombres de la casa también me hicieron crecer…»



Fotografía: Con Daniel García Fernández, director del Centro de Formación Permanente de Adultos Enric Valor de Xirivella.


(Mostrando con satisfacción el regalo, de manos del director, como recuerdo de mi paso por este Centro)