LA OTRA VERDAD - ABRIL 1959
ROSA GRIMALDOS ORTEGA
Auto Ed.
Rosa es enfermera, escritora y
amiga. Ambas hemos vivido en el mismo municipio y aunque no hemos compartido
profesión sí que nos une la pasión por las letras. Ella se ha decidido por fin
a hacer públicas las suyas, y lo ha hecho a través de la propia historia
familiar. Una historia como muchas otras de guerra, posguerra, destierro y
consecuencias para quienes quedaron en lado opuesto de la victoria. Y lo ha
hecho con una narrativa cómoda, bien redactada y documentada.
Llamada a filas, cárcel,
fusilamiento, hambre, tuberculosis, destierro… Y pérdida. En las páginas de LA
OTRA VERDAD la pérdida se sucede constantemente.
Personalmente, hay una parte de
la obra que me resulta muy destacable porque, a veces, se habla de ello cuando
se dan detalles de la historia, pero son pinceladas, muestras breves.
Me refiero a esa parte que hace
referencia al chantaje emocional. Esa parte en la que te dicen: ¿Quieres que tu
hijo coma conmigo o que se muera de hambre contigo?
Duele mucho esa escena. Ya lo
creo que duele.
Es un arma de guerra que han
utilizado contra el enemigo cuando ya ni siquiera había guerra. Los vencedores
querían más. No se conformaban con las rapadas de cabello de las mujeres, ni
con el ricino. Había quienes ansiaban una maternidad que la naturaleza les negaba,
pero a cambio tenían recursos económicos e influencias en las administraciones.
Lo han hecho vecinos, como en la familia de Manolo. Y sobre todo lo hizo el
Auxilio Social con la participación de la iglesia. —Hay una obra muy
interesante El pan y la cruz, de Lucio Martínez Pereda, en la que se da buena
cuenta de ello con gran cantidad de documentos contrastados—
En LA OTRA VERDAD - ABRIL 1959, los
vecinos caritativos acogen a la hija pequeña de Manolo. Solo lo hacen por un
tiempo indefinido, como si fuera una familia de acogida que quiere echar una
mano a la familia con más hijos que posibles en un momento difícil. Pero la caridad tiene un precio.
El precio es muy alto: la
identidad de la pequeña.
Mucho sufrió la familia biológica
que, teniéndola tan cerca, no podía acercarse a ella.
Mucho fue el temor que padecía la
supuesta madre a que le arrebataran su presa.
Pero, sobre todo, mucha tristeza,
mucho miedo, mucha confusión, y muchos sentimientos entrecruzados: ¿pena,
culpabilidad, indiferencia?, por parte de la persona desarraigada.
Cuando te roban la identidad te roban un bien muy preciado.
***
He seguido la lectura de LA OTRA
VERDAD, ABRIL 1959, con un interés relajado. En cuanto a la historia de los
perdedores no me ha aportado novedades porque se ha escrito ya mucho sobre esa
historia. No obstante, al tratarse de una familia cercana, y de un escenario
que me resulta muy familiar, casi me he sentido parte de esas vivencias.
Si la vida ya era difícil para
aquellas personas que nada habían tenido que ver con la contienda, para quienes
sobrevivieron a la depuración fue, además de difícil, trágica. Lo vemos en la
familia de Manolo que, por perder, perdieron hasta el derecho de vivir en la
tierra que los vio nacer y crecer.
¿Y cuántas más cosas perdieron? A
muchos jóvenes les cuesta creer que incluso te privaban del derecho de poco más
de un metro de tierra en el cementerio. Si no recuerdo mal, aquí ese terreno
para los infieles estaba situado según entras al cementerio, a la derecha.
Leyendo a Rosa lo he recordado.
La iglesia con su «batuta» se
encargó de decidir con quién podías compartir tu vida. El amancebamiento era un
pecado para la iglesia y una pérdida de derechos legales en cuanto a tus
propios hijos. Y para la opinión pública era el punto de mira de la hipocresía
más rancia. Vivir en pecado tenía sus consecuencias sociales.
Manolo no podía reclamar a su
hija porque como no estaba casado con la madre de la niña no figuraba como
padre, y por tanto no tenía hija. ¡manda cocos! Con la cantidad de hijos que
tiene Dios como padre soltero. Y las cosas que en su nombre se exige a esos
hijos.
Esta Verdad, la otra, la que
venimos conociendo desde hace unos cuantos años, ha sido la parte silenciada de
la historia a las gentes de mi generación, y ahora, para las otras generaciones
que han llegado más tarde, se supone que es una historia que, «fíjate tú, si es
algo que ya pasó, para qué vamos a removerla». Para unos es abrir heridas, para
otros es algo que, «¿Y a mí que me importa lo que pasó hace 80 años?». También
están los que para justificar su falta de interés alegan aquello de «los dos
bandos»
Pero sí que es cierto que el
tiempo va pasando y aquellos testigos de la historia nos han ido dejando.
Algunos pusieron a nuestro alcance sus experiencias, otros no pudieron hacerlo.
Y no lo hicieron porque el miedo todavía era peor que el hambre. Y de eso solo
eran conscientes quienes lo padecían.
No hablar. No llorar. No
quejarse. Convertirte en el malo de la película y tener que cargar con la culpa
tú y tus hijos…
Pero éramos felices y hasta podíamos presumir de aquellos famosos VEINTICINCO AÑOS DE PAZ.
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