miércoles, 14 de febrero de 2024

LA OTRA VERDAD - ABRIL 1959

 


LA OTRA VERDAD - ABRIL 1959

ROSA GRIMALDOS ORTEGA

Auto Ed.


Rosa es enfermera, escritora y amiga. Ambas hemos vivido en el mismo municipio y aunque no hemos compartido profesión sí que nos une la pasión por las letras. Ella se ha decidido por fin a hacer públicas las suyas, y lo ha hecho a través de la propia historia familiar. Una historia como muchas otras de guerra, posguerra, destierro y consecuencias para quienes quedaron en lado opuesto de la victoria. Y lo ha hecho con una narrativa cómoda, bien redactada y documentada.

Llamada a filas, cárcel, fusilamiento, hambre, tuberculosis, destierro… Y pérdida. En las páginas de LA OTRA VERDAD la pérdida se sucede constantemente.

Personalmente, hay una parte de la obra que me resulta muy destacable porque, a veces, se habla de ello cuando se dan detalles de la historia, pero son pinceladas, muestras breves.

Me refiero a esa parte que hace referencia al chantaje emocional. Esa parte en la que te dicen: ¿Quieres que tu hijo coma conmigo o que se muera de hambre contigo?

Duele mucho esa escena. Ya lo creo que duele.

Es un arma de guerra que han utilizado contra el enemigo cuando ya ni siquiera había guerra. Los vencedores querían más. No se conformaban con las rapadas de cabello de las mujeres, ni con el ricino. Había quienes ansiaban una maternidad que la naturaleza les negaba, pero a cambio tenían recursos económicos e influencias en las administraciones. Lo han hecho vecinos, como en la familia de Manolo. Y sobre todo lo hizo el Auxilio Social con la participación de la iglesia. —Hay una obra muy interesante El pan y la cruz, de Lucio Martínez Pereda, en la que se da buena cuenta de ello con gran cantidad de documentos contrastados—

En LA OTRA VERDAD - ABRIL 1959, los vecinos caritativos acogen a la hija pequeña de Manolo. Solo lo hacen por un tiempo indefinido, como si fuera una familia de acogida que quiere echar una mano a la familia con más hijos que posibles en un momento difícil.  Pero la caridad tiene un precio. 

El precio es muy alto: la identidad de la pequeña.

Mucho sufrió la familia biológica que, teniéndola tan cerca, no podía acercarse a ella.

Mucho fue el temor que padecía la supuesta madre a que le arrebataran su presa.

Pero, sobre todo, mucha tristeza, mucho miedo, mucha confusión, y muchos sentimientos entrecruzados: ¿pena, culpabilidad, indiferencia?, por parte de la persona desarraigada.

Cuando te roban la identidad te roban un bien muy preciado.  


***

He seguido la lectura de LA OTRA VERDAD, ABRIL 1959, con un interés relajado. En cuanto a la historia de los perdedores no me ha aportado novedades porque se ha escrito ya mucho sobre esa historia. No obstante, al tratarse de una familia cercana, y de un escenario que me resulta muy familiar, casi me he sentido parte de esas vivencias.

Si la vida ya era difícil para aquellas personas que nada habían tenido que ver con la contienda, para quienes sobrevivieron a la depuración fue, además de difícil, trágica. Lo vemos en la familia de Manolo que, por perder, perdieron hasta el derecho de vivir en la tierra que los vio nacer y crecer. 

¿Y cuántas más cosas perdieron? A muchos jóvenes les cuesta creer que incluso te privaban del derecho de poco más de un metro de tierra en el cementerio. Si no recuerdo mal, aquí ese terreno para los infieles estaba situado según entras al cementerio, a la derecha. Leyendo a Rosa lo he recordado.

La iglesia con su «batuta» se encargó de decidir con quién podías compartir tu vida. El amancebamiento era un pecado para la iglesia y una pérdida de derechos legales en cuanto a tus propios hijos. Y para la opinión pública era el punto de mira de la hipocresía más rancia. Vivir en pecado tenía sus consecuencias sociales.

Manolo no podía reclamar a su hija porque como no estaba casado con la madre de la niña no figuraba como padre, y por tanto no tenía hija. ¡manda cocos! Con la cantidad de hijos que tiene Dios como padre soltero. Y las cosas que en su nombre se exige a esos hijos.

Esta Verdad, la otra, la que venimos conociendo desde hace unos cuantos años, ha sido la parte silenciada de la historia a las gentes de mi generación, y ahora, para las otras generaciones que han llegado más tarde, se supone que es una historia que, «fíjate tú, si es algo que ya pasó, para qué vamos a removerla». Para unos es abrir heridas, para otros es algo que, «¿Y a mí que me importa lo que pasó hace 80 años?». También están los que para justificar su falta de interés alegan aquello de «los dos bandos»

Pero sí que es cierto que el tiempo va pasando y aquellos testigos de la historia nos han ido dejando. Algunos pusieron a nuestro alcance sus experiencias, otros no pudieron hacerlo. Y no lo hicieron porque el miedo todavía era peor que el hambre. Y de eso solo eran conscientes quienes lo padecían.

No hablar. No llorar. No quejarse. Convertirte en el malo de la película y tener que cargar con la culpa tú y tus hijos…

Pero éramos felices y hasta podíamos presumir de aquellos famosos VEINTICINCO AÑOS DE PAZ.

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