miércoles, 20 de marzo de 2013

Primavera en La Alameda



Alameda del Consell - Puerto Sagunto

 

Cae una lluvia tardía y el asfalto se me antoja a estas horas pulida superficie que quisiera devolverme el reflejo de mi cuerpo que lo camina en silencio.

Es tiempo de flores, de atardeceres que se desperezan tras un invierno que ya se aleja por un pliegue del calendario; los monumentos falleros hace ya unos cuantos días que sucumbieron al fuego y permanecen en el olvido. Sin embargo, nada en el ambiente de esta tarde húmeda y la sonoridad de un cielo que –dolido quizá por la hipocresía de unos pocos– se muestra altanero e indignado, parece hablarnos de la típica tarde primaveral. Hace frío, y la quietud se acomoda en la alameda.

No hay niños, ni jóvenes adolescentes en busca de pascueras y pascueros con quienes compartir sus juegos de pascua. Tan solo la fachada de una iglesia tan resignada como silenciosa preside la larga fila de bancos, distintos, desconocidos y ajenos. Desde su lugar privilegiado, la osamenta del viejo quiosco permanece anclada en un espacio que ya nadie vigila. La vieja escuela es tan solo una silueta en el recuerdo y desde algún inalcanzable lugar llora su abandono y su pena. La demolieron, como demolieron otras muchas cosas en pos de la modernidad, o tal vez de un mediocre plan de urbanismo, o quién sabe si por favorecer criterios amigos.

Tan solo la fidelidad de la vieja librería y su vecino comercio de telas y prendas varias, acompañan al paisaje en esta tarde de lluvia serena y perezosa. Otras casas se asientan frente a la vieja iglesia y los bancos de nuevo diseño y materia, pero no son hogares. Son bares y comercios modificados, con empleados a sueldo que en nada se parecen a las fieles vecinas de libros y prendas. Son negocios efímeros, con miradas de ida y vuelta.

Pero la lluvia es la misma. Son los mismos borbotones estrellados contra el suelo. Se echa de menos la vieja arboleda cuando las altas palmeras nos sonríen desde su erguida figura, pero el aroma de la tierra empapada no cambia, y ella, la fachada de piedra sabia y dolida, nos sigue mirando de frente, orgullosa, a pesar de su duelo y su rabia…

Mientras, yo me deleito contemplándola. La contemplo y me crezco, desde la orilla de enfrente, junto a la acera que me lleva hasta el mercado, hasta otra iglesia y otro credo más allá del evangelio.

L.Estal

Fotografía de Amparo Gil.

domingo, 17 de marzo de 2013

Conversación con las adelfas



La Luna de Itaca - Flores en Julio
 
 
 
¡Cómo me muestras, a través de tus hojas desnudas de flor, las mañanas de otras mañanas en aquel frondoso patio!
Mis pies caminan descalzos, con cuidado, sobre su suelo de aguado cemento recién regado…
A un lado, junto a los tres escalones que franquean la entrada a la vieja cocina, el pozal –que no cubo– de forjado hierro, elaborado bajo mi atenta mirada sobre el yunque, vecino de mi vieja fragua.
Justo arriba, por encima de mi cabeza, la elegancia de la parra: escudo natural imponiendo pleitesia a los rayos de sol que, incansables, intentan el paso por entre los claros de los contornos precisos de las frescas hojas.
Hermoso rincón presidido por la belleza de un cuerpo de exhuberantes frutos y esbeltos brazos que se prolongan hacia la tarde de otras tardes viejas… donde los surcos de unas satisfechas manos acariciaban mi rostro y atenuaban mis penas…
 
 
De: Poesía e imagen. 2011
Fotografía: Toñi Riquelme.


miércoles, 6 de marzo de 2013

Currículum



Diotima

 


Querida niña de finas trenzas y rasgados ojos. Cuánto me gusta cerrar los míos y contemplarte en tu pequeña habitación, con tus libros de texto, juntando las primeras letras, sumando y restando tus primeras cuentas de llevar…
Me gusta invocar aquellas horas en las que ambas recitábamos al unísono aquello de: Un conjunto B, es subconjunto de un conjunto A cuando todos los elementos de B pertenecen a A.
Tú descubrías entonces la dificultad que entraña la formación, y yo la preocupación por ofrecerte una educación acorde a tus aptitudes y a mis posibilidades. Tu tenacidad te llevó por el camino de las ciencias que a mí tanto me cuesta comprender; y tu afán por avanzar cada vez más, te ha situado en un nivel que jamás alcanzaré.
El orgullo que siento por tus metas alcanzadas se da de bruces hoy por la amenaza de tu autoexilio hacia un país lejano, más allá de mis cuidados. ¿Cómo podré disfrutar de tu sonrisa si no comparto tu espacio? ¿Cómo responder a tu solicitud cuando a deshoras me precisaras, si mi mano no te alcanza? ¿Cómo leer en el grito de tus ojos, aquello que tu voz silencia cuando vives tus horas bajas?
La ciencia occidental se viste de mujer, camina de mujer y se maquilla como mujer. Y mientras, en España se van desempolvando los viejos hábitos que pretenden de la mujer española que vista de nuevo con teja y mantilla. Parece que hay prisas por abrir viejos baúles y volver al estado de letargo al que estuvo sometida la mujer durante los años grises. Se proclama desde los púlpitos y el mensaje se introduce solapadamente entre los poderes que dictan las leyes y las políticas de Educación.
Esta es la razón que  urge a levantar mi voz y decir bien alto hoy, en este día en que los derechos fundamentales de la mujer son los protagonistas, que escribiré en mayúsculas, y en negrita si es preciso, mi descontento ante el muro que este retroceso supone.
Hace ya mucho tiempo que las mujeres inmigrantes comenzaron a llegar a nuestro país en muy malas condiciones. Algunas, engañadas y puestas al servicio de la avaricia del proxeneta. Otras llegaron para ser utilizadas como mano de obra barata. Pensando en esas mujeres escribí infinidad de versos. De esto hace casi quince años. Algunos de aquellos poemas los guardé y otros, una vez pasado el momento de indignación, los rompí en muchos pedazos; quizá guiada por mi impotencia, o por propio egoísmo; no dejando constancia y mirando para otro lado, el problema de esas mujeres se hacía inexistente.
Hoy, son nuestras hijas quienes abandonan su país en busca del futuro que aquí se les niega. A ellas que parten, y a aquellas otras que vinieron, van dirigidos estos viejos versos:
 
Déjame soñar con la otra orilla
donde otra realidad me dibuja los caminos sin fronteras,
sin lazos de absurdos disfraces de una cultura docta y bella,
déjame exhalar desde lo alto de tu muralla
el aroma de otras ideas
y que pueda dibujar en mis retinas el contorno de un césped inmaculado
donde retozan los deseos adolescentes ocultos bajo la hierba
en la noche oscura.
 
Déjame sentarme junto al arcén que bordea el asfalto caliente
al llegar la tarde
donde yacen las voces de la idea misma,
donde el caucho chirriante es el canto de mi sombra
estirada y muda.
Permíteme quedar en esta parte donde pueda conversar
con mis silencios
viendo pasar de largo a las sonrisas ajenas a mi presencia
de barro cocido.
 
Déjame quedarme en esta orilla
y observar las luces de colores intermitentes de los locales del placer,
para olvidar la rigidez de sus cuerpos de carne.
 
Déjame gozar por un instante de la ingravidez
de mi cuerpo de piedra
para no soportar el peso de la impotencia
cuando en la noche
el prostíbulo mancilla el vacío de mi sueño.
Aleja de mi boca el sabor acre de ebrios jadeos
al amanecer el día
y aleja también de mi mirada
el reflejo de mis ojos rasgados ante el espejo de las horas
impuras de la tardenoche
en el corrupto váter del bar al otro lado de la carretera.
 
Déjame permanecer en esta orilla de la realidad
donde los grises poetas
escriben sus versos con la sangre de la despedida,
y déjame soñar con otras brisas de otros mares diferentes
donde en otro tiempo floreció la belleza.
 
Déjame vivir el instante mismo del deseo
para que pueda albergar la esperanza
de acariciar la divinidad de unas manos viejas
agrietadas por la labor de la tierra.
Deja que respire en un segundo
el aliento de mis horas allá en la otra orilla del gran mar,
allá en el horizonte de mi origen
donde las últimas piedras me hablan de la historia en una lengua extraña
que fue mía y que ya no comprendo.
¡oh, mi orilla virgen...!
hermana virginal de mi cuerpo y de mi hambre
cuando el sueño de lo absurdo me arrancó de ella
y me trajo hasta este lado
donde los hombres prostituyen mi cuerpo en las noches
y las mujeres me desprecian y rechazan en las mañanas
dándome a frotar cada rincón de sus pulcras alcobas tapizadas,
hallando en mis manos mestizas
la mano de obra barata con la que abrillantar sus fachadas
de elegante cristal tallado...
 
Déjame soñar con la otra orilla
donde otra realidad me susurra al oído
que hay caminos sin fronteras
y paz en todas las lenguas.
 
 
Del poemario: La otra realidad
Ilustración: Débora Tráchter
 
 

lunes, 4 de marzo de 2013

Escapada en la Noche Vieja


 
Desembocadura de El Palancia
 
 
El mar estaba tranquilo. Desde las dunas, el balanceo de las olas en su peregrinaje se les antojaba una sensual danza incitándoles a la mirada más allá de sus pupilas. Los fuegos artificiales se dejaban oír a través de los susurros pronunciados al abrazo de la noche, y a lo lejos, la sirena de un viejo mercante decía adiós al puerto sin apenas un batir de pañuelos blancos.

Unos pasos por encima de sus anhelos, el asfalto se cubría con la música que, indiscreta, asomaba desde el interior de los vehículos en su loca carrera hacia los lugares de ocio. Alguien por entre el seto rebosante de adelfas, se desprendía de los excesos etílicos ajeno a las promesas de amor de los amantes, y más hacia el sur, allí donde corona el Alto Horno, un ramillete de formas translúcidas se elevaba hacia el cielo estrellado, en busca quizá de su acomodo eterno, recordando a los Hijos del Hierro que un día fueron con su carne, alimento en el crisol.

Era el momento en que las almas solitarias se retiran de las calles dando paso a los silencios; la hora en que afloran los recuerdos y en su paso dan la vuelta por el pueblo recorriendo las iglesias en busca de un compañero que les mitigue la pena; y en el cruce de caminos, además de un uniforme, se encuentran con el acólito que, cosido a cuchilladas, permanece en el olvido.

Los amantes, mientras tanto, se despiden en silencio. A lo lejos, el faro guía sus pasos hacia un incierto destino, y a su lado, junto al puerto, el joven ofrece sus manos al hombre de bata blanca que lo arropa con una manta.

«Vamos abuelo»―Oye decir al hombre vestido de blanco.

«Vamos» responde mientras mira hacia el camino del río por si pudiera atisbar la figura de su amada, con su caminar derecho y su cabello moreno.

En la Residencia hay silencio. Todos duermen bajo la tutela de la oscuridad, y el señor Joaquín, tras su escapada en la Vieja Noche, accede al regreso dócilmente, satisfecho con su hazaña y con un poquito de esperanza dibujada en la mirada.
 
De: Cuentos de invierno
Ilustración: Ismahell.