martes, 7 de septiembre de 2021

El nuevo cuaderno

 


Dicen que el canto de las cigarras es premonitorio de un aumento del calor. Yo las oigo desde la habitación donde intento escribir algo. Su sonido es muy intenso y se mezcla con la música de Cortázar con la que amenizo hoy la escritura. Ambos, Cortázar y cigarras, me distraen. Me relajan tanto que soy incapaz de obtener un pensamiento ajeno, una escena, una imagen…

Hace muchos meses que no escribo. Sufro lo que algunos llaman «fatiga pandémica». El monitor guarda silencio, el nuevo cuaderno de notas permanece intacto, con sus hojas recicladas a la espera de que deslice por ellas la pluma. Todos los días lo acaricio y pienso en las manos que me lo regalaron, quizá con la esperanza de que volviera a mis versos. Ahora también lo estoy mirando: su tapa dura y artesanal, los elementos marinos que me hacen recordar mis orígenes.

Sí… mi piel porteña se estimula cuando visualizo desde la distancia las calles de mi infancia, la orilla de mi playa, las gentes del mercado y, sobre todo, cuando recuerdo su aroma de antaño, esa mezcla de baladres y salitre. Es un olor que impregna el recuerdo y que me aporta mucha paz.

Las cigarras enmudecen y solo el piano de Cortázar se escucha en la estancia. La luz del móvil me avisa de que tengo un mensaje nuevo. El ayuntamiento del municipio que acoge mis días y mis impuestos me avisa de que el autobús de Bankia ha llegado al parquin de la entrada del pueblo. Hace mucho tiempo que no tenemos oficina. Tampoco servicio de transporte público, ni pediatra en el consultorio médico…

Es como si la vida, poco a poco, se fuera desactivando y yo no hallara acomodo en esta etapa de aislamiento.

Tal vez, solo tal vez, es porque mi piel porteña tira de mí mientras escucho la música y veo por el rabillo del ojo, cómo el nuevo cuaderno de notas me hace un guiño desde el atril, donde los folios del nuevo libro permanecen en la carpeta a la espera de que les dé la luz primera.