La casa de la esquina es la última de la calle. O la
primera, según se mire. En la fachada, dos ventanas separadas por una puerta de
desvencijada madera. No tiene paño donde introducir llave alguna. Se abre a los
amigos con tan un solo un ligero empujoncito y un «¡¿Se puede?! ¡¿Qué hacéis,
familia?!
El recién llegado se encuentra ante un patio encalado con
mimo. Su suelo es de cemento de la fábrica local. Es alargado, con macetas a
ambos lados, geranios y murcianas en su mayoría, de diversos colores, de
tamaños similares y agradable perfume…
Es la casa de la esquina, la que permanece en mi recuerdo,
la casa en la que, a veces, me introduzco a hurtadillas cuando por las noches
sueño.
Fotografía: lestal