lunes, 27 de mayo de 2013

De Fragua y Yunque (fragmento)




 


A oscuras y sin mi luz
mi presencia se evade con la niebla
y se transforma en ausencia
que flota sobre tu inconsciencia.

Y te llamo...

Extiendo la flexibilidad de mi raíz
de fragua y yunque
hasta tus abismos,
grito tu nombre con fuerza
y mi voz se expande por una fría sala,
sin que tú la oigas...

Un coro de latidos roncos entona
la melodía del ocaso
al compás de un zumbido impertinente,
monótono,
que está asido a tu pecho
por hilos de vida.

Y mi ausencia de luz copula con tus sombras,
y el éxtasis de la penumbra
culmina en un estallido de danza.

Mi voz hecha canción te vuelve a llamar
y a través de la inconsciencia
llega hasta tus rincones más dormidos.

Veo tus ojos que me buscan
desde el fondo de tu abismo,
y mi ausencia de luz se sorprende
ante la opacidad amarillenta
de tu mirada
que busca el origen de la voz
que invade tus silencios
y que penetra como un intrusa
en la morada de los sueños.

Siento frío.
Un frío extraño,
desconocido y ajeno...
que envuelve a la aséptica sala.

De nuevo tu latido me recuerda
la negación de la luz
y me susurra palabras heladas
que envuelven a mi espíritu
y sellan mi raíz
de fragua y yunque.
 
Y se quiebra mi canción
cuando la musicalidad de tu pecho se interrumpe
y la sofisticación de los medios emite un sonido sordo,
largo,
ininterrumpido...
que viste de negro mis próximas horas,
y de angustia mi alma en penumbra.

Ya no danzan sombras,
danzan rostros esterilizados
que me arrojan al camino.
Al de espinas.
A ese de paso obligado.

Yo me arropo en mi vestido
confeccionado en la fragua.
Parto en busca de tu yunque
anegado por el llanto,
oxidado...
y seco sus lágrimas saladas
con mi pañuelo de oscuridad…




Fragmento de: De Fragua y Yunque (1995)
Fotografía: Ismael Murria


 

domingo, 19 de mayo de 2013

Fragmento de "Al pie de la Calderona"




 
 
 
Te siento en cada poema.
Te intuyo en cada trazo de la blanca tela,
en un adagio que se oye a lo lejos,
en el vaivén de una hoja mecida por la brisa,
en el interior de la belleza de una gota de lluvia.


Contemplo cada atardecer a través de tu mirada
y me abro cada mañana a la vida, ligada a los colores
que tú me enseñaste a respirar.
 
 
Te siento en cada soplo  de aire
que respiro.
 

 

De: Al pie de la Calderona -Poemas para una ausencia-, (2009) 

 

sábado, 4 de mayo de 2013

Elegía a la iaia



 

 

No comprendo cómo

ni conozco el concepto
que me arrastra hacia el abismo
cada amanecer.
Pero miro a tus ojos
y me muero un poco.
Escucho tu voz
y el dolor acude a mis oídos.
 
 
Cada amanecer, observando al alba
doy la espalda a mi mañana,
me sitúo frente al espejo de tu mirada
y contemplo con tristeza
la certeza de tu adiós que, lentamente,
se me acerca...
 
 

 
Elegía a la iaia (1998)
Imagen: Ismael Murria

miércoles, 1 de mayo de 2013

Primero de Mayo.



 



 
        
[…] Rosita continuó contándole a Calixto cosas de su Puerto. Allí, en los años de su infancia, ella había sido testigo desde la ventana de su habitación, de la forma en que la Guardia Civil cargaba contra los grupos de los trabajadores de la Siderurgia cuando, al llegar el Primero de Mayo, estos se echaban a las calles reivindicando mejoras salariales.
—No permitían que un grupo de hombres se reuniera en las calles y mantuvieran una conversación —decía—. Si había más de dos hombres juntos, cargaban contra ellos y les pegaban con las culatas de sus fusiles. Muchos de estos trabajadores, con sus ropas azules de trabajo cubiertas con manchas de grasa, corrían por las calles Teodoro Llorente, Segorbe y Ruiz de Alda hasta llegar a los campos de naranjos al otro lado de La Pared de Noguera. Una vez allí, los campos daban cobijo a los trabajadores porteños y saguntinos. Aquellos naranjos los arropaban con su manto verde, y desde allí, una vez a salvo de los fusiles, podían llegar hasta los barrios de Churruca o de El Padre Jaime.
  
»Quienes peor lo tenían eran aquellos que vivían en los alrededores de la Tenencia de Alcaldía o de la fábrica, donde se albergaba el grueso de las Fuerzas del Orden. Los trabajadores que vivían en la parte alta de la ciudad, en Sagunto, tenían que sortear los seis o siete kilómetros que había de distancia, a través de los campos […]
 
 
 
 
Fragmento de Los gatos de santa Felicitas 
Ilustración: Ismael M. (Alto Horno - Puerto Sagunto)