La mañana invita al paseo. Luce el sol, tímido y sereno. Uba
sigue sin venir. Prefiere los días de lluvia, pero yo tengo su cuaderno. Lo leo
de forma aleatoria, sin el orden de sus páginas. Lo introduzco en mi bolso de
tela, junto con las llaves y el monedero; también incluyo la cámara de fotos.
Hoy prescindo del móvil, no quiero que nada perturbe mi paseo.
Rodeo la huerta y llego hasta la zona de El Calvario. Es un
lugar tranquilo, idóneo para la lectura y el recogimiento. No obstante, desestimo
el acomodo en el recinto. El sol no calienta lo suficiente, hace frío de
invierno, aunque aún faltan unos días para el solsticio, y decido caminar un
poco más.
Vuelvo a casa por el camino del río, disfrutando del paisaje
que me ofrece la sierra. Me detengo un instante para dirigir el objetivo de la
cámara hacia los perfiles montañosos. En algún momento varío su dirección hacia
el curso del río; adivino su desembocadura, pero está lejos, demasiado del
lugar en que me encuentro. Aunque quisiera no podría fotografiar el cauce seco
del delta. No importa, lo llevo asido a mí misma, igual que lo lleva Uba. Ella
es lluvia y es mar, y es río que recorre valles entre montañas, y es la tierra
húmeda de los caminos viejos. Me lo recuerda en sus notas que me acompañan esta
mañana en mi paseo.
Escribe esas notas desde hace muchos años. Desde que la
conozco. Hoy las leo en mi regreso a casa, mientras tomo el segundo café de la
mañana…
«Cuando comencé la primera novela, inconscientemente, me puse
a escribir narrando en tercera persona. Fue sobre la vida de un muchacho y no
sobre la de una muchacha. Escribí con piel de hombre. Después, cuando escribí
la segunda, narré en primera persona y volví a escribir desde la piel de
hombre. Y cuando llegó la tercera, también inconscientemente, me desprendí de
la piel adquirida al coger la pluma. Ahora lo hacía desde mi propia piel. Narraba
en primera persona, desde dentro de la mujer que soy.
Y llegó la poesía, con
su infinitud de sensaciones, de terminaciones nerviosas, de caricias y susurros…Desde mis silencios de mujer, desde mis miedos de mujer, desde mi ira de mujer
arrebatada…»
Los pies se me han quedado fríos. El invierno se acerca y
agradezco el calor del hogar. Guardo las notas de Uba en el cajón del
escritorio. Junto a la poesía de otras horas. Tal vez mañana, o quizá pasado; quién sabe si en una madrugada inesperada la encuentre de nuevo junto al fuego,
empapada por la lluvia, despojándose de su propia piel y de sus notas
inacabadas.
Fotografía LEH -Calvario-