Hace frío, y una taza de café bien
caliente me reconforta. Siento ganas de recogerme sobre mí misma, como si
plegara mis alas y me cobijara dentro. Es una especie de terapia a la que
recurro de vez en cuando. En ocasiones me sorprendo paseando mis horas jóvenes
por caminos de tierra, por travesías de ida y vuelta, desde el mar hasta la
sierra, desde la sierra hasta el mar… Acaso el mar sea mi génesis. Quizá la
montaña espere paciente el privilegio de abrigar mi último y definitivo sueño, en
ese precioso balcón natural orientado hacia Levante, tras los muros de un
convento.
De alguna manera, en mis inviernos el
tiempo desciende y me sitúa en las horas bajas. Es entonces cuando los
recuerdos se abren paso a trompicones y pienso si, en la próxima esquina, no me
sorprenderá la despedida. En esos momentos, suelo tomar la pluma y ese cuaderno
especial, ése al que únicamente recurro cuando la nostalgia o la tristeza me
embargan.
Por suerte, cuento con un resorte
invisible que se activa en esos instantes de abatimiento. Un resorte que me
distrae de la melancolía y que me lleva a su antojo en volandas hacia
quehaceres más apetecibles. De esta forma, en esta tarde, tan fría como gris, impulsada
por ese mecanismo me he encontrado ante la estantería donde reposan, todos
juntitos, mis libros de Arte. Entre ellos hay varias revistas. He cogido una al
azar, en la que mi amiga, Amparo Gil, habla en su artículo del «Arte Conceptual».
Lo leo despacio, en un intento por comprender
en qué consiste ese movimiento basado en la expresión perfomance, o «arte en vivo» en nuestra lengua. Me han dado ganas
de llamarla para invitarla a compartir un café y exponerle las dudas que me han
surgido, como por ejemplo: ¿Qué es el arte?, ¿con qué fin se utiliza, o somos
nosotros quienes lo utilizamos a él?, ¿dónde se encuentra además de en la
pintura, escultura y actividades manuales varias? ¿En la palabra?, ¿quizá en un
texto escrito?, ¿en una puesta de sol?, ¿en la calidez de un beso depositado en
la frente surcada de un anciano? ¿Hace el arte a la poesía, o es la poesía la
que hace al arte? Pero, sobre todo: ¿Quién decide qué es arte y qué no lo es?,
¿el crítico, el artista o el ojo profano que lo interpreta a su antojo?
Sin esperar a las respuestas de mi
amiga, me digo a mí misma que el arte sublime de un artista se encuentra en su
último suspiro, en la obra inacabada…
Casi sin darme cuenta se ha echado la
noche encima. Es hora de encender las luces y de guardar mis reflexiones.
Coloco la revista en el estante y al hacerlo me doy cuenta de que estoy como empecé: pensando en gris. Pero
ahora situada frente al lugar destinado a los poetas contemporáneos, esos que
ocupan el estante superior de mi librería. Despreocupadamente hago un breve
recorrido con la vista y observo un pequeño librito con versos tristes, a veces
demenciales. Su autor nos dejó hace casi un año.
Leopoldo María Panero murió solo, como muchos poetas locos. Ocupó pocas
tertulias literarias, y solamente unos pocos compartían sus poemas a través de
las redes sociales. Por supuesto, con la noticia de su muerte se intensificaron
los comentarios acerca de su obra. No faltaron elogios a su demencia,
vilipendiada cuando el poeta aún se relacionaba con los vivos.
Abrí el libro por una página
cualquiera y encontré que la muerte también es arte:
El
viento recorre el universo
y
la nada me otorga el placer
de
escribir para nadie el poema
como
una película ya sin sonido
invitando
a la muerte entre mis muslos.
Cerré el libro y le dije adiós al
poeta cuyos desvaríos se deslizan, desde hace meses, por el lugar donde pasean
las estrellas cada noche. Sé que antes de que las últimas nieves coronen las
cumbres más altas, otros locos poetas permanecerán en el silencio más absoluto.
Yo me asomaré, al igual que en esta tarde gris, hasta sus demenciales versos,
escritos, quién sabe si con tinta de mujer. Mientras tanto, y a la espera de la
llegada del sol y de los colores, me dejo seducir —ahora ya acomodada en mi
sillón de lectura— por la palabra de La Princesa Inca, quien desde su reclusión
recita su angustia y amortigua estas horas mías en las que, sin razón aparente,
me visita la nostalgia.
Poema de:
leopoldo mª
panero, 2001
Poemas
para un suicidamiento
Ed. valdemar
(enokia sl)
Artículo con variaciones respecto del aparecido en el último número de AC.
Ilustración: Blas Estal