lunes, 24 de diciembre de 2018

El hada






A Laura, a cuantas le precedieron y a aquellas otras que, por desgracia, aún le sucederán:

Un día un hada me dijo que si
saboreaba un caramelo se
aliviaría el tiempo de espera.
Después me hice mayor y cuando
desperté, el hada no estaba allí.

-Uba- 241218)


-Fotografía: Ismael Murria-

domingo, 25 de noviembre de 2018

Bajo los cerezos de Saitama





BAJO LOS CEREZOS DE SAITAMA

ANA HERNANDORENA GONZÁLEZ

Ed. Caligrama 2018


En BAJO LOS CEREZOS DE SAITAMA, la autora presta su voz a Laura, protagonista, junto a Marc, de esta historia que es de amor, de ilusión, de dolor y… también de esperanza.

Ambos coinciden en Japón, trabajan en la misma empresa, pero Laura lleva un tiempo y está muy integrada entre los compañeros. Se siente cómoda y disfruta de cuanto la rodea. Está encantada con su trabajo. Marc, al contrario, no termina de ubicarse. Será de la mano de Laura como conseguirá acoplarse, de alguna manera, a un entorno completamente desconocido para él.

Los dos son buenos profesionales, afortunados por haber conseguido abrirse camino en un mundo laboral tan complicado para muchos jóvenes de nuestro país. Amantes de su trabajo no desestiman tampoco ocasión alguna para salir a divertirse. En una de esas salidas Marc descubre a una Laura completamente diferente. Una Laura que se divierte alejada de los planos y los proyectos de la empresa. Una joven que sale a correr cada mañana, que ríe, baila, juega y… canta.

Como en cualquier historia de amor, chico y chica se enamoran, se besan, y son perfectos y felices, y a toda esa armonía se une el embarazo, una nueva vida que colmará más si cabe todo ese mundo perfecto. Eso es lo que se adivina a medida que se avanza en las páginas. No obstante, también se asustan, y también sufren. Y aquí es donde la verdadera historia cobra protagonismo. Ya no es el amor ni el buen hacer de dos jóvenes ingenieros lo que la autora no muestra, sino el dolor por la pérdida de ese niño tan esperado que muere en el seno materno pocas horas antes del alumbramiento previsto.

Desde ese momento Laura ya no ríe, ni canta… Teme entrar a la habitación del pequeño, donde todo estaba preparado para su llegada. Marc también sufre. Ambos se duelen por separado. Cada uno a su manera. Prefieren no hablar.

Ana Hernandorena se ha servido de las letras para descargar su propio dolor ante la pérdida de su primer hijo. A modo de novela ha volcado en el personaje su experiencia, y fijado como escenario un país que no le es desconocido y que admira.

Según palabras de la propia autora, cuando pasó por la dramática experiencia de la pérdida de su primer hijo, se vio muy aislada. No encontró referencias que pudieran ayudarla a superar el duelo. Es por eso que ha buscado a través de la literatura los elementos que hubiera querido tener a su alcance en su momento, y ponerlos a disposición de aquellos lectores que estén tan necesitados de la palabra como ella lo estuvo.

Personalmente es un libro que recomiendo. Es una obra bien trabajada, un escenario que no deja indiferente y un tema, el de la muerte prenatal y el duelo posterior, que mucha gente desconoce.




25 N - Basta ya...





En la iglesia tocan a muerto. Dicen las vecinas que «por la Carmen». Yo no la vi, yo no la oí… Yo cerré mi puerta y no escuché.

En la calle andan diciendo que «fue el Tomás». Yo no lo vi, yo no lo oí… Yo Tapé mis oídos y no me puse a mirar.

En su puerta hay unas flores. «Anoche las puso el viento”, comentan hoy al pasar. No me crucé con el viento y por eso nada sé.

Dos niños lloran la ausencia. «Van a llevárselos lejos», se cuenta por el mercado. Yo no los oigo llorar, tampoco los oigo reír.

Yo solo oigo a «la Carmen» hablar y cantar por la casa. Yo solo veo «al Tomás» acariciarle la espalda.

Veo unos ojos maquillados tras unas gafas de sol, y a unos niños que jalean cuando su padre no está.

A un hombre con unas flores y una amenaza en el aire.

Veo que todo anda bien y no me quiero meter. Cierro mi puerta y me escondo. Allá cada uno con él.


De: Los cuadernos de Uba 1116)
Fotografía LEH


domingo, 28 de octubre de 2018

Con ojos de otoño


Tramacastilla



Tenía que llegar hasta aquí para llenarme los ojos de otoño. Asomarme desde la baranda de madera y divisar la sierra como único horizonte. Los chopos amarillean, otoñean esparciendo su lluvia de hojas doradas por veredas y caminos, por los senderos que circundan las huertas.

Si pudiera dibujar tanto tejado a mis pies… El pueblo se me antoja ciudad antigua que se duele en su agonía. Los pueblos de Teruel se quedan huérfanos de gentes y a mí me seducen desde su silencio.

Hoy vuelvo otra vez, como cada otoño, a impregnarme de sus colores, de sus piedras y de esas voces que me hablan desde las fosas.  Mi mar me hace mil reproches. Yo lo ignoro como una hija indómita que no atiende a disciplinas. Corro en busca de los paisajes agrestes. Él, paciente, esperará mi regreso.

Apoyada en la baranda me siento observada desde las montañas. Adivino a los hombres. Los intuyo ocultos entre las oquedades de las rocas. Tiritan de frío y apenas tienen comida. Solo unos pocos vecinos conocen de su existencia… No dirán nada, no habrá delaciones a pesar de las represalias. Ni siquiera el cura del pueblo se lo contará a su dios de paja.

Si, alcanzo a verlos desde la balconada. Siento sus presencias más allá de la otoñada que todo lo envuelve.

Es extraño, en este momento de tecnologías avanzadas y de una vida en colores, contemplarlos con pretérita mirada. Huelo su miedo cuando los pienso bajando a oscuras por la sierra. La noche es su aliada, la mala fortuna su mortaja.

Es otoño y hace frío. Dicen que mañana nevará, que los copos se introducirán en el paisaje salpicando de motitas blancas las hojas caducas ocres y moradas. Dicen que será una bella fotografía.

Yo me detengo en la tarde. Antes de que llegue la noche quiero capturar esta triste, a la vez que bella, imagen: A mis pies una comunidad silenciosa, calles formadas sin orden ni concierto, pavimentadas de cemento; las casas de gruesas fachadas de piedra se alternan con otras pulcramente encaladas o de tonalidades suaves. Casas tímidas bajo los aleros de los soberbios tejados marrones. Hasta la fuente de la plaza se me muestra tímida y callada. 

De vez en cuando un coche atraviesa una de las calles y rompe la magia del espectáculo. Se introduce como un intruso en este remanso de paz, pero no dejo que me importune y continúo mirando con ojos de otoño. Aún quedan unas horas antes de que llegue la nieve y los primeros fríos. Entonces, llegado el momento, me despediré de las presencias que se ocultan en el interior de la sierra. Esos hombres que dieron sus vidas para que sus vecinos fueran libres.

Diré también adiós a las cruces que, desde el fondo de la ciudad callada, en lo alto del cerro, me contemplan desde mi llegada. Yo también las contemplo desde la baranda de madera: Cruces encerradas en un recinto de piedra custodiado por dos ejemplares de hoja perenne que no mudarán sus ramas.

Tal vez les extrañe mi presencia en esta tierra que duerme bajo el abandono de las administraciones. Quizá se pregunten el porqué de esta alma y sus raíces tan lejos del Campo Santo a la orilla de mi mar.


Fotografía: Desde La Posada de Santa Ana (Lestal)


miércoles, 10 de octubre de 2018

El tanatorio





Hoy vuelvo a pensar en la muerte. Acaso sea por lo vivido durante el sueño en la pasada noche: Mi vieja casa, la de mi madre unos metros más abajo, un camino de tierra con surcos en el centro, preparados para la plantación de algunos vegetales o plantas de pequeño tamaño, mi padre mostrándome y guiándome por ese camino, mi madre esperando mi llegada.

Mientras desayuno abro los enlaces en la red y me detengo en los homenajes. Ahora es el turno de una gran poeta fallecida hace unos meses. Una mujer cuya obra me impresiona.

La muerte y la enfermedad permanecen en mis pensamientos a lo largo de la mañana. Contemplo un tanatorio, el tantas veces visitado. Reconozco todas sus salas, la distribución de los asientos, los caramelos de colores en las mesas. Reconozco también cada uno de los rostros anfitriones al otro lado del cristal que los separa de los vivos. A cada uno lo recuerdo en su momento. A los otros, los más míos, los adivino bajo la siniestra tapa de madera. Me abro paso a través de las coronas y ramos de flores que cubren el féretro. Y los pienso, allí dentro, cómodamente acoplados ahora que sus cuerpos ya no sienten dolor.

La muerte se me insinúa. Quizá sin prisas, pero su presencia es constante en mis pensamientos. Curiosamente no le temo. Juego con ella. Le digo que si me muriera hoy el tanatorio se llenaría de gente. Unos vendrían por amor a mi persona y a mi familia, otros por compromiso y los más por curiosidad. En mi visión contemplo el dolor en los ojos de mis hijos y de mi marido, y gestos de sorpresa en algunos de mis familiares y amigos.

Intento bromear conmigo misma: «Que las chicas de la funeraria me dejen bien guapa para emprender el camino. Y si su trabajo es tan bueno que estoy más bella muerta que viva, no me inhuméis ni incineréis. Disecadme y hacedme un sitio en la mesa cada Noche Vieja.»

La muerte se enfada y se desvanece de mis pensamientos. Con ella no se bromea. El tanatorio también desparece, cierra sus puertas y yo vuelvo a mi rutina, a mirar por la ventana cómo se disipan las nubes dejando paso al tímido sol de un nuevo otoño.

La comida ya está hecha, la casa en orden y mi cuaderno sobre la mesa de la sala retándome, esperando que tome de nuevo el bolígrafo de gel azul.

Con lentitud escribo las primeras líneas…  «Pensando en la muerte...»



Fotografía: Lestal.


domingo, 7 de octubre de 2018

La casa de El Carmen





Así que esta es la casa de mi hija... Estuve en ella hace casi dos años. Entonces la sala era grande, silenciosa y vacía. Esperaba un nombre y yo contaba las semanas que faltaban para el final de la gestación.

Hoy la misma sala parece más pequeña. El nombre que pensaba resuena por toda la casa. El silencio es tan solo un vago recuerdo. La mesa de madera noble, hecha a gusto y medida, ha sufrido algunos desperfectos tras el paso de los inquilinos que ocuparon la vivienda durante el último año y medio. El sofá también parece diferente, menos mullido y con la tela más gastada. Solo la cocina permanece igual. Algunos elementos se han sumado a los enseres. No termina de estar recogida del todo. También hay más ropa en el tendedero, la colada ahora es diaria.

A estas horas me acompaña la voz de la televisión. Es Wyoming y Sabarés. No sé de qué hablan. Apenas los oigo. La tengo a bajo el volumen mientras me pierdo por las páginas de la última lectura, la de Bolaño. A ratos cierro el libro y dirijo la vista hacia el punto opuesto de la sala. Es todo tan igual y a la vez tan diferente... Es el paso de los días que transforma las miradas.

Ya hace rato que llegó la noche, y con ella el silencio. El niño duerme, la madre lo acaricia y yo..., yo sigo en la misma mesa, acompañada todavía por un Wyoming al que ignoro. Paseo la mirada de un extremo a otro de la sala, observándola idéntica a pesar de las diferencias, y pensando de nuevo, pero solo a ratitos, en las semanas que faltan para el final de la gestación. 

Ahora me centro de nuevo en la lectura pero antes tomo mi teclado y comienzo un nuevo verso...

                      Así que esta es, de nuevo, la casa de mi hija
La de la sala grande, vacía y silenciosa   
La sala donde te pienso, sintiéndome culpable
Por la demora con que te escribo el primer verso





fotografía: -LEH- 

sábado, 22 de septiembre de 2018

Presentación Los gatos de Santa Felicitas II




De nuevo el otoño. Llega perezoso, como si le costara despertarse de un largo sueño. Hay otoños que marcan y otros que pasan desapercibidos. Este viene con el peso del recuerdo. Todos y cada uno de ellos viene con voces e imágenes de los que le precedieron. No obstante, este es especial.
La hoja del calendario me lo indica. Es un calendario tradicional, de papel, con sus meses separados en páginas diferentes. Números negros encerrados en cuadrados blancos. Muy visibles. Septiembre tiene una fecha, de dos dígitos, y arrastra una ausencia: «Se cumple el décimo aniversario», me susurra.

Yo no necesito que me lo recuerde. Lo leo en mis versos, en la lluvia caída recientemente, y en los archivos de mi ordenador que últimamente visito a diario. 

Deseo conmemorar esa fecha, ese aniversario, hacer algo especial para que este 21 de septiembre no se quede solo en eso, en una fecha más para el recuerdo. Quisiera dotarla de algo diferente. Me empeño en que el décimo aniversario se vista de luces. Y recurro a los momentos difíciles, pero esta vez prescindiendo del llanto. Si acaso, una lágrima furtiva cuando estoy a solas. Una lágrima que sea solo mía.

Me desprendo de ella con pañuelo de tela, como los que él solía utilizar. Me miro en el espejo y, con diez años más en mi rostro, sonrío. Le sonrío, aunque sé que no me ve desde ningún sitio. Se fue y nunca más volvió. No está en ninguna estrella, ni vagando por la casa cuando todos dormimos. Convertido en ceniza reposa bajo un viejo algarrobo en un parque nacional cercano, orientado al punto por el que la luz se posa en su mar cada amanecer.

En un rincón de mi casa, un puñadito de aquella ceniza que un día fue su cuerpo, sigue custodiando discretamente una de sus pinturas, muy cerca de una caja donde guardo los ejemplares del duelo. Porque eso significó aquel trabajo que hablaba de gatos, iglesias, infortunios, amores y despropósitos. Allí, oculto entre las páginas de Los gatos de Santa Felicitas, sigue respirando su nombre con su corazón prestado. En cada poema y en cada una de las referencias a los colores que empleé para evitar el llanto.

Quise rescatar los libros dedicados a él. Y quise que vieran de nuevo la luz. Hablé con amigos y amigas: Marian se prestó gustosa a organizar el acto, Mariachu y Sherpa a acompañarme en la mesa, Laura a representar a la entidad donde se llevó a cabo el evento. Y, al frente, los amigos… Personas diferentes a las que vivieron el primer alumbramiento de la novela. Tan solo unas pocas sabían el porqué de mi encierro en ella durante más de un año., hasta que le puse el punto final.

Fue una tarde muy especial. Se habló de mí y de los gatos, de la iglesia y de Felicitas Guerrero… se habló mucho y de forma muy amena. No vacilé en ningún momento en mi intervención. Me sentía cómoda, relajada y segura. También me sentí querida por todos. En algún momento mi pensamiento voló hacia aquel 21 de septiembre del 2008, a la habitación de la cuarta planta del hospital de Portaceli, a los salvajes estertores, a mi silencio e impotencia mientras le tomaba la mano, a la lluvia desencadenada en el momento del tránsito… Pero fue solo durante unos instantes. Las palabras de Sherpa y de Mariachu, la ternura de ambos y la atención y el respeto de cuantos estaban en la sala hicieron que me creciera. Tanto que, a ratos, ni siquiera recordaba la razón del evento.

Desde aquí deseo dar las gracias a cuantos me acompañaron en la tarde de ayer, así como a aquellos que no pudieron asistir pero que estaban presentes de intención.

Para todos y cada uno de ellos, un gran abrazo con todo mi cariño. Y también, cómo no, a mi querida amiga Débora Trachter, siempre presente en la portada de Los gatos de Santa Felicitas.






domingo, 16 de septiembre de 2018

Presentación Los gatos de Santa Felicitas




Tras unos años de silencio, Los gatos de Santa Felicitas vuelven a salir a la luz. Será el próximo viernes 21 de septiembre, a las 19:00h., en la sala del Centro Aragonés de Puerto de Sagunto.

El acto está organizado por Marian Creación Literaria en colaboración con Ágora Puerto Cultural, Asociación Cultural Vincit Omnia y Centro Aragonés de Puerto de Sagunto.

Me acompañarán en la mesa Sherpa Hogan y Mariachu López Garrido que presentará el acto.

Al finalizar, se ofrecerá un pequeño refrigerio.

Como sabéis, es un acto de puertas abiertas al que estáis todos invitados.

De Fragua y Yunque - Lola Estal

jueves, 6 de septiembre de 2018

Septiembre siempre







Te siento en cada poema.
Te intuyo en cada trazo de la blanca tela
En un adagio que se oye a lo lejos
En el vaivén de una hoja mecida por la brisa
En la belleza interior de una gota de lluvia...

  
Contemplo cada atardecer a través de tu mirada
Y me abro cada mañana a la vida ligada a los colores
que tú me enseñaste a respirar.


                        Te siento en cada soplo de aire
                                                            que respiro.



De: Al pie de la Calderona -Poemas para una ausencia- (Oct.08)
Ilustración: Blas Estal



miércoles, 29 de agosto de 2018

Los cuadernos de Uba







Me cuesta caminar
descalza por las aguas
al embate de las olas
en su última batalla

Los pies sumergidos pesan
la arena fría me atrapa
y me esfuerzo:
Un paso, lento,
otro paso, y otro…
hasta recorrer la calle desierta

A lo lejos
en el tiempo:
La sirena
la fábrica y el relevo

En breve
—quién sabe—
tras el último espigón:
La blancura impoluta
de la tapia
            encalada.


-De Los cuadernos de Uba: 12817)


lunes, 2 de julio de 2018

DIVINA SAGUNTO, de íberos a cristianos


Templo de Diana



De vuelta a los Apuntes, aprovecho este de un nuevo y recién estrenado verano para reincorporarme a la tinta tras un breve paréntesis en el tiempo. En esta ocasión no escribiré de fiestas estivales ni de fuegos recientes junto a las orillas de playas y ríos. Tampoco de meigas ni osas celestiales indicando el camino hacia la paz de la noche bajo la atenta mirada de la luna.

Por fin ha llegado el calor, tan temido por unos como deseado por otros. Aquí en mi tierra siempre es igual, húmedo y persistente. El día es para la playa y la tarde noche para… ¿Por qué no para una ruta nocturna por la Sagunto histórica? ¿Y quién mejor que Celia Peris para guiarnos en esa ruta?

Hacia allí dirigimos los pasos, hacia Sagunto, a las ocho de la tarde de este nuevo verano. La cita con nuestra guía turística, Celia, es en la Plaza Mayor. No vamos solos, sino con el grupo de amigos de Acero y Vida. Somos puntuales y tras el correspondiente saludo comenzamos la marcha por las calles empedradas de una ciudad tan cercana como, a veces, desconocida. El calor no nos preocupa, le echamos ganas y abanico. Nuestra primera parada es en El Templo de Diana. Ante el pequeño recinto, frente al muro, nuestra guía y amiga nos pone en antecedentes sobre el peso de la religión en los medios de poder, en unos días en los que nos quedan muy lejos en el tiempo, pero que casi somos capaces de visualizar a través de sus palabras. Nos habla del porqué de la ubicación en este lugar y no en otro. En breve, junto a la iglesia de Santa María, nos muestra la relevancia de esa ubicación. Los dioses son a veces caprichosos y no se conforman con un lugar cualquiera donde ser adorados por sacerdotes y fieles.

Dejando atrás la iglesia de Santa María, uno de los puntos más emblemáticos de la ciudad, construida sobre la Mezquita Mayor, subimos hasta el Arco de la Judería, Portalet de la Sang. Personalmente he de decir que pararme en este arco me hace sentir bien. Es el espacio saguntino que más me gusta visitar. Nos adentramos en la calle, estrecha y sinuosa, sin salida, con un rincón perfecto donde dejar volar la imaginación. No obstante, los vehículos estacionados en ese rincón mágico y otro que se pone en marcha para abandonar la judería, rompen súbitamente esa magia.

Volvemos sobre nuestros pasos y Celia nos va guiando a través de la historia: el barrio árabe, con sus callejas retorcidas, la importancia que esa sociedad daba al interior de sus hogares restando espacio a las calles. Parada obligatoria frente a La Ceca, situada igualmente sobre un punto estratégico del culto y la política; Portal de Ferrisa…

En nuestro recorrido vamos visitando parajes casi escondidos a la vista del visitante, restos de losas con inscripciones visigodas, restos de muros correspondientes a las distintas puertas de la ciudad amurallada; fragmentos considerables de vía, protegidos ahora por gruesos cristales en los bajos de las fincas…

La ruta ya llega a su fin. En el inicio fue Diana, la diosa; en nuestro final de recorrido es Mitra quien cobra protagonismo. Ahora Celia cede la palabra a Mariachu, otra amiga del grupo. Es ella quien, a la vista de estos últimos restos arqueológicos, nos pone en antecedentes sobre la historia de esta divinidad y comenta las semejanzas que guarda con algunos aspectos del cristianismo.

Sin duda ha sido una tarde-noche veraniega de lo más instructiva gracias a la profesionalidad de nuestra guía. Solo queda descansar los pies tras el recorrido por las calles empedradas y empinadas de la ciudad. La cena nos espera. El Arrels Restaurant nos tiene reservada buena mesa y mejor cena. Y además en un marco incomparable y rodeada de excelentes amigos.

Este será un comienzo de verano del que, no tengo la menor duda, guardaré siempre un grato recuerdo.




Fotografía: Sherpa -Templo de Diana -Sagunto


martes, 15 de mayo de 2018

La otra



Ayer y hoy en Puerto de Sagunto - A y V



A veces acude de nuevo el momento, la angustia. Compruebo que no hago pie, que la arena bajo mis pies se hunde. No hay nadie cerca. Ondea la bandera amarilla pero aun así me he atrevido a bañarme. Hace tanto calor…  Tonta de mí, he creído que si no me alejaba de la orilla podría salir caminando en cuanto me lo propusiera.

La playa está en calma, pero su suelo es traicionero. Primero se hunde mi pie izquierdo. En ese momento me doy cuenta de que me encuentro en dificultades. Antes de que el otro pie avance en busca de un palmo de arena firme en el que mantener el equilibrio, esta cede de nuevo y me hundo un poquito más. No es mucho pero sí lo suficiente para que me embargue la ansiedad. «Malditos hoyos y maldita mi fobia al agua del mar»

Ya tengo dificultad para respirar. El agua no me cubre, pero el miedo ante la llegada de la siguiente ola sigilosa hace que mis vías respiratorias no respondan como es debido. Hay algunos bañistas, pero no se percatan de mi situación. Ellos saben nadar y el color de la bandera que ondea hoy en la posta no les importuna. No es mi caso. Por una cosa o por otra nunca fui a aprender a nadar. Quizá por mis fobias. Ahora pago el precio de esa negligencia. Un precio muy alto. Ya no hay tiempo. Tan solo hay tiempo ya para el silencio. Un silencio que llega deprisa. Un silencio extraño.


***


Cuando todo pasa me encuentro de nuevo en mi casa, con mi marido y mis hijos. No les he dicho nada. Tampoco me han preguntado. Pero observo que mi vida continúa de forma diferente. He tenido que acostumbrarme a compartir a mi familia con otra mujer que es igual a mí. Es ella quien acaricia a mi marido cada noche. Es ella quien celebra cada uno de los logros de mis hijos, y quien recibe las caricias de mi nieto en la peca de la mejilla. Una peca idéntica a la mía.

Los contemplo desde el etéreo de mi cuerpo. Ya no tengo envidias ni traumas. Ya ha pasado todo. No sé cuánto tiempo llevo así. El estado de ingravidez ya no me sorprende. De vez en cuando salgo a la calle y me asomo hasta mi primera calle, «la calle del convento» Allí me uno a la comitiva de niñas que van a misa. Son mis compañeras de colegio. No sé de dónde he sacado mi bata de rayas y mi velo para la misa, pero llevo puestas ambas prendas. A algunas de las niñas las conozco, a otras no. Ellas tampoco reparan en mi presencia. Van a lo suyo, tan etéreas y ligeras como yo.

En la puerta de entrada sorprende ver un aparato de aire acondicionado y algunos vehículos que antes no estaban. Yo no quiero entrar en la iglesia, prefiero adentrarme en el patio interior y visitar las aulas del colegio. Tal vez vea a alguna monja conocida. Me gustaría ver a la madre Mercedes con sus tijeras de corte sacando el dobladillo de las batas de las niñas para que no lleven minifaldas pecaminosas. No obstante, sigo como un autómata a mis compañeras y me introduzco con ellas en la iglesia, bajo el coro.

No recuerdo haber asistido al Oficio. Camino hasta la casa de la esquina, mi primera casa. Por el interior de los porches de la Ciudad Dormida llego hasta Goyohaga. Paso de largo Alcalá Galiano y sin mirar la fachada de mi finca continúo río arriba. Como siempre, con el mar a mi espalda. Busco cobijo al pie de la sierra Calderona y entro en casa. Una casa que cada vez es menos mía. Aquí permanezco en silencio mientras la otra, la que ganó la batalla a los hoyos de la arena bajo el agua de la playa, vive y disfruta la vida junto a mi familia. Una vida que, tal vez, solo tal vez, no le corresponde.



Fotografía: Juanma López García
Primer Premio I Certamen fotográfico del grupo ACERO Y VIDA


sábado, 12 de mayo de 2018

Mi impenetrable sonrisa





MI IMPENETRABLE SONRISA

RUTH SICILIA

Ed. Olelibros  (2018)


Cuando supe de esta obra me sorprendió que su autora, joven, se iniciara en la publicación con su propia biografía. No obstante, y dadas las circunstancias por las que atraviesan muchas mujeres con respecto al acoso y abuso sexual, se hace imprescindible romper silencios.  

A Ruth le ha costado decidirse a alzar la voz, a rebuscar entre sus diarios y recuerdos personales sus propias vivencias y hacernos partícipes de ellas a través de MI IMPENETRABLE SONRISA. Durante muchos años esa sonrisa fue su protección ante los abusos y acoso sufrido por parte de uno de los amigos de la infancia.

El acoso se inicia cuando ella tiene cuatro años, en sus juegos de niños. El escenario: la casa familiar, la cercanía. Son dos niños, pero el chico es más mayor, él tiene nueve años. La manipulación de la niña es muy fácil, mediante el juego; en principio abrazos sin importancia, jugar a ser novios, luego las fricciones disimuladas y los tocamientos.

En un momento de la narración la propia autora se pregunta si su amigo no habrá sido, a su vez, víctima de abusos y por eso no le da importancia al juego. Tal vez él también juega a ser mayor. Pero el tiempo pasa y ese juego se prolonga. La niña sigue siendo niña todavía cuando él ya ha alcanzado, primero la pubertad y después la adolescencia. Ella no desea los abrazos que tanto la agobian, ni los besos de novios a escondidas, ni que se cuele en su cama y exija tocamientos que a ella la perturban. Intuye que no es un juego normal y no desea participar. Ya no quiere ser novia de nadie, quiere ser fea y que no la quieran. Quiere ser gorda y antipática. Aun así, se siente acosada, perseguida cada vez que él está cerca. La familia no se da cuenta y los otros niños tampoco. Y ella, como muchas otras, calla. Teme que no la crean, que la hagan responsable de la situación. Se viste de culpa y sonríe.

Esa culpa y el silencio marcan y acarrean consecuencias; y hay que ser valiente para seguir adelante y hacerte mayor sin que te afecte. Pero a veces se abre el telón de la propia vida y aflora el recuerdo. No hay rencor pero sí preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué los roces y los tocamientos? ¿Por qué durante tanto tiempo? ¿Por qué a mí? ¿Acaso ha sido a alguien más?

Más adelante, cuando Ruth ya es adulta, obtiene respuesta a la última de las preguntas. Mientras tanto, el bolígrafo, los folios y también la obsesión por la comida son sus aliados. Deja pasar la vida, con los amigos, las fiestas, las excursiones a la playa y a los campamentos… y siempre con su impenetrable sonrisa.

Pero ahora Ruth tiene dos hijas y ha llegado el momento de romper silencios. Lo ha hecho con una narración excelente, bien hilvanada, de lectura cómoda. Y lo hace en un momento en el que las calles se llenan de voces gritando contra el acoso, el abuso y las violaciones. Y también, como no podía ser de otra manera, contra sentencias jurídicas incomprensibles.

Por mi parte, finalizada la lectura de MI IMPENETRABLE SONRISA, a mí también me surgen algunas preguntas… Pero esa ya es otra historia que, en algún momento, la propia Ruth me contará personalmente si lo cree conveniente u oportuno.



martes, 17 de abril de 2018

Regalo de vida





Del cajón donde guardaba sus bocetos sacó una cuartilla con dos corazones dibujados. Los dos corazones estaban unidos por una estrella, y mientras los observaba en silencio tomaba conciencia de la confusión en la que estaba sumido.

Hacía ya muchos años que él no se evadía de la rutina de las sábanas dibujando corazones rotos y corazones engalanados. Aquellos eran otros días, unos días grises y eternos en los que consumía grandes dosis de tediosos programas televisivos, amenizados a veces con la visita de algún vecino que, como él, estaba sobrado de horas y falto de días.

Dejó de dibujar corazones cuando en una cálida mañana de primavera, al abrir las ventanas de su habitación de par en par, observó fascinado cómo los rayos del sol penetraban en los rincones más profundos de su inconsciencia.

Fue para él, según dibujó más tarde, un estallido de luz dentro de su pecho. Fue, aquel suave y recién estrenado latido, la mejor y jamás escrita sinfonía. Fue su «regalo de vida», un regalo por el que muchas almas derramaron gotas de sal por sus mejillas en aquella mañana de primavera.

Era tanta la dicha que circulaba por sus venas que danzó y danzó sin parar, y en medio de aquella danza se desprendieron de su paleta de pintura los colores más preciados, y de aquellos pinceles que con tanta dulzura habían trazado durante tanto tiempo los contornos de aquellos corazones rotos y aquellos corazones engalanados, se desprendió también la realidad.

Ahora, cercano ya el último baile, no recordaba dónde había colocado sus dibujos, ni dónde guardaba su «regalo de vida». Confuso y aturdido por tanta danza, donde le quedaba algo de amor él sólo encontró traición, y cuando se decidió a abrir de par en par sus ventanas, en vez de los rayos del sol, contempló con resignada expresión cómo la mañana gris le sonreía invitándole a la última copa mientras arropaba su silueta frágil y descarnada.
  


De: AL PIE DE LA CALDERONA - Poemas para una ausencia - (Abril, 2008)

 Fotografía: Ismael Murria -amanecer desde Alcalá Galiano-


lunes, 16 de abril de 2018

La libreta amarilla -Cap.X-





A veces no encuentro el momento adecuado para escribir en mi libreta y demoro plasmar en ella mis sentimientos. Espero el más oportuno para que nada se inmiscuya en eso que siento. Por eso he dejado correr los días desde que regresé de mi viaje con Manuel. Fuimos a una cala preciosa en la que la luna se acomoda durante las noches de verano. Manuel me llevó inmediatamente a la orilla de la playa. No es una playa extensa de finas arenas como la nuestra. Se trata de una linda cala de aguas cristalinas pero de arenas oscuras. Una playa chica, sin agobio de gente, sin exceso de turismo. Un lugar tranquilo en el que descansar en las noches de luna llena. Esas noches en las que su reflejo sobre las aguas serenas se hace imprescindible para la balada previa a la primera noche. Porque… aquella fue nuestra primera noche.
Por un momento llegué a sentirme culpable. Deseaba pensar en mi madre, en su comodidad y en la de Sari. Hubo instantes en los que creí estar bajo la atenta mirada de un Dios en el que no creo, ese Dios al que me enseñaron a temer si no actuaba con la castidad tantas veces adoctrinada.
Pero Manuel fue paciente. Esperó a que yo me desprendiera de toda preocupación. Tras un torpe rodeo por mis pensamientos me levanté despacio de la arena, tomé mi bolsa de tela y di la espalda a la luna y al mar. «Vamos, Manuel —le dije en voz muy bajita—. Deseo ser feliz esta noche». Él no respondió. Me cogió de la mano, y así, como si fuéramos una pareja que convive desde hace años, dejamos atrás la cala.


La libreta amarilla  (Pág.129)
Ed.Olelibros -2017
Fotografía: J.Manuel Tarazona


Manipulan


Blas Estal 



Se introduce el siseo
y desplaza al sonido.
las voces son difusas,
no entiendo las palabras.
Me engañan, en los medios
solo cuentan mentiras.
Confunden la realidad.
Me engañan, nos engañan.
Creen que somos tontos,
creen que les creemos.
Los rostros de los niños
víctimas de sus guerras...
dicen que que son montajes
grabados en un plató.
En la tele la Milá,
Évole la entrevista.
Aznar y Ana Botella,
Raul Mendoza y Rato,
Arenas y Jesús Gil,
imágenes de archivo,
momentos del pasado...
El presente está en Siria,
el presente está en el mar,
la mentira en el poder,
la ceguera en los hombres
y en las mujeres también.
Y así, manipulando,
retorciendo la verdad:
Yo te odio y tú a mí más.


De: Los cuadernos de Uba -LEH-
Ilustración:  Blas Estal (Técnica mixta sobre lienzo)

lunes, 9 de abril de 2018

La quedada





Alumbrando un pueblo oscuro en el que a nadie gusta la luz. Así me define, de alguna manera, un amigo joven. Esta definición surge a raíz de la reunión llevada a cabo hace apenas unos días. La reunión obedecía en principio a una cita literaria para comentar la lectura de EL AMANTE LESBIANO, de José Luis Sampedro. A la cita habíamos acudido unas quince personas y constaba de dos tiempos: Primero, almuerzo donde comentaríamos la obra, y a continuación paseo primaveral por un lugar tranquilo y limpio de toda contaminación, tanto acústica como ambiental. Después, comida y nuevamente paseo con la sierra como testigo de nuestros pasos.

Las nubes se sumaron a «la quedada» y estuvieron amenazándonos durante toda la mañana y la tarde, pero eso no nos importó. Además de comentar lo que apenas cuatro o cinco de los asistentes habíamos leído, tuvimos ocasión de conocernos personalmente. La mayoría éramos personas que hablamos y comentamos a diario en un grupo local de una de las redes sociales: Música, debate, literatura, poesía, entrevistas en un peculiar programa de radio del grupo… conforman los temas tratados a diario en ACERO Y VIDA.  

No estaba previsto que asistieran a la tertulia aquellos amigos que no habían participado de la lectura, pero se sumaron a ella por curiosidad a nuestros comentarios acerca de la misma, y cuando finalizó el coloquio algunos ya habían decidido anotarla en su lista de próximas lecturas. 

Al final de la jornada cada cual sacó sus conclusiones y casi todos coincidimos en lo gratificante que había resultado. Personalmente fui de las que no disfrutó leyendo EL AMANTE LESBIANO. Otras obras de Sampedro me han gustado más. Él en su forma de pensamiento me atrae mucho más. Quizá no entendí suficientemente lo que quiso transmitir en sus páginas. O tal vez la forma empleada para transmitirlo. El caso es que Mario fue el vínculo para que un grupo de personas que nada tienen en común, excepto ser del mismo pueblo o vivir en él, y pertenecer a uno de tantos grupos de las redes sociales, se conocieran personalmente y empatizaran desde el primer momento. Tuvimos ocasión de probar las pastitas marroquís, de elaboración casera, que trajo una de las amigas; hablamos de mi antiguo barrio en mi querido Puerto, del antes y el después de mi salida de allí; les mostré lo que me atrajo de este otro lugar al que no termino de acostumbrarme, y agradecí que me trajeran prendidos en la piel un poquito de aquel aroma a playa y el recuerdo de su cielo, antaño cubierto por el humo que me sustentaba. Me hicieron sentir como en casa.

La lluvia llegó cuando ya todos nos habíamos recogido en nuestros hogares y reflexionábamos sobre esa «quedada de grupo». Ellos unos kilómetros más abajo, yo al pie de esta sierra, entre callejas estrechas que todavía me ignoran, sin intención alguna ya de alumbrar un pueblo oscuro que se siente feliz en la oscuridad.


Fotografía: Parte del grupo en su paseo tras la comida.